miércoles, 2 de enero de 2008

56. Encuentro.

La herida… Martín pensó en esa herida que le había hecho el Motociclista en el auto de Ortega. Podía intentar algo aún para que detuvieran a ese policía corrupto. Seguramente no estaba allí para hacerle una visita de cortesía. Alguien lo había enviado por alguna razón. Nada bueno seguramente.

-Ortega ¿Por qué no nos acompaña al lugar exacto en donde ocurrió lo de mi hija? Es importante.
-Eh… bueno, pero usted sabe bien lo que pasó y consta en la denuncia que se hizo pero si insiste…
-Vaya en su auto y muéstrenos cómo se aproximó aquel hombre a mi hija.
Ortega así lo hizo. Solo tenía que doblar en la esquina y avanzar unas decenas de metros por la calle de la vía.
En el camino hacia allí, Martín le dijo al policía provincial –Ahora tal vez pueda darle la prueba que usted quiere. Lo que no llegué a decirle es que este hombre está vinculado con narcotraficantes y gente que les administra el dinero. Son colombianos. Si a usted no le interesa el caso, ya habrá otro compañero suyo más ávido de justicia o en el peor de los casos, de protagonismo. Le ofrezco la oportunidad de ganarse un buen ascenso, le daré toda la información para que impresione a sus superiores pero usted tiene que detener a este tipo, porque no está aquí por casualidad. Además tiene que garantizarme toda la protección necesaria para mi familia pero con policías de confianza. Tómelo o déjelo. Si no acepta, ya encontraré a alguien que quiera beneficiarse con el trato.
-Si usted me da algún indicio de que lo que dice es verosímil, detengo al tipo. Si me quiere decir lo de los narcos o no, decídalo usted. No se por quién me toma. Trato de cumplir lo mejor que puedo mi trabajo y créame que no es fácil hacerlo.
-Seguramente por tipos como Ortega. Pero disculpe, tenía que estar seguro de que usted no tenía un arreglo con él.
-No soy un vendido, si a eso se refiere. Pero imagine que no puedo detener a otro policía y encima federal, sin un buen motivo.
-Espero poder dárselo enseguida. Vamos.
Ortega se detuvo en donde bajó del auto para asistir a Lucía. –Es aquí- dijo.
-Ah, bien. Es muy curioso porque este es el mismo lugar en donde usted me dijo que subiera para llevarme a encerrar a esa fábrica en Tigre. Además está usando el mismo auto de aquella vez. Qué curioso…
-Pero… ¿Otra vez con esa historia?, ya estoy empezando a cansarme de sus cuentos. ¿Para qué me trajo hasta aquí?
Martín siguió hablando. -Además esto fue, si mi memoria no falla, hace dos días y su auto está muy sucio.
-¿De qué está hablando Martín? No vine aquí para conversar sobre la tierra de mi auto. Si, es verdad, estuve muy ocupado y no tuve tiempo de lavarlo.
Martín abrió la puerta del lado del acompañante en donde él había estado sentado.

-Entonces la sangre… mi sangre, debe estar todavía aquí… Unas pequeñas manchas parduscas se veían en el asiento y sobre el tablero.
Ortega llevó la mano a su pistola pero el otro oficial se le había adelantado y ya lo apuntaba con la suya. –Me parece que va a tener que dar explicaciones sobre esas manchas- Dijo el hombre.
-¡Es sangre de un detenido de ayer! –respondió acalorado Ortega.
-A mi no tiene que explicarme nada. Los de la Policía científica, como usted sabe, van a analizar las manchas en ese auto y si llega a ser sangre del doctor… Tendrá que vérselas a un juez. Seguidamente se escuchó el característico ruido de cierre de las esposas en las muñecas de Ortega.
Lo llevaron al patrullero y el jefe llamó por radio para explicar lo que había sucedido, pidiendo custodia para Martín, su familia y para Ortega, que desde ese momento, también estaba en peligro.
-Martín le contó brevemente lo principal de su relato, pero omitió, todavía no sabía que iba a hacer, toda referencia a Dalma. En algún momento debería contar la historia completa. Le dijo al oficial a qué lugar exacto tendrían que enviar de inmediato policías. Sabía que allí habían ido Ernesto y Francisco.
Cuando la mayoría de los policías se fueron, Martín le preparó algo caliente a Dalma. En la puerta había quedado un auto civil de la policía con un hombre.
-Hábleme ahora de su hijo, tenemos que ponerlo a salvo- le dijo a Dalma.

Francisco comenzó a subir silenciosamente la escalera metálica. Ya arriba, se parapetó en la pared contigua a la puerta. Había dos hombres… uno armado. Tenía que entrar ahora, antes de que lo vieran. Desde allí podrían verlo por el reflejo de los vidrios del balcón.
Entró y… su sorpresa fue mayúscula al ver a uno de esos hombres.
En el piso de abajo y por la puerta principal, otro custodio se acercaba a la base de la escalera. Ernesto comprendió que sorprendería por detrás a Francisco y que no tendría escapatoria. -Qué diablos…-se dijo.

Corrió con todas sus fuerzas hasta el hombre armado desde la puerta de la cocina en donde estaba escondido y se arrojó haciéndole un tackle, al mejor estilo de los que hacía cuando jugaba al rugby. El custodio cayo, golpeando su pecho contra el piso a centímetros del borde de la escalera metálica. El arma voló unos metros. El hombre se dio vuelta inmediatamente. Ernesto logró asestarle un puñetazo en la cara, pero luego de recibirlo, logró asir al chico por el cuello fuertemente. Ernesto, desde esa postura, no tenía demasiada movilidad, no podía librarse de esos brazos que lo atenazaban. La solución no estaba en liberarse de aquellas garras, Con poco aire comenzó a dar puñetazos contra la cara de su oponente. Al tercer golpe, que le dio limpio en un ojo, el hombre aflojó las manos.
-Esta va por Martín- le dijo mientras le pegaba un puñetazo fuertísimo en la barbilla. -Esta otra por Eduardo- golpe que fue a parar a la nariz, rompiéndole el tabique- Y esta otra por Lucía- que dio en la sien izquierda del custodio. Aparentemente había perdido el conocimiento.
-Para que nunca te metas con un tipo entrenado, dijo como para darse valor. Francisco había subido y no había escuchado ningún sonido desde allí arriba. ¿Estaría allí Martín? Arrastró al hombre a la cocina y le ató las manos y los pies con hilo plástico de envolver paquetes que encontró por allí. Pensó que con eso bastaba. Tenía que volver por la pistola y ver lo que sucedía arriba.

Francisco apuntó al custodio y le ordenó que lentamente dejara el arma en el piso. –Deja también la que tienes en la pantorrilla. El hombre obedeció lentamente.
-Vaya, finalmente nos volvemos a ver. Dijo el hombre sin nombre.
-No puede ser. Todos creen que usted está escondido en Colombia…
-Bueno, tú sabes que los negocios de hoy se hacen aquí o allá.
Francisco observaba aún en tensión, buscando más guardias.
-No te preocupes, estamos solos ¿Por qué no hablamos?, dijo aquel hombre mientras era revisado por Francisco en busca de armas. –Vamos, sabes que no las uso, tengo gente para eso… El guardia parecía pensar en qué hacer.
-¿Dónde está el abogado que se llevó el policía ese?
-¿Qué tienes tu que ver con él? Lamentablemente ya no está aquí.
-Francisco no le creyó pero le dijo: -Quién iba a decir que me iba a encontrar a uno de los hombres más poderosos de la Organización aquí en Argentina. Ramiro Roncallo… el principal testaferro del Cartel, hombre de confianza de los jefes para sus negocios alrededor del mundo. Recuerdo la última vez que nos vimos.
-Reconozco que en aquella oportunidad cometimos un lamentable error.
-Si, todavía conservo la cicatriz en el brazo izquierdo que me dejó ese error. ¿Y el acento argentino? Le sale bastante bien. Usted si que tiene recursos.
-Tonterías. Vamos a lo importante. Puedo compensarte por esa herida y por todas las que te hayas hecho en tu vida. Sé que contigo no fuimos justos pero estamos a tiempo de remediarlo. Quiero decir que no fuimos suficientemente generosos las otras veces en que nos cruzamos contigo.
-¿Ah si? ¿Qué ofrece esta vez? Francisco quería ganar tiempo y averiguar dónde estaban los otros hombres. Ese hombre no podía tener mucho personal alrededor, hubiera sido llamativo pero tampoco estar solo con un solo guardia.
-Veo que ahora eres más razonable. Se me ocurre por el momento ofrecerte una cuenta en un banco en las islas Bermudas por la cifra que quieras. La que pidas. ¿Quieres enviar a tus hijos a las mejores universidades de Europa o Estados Unidos? ¿Una casa en Coral Gables? ¿Un condominio en Park Avenue? Una villa en el Lago Di Como sería fantástica. Piénsalo ¿Mujeres? ¿Hombres? Te puedo ofrecer… la Administración de la Iglesia Internacional del Reinado de Dios… toda para ti… es uno de nuestros negocios más rentables. Tú lo sabes. En la mano izquierda de aquel hombre brillaba el famoso anillo con un pequeño diamante azul que usaba todo miembro importante del Cartel, solo cuanto estaban “en funciones”.
Francisco pensó que aquel hombre, uno de los más encumbrados del mundo de la droga, creador de ingeniosos negocios para lavar dinero, debía estar realmente desesperado. Eso podría querer decir que por algún motivo los hombres que tenían que estar allí, no estaban. O quizá que trataba de ganar tiempo hasta que llegaran. No lo sabía. Recordó a Ernesto y comenzó a preocuparse por él. Tenía a tiro a los dos hombres. Pero no sabía lo que podía estar pasando afuera. También se preocupó por Martín a quien no habían podido encontrar.

Mientras tanto, no lejos de allí, dos autos se acercaban a la casa de Martín. En viajaba Lucía y en el otro, el Motociclista.