domingo, 29 de julio de 2007

11. Dos cafés.

Ese lunes Martín se levantó temprano, no desayunó, fue a ver al médico y se hizo unos análisis.
Llego al estudio a eso de las once con una docena de medialunas. Celia les añadió un jarro de café.
Al rato llego Eduardo que no se había afeitado la barba.
-¿Y la afeitada?


-Verónica se convenció de que soy absolutamente irresistible así.
-Se vé que tardaste un poco en convencerla porque mirá la hora que es -le dijo Martín riéndose.
-Es que fuí a llevar las armas a limpiar.
Eduardo era aficionado al tiro deportivo desde que uno de sus clientes, un tanto alterado por una causa penal que no había salido como hubiera querido, le había puesto una cuarenta y cinco milímetros en la sien derecha y al irse había decorado el frente de su casa con tres tiros.
-No me gustan las armas, ya lo sabés.
-Si, pero las traje a la caja fuerte de mi despacho, en casa no las dejo, por los chicos.
-Mmm. contáme lo de Bioalimentos.
Eduardo le expuso la situación del cliente de Córdoba, mostró alguna documentación y opinó sobre lo que le parecía que debían hacer.
-Doctor esta presente la Sra. Giménez de Lorea -Les avisó Celia con cierta afectación en la voz.
-Los dos hombres captaron la indirecta y se miraron como preguntándose qué iba a pasar ahora.
-Yo me arreglo -dijo Martín.
-Cualquier cosa me chistás, igual voy a estar escuchando detrás de la puerta -dijo en broma Eduardo.
-Si, claro y hacéle un lugar a Celia de paso.
-Ella no necesita estar para saber lo que va a pasar acá porque es bruja.
-¡Ya lo escuché! -gritó Celia desde afuera.
No había arreglado ver a la mujer, solo que le mandaría unos documentos,
Apareció en el despacho una muñequita rubia de no más de seis anos, con un tapado celeste y un gracioso flequillito que le llegaba casi hasta los ojos, de un color azulino semejante a los de su madre.
Claudia avanzó hacia él con una tímida sonrisa y le presentó a su hija menor.
La muñequita le extendió la mano como si fuera una princesa. Los dos rieron.
Martín no dejo de notar que Claudia se veía mas tranquila que la última vez que la había visto, lo que le daba un aire lánguido y un raro... un no se qué.
Agradeció para sus adentros que no hubiera venido sola, en ciero modo la presencia de la hija de Claudia lo tranquilizaba, le evitó el nerviosismo del encuentro anterior.
-Le traje lo que me pidió y mañana le hago llegar el poder. -Dijo la mujer con tono de estar haciendo su parte de la tarea. Hablaron sobre la empresa de su padre y de su cuñado que seguía sin darle explicaciones sobre lo que hacia con el negocio familiar.
Se despidieron. En la puerta estaba Eduardo que forzó la presentación.
-Ahora entiendo más, no esta nada mal la viudita. –Dijo Eduardo, socarrón.
Entró Celia: -¿Quieren un café o agua helada? –dijo con tono de "Si, soy una bruja ¿Y qué?".
Los dos abogados se miraron y soltaron una sonora carcajada. Celia los conocía bien a los dos.
-Martín, llamó su tío Esteban- dijo la mujer-. No quiso interrumpir, y pidió que lo llamara después.
-Gracias Celia, el agua no hace falta, mejor ¿Pueden ser dos cafés?.

miércoles, 25 de julio de 2007

10. El cochecito azul.

Allí estaría sin duda.
No puedo recordarlo sin pensar en todo aquello, aunque ya no signifique lo mismo.
Lo deseé muchas noches y muchos días interminables.

Lejanas habían quedado las lágrimas por ese cochecito azul de colección, que tío Esteban guardaba en la vitrina de su living del departamento de Belgrano.
Se lo había pedido. Había rogado, suplicado.
Si apenas hubiera podido tenerlo en mis manos por un instante, hubiera sido completamente feliz. Así lo creí.
Ese pequeño juguete fue dilatando mi deseo en un anhelo de posesión absoluta, ansioso y creciente.
Sabés que no habría podido robártelo. No hubiera sido lo mismo. Lo quería, pero deseaba además que vos me lo dieras.
¿Por qué nunca lo hiciste? ¿Por qué jamás quisiste prestármelo ni por un minuto siquiera?
Imaginaba que podías tener todos los modelos, colores y tamaños. Llegué hasta a pensar que, si querías, habrías tenido el original de cada uno.
Me diste otras cosas. Aviones a escala, barcos antiguos, trenes que serpeaban su vapor por incontables metros de vía y otros coches, muchos. Juguetes carísimos y a veces exóticos de Shangai, Singapur o Yokohama; de Alejandría, Trieste o Nápoles; Amberes, Liverpool o Hamburgo, adonde viajabas durante meses y nunca pude acompañarte.
Soñé con ése pequeño fuego azul. ¿Sabías que me despertaba llorando muchas noches?
¿Alguna vez supiste que otras tantas lo hacía preguntándome porqué no querías dármelo?
¿Sabías que me lastimabas y que esa herida se agrandaba cada vez más?
Creía, bien se ahora que eso no era cierto, que mi cariño por vos hubiera sido perfecto si me lo hubieras dado.
Mucho tiempo, tal vez eras, tuvieron que pasar para que me prohibiera hacerte esa pregunta hasta que aprendí a no decir ni pensar en el porqué.
Me engañaba tratando de convencerme de que jamás te iba a interrogar otra vez.
Allá a lo lejos quedó mi cara caliente y mojada mirando la vitrina. Con mis dedos tocaba el vidrio, apenas lo alcanzaba. Esos centímetros que me faltaban para llegar hasta él se convertían en distancias inimaginables. Desde allí presentí desiertos tormentosos, montañas oscuras y mares interminables, sucediéndose unos a otros. Siempre.
No hay cosa que haya dejado de hacer para que supieras que lo quería.
Tu cara imperturbable de gesto lejano me confundía.
Llegué a pensar en un castigo, que yo era para vos una carga indeseable, o tal vez en el odio. Pero me demostraste luego que estaba equivocado.
Imaginé también que me veías malo. No, no fue así.
Y después crecí. Otros lugares, otros amores se sucedieron, pero en el fondo, después de todos mis días, de los meses que separan las primaveras de los otoños, seguí recordando ese cochecito azul que todavía está en la vitrina de tu living del departamento de Belgrano.

lunes, 23 de julio de 2007

9. Domingo

Había arreglado ver al Padre Hugo antes de la Misa de 12. Mariana iría a la iglesia por su cuenta.
Antes de salir trató de ordenar un poco elrompecabezas de su mente y de distinguir aquellas cosas que eran sentimientos, de las meras impresiones y de los hechos. Sobre todo trató de aclararse respecto de Claudia Giménez de Lorea, que ya no era más de Lorea, ahora era viuda. En fin.
-Martín que gusto verte -le dijo el cura, dándole el antebrazo en vez de la mano. Las tenía grasosas, lo que le daba aún más aspecto de mecánico de autos que el que tenía de costumbre. A veces habían bromeado sobre eso y el cura le había dicho que le hubiera gustado arreglar motores, si Dios no le hubiera pedido que lo ayudara a arreglar almas.
-Esperá que me lavo un poco, estuve tratando de aceitar algunas puertas que hacian ruido. No vaya a ser que alguien piense que hay fantasmas- dijo campechano.
-El cura era hijo de italianos, retacón, con bastante poco pelo y parecía no tener frío con la chomba gris que usaba en ese día invernal.
-Aparecíó al cabo de un rato con una camisa limpia, su clergyman y bien peinado.
- ¿Te querés confesar?
- Me gustaría hablar primero.
-Vení vamos al despacho.
El despacho del cura estaba lleno de libros y diarios. En el escritorio de veia una edición en español del Obsservatore Romano, junto a una pila de boletas, facturas y una hoja oficio escrita a mano, que ocupando un espacio central, probablemente fuera la homilía del día.
-Bueno, te escucho Martín.
-Trato de expresarse como mejor pudo. El acudía a confesarse con frecuencia, se consideraba un cristiano practicante, pero esta vez tenía una inquietud interior diferente.
Le contó primero lo de Gimenez de Lorea, la falta de comunicación fuera de lo común con Mariana, la sensación de hastío o desencanto en varios aspectos de su vida, el agobio por la rutina, su mal humor y todo lo demás.
El cura lo escuchaba muy concentrado e iba asintiendo con la cabeza.
Martín recalcó que se sentía vacío, casi abandonado por Dios y aunque sabía que era solo una impresión, le resultaba molesta. Era como si ambos, Dios y él, se estuvieran reprochando algo; sabía que no tenía derecho a pensar así, pero no lo podía evitar.
- Eduardo me sugirió que viera a un médico…
- Eduardo. Hace rato que no me viene a ver.
- Él está bien, pero igual le voy a decir que se de una vuelta, dijo Martín riéndose.
- Lo del médico es buena idea, para ir descartando posibles causas de lo que te pasa.
Cuando Martín terminó, el cura le hizo un par de preguntas sobre Mariana, el trabajo, Lucía, y otras cosas.
-Finalmente le dijo. –Mirá Martín yo no veo nada que tenga que ver con algún aspecto espiritual sobre el que trabajar. Agregaría que no confundas los sentimientos por tu cliente con algo que no es; Puede ser posible que te enredes en ese aspecto por el estado en el que estás. Tratá de que los sentimientos no te atropellen.
Lo que te pasa con Dios está probablemente atado a algún proceso interior por el que estás pasando. No te olvides que El participa de tu proceso también. Ah, y apoyate en tus afectos, no los descuides.
-Finalmente le dio una serie de consejos netamente espirituales que Martín valoró.
-Muchas gracias Hugo -le dijo.
Otra cosa más, cuando hayas ido al médico volvemos a hablar. Tal vez sea solo cansancio lo que tengas, pero veremos.
Ah, ¿Cómo está tu tío Esteban?
-De viaje, hace tiempo que no lo veo.
Al terminar se fue a la nave central y se sentó frente a la imagen se San José que siempre había admirado. Era una talla en madera de tamaño natural sin pintar. Tenía al Niño en brazos. Siempre había admirado la fuerza que el escultor había impreso a esa imagen. Lo había hecho jóven, con una barba poblada y con aspecto de artesano. Desde abajo parecía mucho más grande de lo que en realidad era. Realmente se veía como un carpintero habituado a usar el martillo, la sierra y a cargar tablones.
Se quedó pensando en una parte del Evangelio de San Lucas que el padre Hugo leyó en la Misa en donde Jesús dice: “…Fijaos en los pájaros del cielo: ni siembran ni siegan, ni tienen dispensa ni granero y, sin embargo, Dios los alimenta. Y ¡cuánto más valéis vosotros que los pájaros!... Fijaos en los lirios del campo: ni hilan ni tejen, y os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como cualquiera de ellos…”.
Se fue caminando despacio a su casa. Almorzaría con Mariana y Lucía.

miércoles, 18 de julio de 2007

8. Un oso de peluche.

Al llegar a su casa le preguntó a Mariana por Lucía, ella le señaló el piso de arriba con cara de "sería bueno que le hablaras y le pidieras disculpas".
Martín tocó la puerta del cuarto de su hija.
-¿Se puede?.
-Si.
-¿Podemos hablar?
-Si –dijo Lucía abriendo la puerta.
-¿Me vas a perdonar…?
-¿Porqué lo hiciste?
-No se. Probablemente… por celos.
-Celos… ¿De Ernesto papá?
Martín decía, la verdad. Pero esa verdad era más grande de lo que estaba dispuesto a admitir ante su hija. Tenía celos de ese chico que estudiaba lo que él había estudiado, que trabajaba y ayudaba a su familia, a sus padres y hermanos. Padres y hermanos que él nunca había tenido.
Además ese chico en realidad le había caído bien, había tolerado el maltrato, no había perdido la paciencia y le había contestado con respeto pero con firmeza. La firmeza de carácter era algo que admiraba en la gente y mucho más en el caso de que pretendíera tener algo que ver con su hija.
También le gustó que fuera deportista y hubiera elegido dejar eso para dedicarse a trabajar y estudiar. En realidad no podía pedir más, no tenía derecho y lo sabía.

Notó que en el cuarto de su hija ya no estaba ese oso enorme de peluche que él le había regalado… hacía ¿Cuánto?... cinco… seis años… ¿Más…? Estaba dispuesto a dejar que ella le dijera lo que pensara porque se había portado como un estúpido.
Papá -le dijo Lucía- Se que estás mal y haría cualquier cosa para ayudarte pero igual quiero que sepas que lo de ayer me dolió, porque fuiste injusto con Ernesto, todavía no lo conocés. La idea de que viniera a casa no fue mía, fue de él y a mi también me pareció bien…
-Disculpame mi chiquita -le dijo Martín abrazándola y apoyando su cabeza sobre el pelo castaño de su hija.
¡Cuánto había crecido! Pero si hasta hacía poco la ayudaba con los deberes del colegio y ahora… justo en este momento que a él le parecía que su vida estaba casi vacía.
La aparición de ese chico era eso, un signo del paso del tiempo y, aunque no le gustaran las interpretaciones psicológicas de todo, ese chico era de alguna manera quien pretendía reemplazarlo. Y le había molestado más aún porque le pareció que el tipo daba la talla…
-Papá vos siempre fuiste justo y me enseñastre a serlo, te pido que le des una oportunidad, es muy bueno y responsable y además… en muchas cosas me hace acordar a vos…
-Martín tuvo que contenerse para no llorar y se quedó abrazado a ella, hamacándola como cuando era una nena.
Luego de un largo silencio dijo: ¿Tendría que pedirle disculpas no?
-No pa, no hace falta… yo ya le dije…
Ella ya le había explicado todo a Ernesto. Que su papá estaba mál, que lo entendiera, además le pidió que le diera otra oportunidad. Ernesto había pensado que era más realista darle una oportunidad al tipo del que Lucía hablaba con tanta admiración.
-Si, creo que sí. Igual no pienses que te voy a regalar al primero que pase.
-Ay, papá, no me estoy yendo… y lloró en los brazos de su padre.
-Bueno además no me gusta lo del Mac Donald´s -dijo Martín para quebrar el clima que se había generado.
-Basta papa, ¡Otra vez no! -le dijo Lucía entendiendo la broma, riéndose entre lágrimas y agregando- Es el mánager del local. A los 18 años tiene a su cargo a más de treinta personas, es la primera vez que alguien de esa edad llega a ese trabajo, que es muy valorado ahí.
-Igual no me gustan esas hamburguesas. -dijo Martín mientras pensaba- A la flauta, parece que da la talla en serio.
Esa noche comieron los tres solos, Lucía no iba a salir, porque
Ernesto tenía que trabajar, pero ni loca le iba a decir eso a su padre.
-Un problema menos -pensó Mariana– De a uno por vez.
-Martín le preguntó a Lucía mientras comían -¿Dónde está el oso de peluche?

sábado, 14 de julio de 2007

7. Misión a Marte

Mariana no volvió a hacerle preguntas pero él veía que lo trataba con más amabilidad o condescendencia que lo habitual, que de por si no era poca. Eso le molestó, siempre había tratado de protegerla de todo tipo de situaciones dolorosas y ahora él era el que las provocaba. Hablaron de Lucía, del bebé, de la visita de Eduardo y de otras cosas. Fue consciente que ella estaba tratando de dejarle espacio y eso era una gran muestra de confianza de su parte. La Mariana de siempre, de quien él se había enamorado.
A eso de las cinco se fue para lo de Eduardo, caminando las pocas cuadras que lo separaban de la vieja casa de la familia.
Verónica y Eduardo lo veían disfrutar con su familia y muchas veces en circunstancias difíciles, Martín y Mariana habían hecho de niñeros de los chicos.
Entró, saludo a los que estaban. Verónica le trajo en café con leche en jarro, como a él le gustaba, casi se le vuelca cuando aparecieron los mellizos y corrieron a abrazarlo. The Vickings, los llamaba su padre, porque eran pelirrojos y porque a veces hubiera querido mandarlos en misión de exploración a Marte… sin retorno.
-¡Tío Martín!, mirá lo que aprendí dijo uno de los vikingos.
-¿A ver?
Eduardo lo dejó un rato con ellos y con los otros que fueron apareciendo. Siempre había risas en esa casa especialmente cuando aparecía Martín. Eduardo se hubiera sorprendido si se hubiera visto en un espejo. El gigante enternecido, con una sonrisa ahora resaltada por su barba rojiza, desarmado ante el espectáculo de sus hijos disfrutando de su “tío”.
-Bueno basta, déjen a Martín en paz que tenemos que hablar de cosas serias.
-Pero vos dijiste que lo ibas a traer -Dijo uno.
- Si ahí está, pero se acabó. Arriba o afuera.
-¡Pero vos lo prometiste! Chillaron los mellizos.
-Ahora les prometo esto –Les dijo- y se puso en posición de ataque como si fuera un luchador de catch, con los brazos y piernas separados y las manos abiertas, gesto que los chicos entendían perfectamente. Con eso no se jorobaba.
Jamás les había pegado. Por principios y porque era consciente de su fuerza. A los sumo se los cargaba a los hombros, levantándolos como si fueran dos bolsas de supermercado y se los llevaba arriba para “la charlita”, a solas, de a uno.
Las caras de enojado de Eduardo con los chicos eran de antología, en cierto aspecto se parecía a las muecas de esos luchadores cuando quieren demostrar fiereza en una pantomima forzada, que a los chicos, viéndoselo a su papá, les causaba gracia, pero que a la vez les infundía respeto.
Los mellizos se fueron arriba berreando mientras los demás volvían a sus cosas.
-Bueno Enano, en qué andábamos.
-En que estoy medio chiflado y no se porqué.
-Buen resumen. ¿Por qué, antes que nada, no vas a un médico?
-Si, podría ser.
-Nada de podría ser. Vení, llamémoslo a Marcelo que es el mejor clínico que conocemos para que te vea cuando pueda.
-No pará… -Eduardo marcó desde el inalámbrico el número del médico. Arregló todo para que lo viera el lunes temprano en el consultorio. Así era el Gordo.
-Bueno y que más, le dijo.
Martín trato de explicarle, como tratando de disipar las nubes de su pensamiento: que le parecía estar en medio de algo, como un punto de quiebre. No llegaba a ver bien de qué.
-¿Volviste a hablar con la mina esa?.
- ¿Giménez Lorea? No, no. Además no es una “mina”. Es viuda y se le murió el viejo.
-Msé, -dijo Eduardo- ¿Me querés decir que nada que ver lo que te pasa, con esa “señora”? La verdad es que me desconcertás.
Martín se quedó mirando a la alfombra.
-¿Porqué no lo vas a hablar con el cura Hugo, que te conoce y algo te va a aconsejar? Es un tipo con experiencia y tiene cancha. Con solo escuchar a los borrachos como yo ya alcanza.
-Che gordo ¿La podés cortar por favor con lo de borracho?
- Bueno, es una forma de dar por superado eso, dijo Eduardo con los hombros caídos y mirando a Martín.
- Bueno, en realidad el que puede empezar ahora soy yo, no sabés lo que tomé ayer.
-Ah, no. Para tomar, ya me tomé todo yo antes y no vas a empezar vos ahora, porque no hay ningún Martín a la vista para ayudarte como me ayudaste vos a mí.
-Bueno estás vos.
-Dejate de joder querés.
-No es mala idea lo del cura Hugo. Estás iluminado Gordo, no lo puedo creer.
-Eduardo volvió a agarrar el teléfono para pasárselo a Martín.
No, pará, llamo después desde casa.
-Ok, pero… dale, me parece que te va a hacer bien. Además sabés que el tipo a vos te quiere y te debe muchas cosas. Siempre lo ayudaste, con los números de la parroquia, con los líos de la administración del colegio y hasta con plata. ¿Te acordás lo de los techos…?
-Si, pero no iría a verlo para que me devuelva favores. De todas formas creo que probablemente me ayude a pensar un poco.
-Por lo menos, seguro se va a acordar de vos, porque es un tipo agradecido y el Jefe –dijo Eduardo señalando para arriba con el pulgar- le paga para eso.
-Si le pagaran por todo lo que hace ahí, sería millonario.
-Aprovecha mañana por ahí puede antes o después de la Misa de 12.
-Lo voy a llamar.
Volvieron un rato con los chicos.
A las siete y media Martín se fue.
-Si lo voy a llamar, se dijo.

miércoles, 11 de julio de 2007

6. Rompecabezas.

A la noche se había dormido solo. No escuchó acostarse a Mariana y tampoco lo había despertado esa mañana. Eran como las nueve, aunque siempre se despertaba temprano los sábados. Le dolía la cabeza. –Es el vino- se dijo.
Después de afeitarse, bañarse y vestirse bajó a prepararse un café; allí estaba Mariana, siempre linda con jeans y de entrecasa; tenía su pelo rubio atado con una colita que le caía sobre la espalda y un sweater rosa. Ella se le acercó para darle un beso con expresión seria.
-Si ya sé, fui un estúpido, dijo Martín sin mirarla intentando adelantarse.
-No, no sos estúpido. Nunca lo fuiste. No se que te pasó anoche, en realidad no se que te pasa Martín. ¿Me querés contar…?
-Se me parte la cabeza.
-Bueno, eso se arregla con un par de aspirinas, pero me refiero a lo otro ¿qué fue todo ese espectáculo de anoche? No sabés como está Lucía.
-Lucía… atinó a decir Martín.
-¿Te pasa algo conmigo? Por favor quiero saberlo.
-Ya te dije estoy cansado.
-Si, pero cuando estás cansado no tomás whisky, no te acabás una botella entera de vino, no me hablas con monosílabos, no maltratás a un pobre chico y de paso a tu hija, y a mi no me cuentes, porque con lo otro ya creo que es suficiente -Dijo Mariana sin el menor signo de enojo, pero muy seria.
-¿Está Lucía?
-No, se fue a la facultad. Tenía clase hoy.
-Querés que te lleve al súper o algo…
-No, quiero que desayunes algo y después que hablemos.
-No es nada con vos…
-Si, si es, porque si estás mal vos, estoy mal yo. Siempre hablamos las cosas y tan mal no está lo que tenemos, por lo menos eso creía. Ahora debe ser algo especial porque sinó te entendería o vos me contarías. –Se escuchó el llanto del bebe desde el piso de arriba y Mariana lo miró a los ojos antes de subir.
Martín se sirvió un café negro sentado en un banco alto de la cocina; apoyado en la mesada, se agarró la cabeza y dejó escapar una especie de bufido.
Pensó que mejor era hacer algo de ejercicio. Fue al garaje a sacar la máquina de cortar el césped; eso le evitaría un diálogo que no quería tener, porque no sabría qué decirle a Mariana.
Cuando ya había encendido la máquina, ella salió unos pasos por la puerta de la cocina con el bebé en brazos, pensando que él se iba a acercar, pero no lo hizo y con un gesto de resignación, volvió a entrar.
-Qué hacés, enano.
-Uy, gordo volviste. -Su mejor amigo y socio del Estudio, Eduardo, se hizo oír por entre la enredadera que daba a la calle.
-No, todavía estoy en Córdoba ¿No te avisó Celia que volvía anoche?
Eduardo era más alto que Martín; con un metro ochenta y cinco centímetros y ciento diez kilos era el típico pilar de rugby; llamaba la atención su pelo casi rojo y su pecho fuerte, aunque ya tenía una incipiente panza.
-Te esperaba a la tarde para la paleta… pero no importa. Es que ayer me fui temprano y llamé a Celia solo para decirle que no volvía. Pasá por el garaje.
¿Y esa barba? -Le dijo Martín riéndose.
-Las chichis cordobesas me lo rogaron, dijo acomodándose el cuello de la camisa con aire de ganador.
-Bueno espero que a la cordobesa que tenés en tu casa también le guste.
-No, no le gusta y dice que me afeite, ja, ja, pero hasta el lunes no lo hago.
-Cómo te fue con lo de Bioalimentos.
- No enano, el fin de semana solo trabajo si no me queda otra, igual todo bien, en la oficina hablamos.
-Che… gordo… que bueno que viniste –Dijo Martín en voz baja.
-¿Que pasa? ¿Te peleaste…?
-No, pero si sigo así de loco eso va a pasar de un momento a otro.
-¿Cómo se llama?
-¿Quién?
-La otra mina que tenés, porque vos nunca te peleaste con Mariana que yo sepa.
-No, no es eso, creo.
-Ah, “creo”. Ahora decíme el nombre.
Martín le contó como pudo lo que le había pasado desde el miércoles.
Eduardo y él eran inseparables, se conocían desde la secundaria y se habían hecho amigos después de una pelea a trompada limpia por una pavada. Eduardo le había ganado pero Martín, que era del equipo de atletismo del colegio y no había hecho un mal papel. El hecho de enfrentar a esa mole le había hecho ganar la admiración de sus compañeros. Y la pelea, como suele suceder, les había despertado mutua admiración y una amistad casi instantánea.
Martín era al único al que permitía llamarlo gordo y Eduardo en contrapartida le decía “enano” a pesar de que le llevaba solo unos pocos centímetros de altura.
Y el “enano” no fue muy explícito cuando llegó a contar la parte de Jiménez de Lorea, pero el gordo lo entendió igual.
- No se que decirte, me desconcertás. No entiendo bien. Vos siempre fuiste el lógico, el mesurado y el que me ayudaba a mí. No se que clase de calentura tenés con esa mujer. ¡Recién la acabás de conocer!
- No se, la vi tan sola y la abracé…
- Si yo también quiero “abrazar” a todas. Sabés que oportunidades no me faltan pero no voy a joderme la vida por una pavada. Creo que lo que tengo con Verónica, entre otras cosas seis hijos, lo vale ¿No? Seré bruto y alcohólico…
-Ex alcohólico.
-Lo que sea, pero no voy a tirar mi vida por la ventana y vos tampoco, antes te mato -Le decía mientras le mostraba el puño derecho con tono amenazante. El puño cerrado de Eduardo era casi tan grande como la cabeza del bebe de siete meses que tenían Martín y Mariana ahora.
-¿Cómo están Verónica y los chicos?
-Bien, los mellizos preguntan por su tío Martín y les prometí que te iba a llevar.
- Bueno. Ah, lo ví también a Carlos…
- Uh, ¿Que quería?
- Nada, me lo encontré de casualidad.
- Bueno enano, tenemos que seguir esto, me voy. Tengo que llevar a los chicos a su partido. Saludá a Mariana. ¿Querés venir a casa a la tarde?
- Dale.

lunes, 9 de julio de 2007

5. Juez y verdugo.

Le dio la mano. El apellido le resultaba levemente familiar.
Tenía puesto un jean, una remera con un sweater fino encima y un polar verde oscuro. El pelo, relativamente corto y las consabidas zapatillas. Tenía su mismo color de ojos, su altura y era cargado de espaldas. Tardó unos segundos en escanearlo de arriba a abajo ante la mirada entre cómplice y divertida de madre e hija.
-Mucho gusto señor. –dijo el chico mirándolo directamente a los ojos. Eso le gustaba, demostraba seguridad, según pensaba.
-Cómo estás, contestó Martín.
Papá él es Ernesto. Eh… somos compañeros en muchas materias en la Facultad.
-¿En que año estás?
-Primero y cursando algunas materias de segundo, mientras pueda acomodarlo por el trabajo.
-Ah, se manda la parte de que está adelantado y me pasa aviso de que trabaja… bien. –Pensó Martín.
Pasaron a la sala de estar. Mariana, Lucía y el chico hablaron de temas que parecían ser continuación de otros que ya habían tratado, con lo cual Martín dedujo que Mariana ya lo conocía.
En determinado momento de la comida, Martín, que había permanecido callado, empezó con las estocadas, entonado por el vino.
-¿A qué se dedican tus padres?
-Papá es Odontólogo, mamá estudió literatura pero no trabaja afuera porque en casa somos siete y…
-¿Practicás algún deporte?
-Los fines de semana juego en un torneo de fútbol con amigos.
-Nada demasiado competitivo ni con entrenamiento, ¿no?. Madre e hija empezaron a cruzar miradas del tipo “Situación peligrosa, clase A”.
-No, con el trabajo y la facultad, por ahora, no tengo tiempo, dijo Ernesto con cara de sentir no poder hacerlo, cosa que Martín notó.
Martín siguió, no sin antes volver a llenar la copa de vino.
-¿Pensaste en seguir estudiando cuando termines, alguna maestría o un postgrado?
-Papá estamos en primer año. –Terció Lucía.
-Bueno, la carrera hay que empezar a planificarla desde el principio. -Dijo Martín.
-Ernesto, sin agarrase de la soga que le había tirado Lucía, dijo: –Todavía no pense en eso porque primero tengo que ocuparme de lo que estoy haciendo ahora y además tengo que ayudar en casa. Cuando esté promediando todo, veré que hago, porque como usted bien sabe, los estudios de postgrado, acá o afuera son muy caros y por ahora no tengo posibilidad de pensar en costeármelos. –Se le notaba un poco de fastidio en la respuesta, pero Martín insistió:
-Con buenas calificaciones es posible conseguir becas, pero bueno, en caso de que no las tuvieras, es comprensible tu preocupación.
Mariana ya había perdido la cuenta de lo que había tomado Martín, en realidad era fácil saberlo, era el único que había tocado la botella que estaba casi vacía.
-El chico se propuso no seguir aquella conversación, quería irse. Si no hubiera sido por Lucía se habría ido hace rato.
Mariana cambió el tema para distender el ambiente, pero fue inútil.
-Ah, no me dijiste de que trabajás. –Ernesto se la vió venir y dio por perdida la respuesta.
-En el MacDonalds de Maipú.
-Ah si, ¿Te hacen poner esos uniformes con camisas rayadas y gorritos con visera?
-No Señor, los mánagers de local usamos camisa y corbata. –Bueno por lo menos una le gané– pensó Ernesto.
Tomaron un rápido café y el chico se excusó porque se tenía que ir, a las ocho y media del sábado tenía que dar un parcial.
Martín lo saludo sin darle la mano. Mientras Ernesto salía le dijo -¡Que vuelvas pronto!.
Al llegar a la puerta Lucía miró a Ernesto. Una lágrima le cayó de cada ojo.
-Perdoná a mi viejo, no sé que le pasa…
-No te preocupes dulce ¡Me dijo que volviera pronto! ¿Eso ya es algo no? –Lucía le sonrió mientras se apartaba las lágrimas.
Ernesto, mientras caminaba hasta su casa, se quedó pensando en cómo pasaría Lucía esa noche.

sábado, 7 de julio de 2007

4. Lágrimas, palomas y vino. Parte 2

Caminó por la Plaza San Martín, de detuvo en la balconada con vista a la Torre de Los Ingleses; el sol no calentaba mucho en esa tarde de invierno.
Miró más allá de la torre y divisó retazos del río.

Gracias a Baterflai por la foto, link de su sitio en Weblogs amigos.

¿Hace cuánto que no me tomo vacaciones? –Pensó.
El verano pasado no habían podido hacerlo porque les habían entregado al bebé.
Caminó hacia Florida y pudo ver, entre los árboles y escondida detrás del edificio Cavanagh, a la Iglesia del Santísimo, pero esta vez no quiso ir allí. Tenía poco que decirle a Dios, sabía que no era cierto, pero no quiso pensar en ello.
¿Qué le pasaba? Estaba harto. Harto de su trabajo, de la rutina, de los viajes en tren, de haber llegado a su edad sin lograr las cosas que hubiera querido, No había terminado el doctorado porque el embarazo de Mariana se había complicado y tuvo que cancelar los viajes.
Recordó también la histerectomía de ella y la contención posterior, No había sido fácil para ninguno de los dos, porque no iban a poder tener más hijos… por ese cáncer. Y él ya no sería nuevamente padre porque Mariana no iba a poder…
Se horrorizó por pensar eso, no lo había visto de esa manera jamás y se sintió despreciable.
Recordó también que luego de eso habían llegado los chicos y allí es cuando se convirtieron en Hogar de Transito; estaba también lo del alcoholismo de Eduardo, su mejor amigo…
Sentado luego en un banco de la plaza, vio a un grupo de palomas revoloteando a su alrededor, las que terminaron posadas cerca de él, tal vez en busca de algo para comer. Una chica allá a unos cuantos metros sacaba fotos, parecía enfocarlo a él o a las palomas, que importaba.
Intentó acercar su mano a una, lo que causó que todas levantaran vuelo.
En ese instante vio un remolino gris de todas esas cosas que ya no existirían en su vida, otros hijos, estudios, mayores desafíos profesionales, sus padres muertos, palomas que se alejaron volando hacia la torre, tal vez más allá.
¿Por qué? ¿Por qué estaba perdiendo la ilusión de lo que siempre había soñado y que de alguna manera había sido motor en su vida? El dolor y la frustración se mezclaron en proporciones que no pudo precisar.
No volvió al Estudio, Quería volver a su casa, le avisó a Celia que lo atendió preocupada. Se fue a Retiro a tomar el tren.
-Hola Martín, ¡Qué temprano! –Lo saludó Mariana mientras le daba un beso. - Tenés cara de cansado, vení tomate un café. –Intentó servírselo.
-No, dejá, gracias. Fue al comedor y se sirvió un vaso de whisky, a pesar de que mucho no tomaba, pero eso era lo que se suponía que hacía la gente para relajarse.
Mariana se extrañó al verlo con el vaso pero no dijo nada.
-¿Me ayudás con el vino? Le dijo
-¿Qué?
-¿Te acordás que viene a comer el compañero de Lucía?
Lo había olvidado por completo. No tenía el menor interés en hacer sociales esa noche y menos con un imberbe que andaba detrás de su hija.
Fue a buscar la botella mientras se preguntaba ¿Porqué tengo que bancarme a este tipo hoy? –Al decir “hoy” se le resbaló la botella de la mano que terminó estrellada contra el cerámico blanco de la cocina.
Se quedó mirando el charco que había cerca de sus pies y como se extendía por el piso, como un fantasma rojo.
Mariana corrió a buscar algo para limpiar. Ninguno de los dos se había lastimado.
-¿Martín? Te correrías así limpio…
-No hay más vino –dijo él- Voy a comprar a la otra cuadra, sacudiéndose del pantalón y los zapatos la leve salpicadura. A la vuelta se cambiaría.
Antes de llegar al almacén un auto le hizo señas con las luces, no hizo caso, hasta que le tocaron bocina. El conductor bajó la ventanilla polarizada.
Era Carlos, ex amigo o lo que fuera, el que se había casado con Elena.
-¡Hey Martín! –Lo llamó Carlos- Ya me dijo Elena que te había visto. Martín se quedó unos segundos contemplando el flamante Porsche 911 azul oscuro que tenía la capota cerrada. Carlos se dio cuenta y le dijo.
-¿Te gusta mi nuevo bebé? Me lo acaban de entregar.
-Parece rápido.-Fue lo único que atinó a decir Martín.
-Che, ¿Cuándo nos vamos a juntar a charlar de los viejos buenos tiempos? –Le dijo el tipo con esa sonrisa burlona que Martín detestaba. -¿Qué buenos tiempos? –Pensó Martín. Hubiera deseado haber comprado ya la botella de vino para rompérsela en el parabrisas, pero el Destino no lo había previsto así, pensó irónicamente.
-Le voy a decir a Elena que arregle algo.
-Si… ¿Ya se mudaron? Preguntó por decir algo.
-Eh… no, todavía no vengo de la casa nueva a ver algunas cosas de los pintores, pero ya se habían ido cuando llegué.
-Bueno, entonces nos veremos…
-¿Te acerco a algún lado? Se ofreció Carlos.
-No, voy acá nomás, contestó, haciendo un gesto con su pulgar señalando por encima de su espalda.
-Bueno, nos vemos pronto ¿eh? Otra vez la sonrisa. –Espero que no -Pensó Martín. Mientras lo veía irse en el auto.
Compró dos botellas de un vino bastante bueno, que le gustaba a Mariana, preparándose para otro encuentro indeseado, lo único que quería era encontrarse con la almohada.

miércoles, 4 de julio de 2007

3. Lágrimas, palomas y vino. Parte 1.

Comieron juntos, no hablaron demasiado.
El no jugaría su partido de paleta de ese viernes porque el “invitado” de mañana se iría temprano, el sábado tenía un parcial.
-Qué estudioso el chico -Dijo con sorna Martín.
-Es compañero de Lucía tonto, parece que estuvieras celoso.
-Que va…. -Dijo como queriendo significar todo lo contrario.
Mariana le dijo que lo veía raro, cansado.
Martín no le contestó pero hizo un gesto indeterminado con la cabeza mirando su plato.
Más tarde le dieron de comer al bebe que se durmió enseguida agarrando fuerte una especie de trapito que siempre tenía en la cuna. El trapito parecía un viejo pañuelo de lino gastado.
El bebe era distinto de los otros, parecía decirle que lo necesitaba, que no lo dejara ni lo entregara a otra familia. No era común que le pasara eso y también lo atribuyó al estado en el que estaba y que prefería definir científicamente como “cansancio” por ahora.
-¿Te pasa algo? -Volvió a decirle Mariana mientras se desvestía.
Martín se había quedado sentado a los pies de la cama como si estuviera fumando, solo que no fumaba.
-No… no…, debo de haber tomado frío.
-Mariana lo beso despacio, Martín lo hizo más rápido, pero ella lo chistó y él la beso de nuevo, pero como correspondía. Un rato después se durmieron. Antes, ella había apoyado su cabeza en la espalda de él.

Martín esa noche soñó; soñó y luego lo recordó. Estaba solo y desnudo en un lugar desconocido, nadie le hablaba, parecía tener cinco o seis años allí.
Al otro día viajando se preguntó que significaría ese sueño.
La mañana siguiente transcurrió entre Tribunales y escritos del estudio, mucho no se concentró. Lo rondaba ese sueño, como un mensaje indescifrado. Pensó en sus padres que no recordaba, en los hermanos que nunca tuvo y en tu tío Oscar, el hermano de su padre que lo había criado, o por lo menos, eso era lo que su tío decía.
Pensó otras muchas cosas.
Celia hizo pasar a Claudia Jiménez de Lorea y le ofreció un café que ella rechazó.
Martín notó que tenía los ojos enrojecidos y que parecía haber llorado.
Lo conmovió su aparente fragilidad y el aspecto no demasiado arreglado, nada de lo cual opacaba el azul de sus ahora aún más acuosos ojos ni lo armonioso de sus facciones.
-¿Claudia está usted bien? –Empezó Martín.
-Estas semanas no han sido fáciles, sin papá y… sola con los chicos me parece que no puedo. No puedo con la fábrica y mi cuñado que tiene la mitad de todo, no me quiere ver, me dice que está ocupado con todo, que ya me va a hablar, me manda unos sobres con plata y nunca se a que corresponden, no veo recibos, balances nada. Yo soy profesora de inglés no se nada de números. Cuando Marcos, el papá de los chicos, vivía, se entendía bien con mi cuñado, el era contador. Tengo miedo por los chicos, quiero que les quede algo a ellos… yo puedo trabajar…
Y comenzó a llorar, se notaba que deseaba evitarlo pero no pudo.
Martín permaneció inmóvil y le pareció como si todo el dolor de esa mujer le hubiera sido transmitido a él, volcado en él. En una fracción de segundo imaginó o creyó imaginar, todas las posibilidades de dolor que podrían pasar por el corazón de esa mujer sola, muy sola…
La mujer se puso de pié para sacar un pañuelo de su cartera que había quedado con su abrigo en el sillón de atrás.
Sin pensar Martín la tomó de los hombros y la abrazó, como hacía mucho que no lo hacía con Mariana. Creyó comprenderla, quería protegerla, cuidarla y por un minuto cerró los ojos y no pensó en nada más.
Ella se abrazó a él como quien se aferra a un salvavidas en un naufragio y sollozó aún más fuerte. Celia desde afuera se sobresaltó por el llanto ahogado y entró sin llamar; se quedó mirando desde la puerta y la cerró despacio preguntándose desde su escritorio que estaba pasando con Martín, que siempre había cuidado sus relaciones profesionales con mujeres con mucha corrección. Ella lo sabía, sabía todo y podía casi leerle la mente después de 15 años de trabajar con él, porque había cumplido 61 años y sobretodo, porque era mujer.
La otra mujer lloraba y decía con su cara pegada al pecho de Martín, -Prométame que me va ayudar, no se que hacer, si Marcos viviera…
El dolor se hacía más grande a través de esa misteriosa conexión de, hasta hacia pocos minutos, un abogado con su cliente.
Celia entró con una bandeja, dos vasos de agua y unos pañuelitos de papel y miró a Martín por encima de sus anteojos de lectura “¿Jefe no se habrá pasado un poco esta vez?”-Pareció decirle. Pero él no captó el mensaje, estaba aturdido. Ya se habían separado pero continuaban de pié a menos pasos de lo que la secretaria hubiera deseado.
Celia se dio cuenta de que algo estaba mal y salió a llamar un taxi para la mujer, porque era evidente que esa reunión no iba a continuar.
Martín dijo antes de que la mujer se fuera, con voz firme –Me voy a ocupar de usted. Le prometo que lo voy a hacer. Ella le agradeció mientras salía, un poco avergonzada por lo que había pasado.
Martín se sentó en el sillón del escritorio y comenzaron a caerle las lágrimas, se esforzó en tratar de recomponerse. Se sirvió agua de la jarra y tomó del vaso hasta el final.
Celia toco tres veces muy despacio la puerta del despacho. Como no escuchó respuesta entró. Martín se veía casi desconocido, ni siquiera vio que ella había entrado. Sus ojos estaban enrojecidos y se insinuaba una palidez nada habitual en él. ¿Qué le pasaría? ¿Quién era esa mujer en realidad?
-Se le acercó y le dijo con tono de abuela perfectamente estudiado. ¿Martín porque no se va a tomar un poco de aire? Mire, hay sol, váyase a la Plaza San Martín, son solo dos cuadras.
Buscó el sobretodo y le hizo unos exagerados movimientos como ayudando a que se lo pusiera. El la miró y apenas le sonrió como agradeciéndole el gesto, se puso el sobretodo y salió.
Celia se prometió hacer algo por su jefe. Pero si hasta podía haber sido su hijo.
-¿Qué me pasa? –se dijo Martín, mirando hacia la plaza, dos cuadras más allá.

lunes, 2 de julio de 2007

2. Hija, padre y … Elena.

-Hola Pa.
-Hola nena.
-Hoy te fuiste sin saludarme.
-Si…
-Mariana me dijo que te preguntara a vos.
-En todo caso “mamá” te dijo que me preguntaras.
-Siiii.
-Sabés que no me gusta que llamés a mamá por su nombre.
-Bueno, vos lo hacés. Además eso la debe hacer sentir más joven.
-Muy graciosa, tu madre no es vieja, estoy ocupado, qué pasa.
Lucía había heredado el sentido del humor de su madre, pero potenciado, sabiendo que cuerdas tocar para lograr que su papi hiciera más o menos lo que ella quería. A él le causaba gracia, pero nunca se lo decía, especialmente cuando tenía que esforzarse por parecer enojado para llamarle la atención por alguna cosa no demasiado importante.
-El viernes quiero invitar a comer a alguien. Mamá me dijo que te preguntara.
-Si, no hay problema. Pero, si siempre vienen tus amigas. ¿Qué pasa?
-Es que, quiero invitar a comer a Ernesto.
- Ah, con que un Ernesto.
-¿Puedo?
-Dale, pero que se bañe, se corte el pelo y se vista como un ser humano normal, sinó se queda en la puerta, pero del lado de afuera.
-Ja, Ja, ahora el gracioso sos vos, igual gracias Pa, ya sabía que no me ibas a defraudar aunque te quedes sin ir al partido de los viernes.
Pero… que…?
- Hablá con mamá… ¡Chau Pa!
- Uf, chau.
Aunque no quisiera reconocerlo, Lucía había crecido mucho este año. Dieciocho ya…
¿Qué querrá, presentarme un novio? Pero si hace poco decía que solo quería estudiar… –Pensó.
Bueno, eso había sido hace un año, en realidad.
Tenía además los ojos de su madre. Aunque todos pensaban que se parecía a él, siempre lo había negado. Como muchos hijos, había elegido la carrera de su padre, a pesar de que el había tratado de persuadirla y de que lo pensara bien.
Podía haber elegido la de su madre pero nunca había sido buena para las matemáticas. Igual que él.
- Dr. la Sra. Giménez de Lorea.
- Celia, doctor es su oftalmólogo, yo no terminé el doct…
- Le paso.
Habló dos palabras y arregló para verla al otro día, ahí en el estudio, a las tres.
Escribió toda la tarde, a las siete tomó el tren de vuelta. Hacía frió. No estaba demasiado lleno y pudo ver mejor que otras veces de un pantallazo a sus compañeros de viaje, siempre lo hacía, le gustaba observar a la gente. Hasta que la vió. Sin duda era ella. Más delgada, más rubia, y atrayente como siempre, los años no le sentaban nada mal. Se sintió un poco incómodo, pero de todas maneras se acercó y ella también lo vió llegar.
Ah bueno, ¡Ahora si que está completo el día! -dijo Elena-, dándole un sonoro beso.
-No sabía que estabas en Buenos Aires, dijo sonriéndole Martín.
-Si, a Carlos lo trasladaron y por ahora vivimos en un departamento en Buenos Aires mientras arreglamos casa, justo, justo a dos cuadras de ustedes.
Martín sintió como si alguien le hubiera cargado el sobretodo con… piedras, toneladas de piedras. Enseguida pensó en Carlos, marido de Helena, su ex socio… casi ex amigo, a esa altura no sabía bien que habían quedado siendo. Solo se acordaba de su habitual expresión, de autocomplacencia, que ahora se le antojaba burlona.
-¿Ah si? ¿Hablaste con Mariana?
-No, decíle que la llamo; yo voy un par de estaciones más allá para ver a mamá, quería recordar viejos tiempos tomando el tren…
-Veo. Igual a vos no te gusta mucho manejar todavía, ¿No?
-Ah te acordás… dijo pensativa.
Los dos se rieron casi para adentro, con el mismo nerviosismo.
-¿Siguen siendo Hogar en Tránsito para chicos?
-Si.
-¿Ahora tienen algún bebe? –Martín asintió con la cabeza.
-Ah.
-Bueno bajo acá. -dijo finalmente Martín.
La saludó y quedaron en verse en algún momento indeterminado.
El hubiera querido saber como estaba, después de todo había sido su novia… como lo fue Mariana de Carlos.
A pesar de todo las dos mujeres eran muy amigas, lo cual a él le había resultado siempre inexplicable. Un lió, que ese día, justo ese día, no era muy bienvenido en su cabeza.
Caminó pesadamente y recordó como había quedado su relación con Carlos después de que se fuera del estudio.
Una sensación inexplicable de frustración le invadió el alma, como algo pegajoso y oscuro. Le cambió el humor, de por si no muy bueno, que había tenido ese día.
Puso la llave en la puerta de la casa que había sido de sus padres, a los que nunca había conocido.

domingo, 1 de julio de 2007

1. Una Mañana

Eran las once y se había tomado el último sorbo de café. Pensó que lo que tenía era sueño después de una mala noche.
Pero el despertar de este jueves había sido distinto, muy distinto. Se esforzó por terminar el escrito para la sucesión de esa cliente que lo había consultado el lunes. De todas maneras se sentía raro, distinto ese día, pero aparentemente nada había cambiado.
Esa mañana mientras se afeitaba se miró a los ojos en el espejo y en la profundidad de esa mirada no vio nada… un vacío inexplicable. Luego de eso entró Mariana y le dio un beso en la parte de la cara que todavía no se había afeitado. Siempre lo hacía, desde que se habían casado. Era como un rito. Lo miró divertida y le dijo –si te apurás desayunamos juntos.
-No voy a poder, tengo que estar en el centro….
-Ustedes los abogados no saben vivir, dijo con un gesto casi teatral, desde su robe verde oscuro. Ella trabajaba en casa como Analista de Sistemas y podía darse el lujo, si se le antojaba de quedarse todo el día así, pero por lo que sabía nunca lo hacía.
-No creo que no, dije casi sin pensar.
-Eh?, no te olvides de darle un beso al bebe antes de irte y de llevarte las dos boletas para pagar, te las dejo con el sobretodo, dijo limpiándose la boca con un poco de agua, salpicándome a propósito mientras su habitual sonrisa matinal desaparecía por la puerta.
-OK, dije casi con la seguridad de que no me había escuchado.
Tenía la sensación de que algo había cambiado. Pero no tenía conciencia de qué. Con Mariana estaba todo bien. El trabajo era algo que hacía no con demasiado esfuerzo y mal no le había ido. Le dio un beso al bebito que abrió los ojos muy grandes. Este se llamaba Manuel y le parecía más chiquito e indefenso que los anteriores.
En el tren leyó unos papeles, pero la mirada se le iba a la ventana, a los árboles, con esos colores siempre llamativos del final del otoño.
-Martín ¿Me llevo la taza o quiere otro café? Dijo Celia como si se hubiera materializado de improviso en el estudio.
-No, basta de café, gracias Celia.
-Lo llamó la Sra. de Lorea y dijo que por favor la llame –dijo Celia llevándose la taza.
-Gracias.
Claudia Jiménez de Lorea había heredado de su padre, fallecido hacía dos meses, la mitad de una fabrica no muy grande que producía detergentes que luego se vendía a las grandes distribuidoras.
Se la veía pasar por un mal momento. Su marido había muerto el año pasado y las había dejado sola a ella y a su hija. Y ahora lo del padre. En fin.
Sonó el teléfono. Volvió la impresión de sentírse, gastado, viejo. Jamás le había pasado eso, hasta ese día.
El teléfono sonó tres veces mientras pensaba y finalmente atendió.