domingo, 30 de septiembre de 2007

29. Una fotografía.

-Buen día escribano.
-Cómo está usted.
-Su llamado me tomó por sorpresa. No sabía que Esteban tuviera una propiedad en Córdoba.
-Me dejó el encargo de que a su muerte me ocupara de la sucesión de esa propiedad. Debo aclararle que se encuentra libre de gravámenes y de deudas. Tiene pagos todos los servicios a la fecha.
-Dijo que quedaba en Córdoba, para ser exactos ¿En qué lugar?
-En la ciudad de La Cumbre, en el valle de Punilla, a casi cien kilómetros de Córdoba. ¿Conoce el lugar?
-No, no...
-Mire aquí hay una fotografía antigua de la casa.
El escribano le tendió una vieja foto, bastante antigua, que extrajo de un sobre tamaño oficio que parecía contener planos, a juzgar por el aspecto.
-Al verla Martín se quedó examinando la imagen, como buscando algo familiar. La foto mostraba una vista parcial del chalet, de un estilo que no alcanzó a identificar. Tenía decoración exterior con detalles en piedra granítica, muy usual en las construcciones de la zona serrana.
Si usted procede a revisar los documentos y a firmar, podemos empezar todo cuanto antes.
-Martín revisó cuidadosamente los papeles, todo estaba en regla. Firmó varios escritos.
Al terminar los arreglos, volvió al estudio, tenía trabajo que hacer, pero antes le contó a Eduardo lo del escribano y la casa.
Martín le dijo -La verdad es que no sé porqué jamás me contó sobre esa casa. Hay que empezar la sucesión pero ¡El escribano dijo qué era de Esteban desde hacía treinta y siete años! ¡Nunca me llevó a conocerla ni dijo nada! No me vas a negar que esto suena bastante extraño.
-Eduardo, bajó la vista y dijo en un tono de voz indescifrable –Esteban era un gran tipo…
-Gordo, vos no lo conocías como yo.
Eduardo lo interrumpió y volvió a decir de una forma que esta vez parecía evocativa –yo sé que era un gran tipo…
-Martín solo podía pensar en ese momento en lo que había pasado esa mañana y no captó la mirada sombría y luego la leve sonrisa, como esa que se esboza cuando se dan las gracias sinceras, en la cara de su amigo.
La tarde transcurrió entre papeles y llamados telefónicos, uno fue el que le hizo a Mariana para contarle lo que había sucedido. Ella se limitó a escuchar sin decir nada. Eso significaba que Mariana estaba pensando en algo y que hasta no tener redondeada la idea no le diría nada. Cuando hacía eso afloraba su “deformación profesional” de analista de sistemas.
Pero a la tarde recibió además otra visita.
-Hola papá -dijo Lucía.
-¿Qué hace esta señorita por aquí?
-Pasaba nomás… Celia me dijo que no estabas en alguna reunión ni nada…
-Que bueno que viniste, ¿Querés tomar algo? -No bien terminó de decir eso, apareció Celia con dos tazas, el jarro grande de café para Martín y una taza con lo mismo para ella.
-Ya ves que aquí se hace magia –dijo Martín.
-¡Y se escucha detrás de las puertas! –gritó Eduardo desde afuera.
-Señor, estimado, doctor Eduardo, no estaba detrás de la puerta, la misma se encontraba abierta cuando Lucía entró –dijo Celia con voz monocorde, al final exclamó- ¡Pero si la cerré al pasar! Lo que quiere decir que usted -enfatizó el usted- sí estaba escuchando detrás de la puerta.
-Bueno, cuando se trata de Lucía, no tengo más remedio y además aquí me dan constante mal ejemplo.
-Martín, ¡No permita que me diga eso! -él miró para el cielo raso, como si fuera el verdadero cielo y les dijo: -Por favor, invito a ambos contendientes a resolver sus conflictos fuera de este recinto. Muchas gracias.
-Dejáme saludar a Lucía -dijo Eduardo, mientras Celia salía con cara de haberse divertido con las pullas a Eduardo.
Después del saludo. Martín le preguntó a su hija cómo andaba todo y Lucía le contó que bien, pero que había ido allí por un motivo.
-Papá, me preguntaba si vos no podrías hacer algo por Ernesto que tiene que cambiar de trabajo. Necesita reducir sus horarios para poder estudiar. Además quiere recibirse antes.
-Martín, pensó un momento y le dijo sin dudar:
-Decíle que me venga a ver -Lucía se sorprendió por la rapidez de la respuesta.
Más tarde, volvía a su casa pensando en las cosas de ese día: lo de Ernesto, Esteban, la casa de Córdoba… esa foto que le había entregado el escribano. Le vino a la mente la palabra “Choique”.
Fue como un destello luminoso en su mente, presintió que, de alguna manera, él conocía esa casa. Tal vez había visto la foto antes, pero no estaba seguro.
La propiedad se llamaría muy probablemente Choique y las llaves del cajón de Esteban corresponderían a ella.


Al llegar a su casa besó sonoramente a Mariana, luego subió a dejar el sobretodo y ponerse un abrigo, había empezado a hacer frío.
-Lucía te dejó esto –le dijo Mariana.
Le dió un sobre con una fotocopia de la página de una enciclopedia, en donde leyó en voz alta: “Choique: Ave patagónica que habita en áreas abiertas (...) Sus alas pequeñas no le permiten volar. (…) El macho es el que se encarga de construir el nido haciendo con las patas una hoquedad en el suelo, bajo la protección de un arbusto o árbol” –le llamó la atención el párrafo que seguía: “Solo el macho se encarga de empollar los huevos que coloca la hembra”.
El artículo finalizaba diciendo: “Es considerado una especie vulnerable”.
Martín pensó -Así que eso era un Choique…
-Mariana lo miró y le dijo –Muy alegórico.
-¿De qué?
-De Esteban.