domingo, 14 de octubre de 2007

33. La imagen del espejo.

Vieron algunas cosas más, cartas, la casa misma, pero Martín comprendió que ya había encontrado lo que había ido a buscar. Dieron alguna vuelta más, se despidieron de Miguel y su hijo, y partieron.
A la tarde le propuso a Mariana dar un paseo por la sierras. El sol de esa época del año le daba a ese paisaje una extraña luminosidad.
En la confitería de un pueblito serrano Mariana tomaba su taza con la mirada perdida.
-Y ahora que le pasa a la señora -dijo Martín sin el menor tono interrogativo.
-Pensaba.
-Si no es secreto de Estado tal vez podría enterarme. Pero no más sorpresas como ayer, le dijo guiñándole un ojo.
-Si no querés no te digo...
-Uy, ahí vamos otra vez...
-Sos igual a él.
-¿A quién?
-A Esteban.
-Martín la miró sorprendido esperando alguna aclaración, pero sin decir nada.
-Si, sos callado, prefiriendo sufrir en silencio antes que hacer sufrir a otro, generoso, responsable, reservado...
-Basta Mariana. Me voy a poner colorado.
-¿Mi amor, pensabas que no ibas a heredar ninguna característica de quien en definitiva fue tu padre?
Por segunda vez en la tarde ella había logrado dejarlo sin respuesta.
-¿Te acordás de esa conversación que tuvimos en casa en donde te dije por qué me había casado con vos?
-Si, cómo no acordarme, respondió Martín mirando hacia la mesa.
-Todas esas características tuyas estaban también en Esteban y no creo que haya sido por casualidad. Sos como la imagen de un buen espejo. Te lo digo para que valores a esas dos personas.
-¿A quiénes?
-A él y a vos. A veces me parece que no valorás lo que la vida te dio… Creo que ahora todo eso es más evidente para vos y lo podés entender. Y cuando hablo de lo que te dio la vida no me refiero a mí…
Martín inmediatamente pensó que Mariana era lo principal para él.
-Ahora podés entender lo que Esteban dejó, no me refiero a la casa ni nada de eso, sino a lo otro que heredaste de él. Es cierto que, por lo que sufrió, alguna parte tal vez más oscura también te legó, pero ahora sabes por qué.
Si te importa saberlo, lo que quiero decir es que te quiero así, con ambas partes.
-Si me importa.
Martín sabía que lo que ella le había dicho merecía, por lo menos, ser considerado en profundidad. No era algo menor, un comentario dicho al pasar.
-Bueno y ahora que querés que hagamos -le dijo él.
-Vamos al cementerio… ¿Te parece?
-Si.
El lugar no era muy grande y no les costó encontrar la lápida de ella. Solo tenía su nombre y las fechas de su nacimiento y muerte. Mary Webster, aquella mujer que había elegido por su propia voluntad aceptar casarse con Esteban y queriendo un hijo que no era el suyo, igual a lo que había hecho el hombre que ella amaba. La historia de Esteban y Mary era realmente triste. Jamás podría haber imaginado nada de eso.
Mariana quiso dejarle unas flores que fueron difíciles de encontrar. Por fin pudo conseguirlas más tarde gracias a los datos que le dio un hombre del lugar.
Ella, que se sentía unida a esa mujer que nunca conoció, de alguna manera, debía agradecerle lo que había hecho y más aún lo que había querido hacer.
Esa noche, ya en la habitación del hotel, Martín dijo -esto no cuenta como vacaciones.
-Te tomo la palabra.
Martín no supo por qué parte de su boca empezar a besarla pero ella se le adelanto mientras se soltaba el pelo.
-Estaría dispuesta a escuchar que me decís que me querés -se escuchó en voz baja.
-Estaría dispuesto a decírtelo, le dijo el riéndose -ella le pellizcó la cintura.
-Eso no se hace. Ya vas a ver...

Al la mañana siguiente ella le habló al oído. El le respondió con una sonrisa un “gracias” que terminó en un beso.
Se fueron a eso de las diez de la mañana de un día nublado y frío. Cuando ya estaban saliendo de la zona urbana, Martín aminoró la velocidad.
-Esperá, volvamos -manejó por el camino de vuelta por la Avenida Argentina y se detuvo en la esquina de la casa. Abrió con su llave y miró unos segundos aquel columpio... entró, subiendo directamente al escritorio del piso de arriba y tomando, del grupo de cartas que habían leído, aquella, en la que Esteban decía que Mary seria una excelente madre para él... Al salir, impulsivamente se llevó una foto de Esteban y Mary.
-Al llegar al auto Martín, sin decirle nada, le mostró el sobre y el retrato a Mariana, guardando todo en la guantera del coche. Ella se alegro porque eso significaba que Martín estaba dejando asomar más sus sentimientos. Y eso le parecía bueno. Martín también se alegro, porque en cierta forma, y de una manera más racional, había pensado lo mismo.

Estaba bastante nublado y oscuro a esa hora de la mañana. Martín encendió los faros altos. No había muchos coches en el camino. Comenzó a llover muy fuerte y encendió el limpiaparabrisas.
En cierto paraje en donde el camino tenía dos manos de ida y otras tantas de vuelta, separadas por una franja ancha de pasto, un enorme coche blanco que venia por uno de los carriles contrarios perdió un neumático. El auto salio del camino y avanzo descontrolado por el pasto, hacia donde iba manejando Martín.
No vio llegar a través de esa lluvia la tromba blanca que se acercaba por su derecha y se dirigía directo hacia ellos.