miércoles, 17 de octubre de 2007

34. Destino

Finalmente vio el destello de los faros que se aproximaban velozmente desde su diestra. En fracción de segundos razonó que
no podía maniobrar hacia la izquierda porque posiblemente lo que se acercaba arremetería del lado de Mariana. Decidió girar bruscamente a la derecha, hacia la banquina. El otro auto al llegar el pavimento, por donde venía Martín, resbaló y realizó un giro en el mismo sentido del tránsito, lo que permitió que el coche de él pudiera salir del camino, en dirección opuesta, sin ser tocado. Instintivamente luego de la maniobra y mientras las cuatro ruedas se deslizaban torpemente por el pasto, Martín estiro su brazo derecho para proteger a Mariana. Luego de hacer varios metros derrapando de costado, sabía que no debía girar bruscamente el volante ni frenar porque podía provocar un vuelco, el coche aminoró la velocidad debido a la resistencia de los grandes charcos que levantaban cortinas de agua, elevándose como alas mientras los atravesaba. Finalmente se detuvieron.
-¿Estás bien? le dijo a Mariana.
-Si ¿y vos? le contesto ella tomándose el cuello. Los cinturones de seguridad habían hecho bien su trabajo.
-¿Qué fue eso? -preguntó ella.
-Un auto. Pero no puedo verlo, mejor será que baje. Por favor quedate adentro. Llueve mucho, podría ser peligroso.
La lluvia era torrencial. Trató de correr un trecho hasta el camino y pudo ver a un Mercedes blanco de los grandes, no sabia que modelo, incrustado de costado contra un grueso tubo que parecía estar en el medio de lo que había sido una casilla de madera, a unos diez metros del camino. El coche había atravesado la mano por la que venía Martín, y se había estrellado, pasando a través de una protección perimetral de hierro y alambre tejido.
-Bueno, por lo menos los autos en la realidad no explotan como en las películas...
Al acercarse vio que el caño en donde estaba incrustado el coche, era amarillo, una especie de válvula. De algún lugar de entre esa casilla derrumbada y el tubo, salía un chorro blanco como si fuera un matafuegos... eso era gas. El impacto del coche, que estaba comprimido contra el tubo y las maderas del lado del conductor, había roto algo. Y tenia que apurarse.
Se acerco a la puerta del acompañante. Allí, a través de la ventanilla pudo ver a una mujer rubia con la cabeza echada hacia atrás, sostenida por su cinturón de seguridad y contra un airbag. Por un momento pensó que se trataba de Mariana, era muy parecida... Trato de abrir la puerta. Tenia traba. No podía acercarse desde el otro lado porque el gas le impedía el paso, pero vio desde allí un hombre corpulento al volante que se encontraba en la misma posición que la mujer. No podía romper el vidrio a patadas sin peligro de herirla a ella. Al mismo tiempo que pensaba que hacer, escuchaba el sonido seco del gas escapándose. Tomó una tabla de madera rota de las que había allí y se subió al capot del auto, en ese momento escuchó: -¡Martín!
-Era Mariana que se acercaba corriendo, empapada.
-¡Por favor Mariana alejáte, corré paralela al camino y no te acerques! -Ella se fue de la forma que le había dicho.
Desde el capot comenzó a golpear el parabrisas con la madera, una, dos, tres veces. A la cuarta, el parabrisas comenzó a astillarse y a la quinta se deshizo. El ruido del gas saliente parecía rugir enfurecido buscando victimas que todavía no se había cobrado.
Martín pudo notar su sudor frío, no producido por el esfuerzo físico sino por el miedo. Tenia que introducirse a través de ese parabrisas roto. No lo pensó mucho más y lo hizo. Las bolsas de aire dificultaban sus movimientos. No lograba abrir la puerta del lado del acompañante, estaba trabada. Buscó el botón para desbloquearla y lo encontró, gracias Dios todavía funcionaba el mecanismo. Comenzó a desabrochar el cinturón de seguridad de la mujer. En ese momento vio algo que se movía a su lado. El que estaba en el asiento del conductor le apuntaba con una pistola. La cabeza y los ojos de ese hombre estaban bañados en sangre y parecía no estar muy consciente -¡Suéltela! –le dijo con tono imperativo el conductor.
-¡Baje esa pistola, si la dispara volamos todos! –gritó Martín, pero el hombre no lo escuchó y dejo caer su brazo con el arma que fue a dar entre los asientos. –Lo que faltaba- pensó. Sin considerar más aquello, salió del auto, tomó a la mujer por ambos brazos. Logro arrastrarla, diez, veinte, treinta metros, hasta el otro lado de la ruta, cerca de su coche.
Tenia que volver por ese hombre.
Se introdujo nuevamente en el auto e intento desabrochar el cinturón de seguridad. Mientras lo hacía miró a su derecha, al encendedor de cigarrillos y sintió un escalofrío que le corrió por la espalda. El cinturón no cedía. El hombre sangraba más. Buscó algo que pudiera ayudar a destrabar el mecanismo pero no lo encontró. Probó otra vez con el botón. Luego de varios intentos pareció escuchar un ruido seco en la pieza de enganche, que finalmente cedió. El problema era que el conductor era muy pesado. Le costaba moverlo desde ese lugar. Usó de todas sus energías y pudo apenas sacarlo del asiento, pero el ruido del gas que lo ensordecía le dio más bríos y logro tirar de él, con una fuerza que le pareció sobrehumana, hasta que logró sacarlo.
A lo lejos veía faros que habían comenzado a detenerse.
Arrastró al hombre lentamente hasta donde estaba la mujer y lo colocó a su lado. Mientras acomodaba la cabeza de éste, inspeccionaba la herida, no parecía ser algo grave, intentó ponerle su pañuelo empapado a modo de compresa pero no sirvió de nada. Notó que tenía una porta pistola en bandolera debajo de su saco, en el brazo izquierdo.
Allí en la lluvia estaban los tres. Él trató de darle calor a aquella mujer. No sabía qué efectos podían causar la lluvia y el frío en alguien sin conocimiento. Por momentos le pareció estar abrazando a Mariana. Trató de que aquel hombre tuviera algo en su cabeza como apoyo y fundamentalmente para que pudiera respirar sin ahogarse por el agua o por su propia sangre.

La lluvia parecía arreciar cada vez más y oía deformado el ruido del gas saliendo de aquella cañería enloquecida.
Algo iluminó el cielo. A los pocos segundos el estruendo de un trueno resonó en aquel paisaje.
¿Dónde estaba Mariana?
Todo podía explotar en cualquier momento.
Pero ¿Por qué los bomberos, cuyas sirenas se divisaban, habían detenido su marcha a ciento cincuenta metros? Del otro lado parecía que también los coches estaban estacionados, iluminando hacia el lugar del accidente, aproximadamente a la misma distancia.
El estaba con la mujer y aquel hombre que lo había apuntado con una pistola a solo treinta metros del auto y del gas.
Si todo estallaba, era muy probable que ellos no salieran muy bien de esa situación. La lluvia no cedía. Otro relámpago y otro trueno.
Sin embargo, él podía huir pero ¿Dejaría a esas personas allí solas? ¿Podía ayudarlos si ellos no eran capaces de valerse por si mismos para alejarse? Era imposible llevarse a los dos ¿Qué debía hacer?
Por Dios, ¿Y dónde estaba Mariana?