domingo, 23 de diciembre de 2007

53. Números, letras y otras cosas.

En la casa estaban Mariana, Eduardo y Ernesto sin saber bien que hacer. No querían llamar a la policía hasta saber si Martín se había demorado deliberadamente sin avisarles. Decidieron que si a la mañana siguiente no tenían novedades, la llamarían. Eduardo insistió que en que Mariana se quedara esa noche con su familia, llamó a Verónica para avisarle. Allí estaría segura. Ella no quería dejar sola la casa por si Martín se comunicaba. Ernesto se ofreció a quedarse allí y avisarles lo que fuera. Finalmente la convencieron.
Esa noche Mariana durmió muy mal. Y cuando despertó recordó un sueño: Ella escribiendo en un gran pizarrón negro con números y letras en total desorden, hasta que una luz fuerte la sorprendía desde atrás… allí se despertaba. No le prestó demasiada atención. Quiso volver lo más pronto posible a su casa. Ernesto no había llamado… a eso de las siete de la mañana Eduardo y ella salieron. Verónica la saludó con un beso y la abrazó.
-Bueno, dijo Eduardo… creo que tendríamos que llamar a la policía…
-Si… –alcanzó a decir Ernesto.
Mariana estaba muy pensativa… y de pronto se le ocurrió algo –Esperen. Alguno de los dos acompáñeme a la esquina.
Eduardo y Ernesto la miraron con curiosidad. El chico se ofreció. Cruzaron la calle y llegaron a la esquina. Se acercaron a una casilla de vigilancia.
–Cómo le va señora -dijo el vigilador.
-Quería saber si usted había visto ayer a mi marido salir por la mañana…
-Si, lo vi. Se fue caminando por la calle de la vía, para el lado de la estación.
-¿Caminando? Ah… no subió a ningún auto entonces. Eh… quería preguntarle, sé que ustedes ven los movimientos de estas calles… si habían visto algo raro o que les llamara la atención…
-Bueno, ahora que lo dice, hablamos con los muchachos de la guardia que hay un par de autos que se estacionan enfrente de su casa todos los días desde hace como dos semanas y venimos anotando las patentes… Usted sabe que nadie toma nota de esas cosas, nosotros lo empezamos a hacer por seguridad, pero ahora es por diversión. El que acumula más patentes iguales al final de la semana, gana. No hacemos trampa porque…
¿Usted tiene las patentes de esos autos? –lo interrumpió Ernesto.
-Si, una de ellas es la del auto del policía que ayudó a la hija de la señora el día que casi la… bueno… yo pensaba que los estaban custodiando desde antes o algo, porque mire –el hombre les mostró un listado- acá aparece ese mismo auto en los días anteriores a lo de su hija y en los posteriores también.
-¿Me dejaría ver? Le dijo Ernesto. El hombre le señaló la patente del auto del policía. -¿Mariana a qué hora salió Martín ayer? La hora anotada coincidía con la hora de salida de Martín que más o menos Mariana recordaba. Ella relacionó su sueño con las patentes… Blanco sobre negro…
El hombre les dijo -Es más, uno de los dos coches de esas patentes está en este momento frente a su casa. Mariana y Ernesto apenas cruzaron una mirada tratando de disimular su sorpresa y un poco de miedo.
-¿Me puede prestar los listados? Es importante- dijo Mariana.
-Si, como no ¿Pasa algo…?
-Por ahora no, pero si ve algo raro, por favor no deje de avisarnos.
Ernesto guardó esos papeles y trató de disimularlos. Había alguien vigilándolos frente a la casa y el policía aquel… tenía algo que ver, tal vez con la desaparición de Martín también. Caminaron y ella le hizo una broma tonta a Ernesto para que se riera y poder disimular ante el extraño del auto. No alcanzaban a ver el interior, los vidrios eran polarizados. Pero no era el que le recordaban al policía.
Le contaron todo a Eduardo. Tal vez podrían seguir al tipo que estaba afuera, o hacer algo.
En ese momento sonó el timbre. Mariana observó por la mirilla de la puerta ¡Lo había olvidado! Era Francisco, el custodio de Sonia. Había quedado en que ella la acompañaría a ver a un médico conocido suyo hoy, aquella vez que se vieron en la embajada. En realidad con lo de Martín, todo lo demás había pasado a un segundo plano. No supo bien que hacer, le dijo a Francisco que pasara con Sonia.
Al entrar en la casa el custodio inmediatamente se dio cuenta de que Eduardo tenía un arma en su cartuchera debajo del brazo, la pistola de tiro deportivo que había sacado de la caja fuerte del estudio el día anterior y que siempre guardaba allí. Francisco comenzó a acercar su mano derecha hacia su arma. Eduardo notó el movimiento y la actitud de Francisco, pero no estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones, por lo que no hizo nada. Ambos se estudiaron la mirada.

El conductor del auto que vigilaba la casa estaba afuera y había llegado más tarde que Mariana y Eduardo, por lo que no los había visto entrar. Tenía que avisar de la llegada del auto de la embajada y sus pasajeros. Llamó por su radio –aquí Romeo, ¿Me escucha Anónimo?
-El Anónimo soy ¿Novedades?
-Tengo al pájaro que buscaba aquí, tiene cuidador también…
-Ah, bien. Llegaré en aproximadamente… quince minutos.
-Rápido, que me parece que se van. No se quiénes están adentro, solo vi a la mujer dueña de casa y a un chico de unos 20 años.

Mariana se dio cuenta de la tensión entre Francisco y Eduardo y dijo a los recién llegados –Ellos son amigos-. Ambos hombres armados se dieron la mano cautamente. Mariana les contó todo lo que estaba pasando. Francisco se preocupó porque allí estaba Sonia, a quien tenía el deber de cuidar aún a costa de su vida. Tomó el teléfono y pidió que urgente vinieran más hombres de la embajada, pero eso tardaría. Les pidió que se estacionaran a la vuelta y no al frente de la casa. Mientras, tendría que pensar algunas cosas. Le preguntó a Mariana por la disposición de la casa y le pidió que le mostrara los posibles puntos de ingreso. Luego los tres hombres empezaron a revisar que todo estuviese cerrado. Ernesto y Francisco subieron al piso de arriba a asegurar las ventanas.
En el piso de abajo Mariana y Sonia estaban en la cocina. Eduardo trababa las ventanas del lavadero, unido a la cocina por un pasillo interior.
Luego de quince minutos exactos, el Anónimo estaba allí. Con ese nombre le conocían. En los treinta y ocho años de edad que tenía había hecho algunos trabajos como ese y otros no menos graves. Más que nada robos y asaltos.
Al verlo llegar, el auto de guardia le hizo un breve juego de luces. El Anónimo estudió cómo podría entrar a la casa mientras miraba la fotografía de la mujer a la que tenía que matar, Sonia Jaramillo Andrade. Luego bajó del auto.
En la puerta de la cocina apareció sigilosamente la figura del Anónimo. Se había arriesgado a entrar por la puerta principal abriéndola con su juego de ganzúas, luego de cerciorarse de que no había nadie del otro lado, mirando por las ventanas laterales y escuchando desde el jardín. No tenía tiempo para perder.
Allí estaba, parado en el marco de la puerta. Miró a las dos mujeres. Se quedó estupefacto. Salvo por la ropa y algún otro detalle, no había casi diferencias entre cada una de ellas y la foto que le habían dado. Tenía sus códigos, no quería matar a ambas, le habían pagado para eliminar solo a una, pero no tenía mucho tiempo… Si era necesario mataría a las dos. Además ambas lo estaban mirando…
Ellas se quedaron paralizadas de terror detrás de la mesada que las separaba de la puerta en donde estaba ese desconocido y la pistola que las apuntaba. Lo habían visto aparecer de improviso. Mudas, sin capacidad de reacción estaban como petrificadas.
El anónimo pensó que todo parecía una broma. Eran exactamente iguales las dos. Jamás le había pasado algo como aquello. Dirigía su pistola con silenciador de una a otra sin decidirse a disparar.