lunes, 9 de julio de 2007

5. Juez y verdugo.

Le dio la mano. El apellido le resultaba levemente familiar.
Tenía puesto un jean, una remera con un sweater fino encima y un polar verde oscuro. El pelo, relativamente corto y las consabidas zapatillas. Tenía su mismo color de ojos, su altura y era cargado de espaldas. Tardó unos segundos en escanearlo de arriba a abajo ante la mirada entre cómplice y divertida de madre e hija.
-Mucho gusto señor. –dijo el chico mirándolo directamente a los ojos. Eso le gustaba, demostraba seguridad, según pensaba.
-Cómo estás, contestó Martín.
Papá él es Ernesto. Eh… somos compañeros en muchas materias en la Facultad.
-¿En que año estás?
-Primero y cursando algunas materias de segundo, mientras pueda acomodarlo por el trabajo.
-Ah, se manda la parte de que está adelantado y me pasa aviso de que trabaja… bien. –Pensó Martín.
Pasaron a la sala de estar. Mariana, Lucía y el chico hablaron de temas que parecían ser continuación de otros que ya habían tratado, con lo cual Martín dedujo que Mariana ya lo conocía.
En determinado momento de la comida, Martín, que había permanecido callado, empezó con las estocadas, entonado por el vino.
-¿A qué se dedican tus padres?
-Papá es Odontólogo, mamá estudió literatura pero no trabaja afuera porque en casa somos siete y…
-¿Practicás algún deporte?
-Los fines de semana juego en un torneo de fútbol con amigos.
-Nada demasiado competitivo ni con entrenamiento, ¿no?. Madre e hija empezaron a cruzar miradas del tipo “Situación peligrosa, clase A”.
-No, con el trabajo y la facultad, por ahora, no tengo tiempo, dijo Ernesto con cara de sentir no poder hacerlo, cosa que Martín notó.
Martín siguió, no sin antes volver a llenar la copa de vino.
-¿Pensaste en seguir estudiando cuando termines, alguna maestría o un postgrado?
-Papá estamos en primer año. –Terció Lucía.
-Bueno, la carrera hay que empezar a planificarla desde el principio. -Dijo Martín.
-Ernesto, sin agarrase de la soga que le había tirado Lucía, dijo: –Todavía no pense en eso porque primero tengo que ocuparme de lo que estoy haciendo ahora y además tengo que ayudar en casa. Cuando esté promediando todo, veré que hago, porque como usted bien sabe, los estudios de postgrado, acá o afuera son muy caros y por ahora no tengo posibilidad de pensar en costeármelos. –Se le notaba un poco de fastidio en la respuesta, pero Martín insistió:
-Con buenas calificaciones es posible conseguir becas, pero bueno, en caso de que no las tuvieras, es comprensible tu preocupación.
Mariana ya había perdido la cuenta de lo que había tomado Martín, en realidad era fácil saberlo, era el único que había tocado la botella que estaba casi vacía.
-El chico se propuso no seguir aquella conversación, quería irse. Si no hubiera sido por Lucía se habría ido hace rato.
Mariana cambió el tema para distender el ambiente, pero fue inútil.
-Ah, no me dijiste de que trabajás. –Ernesto se la vió venir y dio por perdida la respuesta.
-En el MacDonalds de Maipú.
-Ah si, ¿Te hacen poner esos uniformes con camisas rayadas y gorritos con visera?
-No Señor, los mánagers de local usamos camisa y corbata. –Bueno por lo menos una le gané– pensó Ernesto.
Tomaron un rápido café y el chico se excusó porque se tenía que ir, a las ocho y media del sábado tenía que dar un parcial.
Martín lo saludo sin darle la mano. Mientras Ernesto salía le dijo -¡Que vuelvas pronto!.
Al llegar a la puerta Lucía miró a Ernesto. Una lágrima le cayó de cada ojo.
-Perdoná a mi viejo, no sé que le pasa…
-No te preocupes dulce ¡Me dijo que volviera pronto! ¿Eso ya es algo no? –Lucía le sonrió mientras se apartaba las lágrimas.
Ernesto, mientras caminaba hasta su casa, se quedó pensando en cómo pasaría Lucía esa noche.