miércoles, 28 de noviembre de 2007

46. Entre copas.

El coche de la embajada llegó puntual, a las ocho y treinta de la noche.
Martín estaba listo desde hacía rato pero Mariana no terminaba de arreglarse.
-Si no te apuras te doy un beso y te estropeo el maquillaje –le dijo él con pretendido enojo.
Después agregó -estas hermosa. Ella se había hecho un peinado alto que dejaba al descubierto su cuello blanco y de piel tan suave.
-Ayudame con el broche -así lo hizo y aprovechó para besarle justo donde apoyaba el collar. Ella giró para besarlo pero se dio cuenta de que efectivamente tendría que pintarse otra vez y, entre risas, le dijo -vení que te arreglo la corbata.
El chofer que esperaba en la puerta del auto era Francisco, el custodio de Sonia.
-Pero qué sorpresa, le dijo con un saludo Martín.
-Yo me ofrecí. La señora tiene quien la cuide en este momento.
-Bueno, muchas gracias.
En el salón de la embajada había aproximadamente cuarenta personas. Inmediatamente el coronel Alberto Jaramillo de Andrade y Sonia su mujer, se acercaron a saludarlos, luego, dijo –vengan por favor, quiero presentarles al embajador.
-Después de las presentaciones de rigor, el embajador hizo el comentario obligado -Vaya que su esposa se parece a Sonia, Martín.
-Si, ya nos lo han dicho varias veces dijo ella –inmediatamente, Sonia llevó a Mariana a presentarle a la mujer del embajador y a otras personas que estaban allí.
La conversación derivó del agradecimiento por la acción de Martín a la situación de Colombia. El embajador siguió hablando con otros grupos.
El Coronel y Martín charlaban con el Cónsul. En ese momento, se incorporó al grupo un empresario, presidente de una fábrica mediana de productos químicos.
-Cómo le va –lo saludó el cónsul.
-Muy bien, hace tiempo que no nos veíamos.
-Si, la última vez hablamos de los químicos de su empresa en nuestro país….
-Mire, nosotros no vendemos precursores químicos a Colombia. Lo que hagan los compradores, es asunto de ellos –dijo seriamente el hombre.
-¿Sabía que han aumentado los ingresos de tambores con los químicos que usted fabrica a nuestro país? De contrabando, por supuesto.
-No, no lo sabía.
-Martín miraba y escuchaba todo en silencio pero con cierta tensión.
-¿Pero no sabe acaso que lo que usted vende a esas “compañías internacionales” termina es Colombia?
-Eso no es problema mío. En todo caso deberían controlar más sus fronteras…
-Claro es cierto- dijo el cónsul con ironía- usted no tiene porque saber que Haití tiene una casi inexistente industria química. Si lo supiera no vendería a esas “empresas” que después envían todo a Colombia triangulando los embarques.
-El negocio también pasa por la exportación, pero no puedo saber que hacen los que compran los productos.
-Claro, lo comprendo –dijo el hombre mirándolo fijamente a los ojos.
-Con permiso –dijo finalmente el empresario que comenzó a alejarse con su copa de Chanpagne.
-Tal vez alguna vez sus hijos consumirán drogas procesadas con sus propios productos químicos… -dijo el cónsul a Martín y al Coronel. Mientras se retiraba agregó: -estos empresarios solo ven una cosa...

-La verdad es que no entendí ese diálogo– le dijo Martín a Jaramillo de Andrade.
-¿Sabía usted que su país es uno de los principales productores de precursores químicos para el procesamiento de drogas de toda América latina?
Y continuó: algunos empresarios hacen sus ganancias sin saber lo que representan los billetes que reciben: vidas destrozadas por la droga, sangre, muerte. Es cierto que no son los únicos que intervienen, pero parte de responsabilidad tienen. Digamos, una responsabilidad, por lo menos de tipo social. Solo les pedimos que sean más cuidadosos.
-No lo sabía. Pero ¿Cuáles son esos químicos de los que habla?
-La lista es larga, pero los más conocidos son el ácido clorhídrico, el sulfúrico, la acetona, el amoníaco y muchos otros.
A martín se le cruzó una idea como si fuera un destello y preguntó ¿Podrían utilizarse productos que comúnmente se emplean en la fabricación de detergentes o jabones como precursores químicos?
-Si claro, que si -fue la demoledora respuesta del coronel.
Martín se quedó pensando en eso.
-¿Lo pregunta por algo en especial?
-Curiosidad –dijo sin mentir.
-Tratamos de impedir que esos productos lleguen a las manos equivocadas. Ustedes tienen un registro de precursores químicos creado por una ley, pero a veces cuando salen del país… nadie sabe como van a parar al nuestro o a Bolivia.
-Ya veo.
Hace poco en Colombia participé en un operativo en donde destruimos varias toneladas de esos productos en una localidad del centro este del país… Playa Rica… murieron varios camaradas atacados por sorpresa. Ellos tuvieron varias bajas también.
-¿Quienes son “ellos”?
-Las FARC que protegen a los narcos a cambio de dinero, drogas, armas o todo a la vez. Parece que allí murió un hijo de algún jefe y… bueno, me la han jurado. Por eso estamos aquí con Sonia. Me enviaron para alejarme de todo eso. Bueno, hasta ahora parece que lo lograron –dijo, como hablando para si mismo.
Mariana estaba pasando una buena noche, parecía llevarse bien con Sonia y quedó en que la acompañaría a un médico especialista en algo que Martín no entendió bien.
A eso de las once menos cuarto, los dos llegaron nuevamente a su casa en el auto de la embajada.

Otro coche, distinto al del día anterior, los había seguido e incluso tomado algunas fotos del auto y de Francisco. Les llamó la atención la patente diplomática.
Martín no veía la hora en que pasara aquella noche y hacer algunas averiguaciones sobre qué clase de productos se utilizaban en la fábrica de su cliente.
Durmió mal y se despertó varias veces. Terminó levantándose muy temprano.
Antes de salir para el estudio llamó a Ernesto y le encargó que averiguara respecto de esos “precursores químicos” pero además llamó a Claudia Giménez, tenía que volver a hablar con esa amiga suya que trabajaba en contaduría de la empresa para tratar de cerciorarse de algunas cosas.
Temía estar comportándose como un paranoico pero todo el tema del Remanso le estaba preocupando bastante.