domingo, 21 de octubre de 2007

35. Lluvia.

Martín decidió, no sin desgarro interior, quedarse con esa gente a la que no podía ayudar demasiado. A lo sumo trataría de que no se ahogasen en ese terreno casi inundado por la lluvia.
Solo restaba esperar algún tipo de desenlace, sin saber bien que podía ocurrir. No vio más a Mariana, no tendría que haberle pasado nada... o al menos eso lo que él quería creer.
Mientras cavilaba aquellos pensamientos se dio cuenta de que el sonido del gas había cesado. Espero unos segundos y se incorporo para ver que sucedía. Efectivamente, el gas había dejado de salir.
No sabía que hacer porque la lluvia seguía y el agua cada vez subía mas en el lugar donde estaban aquellas dos personas. Se acerco a la mujer y sostuvo delicadamente su cabeza para ayudarla a respirar. Una autobomba se acercaba. Dos bomberos bajaron de ella con rapidez, él les grito -¡Traigan una ambulancia!
A los pocos minutos llego la ayuda. Martín fue hacia donde se concentraba la multitud. Corrió entre los bomberos, la policía y los curiosos pero no vio a Mariana. Su corazón empezó a latir furioso. No pudo hacer más que gritar -¡Mariana! -busco entre la gente. Se acerco a un policía -¿No vio a…? -¿Usted iba en el otro auto con la señora que estaba en la ruta? -Martín creyó que todo le daba vueltas.

-Ella esta en la ambulancia. La llevamos allí porque estaba para que no se enfriara...
Corrió hacia ese vehiculo y abrió su puerta trasera.
-Pero ¡Por qué saliste! ¡Era peligroso! ¡Te dije que...!
Ella lo miraba con esos ojos suyos serenos, le estiro los brazos debajo de las mantas moviendo sus dedos para que se acercara y la abrazara.
-Martín la miró como diciéndole ¿Por qué? En ese momento sintió aflojársele todo el cuerpo y recibió la percepción del frió que no había notado hasta allí. Se dio cuenta de lo mucho que necesitaba a Mariana. Querer y necesitar eran lo mismo, pero en ese momento su perspectiva de necesidad era más notable. Se sintió egoísta. Reflexionó en lo que se convertiría su vida si no estuviera ella. Recordó lo que el hombre de Córdoba le dijo sobre Esteban y como le había afectado la muerte de Mary...

Se alojaron en un hotel cercano al Hospital. Los bomberos habían remolcado su auto hasta un taller cercano. Le dijeron que se ocuparían de hacerlo revisar. Exteriormente no tenía daños. Parecía más un gesto de agradecimiento por lo que había hecho por esas personas.
Al otro día no bien se despertó, se quedo mirando a Mariana que dormía en la cama de al lado y pensando en que era un privilegiado.
-¿Cómo está mi héroe? Le dijo ella al despertar.
-Me asustaste mucho ayer…
-Vos también…
-La mujer del auto se parecía mucho a vos.
-¿Sí? ¿Cómo estarán esas personas?
-Vamos a verlos. Si bien le interesaban, tenia verdadera curiosidad por saber quién era la mujer que tanto le había recordado a Mariana y sobre todo por qué ese hombre le había apuntado con una pistola.
En el hospital había un ambiente extraño, aparte de la policía, vio varios uniformes militares, algunos de ellos le parecieron de otro país que no pudo identificar pero no se detuvo y siguió hasta el mostrador de la guardia. Un bombero lo interceptó antes de llegar –-¿Usted sacó a esas personas del auto?
-Si –dijo parcamente Martín.
-Mucho gusto, soy el jefe de la estación de bomberos de la zona ¿Sabía usted que era bastante probable que esa tubería estallara y que todo a cincuenta metros quedara carbonizado?
-Algo de eso imaginé.
-De milagro no se produjo esa explosión. La válvula de seguridad ante la pérdida de presión cortó la salida del gas. Con la tormenta y el coche accidentado con posibles desperfectos eléctricos, era muy probable que hubiera fuego… Permítame que le de la mano.
-Gracias –dijo Martín. Mariana le pidió al bombero si podía recoger algunas cosas que habían quedado en el auto. El ofreció que alguien la acompañara.
Martín finalmente preguntó por los accidentados a la enfermera de guardia.
El hombre se encuentra en observación, la señora está bien.
-Por favor ¿Podría decirme quiénes son?

-Allí está el esposo -dijo la enfermera señalando a un uniformado que impresionaba por la cantidad de insignias de condecoraciones que tenía sobre el bolsillo de su chaqueta. El hombre no era muy alto pero si bastante macizo, tenía un bigote a la usanza de los militares de esta parte del mundo y lo miraba con una franca sonrisa.
-Soy Alberto Jaramillo de Andrade, mucho gusto –le estrechó la mano con fuerza. Gracias por salvar a Sonia, mi mujer y a su chofer.
-Ah, encantado. Usted es…
-Soy agregado militar de la embajada de Colombia en la Argentina –Martín dedujo que era coronel a juzgar por sus insignias.
-¿Cómo se encuentra ella?
-Bien. Le agradezco profundamente que la haya salvado. El hombre trató de ser demostrativo de su agradecimiento.
Sin más preámbulos Martín le preguntó -¿Por qué el chofer me apuntó una pistola a la cabeza cuando trataba de sacarla a ella del auto?
-Ah… -dijo el hombre- que se quedó unos segundos pensando -él en realidad es su custodio mas que chofer. Le pido disculpas, tiene instrucciones muy precisas.
-Bueno, no hay cuidado, estaba casi knock out y sangraba bastante.
-Francisco está bien pero a su herida le dieron varios puntos y tiene aconsejado reposo. Le vuelvo a pedir disculpas. Ella tiene custodia permanente en todos los lugares a los que vamos y Marcos es muy eficiente… me temo que esta vez tal vez haya sido demasiado celoso en su tarea. Ya… hemos recibido varias amenazas. Gracias a Dios no de aquí.
Si quieren salir para Buenos Aires, hay un coche de la embajada a su disposición.
-La verdad es que nos vendría bien, gracias.
-Sonia quería darle las gracias personalmente. Subamos a verla, si me hace el favor.
Ambos subieron a la habitación.