domingo, 11 de noviembre de 2007

41. Fantasmas.

Mientras cerraba la puerta de entrada pensaba en la visita recibida cuando escuchó el llamado de Lucía.
-Papá… me parece que Ernesto te puede decir algo que te interesa sobre ese papel membretado que estaba en la heladera.
-Si, yo lo puse ahí –dijo el chico.
-¿Vos lo trajiste? –preguntó Martín como si fuera el juez de un Tribunal Oral.

-No. En realidad me lo dio esa señora amiga de Mariana, la verdad es que no recuerdo el nombre porque la vi solo un par de veces. Ese día yo andaba buscando un zapatero para arreglar unos botines rotos y ella sacó de su cartera un bloc de hojas con ese membrete y anotó el número de un taller del barrio que según me dijo era muy bueno. Para no perderlo, lo pegué con un gancho de esos con imán a la heladera.
-¿No te acordás quién era la amiga de Mariana? -siguió Martín.
En ese momento Mariana entró en la cocina y dijo –Aquí estoy, escuché que me nombraban y…-vio las caras de todos, entonces preguntó -¿Pasa algo?
-Martín la miró y le sonrió levemente pero no respondió.
-Me parece, por la descripción que me hizo Ernesto, que quien le dio el número de teléfono fue Helena –dijo Lucía.
Mariana como siempre, trató de comprender rápidamente la situación: el papel, Helena y…
Todos miraban fijamente a Martín.
Él se sometió al proceso lógico de relacionar el papel membretado con quien seguramente estaría detrás de todo aquello. Helena era la mujer de Carlos… el que seguramente era… algo relacionado con El Remanso S.A.
Parecía una broma del destino. Una de las personas que más lo habían hecho sentir humillado durante gran parte de su vida tenía que ver con esa sociedad sobre la que no sabía casi nada. En parte, probablemente Carlos no siempre se hubiera propuesto someterlo a aquello, pero él lo había tomado siempre de esa forma.
Muchas de las cosas a las que había temido se le habían presentado de golpe, sin avisar. Como si el temerlas fuera una especie de aviso, como el instinto de conservación que le indicaba lo que efectivamente iba que suceder. Pero estar sobre aviso, en su caso, no había servido de mucho.
Volver a tratar con Carlos, era algo que le resultaba desagradable por algunas razones que había logrado comprender, sin embargo, había otras que inconscientemente estaban allí pero que no alcanzaba a ver.
Carlos parecía ser el típico ganador. En el deporte, había sido uno de los mejores jugadores de rugby de su club. Eso a él no le había importado mucho si no fuera porque esa popularidad, según había pensado, le había permitido, en su momento, conquistar a Mariana. Pero ese era un tema que ella se había encargado de hacerle comprender. Y muy bien.
En realidad lo que había sucedido después, su salida para trabajar con esa empresa que había sido cliente del Estudio le había molestado, más que por el hecho en si mismo, por la forma en que había sucedido. Pero había otras cosas.
Carlos tenía la rara virtud de hacerlo sentir una especie de perdedor frente a varias situaciones. En la comparación entre ambos, siempre salía perdiendo. Y se había comparado muchas veces. Nunca lo había podido evitar y no le pasaba con otras personas. Como si ese tipo hubiera sido la imagen que buscaba de si mismo. Eso no así en realidad, porque algunas de las cosas que ese supuesto modelo había hecho y sus actitudes, lo habían llevado a considerarlo con bastante desprecio.

Su postura ganadora frente a la vida, que arremetía lo que tuviera por delante con tal de conseguirlo, a veces haciendo pagar el precio a otros, parecía no haberle traído demasiados inconvenientes. Helena era una mujer extraordinaria y se había casado con él, por ejemplo.
De todas formas recordaba la frase inglesa que decía algo así como The grass is always greener on the other side of the fence. Probablemente no fuera todo perfecto para el tipo, pero no podía evitar esa sensación de que, en aquella comparación que se disparaba en su mente, siempre fuera el perdedor.
Había algo más. En ese momento consideró que lo que probablemente fuera la “arena” del enfrentamiento en esta etapa, fuera la pericia profesional de cada uno.
Carlos, el exitoso, el que había ganado una fortuna asesorando a empresas, contra un abogado como él, que si bien había hecho una buena carrera, no era considerado un abogado brillante. Para muchos en ese ambiente parecía que brillante y millonario eran sinónimos, pero en la mayoría de los casos no era así.
Y se enfrentarían. Lo sabía y en el fondo de sí mismo esperaría el desenlace inexorable de aquel enfrentamiento.
Ese fantasma, presente pero con mucha carga del pasado, lo iba a inquietar hasta que cruzaran armas, de una manera o de otra.
Martín no captaba algunas aristas del tema que terminarían siendo fundamentales en la resolución de aquel conflicto interior.
-Gracias Ernesto, dijo él volviendo a retomar el diálogo con los presentes.
Mariana no supo cómo reaccionar porque Martín no había demostrado exteriormente ninguna emoción visible. Eso era extraño tratándose de asuntos que involucraran a Carlos. Ella sabía, hasta cierto punto, todo lo que había pasado y entendía a Martín.
Nadie se movió de donde estaba, esperando alguna reacción de él.
Ernesto era el más extrañado de todos. Ya se ocuparía de averiguar algo. El tema del Remanso le interesaba, había escuchado hablar a Eduardo y a Martín en el estudio y su ahora nueva relación accidental con el tema lo motivaban aún más para tratar de entender todo aquello.
Martín se dio cuenta de la tirantez del ambiente y dijo –Bueno, está todo aclarado –dando por finalizado el asunto- ¿Quién me convida con algo?
- Acabo de preparar café –se adelantó Lucía.
-Yo también quiero -dijo Mariana.

Esa noche, hizo un bolso con ropa, ayudado por Mariana, para los dos días que pensaba pasar en Montevideo. Ella trataba de contenerse para no preguntarle sobre qué estaba pasando. Hasta que Martín le dijo:
-Antes de que te rompas la cabeza tratando de entender lo que pasó en la cocina te lo explico.
Pero no le contó todo. Por una parte, porque había partes del relato que se vinculaban al Remanso, tema del que no quería hablarle por varios motivos y por otra, porque era imposible explicar lo que todavía no podía entender.