miércoles, 24 de octubre de 2007

36. Lo que sabía Verónica

En el cuarto del hospital zonal, el coronel le presentó a Sonia, su mujer. Martín la saludo estrechándole levemente la mano, no pudo dejar de sorprenderse otra vez del parecido con Mariana, viendo además el color de sus ojos, que si bien no eran de ese azul-celeste profundo como el de su mujer, el marrón claro de Sonia no desentonaba para nada con su cara.

-¡Con que aquí esta mi salvador! -dijo ella con una sonrisa.
-Bueno, yo solo la saqué del auto...
-Pues, pero muchas gracias de todos modos. Solo Dios sabe lo que hubiera podido pasar.
Mariana tocó la puerta de la habitación. Se hicieron las presentaciones correspondientes. Esta vez fue el militar el que se sorprendió del parecido de Mariana con su mujer. El hombre le explicó que el auto de la embajada los llevaría de regreso. Quedaron en verse una vez que aquello acabase.

El viaje de regreso fue corto. A la tarde, se quedaron haciendo cosas en la casa, afuera seguía la lluvia.
-¿Hola, hablo con la casa del nuevo héroe?
-¿Vas a empezar con eso? -le dijo Martín a Eduardo que ya estaba enterado de todo por Verónica, su mujer, a quien ya se lo había contado Mariana.
Martín continuó y dijo -No sabés el miedo que tenía...
-¿Por qué después de llevar a Mariana a lo de su madre no te venís a casa?
-Pero no tengo que llevar a Mariana a ningún lado...
-Error.
-Uf, todavía no me lo dijo a mí y ya lo sabés vos.
-Después de que la lleves, te esperamos.
Luego de que efectivamente Martín llevara a Mariana a lo de su madre, se lo había pedido inmediatamente después de que colgara el teléfono, fue a lo de su amigo. No sin antes pasar a comprarles algo a los chicos. Calculó que lo necesario serían no menos de tres kilos de helado. Y tal vez se quedara corto.
-Miren quién vino -dijo Eduardo a dos de sus hijos, los terribles mellizos. Después de saludarlo ellos miraban a Martín y al helado alternativamente.
-Lleven eso a la heladera y ¡No lo abran hasta que su madre les diga! ¡Es para todos!
¿Cómo anda ese héroe? –siguió Eduardo.
-Basta gordo.
-¡Hola Martín! -dijo Verónica apareciendo desde la puerta que daba al jardín.
Eduardo ¿No querés ir a comprar algo de la confitería de la otra cuadra para que convidemos a Martín junto con el café?
-Dale enano, vamos.
-No, debe estar cansado, vení Martín sentáte y contáme lo del accidente.
-Bueno voy solo.
Cuando Eduardo salió, Verónica le dijo -Martín, en realidad quería hablarte de algo, aprovechando que Eduardo no va a estar por unos minutos.
No era común que Verónica actuara de esa forma.
-El prometió, en realidad le juro a Esteban que jamás te lo diría pero a mi me parece que ahora deberías saberlo y además yo no prometí nada a nadie.
-Martín la miró sorprendido. No imaginaba que clase de promesa le podría haber hecho Eduardo a Esteban ni por qué.
-Ella dijo entonces -Cuando Carlos dejó de ser socio de ustedes, dejándolos a los dos con su parte de la hipoteca impaga del estudio, nosotros no podíamos con la deuda que nos tocaba, ya te acordarás de todo eso –Martín asintió- Esteban le ofreció una cantidad de dinero a Eduardo para poder afrontar su parte, bajo condición de que nunca te lo contara a vos. Eduardo no quería aceptar, pero no encontraba otra salida, sabés lo que pasó después…
Martín se acordaba muy bien de la etapa alcohólica de Eduardo -Ahora entiendo lo que me dijo de Esteban hace unos días –pensó.
-Bueno, quería que lo supieras. Sin esa ayuda no sé que hubiéramos hecho. Te acordás que aquellos años fueron duros… los chicos recién nacidos…
-Si… Muchas gracias por contarme Verónica. De verdad te lo agradezco. Lamentablemente me di cuenta tarde de muchas cosas.
Espero que Eduardo no se vaya a enojar por lo que me contaste.
-No que va, esta semana me va a perdonar todo lo que haga, vas a ver.
Martín estuvo pensativo toda la tarde y se contuvo de preguntarle a Eduardo por qué no le había dicho nada. En realidad no hacía falta, era un tipo de palabra y no le habría contado aquello de todas formas. Además la ayuda a Eduardo indirectamente había sido para él y Esteban seguramente lo pensó así.
Sabía que la decisión de no contarle había sido inteligente. Tal vez su amor propio le hubiera jugado una mala pasada y no lo hubiera entendido, pensando que se inmiscuía en sus cosas o algo así.
-Carlos… ¿Cuántas cosas negativas de su juventud habían tenido que ver con él? Haberlos dejado como los dejó, llevándose algunos de los pocos principales clientes que tenían, era solo una de las cosas que lo habían afectado, no solo a él. Por lo que veía a Eduardo mucho más aún de lo que sabía. Y lo de Mariana antes… para qué volver a recordarlo. No quería saber nada con él. Era como un fantasma del pasado que prefería no invocar. Helena, su mujer, veía a Mariana, eran amigas, incluso alguna vez, por lo que sabía, iba a su casa.
Verónica lo dejó al ver llegar a Eduardo.
-Bueno estoy de vuelta. Traje… ¿Qué pasa?
-Nada gordo. Convidame con algo.
-Esa mirada rara ya la conozco…
Vieron pasar rápidamente dos sombras que se escondieron entre los muebles.

-¡Ustedes dos, vengan para acá!
-Qué tienen ahí ¿Helado?
-Si.
-¿Si qué?
-Si señor -dijeron a coro los mellizos.
-No. La respuesta correcta es si papá. Habíamos quedado que “si señor” era de las películas norteamericanas y aquí no íbamos a usar esa expresión.
-Si papá.
-Vayan arriba…
¡Vuelvan! ¡Dejen ese helado en la cocina! -dijo Eduardo tratando de contener la risa.
-Bueno, tienen a quién salir.
-¿El señor Superman va a querer café o hay otra bebida de su planeta natal que prefiera?
-Muy gracioso.
-La capa roja te sentaría bien.
-Basta gordo.