sábado, 14 de julio de 2007

7. Misión a Marte

Mariana no volvió a hacerle preguntas pero él veía que lo trataba con más amabilidad o condescendencia que lo habitual, que de por si no era poca. Eso le molestó, siempre había tratado de protegerla de todo tipo de situaciones dolorosas y ahora él era el que las provocaba. Hablaron de Lucía, del bebé, de la visita de Eduardo y de otras cosas. Fue consciente que ella estaba tratando de dejarle espacio y eso era una gran muestra de confianza de su parte. La Mariana de siempre, de quien él se había enamorado.
A eso de las cinco se fue para lo de Eduardo, caminando las pocas cuadras que lo separaban de la vieja casa de la familia.
Verónica y Eduardo lo veían disfrutar con su familia y muchas veces en circunstancias difíciles, Martín y Mariana habían hecho de niñeros de los chicos.
Entró, saludo a los que estaban. Verónica le trajo en café con leche en jarro, como a él le gustaba, casi se le vuelca cuando aparecieron los mellizos y corrieron a abrazarlo. The Vickings, los llamaba su padre, porque eran pelirrojos y porque a veces hubiera querido mandarlos en misión de exploración a Marte… sin retorno.
-¡Tío Martín!, mirá lo que aprendí dijo uno de los vikingos.
-¿A ver?
Eduardo lo dejó un rato con ellos y con los otros que fueron apareciendo. Siempre había risas en esa casa especialmente cuando aparecía Martín. Eduardo se hubiera sorprendido si se hubiera visto en un espejo. El gigante enternecido, con una sonrisa ahora resaltada por su barba rojiza, desarmado ante el espectáculo de sus hijos disfrutando de su “tío”.
-Bueno basta, déjen a Martín en paz que tenemos que hablar de cosas serias.
-Pero vos dijiste que lo ibas a traer -Dijo uno.
- Si ahí está, pero se acabó. Arriba o afuera.
-¡Pero vos lo prometiste! Chillaron los mellizos.
-Ahora les prometo esto –Les dijo- y se puso en posición de ataque como si fuera un luchador de catch, con los brazos y piernas separados y las manos abiertas, gesto que los chicos entendían perfectamente. Con eso no se jorobaba.
Jamás les había pegado. Por principios y porque era consciente de su fuerza. A los sumo se los cargaba a los hombros, levantándolos como si fueran dos bolsas de supermercado y se los llevaba arriba para “la charlita”, a solas, de a uno.
Las caras de enojado de Eduardo con los chicos eran de antología, en cierto aspecto se parecía a las muecas de esos luchadores cuando quieren demostrar fiereza en una pantomima forzada, que a los chicos, viéndoselo a su papá, les causaba gracia, pero que a la vez les infundía respeto.
Los mellizos se fueron arriba berreando mientras los demás volvían a sus cosas.
-Bueno Enano, en qué andábamos.
-En que estoy medio chiflado y no se porqué.
-Buen resumen. ¿Por qué, antes que nada, no vas a un médico?
-Si, podría ser.
-Nada de podría ser. Vení, llamémoslo a Marcelo que es el mejor clínico que conocemos para que te vea cuando pueda.
-No pará… -Eduardo marcó desde el inalámbrico el número del médico. Arregló todo para que lo viera el lunes temprano en el consultorio. Así era el Gordo.
-Bueno y que más, le dijo.
Martín trato de explicarle, como tratando de disipar las nubes de su pensamiento: que le parecía estar en medio de algo, como un punto de quiebre. No llegaba a ver bien de qué.
-¿Volviste a hablar con la mina esa?.
- ¿Giménez Lorea? No, no. Además no es una “mina”. Es viuda y se le murió el viejo.
-Msé, -dijo Eduardo- ¿Me querés decir que nada que ver lo que te pasa, con esa “señora”? La verdad es que me desconcertás.
Martín se quedó mirando a la alfombra.
-¿Porqué no lo vas a hablar con el cura Hugo, que te conoce y algo te va a aconsejar? Es un tipo con experiencia y tiene cancha. Con solo escuchar a los borrachos como yo ya alcanza.
-Che gordo ¿La podés cortar por favor con lo de borracho?
- Bueno, es una forma de dar por superado eso, dijo Eduardo con los hombros caídos y mirando a Martín.
- Bueno, en realidad el que puede empezar ahora soy yo, no sabés lo que tomé ayer.
-Ah, no. Para tomar, ya me tomé todo yo antes y no vas a empezar vos ahora, porque no hay ningún Martín a la vista para ayudarte como me ayudaste vos a mí.
-Bueno estás vos.
-Dejate de joder querés.
-No es mala idea lo del cura Hugo. Estás iluminado Gordo, no lo puedo creer.
-Eduardo volvió a agarrar el teléfono para pasárselo a Martín.
No, pará, llamo después desde casa.
-Ok, pero… dale, me parece que te va a hacer bien. Además sabés que el tipo a vos te quiere y te debe muchas cosas. Siempre lo ayudaste, con los números de la parroquia, con los líos de la administración del colegio y hasta con plata. ¿Te acordás lo de los techos…?
-Si, pero no iría a verlo para que me devuelva favores. De todas formas creo que probablemente me ayude a pensar un poco.
-Por lo menos, seguro se va a acordar de vos, porque es un tipo agradecido y el Jefe –dijo Eduardo señalando para arriba con el pulgar- le paga para eso.
-Si le pagaran por todo lo que hace ahí, sería millonario.
-Aprovecha mañana por ahí puede antes o después de la Misa de 12.
-Lo voy a llamar.
Volvieron un rato con los chicos.
A las siete y media Martín se fue.
-Si lo voy a llamar, se dijo.