miércoles, 28 de noviembre de 2007

46. Entre copas.

El coche de la embajada llegó puntual, a las ocho y treinta de la noche.
Martín estaba listo desde hacía rato pero Mariana no terminaba de arreglarse.
-Si no te apuras te doy un beso y te estropeo el maquillaje –le dijo él con pretendido enojo.
Después agregó -estas hermosa. Ella se había hecho un peinado alto que dejaba al descubierto su cuello blanco y de piel tan suave.
-Ayudame con el broche -así lo hizo y aprovechó para besarle justo donde apoyaba el collar. Ella giró para besarlo pero se dio cuenta de que efectivamente tendría que pintarse otra vez y, entre risas, le dijo -vení que te arreglo la corbata.
El chofer que esperaba en la puerta del auto era Francisco, el custodio de Sonia.
-Pero qué sorpresa, le dijo con un saludo Martín.
-Yo me ofrecí. La señora tiene quien la cuide en este momento.
-Bueno, muchas gracias.
En el salón de la embajada había aproximadamente cuarenta personas. Inmediatamente el coronel Alberto Jaramillo de Andrade y Sonia su mujer, se acercaron a saludarlos, luego, dijo –vengan por favor, quiero presentarles al embajador.
-Después de las presentaciones de rigor, el embajador hizo el comentario obligado -Vaya que su esposa se parece a Sonia, Martín.
-Si, ya nos lo han dicho varias veces dijo ella –inmediatamente, Sonia llevó a Mariana a presentarle a la mujer del embajador y a otras personas que estaban allí.
La conversación derivó del agradecimiento por la acción de Martín a la situación de Colombia. El embajador siguió hablando con otros grupos.
El Coronel y Martín charlaban con el Cónsul. En ese momento, se incorporó al grupo un empresario, presidente de una fábrica mediana de productos químicos.
-Cómo le va –lo saludó el cónsul.
-Muy bien, hace tiempo que no nos veíamos.
-Si, la última vez hablamos de los químicos de su empresa en nuestro país….
-Mire, nosotros no vendemos precursores químicos a Colombia. Lo que hagan los compradores, es asunto de ellos –dijo seriamente el hombre.
-¿Sabía que han aumentado los ingresos de tambores con los químicos que usted fabrica a nuestro país? De contrabando, por supuesto.
-No, no lo sabía.
-Martín miraba y escuchaba todo en silencio pero con cierta tensión.
-¿Pero no sabe acaso que lo que usted vende a esas “compañías internacionales” termina es Colombia?
-Eso no es problema mío. En todo caso deberían controlar más sus fronteras…
-Claro es cierto- dijo el cónsul con ironía- usted no tiene porque saber que Haití tiene una casi inexistente industria química. Si lo supiera no vendería a esas “empresas” que después envían todo a Colombia triangulando los embarques.
-El negocio también pasa por la exportación, pero no puedo saber que hacen los que compran los productos.
-Claro, lo comprendo –dijo el hombre mirándolo fijamente a los ojos.
-Con permiso –dijo finalmente el empresario que comenzó a alejarse con su copa de Chanpagne.
-Tal vez alguna vez sus hijos consumirán drogas procesadas con sus propios productos químicos… -dijo el cónsul a Martín y al Coronel. Mientras se retiraba agregó: -estos empresarios solo ven una cosa...

-La verdad es que no entendí ese diálogo– le dijo Martín a Jaramillo de Andrade.
-¿Sabía usted que su país es uno de los principales productores de precursores químicos para el procesamiento de drogas de toda América latina?
Y continuó: algunos empresarios hacen sus ganancias sin saber lo que representan los billetes que reciben: vidas destrozadas por la droga, sangre, muerte. Es cierto que no son los únicos que intervienen, pero parte de responsabilidad tienen. Digamos, una responsabilidad, por lo menos de tipo social. Solo les pedimos que sean más cuidadosos.
-No lo sabía. Pero ¿Cuáles son esos químicos de los que habla?
-La lista es larga, pero los más conocidos son el ácido clorhídrico, el sulfúrico, la acetona, el amoníaco y muchos otros.
A martín se le cruzó una idea como si fuera un destello y preguntó ¿Podrían utilizarse productos que comúnmente se emplean en la fabricación de detergentes o jabones como precursores químicos?
-Si claro, que si -fue la demoledora respuesta del coronel.
Martín se quedó pensando en eso.
-¿Lo pregunta por algo en especial?
-Curiosidad –dijo sin mentir.
-Tratamos de impedir que esos productos lleguen a las manos equivocadas. Ustedes tienen un registro de precursores químicos creado por una ley, pero a veces cuando salen del país… nadie sabe como van a parar al nuestro o a Bolivia.
-Ya veo.
Hace poco en Colombia participé en un operativo en donde destruimos varias toneladas de esos productos en una localidad del centro este del país… Playa Rica… murieron varios camaradas atacados por sorpresa. Ellos tuvieron varias bajas también.
-¿Quienes son “ellos”?
-Las FARC que protegen a los narcos a cambio de dinero, drogas, armas o todo a la vez. Parece que allí murió un hijo de algún jefe y… bueno, me la han jurado. Por eso estamos aquí con Sonia. Me enviaron para alejarme de todo eso. Bueno, hasta ahora parece que lo lograron –dijo, como hablando para si mismo.
Mariana estaba pasando una buena noche, parecía llevarse bien con Sonia y quedó en que la acompañaría a un médico especialista en algo que Martín no entendió bien.
A eso de las once menos cuarto, los dos llegaron nuevamente a su casa en el auto de la embajada.

Otro coche, distinto al del día anterior, los había seguido e incluso tomado algunas fotos del auto y de Francisco. Les llamó la atención la patente diplomática.
Martín no veía la hora en que pasara aquella noche y hacer algunas averiguaciones sobre qué clase de productos se utilizaban en la fábrica de su cliente.
Durmió mal y se despertó varias veces. Terminó levantándose muy temprano.
Antes de salir para el estudio llamó a Ernesto y le encargó que averiguara respecto de esos “precursores químicos” pero además llamó a Claudia Giménez, tenía que volver a hablar con esa amiga suya que trabajaba en contaduría de la empresa para tratar de cerciorarse de algunas cosas.
Temía estar comportándose como un paranoico pero todo el tema del Remanso le estaba preocupando bastante.

domingo, 25 de noviembre de 2007

45. Paloma o halcón.

Antes de salir, Mariana le había recordado que al día siguiente el militar colombiano y su mujer los habían invitado a un cocktail en la embajada de Colombia, como agradecimiento por lo que Martín había hecho por ellos. Les enviarían un auto con chofer para buscarlos.
En el estudio, Ernesto se había tomado muy en serio el tema del Remanso y estudiaba cada dato, cada documento y hacía todo tipo de suposiciones. Le intrigaba especialmente aquel papel manuscrito con nombres y números. Martín le explicó cómo lo había obtenido pero le dijo que no sabía nada más. Entre esas planillas llenas de cláusulas aburridísimas, aquel papel, llamaba la atención por ser manuscrito y por esos nombres. La letra era bastante rudimentaria y parecía estar escrita a los apurones. Los números parecían la combinación de una caja de seguridad: 35, 40 y 25. Faltarían los “a la derecha” y “a la izquierda”. Quizás había visto demasiadas películas de ladrones de cajas fuertes. Esos números quedaron dando vueltas en su cabeza.
Martín confirmó con Claudia Giménez que lo que había hecho le parecía correcto. Ambos sabían que la empresa sería fácil de vender si no llegaban a un acuerdo con aquella gente. Pero no estaba tranquilo, esperaba una movida de ellos en breve. Aunque tal vez aceptaran lo que se les había propuesto, tenía la corazonada de que no sería así.
A la tarde vio a Víctor.
Lo encontró más cansado, apoyado en su bastón.
¿Martín te importaría que salgamos a tomar un poco de aire? Acá nomás a la plaza.
-No hay problema. Caminaron despacio y se sentaron en un banco cerca de la calesita, ya casi llegando a Las Heras. No hacía frío, el sol había salido luego de la lluvia del día anterior.
-Bueno, cómo anda esa vida.

-Lo de ayer fue curioso. Pensaba que iba a pasar nervios, que me iba a equivocar y que Carlos me iba a pasar por encima. Pero no fue así. Mantuve mi plan inicial, dominé la situación y al final… creo que él sintió algo así como una derrota. Le debe haber costado bastante viniendo de mi…
-Tal vez el tenga una imagen de vos distinta a la que crees.
-Puede ser… No lo había pensado.
-Ibas a enfrentarte a un fantasma, a recuerdos mal digeridos, miedos… pero que en definitiva no tenían una dimensión real. ¿Te acordás de lo que hablamos sobre el pasado, el presente y el futuro? Esto es igual, en el presente él es como es, sin la mayoría de esas características que vos le adjudicás.
Las palomas de la plaza comían lo que les ofrecía un chiquito a quien sostenía una mujer. Les daba de a uno, unos granos de maíz pero las palomas le revoloteaban cerca de la cara y terminó dándoles todo el puñado por miedo a que lo lastimaran. Las demás se acercaron a comer lo que había caído al suelo.
-¿El monstruo lo fabriqué yo, quiere decir?
-Algo así. Pensá qué cosas, de las que temías, realmente se presentaron ayer. ¿Bastante pocas verdad?
Si… Lo peor es que después de haber disfrutado de eso, me sentí mal. Es como si el tipo real, es decir, el que estaba ahí, me hubiera dado lástima. Como si hubiera caído en su propia trampa.
-¿Compasión?
Uh, no sé si tanto.
-Bueno, tal vez alguna vez llegues a comprender porqué él era, es, así.
-Lo voy a seguir viendo, me parece que varias veces más.
-No creo que te comportes de una manera distinta a la que lo has hecho. Ya sabés cómo pueden ser sus reacciones o comportamientos.
-Todavía le desconfío.
-Es natural. Te ayuda a estar alerta y a preparar mejor el trabajo que tiene que ver con él. Esos sentimientos y sensaciones pueden ser utilizados con provecho.
Mirá ese chiquito de ahí enfrente. Pensaba que las palomas eran aves sin capacidad de hacerle daño pero aprendió por experiencia que podían tal vez lastimarlo. Después cambió su forma de ver a esos pájaros. Mirá como estira el brazo todo lo que puede para que no pasen cerca de su cara. Aprendió de una experiencia, si se quiere negativa, y puso un medio para arreglarlo. Algo así estás haciendo vos.

-La paloma, en este caso puede ser un halcón.
-Pero vos ya estás advertido y podes manejar la situación de tu imaginación para no darle entidad a esos pensamientos que te perturbaban. Lo redujiste a su estado normal ¡Un ser humano!
Ambos rieron.
Y Víctor agregó. Además nada ni nadie tiene que hacer que la confianza que tenés en vos mismo flaquée. Sos lo que recibiste y lo que escogiste ser. Creo, que has elegido bien. Nuestras elecciones están condicionadas y vos elegiste lo mejor que pudiste. Tenés todo los elementos necesarios para ser feliz, pero todo depende de lo que elijas, independientemente de lo que hagan los demás respecto a vos. Esa libertad no te la puede quitar nadie. Allí se libran esas pequeñas, o a veces grandes batallas que vivimos todos los días.
-Es cuestión de entrenamiento…
-Si, lo podríamos llamar así.
-Los últimos tiempos fueron mejores… Mariana me ayudó.
-Porque vos te dejaste ayudar y además buscaste ayuda cuando lo necesitaste.
-Aconsejado por los amigos.
-Y ahí nuevamente te dejaste ayudar y me viniste a ver. Son tus decisiones las que hacen tu vida, a pesar de todo Martín.
-Es verdad. Se hizo un silencio. El sol brillaba entre los árboles de la plaza. Los chicos jugaban.
-Pero bueno, esto es el final.
-¿De qué?
-Que ahora no me necesitás.
-Usted quiere decir que estoy curado o algo así.
-¿Pero quién te dijo que estabas enfermo? Tal vez confundido y triste, si. Las crisis de tu edad son difíciles a veces pero vos la estás manejando bien ahora y fijate cuántas decisiones acertadas has tomado.
-O sea que no necesito más ayuda...
-Siempre vamos a necesitar ayuda, hay que estar atentos para darnos cuenta cuándo nosotros o alguien cercano la requiere.
-Ya veo.
-Bueno, si querés acompañar a este viejo a tomar un poco de aire de vez en cuando te lo voy a agradecer.
-Tiene mi palabra.
Los dos caminaron por la plaza lentamente, como si el tiempo no existiera.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

44. Aguas Turbulentas.

Entró a la sala de reuniones de la fábrica, allí estaban el cuñado de Claudia Giménez, el contador, Carlos, un hombre que no conocía y al que curiosamente nadie le presentó, además de una secretaría.
El único que se levantó para saludarlo fue Carlos que le dio la mano. Elegante como siempre, tenía un traje gris impecable, una camisa blanca y una corbata bordó. Lo miró con esa sonrisa que nunca supo si era real o falsa.
Enfrente de cada lugar ocupado, había un vaso con agua y en el centro de la espaciosa mesa, una moderna jarra para que cada uno se sirviera más, si así lo quería.
-Nos reunimos hoy para tratar el tema de la proposición de la Sra. Giménez respecto a algunas objeciones que plantea respecto al modo de concretar la operación de venta de su parte de las acciones –especificó el contador.
-La posición de mi cliente es la necesidad de efectuar un cambio en la forma de pago. Desearía que en lugar de efectivo se hiciera una transferencia electrónica a una cuenta determinada en un banco en Nueva York –agregó Martín.
-Bueno, pensamos que las condiciones que se habían expresado eran claras. No vemos motivo para que deban cambiarse –añadió el contador.
-Desearía hacer una observación. Las condiciones no son impuestas por una sola de las partes. Esto es un acuerdo entre dos partes y mi cliente tiene necesidad de que esto sea realizado tal como expliqué.
- ¡Tenemos motivos… un cronograma que cumplir y esto sería un inconveniente que nos retrasaría! –dijo el contador levantando levemente la voz.
-Mi cliente tiene sobrados motivos para cambiar las condiciones en las que se realizará la venta, que como pueden ver, no implican nada extraordinario –dijo Martín bajando la voz y pausando cada palabra, dándole un tono absolutamente artificial a toda la frase.
¡Por qué Claudia es tan testaruda! – dijo el cuñado de la Sra. Giménez. Nadie le respondió. El contenido del vaso frente a Martín había empezado a oscilar. El nerciosismo se hacía sentir.
Martín lo miró, pero no dijo nada. Ya le había dicho su cliente qué clase de persona era el cuñado.
El contador dijo –Mire, esto nos toma por sorpresa y nos sería dificultoso efectuar modificaciones al respecto.
-Si ustedes no pueden resolver algo tan sencillo como eso, creo que podemos tomarnos, ambos, un tiempo más para pensar en cómo resolverlo ¿No les parece? Martín empezó a ordenar sus papeles como amagando retirarse de la reunión. La secretaria miraba nerviosa hacía los lados de la mesa.
-Martín –dijo Carlos- creo que no va a ser necesario que terminemos esto aquí. Para compensar a la Sra. Giménez por sus “molestias”, la Sociedad está dispuesta a resarcirla con un generoso porcentaje extra al realizar la operación.
Lo de agregar más dinero era una locura. Martín notó que era más que evidente que había tocado un punto sensible para ellos. Pero se veía que los dñolares no eran problema.
-Señores, pareciera que no han entendido que el problema de la Sra. Giménez no es de tipo económico, sino de otra naturaleza. Les repito que no se les está pidiendo nada inusual en una operación de estas características.
-Le recuerdo abogado que tenemos un preacuerdo, dijo Carlos.
-Si, un preacuerdo escrito que puede dejarse sin efecto por cualquiera de las partes si así lo vieran justo. Me parece que lo que propone mi cliente es justo, así que –Martín deliberadamente resaltó la frase- todo podría suspenderse hasta que todo se arregle o… definitivamente.
El agua se movía más dentro del vaso, llegando casi hasta los bordes.
-¿Me parece que ya es tarde para que nos echemos atrás verdad? –dijo Carlos seriamente.
-No veo porqué –respondió lacónicamente Martín.
Y siguió –Señores, creo que por lo que se ve, esto por ahora no está llegando a buen puerto. Deberían buscar la manera de poder acceder a lo propuesto. Mientras tanto creo que, por lo menos para mí, esta reunión ha terminado.
-El hombre que no le habían presentado golpeó la mesa con su puño derecho mientras miraba con los ojos fijos a la pared opuesta. Eso hizo que se derramara no solo el agua del vaso de Martín, sino la de todos los vasos que había sobre la mesa y que nadie había tomado.
Martín fingió no notar aquel episodio. Recogió sus papeles por segunda vez, los guardó en su carpeta y luego de saludar, bajó las escaleras hasta el estacionamiento de la fábrica.

Cuando se disponía a abrir la puerta de su coche, escuchó que alguien lo llamaba desde atrás.
Era Carlos –Martín, quiero que sepas que esta operación es importante para mi y…
-No Carlos, esto no es una cuestión personal, es un tema estrictamente profesional. Vos arregla las cosas con tus clientes, yo se lo que tengo que hacer por mi parte. No mezclemos las cosas, dejemos de lado lo personal –en realidad eso no era totalmente posible en su caso.
-Te recuerdo, -le dijo Carlos taimadamente- que en caso de que insistan con su postura podríamos ampliar el capital accionario y dejar a tu cliente en una posición absolutamente desventajosa. El precio de sus acciones bajaría mucho. Yo que vos lo pensaría…
Martín estaba preparado para aquello y le respondió –Si, pero ¿Eso tardaría mucho verdad? Me parece que tus clientes no tienen mucho tiempo para perder ¿O me equivoco? Además creo que tendrías que releer de nuevo los estatutos, porque, como seguramente lo recordarás, allí se indica que para la venta de acciones de alguna de las partes hace falta el consentimiento expreso de los otros accionistas y para la que hizo el cuñado de la Sra. Giménez al Remanso, no vi nada escrito ¿O sí? Además, vos sabés que esto puede llevar mucho tiempo en tribunales, un año, quizás tres…

La cara de Carlos palideció. Una gota de sudor corría casi imperceptiblemente por su sien derecha. Parecía que lo hubiesen golpeado. La sonrisa de aviso de crema dental había desaparecido.
-Bueno, ahora tengo que irme. Cualquier cosa me avisas.
Martín manejaba por la Panamericana y no pudo dejar de sentir satisfacción por cómo había salido aquello. Sabía que la situación se pondría difícil y que no terminaría allí.
Al entrar en su garaje, otro coche que estaba estacionado enfrente, abrió unos centímetros la ventanilla para arrojar una colilla de cigarrillo. Finalmente arrancó y se fue. Había estado allí todo el día desde antes de que Martín saliera, vigilando la casa.
Estaba por llover, pero Martín no pudo ver la tormenta que se acercaba por el horizonte y que caería indefectiblemente sobre su hogar.

domingo, 18 de noviembre de 2007

43. La antesala.

Si bien no alcanzó a perder el conocimiento, su cabeza golpeó al caer, pero la amortiguación de su hombro derecho, hizo que su frente no diera secamente contra el suelo. Esos pocos segundos perdieron dimensión real.

Al tratar de sentarse, vio la calle con una brillantez y vivacidad que asoció con la expresión ver las estrellas. Sentía dolor en el brazo izquierdo, pero lentamente comenzó a moverlo, sin que pareciera que aquel golpe de la motocicleta hubiera sido algo serio. Mientras trataba de incorporarse de a poco cerca del borde de la vereda, una voz femenina le habló.
-¿Está bien Martín? ¿Se lastimó? -era Dalma, la mujer del barco.
En su estado de aturdimiento inicial, no lograba relacionar aquella cara y esos bucles colorados con el lugar en donde se encontraba. El motociclista había desaparecido y no había más que tres personas a su lado, contando a la mujer. A esa hora de la tarde, la calle estaba casi vacía para los parámetros que conocía.
Al erguirse, vio sus papeles desparramados por el piso. Intentó recogerlos, pero la mujer le dijo –usted tómese las cosas con calma- yo recojo eso. Los hombres la ayudaron y en un momento sus papeles habían vuelto a la carpeta de cartulina.
-Me parece que debería ir a un hospital para que lo revisen…
-No, no hace falta. Creo que me distraje cruzando y ese motociclista no me vio… Por cierto, se fue y no paró…
-Ay, que cosa –la mujer miró hacia uno y otro lado. No había rastros del vehículo por ninguna parte.
Dalma le volvió a preguntar -¿Está bien?- parecía tener una real preocupación.
-Si, un poco aturdido pero nada más. Se tocó el brazo que todavía le molestaba un poco y sacudiéndose el polvo que le había quedado en la parte baja de su saco, le dijo –Pero qué casualidad, usted por aquí.
-¿Se acuerda que le dije que trabajaba cerca? La oficina de la empresa japonesa para la que trabajo esta ahí a la vuelta. Pero no creo en las casualidades, era necesario que estuviera aquí para ayudarlo.
-Si, puede ser. Dicen que las casualidades no existen.
-¿Quiere que lo acompañe a un hospital o a su hotel?
-No ya estoy bien. Muchas gracias.
-bueno, pero camino con usted unas cuadras, aunque sea para quedarme tranquila.
-Bueno, como quiera -le dijo él con una sonrisa. Tardaron pocos minutos en llegar.
-Bueno, ahora si, por lo menos llegó bien. Le agradeció otra vez y ella se despidió. Le notó algo extraño en la mirada… No sabía nada de aquella mujer, solo lo que le había dicho.
Al llegar a la habitación se quitó el saco, y se lavó la cara.
El brazo no le dolía pero sí la cabeza. Buscó entre sus cosas un analgésico. Se dio cuenta de que no había comido nada.
Mientras miraba los papeles que tenía, se quedó dormido.
¡Mire por donde cruza! -se despertó sobresaltado. Era lo que le había gritado el motociclista que lo llevó por delante. Muy curioso, pero el sueño le recordó esa cara y lo que le había dicho. Se dio una ducha y bajó a comer algo.
La verdad es que no tenía sentido quedarse hasta el otro día y si llamaba, tal vez podía reservar pasaje para volver en el último barco del día a Buenos Aires. Llamó por teléfono y lo consiguió.
Llegó a su casa a las once y media de la noche. Mariana lo esperaba con algo para comer.
Le contó brevemente lo de Montevideo y el pequeño accidente. Se durmió rápido. Ella lo arropó y le dio un beso en la frente antes de dormirse también.
Al otro día en la oficina, revisando los papeles que había traído, vio aquella media hoja de cuaderno manuscrito con los nombres de tres personas y unos números al lado de cada uno. Memorizó los nombres, pero no puso demasiada atención a esos números y terminó poniéndolo, junto con los demás documentos que había traído de Montevideo.
Allí estaba él preparando esa reunión en donde debería defender el interés de su cliente, tratando además de entender a los compradores. O por lo menos quiénes eran. ¿Acaso debería importarle eso? No lo sabía bien.
Allí, en su despacho, se sentía como en la antesala de un tribunal en donde sería juzgado y puesto a prueba. Tenía que encontrarse con el abogado de la contraparte. La presencia intimidante de Carlos objetivamente no podría perjudicarlo a él o a su cliente. Era uno de esos fantasmas del pasado que debía enfrentar, como si aquello fuera una necesidad vital.
La última vez que se habían visto, aquella olvidable noche en la que Lucía había llevado a su casa a Ernesto para presentárselo, se lo cruzó cuando salía a comprar unas botellas de vino, mientras Carlos manejaba ese llamativo Porsche. Habían cruzado dos palabras pero nada más.
Era la carga subjetiva del personaje la que le molestaba. Sabía que no debía dejarse llevar por esa visión pero era difícil hacerlo.
No le había querido contar nada a Mariana de lo que la aparición de Carlos significaba, pero sin ánimo de ocultárselo. Había aprendido dolorosamente que debía compartir más las cosas con ella. La otra forma casi había destruido la relación de ambos. Además ella le había demostrado que mientras más el se abría, ella mejor lo ayudaba. Pero en este caso presentía que el camino debía recorrerlo solo.
¿Era el miedo a darse cuenta de que tal vez no era tan buen abogado como Carlos? No, no era eso.
De todas maneras le parecía que estudiando bien el caso podría sortear con cierto éxito la situación, cualquiera que fuera.
Si ellos no aceptaban cambiar la forma y el lugar de pago del precio de las acciones, tenía algo que podría usar, como ya le había adelantado a su cliente.
El teléfono sonó, era Eduardo –Gordo quiero que escuches al tipo de Uruguay, está en la línea, te lo paso.
-Ah… si hola. Le hablo rápido porque estoy en un teléfono prestado. Anoche entró gente a mi oficina y me la dieron vuelta. Revisaron absolutamente todos los cajones y estanterías. No se lo que buscaban.
-¿Usted está bien?
-Si. Tenía miedo de que hicieran lo mismo en mi casa, por eso llevé a mi mujer a lo de su madre. Que revisen lo que quieran. Jamás llevo trabajo a mi casa. No voy a avisar a la Policía, me harían demasiadas preguntas… No sé lo que buscaban. La verdad es que esa sociedad de la que usted me pidió datos es la más rara de todas… bueno, las otras no son demasiado transparentes… pero esa es especial. Ya sabe… mis contactos, lo que le dije… No sé si tiene algo que ver con usted pero me pareció que le tenía que avisar.
-Por favor, cualquier cosa, vuelva a llamar. Gracias por comunicarse.
Martín cortó. Algo podía no andar del todo bien.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

42. Ciudad Vieja.

Había salido temprano para poder tomar el barco a Montevideo. Tenía sueño. Mientras miraba como la ciudad se alejaba, decidió tomarse un café en el bar. No había desayunado. Un poco de café y azúcar le mejorarían el mal humor matinal con el que cargaba.

Con el vaso de espuma plástica en la mano intentó volver a su asiento pero al girar sobre sí mismo casi lo vuelca sobre una mujer que intentaba hacer lo mismo que él.
-¡Uh, perdón! ¿Le volqué el café...?
-No, no, apenas fue una gota. Las pelirrojas no nos quemamos con facilidad -le dijo con una sonrisa la mujer. Era joven, y sus rulos rojos contrastaban con su piel muy blanca.
-Me parece que dejó algo en el mostrador –le dijo Martín señalando una bolsa de free shop con lo que parecía un muñeco de juguete asomando por el borde.
-Ah si, estoy dormida. Si no le llevo eso a mi hijo me mata. Odio viajar a esta hora de la mañana, pero así es el trabajo. Dalma, mucho gusto –dijo la mujer.
El también se presentó.
-Déjeme adivinar ¿Abogado verdad?
-Si…
-Se acostumbra hacer el trayecto a esta hora. Atención al negocio y vuelta.
-No, yo me quedo un par de días.
-Deben ser asuntos importantes entonces ¿Tiene alojamiento reservado?
-Si, un hotel en Julio Herrera Obes, a media cuadra de la 18 de julio, frente a la plaza.
-Ah si, lo conozco, queda cerca del lugar donde trabajo. Si no tenía hotel le podía recomendar uno pero ese está muy bien.
-Lo solía usar cuando vine otras veces por trabajo, supongo que estará igual que siempre.
-Si ese está bien. Bueno, pero si quiere algo de entretenimiento el casino del hotel frente a la Plaza Independencia es algo que vale la pena.
-No gracias, cuando trabajo, no salgo de noche.
-Bueno, espero que le vaya bien entonces. Si se aburre, ya sabe adonde ir –le dijo finalmente la mujer al despedirse.
Martín notó que seguía dormido y que probablemente necesitaría otro café.
No bien terminó de dejar sus cosas en el hotel fue a buscar al hombre que les había buscado información sobre El Remanso. La oficina estaba ubicada en un cuarto piso, a la vuelta de la plaza Independencia, frente al hotel con casino que la mujer del barco le había recomendado.

-Mire, por teléfono no puedo pasarle nada más. Los tipos del registro de las SAFI son bastante reticentes con esa empresa. No sueltan un solo dato. Deben estar bien pagos, porque no suelen tener demasiado problema en dar información; mucha es pública y una de las pocas formas de obtenerla es a través de ellos. En este ambiente nos conocemos todos y hay favores pero respecto de esa sociedad, parece que ya no -le dijo su contacto, un hombre canoso, de alrededor de cincuenta años, con la corbata desacomodada y un sweater que disimulaba bastante poco su barriga.
Las SAFI, sigla que identifica a las sociedades financieras de inversión, eran figuras jurídicas muy utilizadas por argentinos que “se llevan” dinero a la plaza uruguaya, entre otras razones, para esconderlo del fisco. Pagan un solo impuesto anual del tres por mil sobre el capital que hayan utilizado. Muy conveniente para esos fines, especialmente respecto de lo que pagarían en la Argentina.
-Aquí tengo algo que le pueden servir –le extendió una carpeta de cartulina con algunas hojas- y además esto -un papel con unos nombres anotados a mano -tienen que ver con apoderados o contactos que gestionan las cosas aquí para esa gente. Los datos no son del todo confiables porque se consiguen de oídas o por referencias.
-¿El Remanso tienen oficinas de representación aquí?
-No, solo un despacho con una secretaria que atiende el teléfono y recibe la correspondencia. Es algo usual con las SAFI. Probablemente esa mujer trabaje para muchas sociedades del mismo tipo y reciba un pago mensual por el servicio de cada una.
-¿Me puedo dar una vuelta por ahí?
-Poder, puede, pero no tendría mayor sentido. No creo que averigüe demasiado.
-Tal vez vaya de todos modos.
Así lo hizo. El sitio quedaba a pocas cuadras de donde estaba. Un edificio de oficinas con representación de varias empresas y delegaciones comerciales. Después de pensar un poco se decidió a entrar. En el tercer piso, la oficina mostraba en la puerta de vidrio opaco la sigla “OSI” y debajo “of. 305”. Tocó el timbre. Nadie contestó pero el portero eléctrico le permitió el paso. Quien le había abierto era una mujer que fumaba, sosteniendo el cigarrillo con la mano izquierda y el tubo del teléfono con la otra. Su pelo tenía un color que no pudo definir. No era ni rubio, ni castaño, ni pelirrojo. Más bien una mezcla de todo eso. Ostentaba un escote exuberante y no era muy alta, cosa que pudo comprobar cuando se acercó al mostrador de la entrada. Tenía esa edad en la que algunas mujeres empiezan a tratar de apartar la atención sobre su incierta fecha de nacimiento.
-Buen día ¿En que lo puedo ayudar?
-Buscaba el servicio de casilla postal para una sociedad y quería averiguar las condiciones.
-¿Es una sociedad uruguaya?
-Todavía no está conformada, pero tengo que presupuestar el gasto.
-Si es para derivar todo a Buenos Aires, el servicio incluye el de recepcionista, que soy yo, y el reenvío del correo postal. Si así lo necesitara, puedo hacer trámites administrativos desde aquí.
La mujer le hablaba con cara de haber repetido lo mismo cien veces y mientras pitaba su casi consumido cigarro, mascaba chicle, mirando sus uñas pintadas de rojo furioso y según le pareció, bastante consciente de su generoso escote.
Trató de encontrar algo en el lugar que le llamara la atención pero no notó nada de eso. Una oficina corriente decorada con láminas de pintores abstractos. No podía relacionar aquello con El Remanso.
-¿Tiene una tarjeta que me pueda llevar?
-Si, aquí tiene una.

-Bueno, me comunicaré, gracias.
-De nada, buenas tardes –con el mismo tono mecánico y con el acento particular que da el hablar y el mascar chicle al mismo tiempo.
Había poca gente en la calle a esa hora de la tarde. Bastante distinto del centro de Buenos Aires, lo cual consideró una bendición para Montevideo, sin duda.
Caminaba hacia su hotel pensando en las posibilidades de encontrar algo más en esa ciudad, pero no se le ocurría nada, además de revisar esos papeles que llevaba en la carpeta. La visita a aquella oficina no había tenido resultado aparente.
Mientras leía la tarjeta que le había dado la secretaria, cruzó la calle despreocupadamente y sintió el golpe en su brazo derecho. Mientras caía al pavimento vio alejarse la motocicleta y a su conductor que le gritaba algo que no alcanzó a entender.
Los papeles de la carpeta tardaron algo más que él en llegar al suelo.

domingo, 11 de noviembre de 2007

41. Fantasmas.

Mientras cerraba la puerta de entrada pensaba en la visita recibida cuando escuchó el llamado de Lucía.
-Papá… me parece que Ernesto te puede decir algo que te interesa sobre ese papel membretado que estaba en la heladera.
-Si, yo lo puse ahí –dijo el chico.
-¿Vos lo trajiste? –preguntó Martín como si fuera el juez de un Tribunal Oral.

-No. En realidad me lo dio esa señora amiga de Mariana, la verdad es que no recuerdo el nombre porque la vi solo un par de veces. Ese día yo andaba buscando un zapatero para arreglar unos botines rotos y ella sacó de su cartera un bloc de hojas con ese membrete y anotó el número de un taller del barrio que según me dijo era muy bueno. Para no perderlo, lo pegué con un gancho de esos con imán a la heladera.
-¿No te acordás quién era la amiga de Mariana? -siguió Martín.
En ese momento Mariana entró en la cocina y dijo –Aquí estoy, escuché que me nombraban y…-vio las caras de todos, entonces preguntó -¿Pasa algo?
-Martín la miró y le sonrió levemente pero no respondió.
-Me parece, por la descripción que me hizo Ernesto, que quien le dio el número de teléfono fue Helena –dijo Lucía.
Mariana como siempre, trató de comprender rápidamente la situación: el papel, Helena y…
Todos miraban fijamente a Martín.
Él se sometió al proceso lógico de relacionar el papel membretado con quien seguramente estaría detrás de todo aquello. Helena era la mujer de Carlos… el que seguramente era… algo relacionado con El Remanso S.A.
Parecía una broma del destino. Una de las personas que más lo habían hecho sentir humillado durante gran parte de su vida tenía que ver con esa sociedad sobre la que no sabía casi nada. En parte, probablemente Carlos no siempre se hubiera propuesto someterlo a aquello, pero él lo había tomado siempre de esa forma.
Muchas de las cosas a las que había temido se le habían presentado de golpe, sin avisar. Como si el temerlas fuera una especie de aviso, como el instinto de conservación que le indicaba lo que efectivamente iba que suceder. Pero estar sobre aviso, en su caso, no había servido de mucho.
Volver a tratar con Carlos, era algo que le resultaba desagradable por algunas razones que había logrado comprender, sin embargo, había otras que inconscientemente estaban allí pero que no alcanzaba a ver.
Carlos parecía ser el típico ganador. En el deporte, había sido uno de los mejores jugadores de rugby de su club. Eso a él no le había importado mucho si no fuera porque esa popularidad, según había pensado, le había permitido, en su momento, conquistar a Mariana. Pero ese era un tema que ella se había encargado de hacerle comprender. Y muy bien.
En realidad lo que había sucedido después, su salida para trabajar con esa empresa que había sido cliente del Estudio le había molestado, más que por el hecho en si mismo, por la forma en que había sucedido. Pero había otras cosas.
Carlos tenía la rara virtud de hacerlo sentir una especie de perdedor frente a varias situaciones. En la comparación entre ambos, siempre salía perdiendo. Y se había comparado muchas veces. Nunca lo había podido evitar y no le pasaba con otras personas. Como si ese tipo hubiera sido la imagen que buscaba de si mismo. Eso no así en realidad, porque algunas de las cosas que ese supuesto modelo había hecho y sus actitudes, lo habían llevado a considerarlo con bastante desprecio.

Su postura ganadora frente a la vida, que arremetía lo que tuviera por delante con tal de conseguirlo, a veces haciendo pagar el precio a otros, parecía no haberle traído demasiados inconvenientes. Helena era una mujer extraordinaria y se había casado con él, por ejemplo.
De todas formas recordaba la frase inglesa que decía algo así como The grass is always greener on the other side of the fence. Probablemente no fuera todo perfecto para el tipo, pero no podía evitar esa sensación de que, en aquella comparación que se disparaba en su mente, siempre fuera el perdedor.
Había algo más. En ese momento consideró que lo que probablemente fuera la “arena” del enfrentamiento en esta etapa, fuera la pericia profesional de cada uno.
Carlos, el exitoso, el que había ganado una fortuna asesorando a empresas, contra un abogado como él, que si bien había hecho una buena carrera, no era considerado un abogado brillante. Para muchos en ese ambiente parecía que brillante y millonario eran sinónimos, pero en la mayoría de los casos no era así.
Y se enfrentarían. Lo sabía y en el fondo de sí mismo esperaría el desenlace inexorable de aquel enfrentamiento.
Ese fantasma, presente pero con mucha carga del pasado, lo iba a inquietar hasta que cruzaran armas, de una manera o de otra.
Martín no captaba algunas aristas del tema que terminarían siendo fundamentales en la resolución de aquel conflicto interior.
-Gracias Ernesto, dijo él volviendo a retomar el diálogo con los presentes.
Mariana no supo cómo reaccionar porque Martín no había demostrado exteriormente ninguna emoción visible. Eso era extraño tratándose de asuntos que involucraran a Carlos. Ella sabía, hasta cierto punto, todo lo que había pasado y entendía a Martín.
Nadie se movió de donde estaba, esperando alguna reacción de él.
Ernesto era el más extrañado de todos. Ya se ocuparía de averiguar algo. El tema del Remanso le interesaba, había escuchado hablar a Eduardo y a Martín en el estudio y su ahora nueva relación accidental con el tema lo motivaban aún más para tratar de entender todo aquello.
Martín se dio cuenta de la tirantez del ambiente y dijo –Bueno, está todo aclarado –dando por finalizado el asunto- ¿Quién me convida con algo?
- Acabo de preparar café –se adelantó Lucía.
-Yo también quiero -dijo Mariana.

Esa noche, hizo un bolso con ropa, ayudado por Mariana, para los dos días que pensaba pasar en Montevideo. Ella trataba de contenerse para no preguntarle sobre qué estaba pasando. Hasta que Martín le dijo:
-Antes de que te rompas la cabeza tratando de entender lo que pasó en la cocina te lo explico.
Pero no le contó todo. Por una parte, porque había partes del relato que se vinculaban al Remanso, tema del que no quería hablarle por varios motivos y por otra, porque era imposible explicar lo que todavía no podía entender.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

40. Del otro lado del río.

Si bien la percepción de sensación de molestia por las situaciones rutinarias no había desaparecido, estaba empezando a colocarlas en su lugar, de manera que no le incomodaran demasiado. Sabía, como ya había hablado con Víctor, que muchas de ellas eran necesarias.
Además, todo estaba marchando mejor desde hacia un tiempo. Algunas cosas lo habían ayudado. La incorporación de Ernesto estaba resultando interesante. El chico tenía ganas de aprender, era inteligente y tenía iniciativa.
Había cierta competencia entre Ernesto y Eduardo. La creatividad contra la experiencia; una especie de enfrentamiento que ganaba uno u otro alternativamente. Parecía un juego, una especie de esgrima. Muchas veces había tenido que hacer de árbitro entre ellos. La idea de sumar a Ernesto francamente había resultado positiva. Tanto él como Eduardo disponían de más tiempo para otras cosas y ambos lo estaban a provechando.
Esa mañana estaba revisando unos papeles del traspaso de El Remanso pero notó que en lo que le habían entregado figuraba que el pago por la venta de las acciones de Claudia Giménez se efectuaría, en efectivo, en un banco del exterior “a determinarse”. Eso era inexplicablemente absurdo. Semejante cifra no podía ser manejada de ese modo. Además creaba problemas a nivel impositivo que no sería fácil arreglar, con el agravante de la existencia de varias jurisdicciones, que ni siquiera se especificaban de momento. Claudia, le dio el visto bueno para negociar ese punto. Llamó a la empresa de su cliente y. se presentó. Le pasaron con un contador quien se mostraba impreciso hasta que finalmente dijo -Me parece que va a ser mejor que lo consulte con mis superiores. Lo llamarían en breve.
Más tarde le devolvieron el llamado de parte de El Remanso y quedaron en una reunión para la semana siguiente. Supuso que asistiría algún abogado que los representara. Al preguntar sobre quienes estarían presentes, le respondieron vagamente pero asegurándole que serian personas con poder de decisión.
La documentación evidentemente estaba redactada, o por lo menos revisada, por un abogado. Todas las hojas tenían un garabato, una especie de inicial en un determinado lugar del margen izquierdo de cada hoja, algo que había visto muchas veces en ese tipo de documentos.
Por la tarde, Eduardo llamó Martín a su despacho.
-Gordo, llamé a Montevideo para hablar con el tipo ese que nos trataba de averiguar cosas de esa sociedad y dijo que no podía darnos nada más. Pero lo extraño es que parecía querer decir todo lo contrario, o por lo menos que no quería hablar por teléfono.
-¿Será que quiere que le paguemos más?
-Puede ser, pero lo hubiera insinuado, creo. Me parece que hay que ir allá y ver que pasa. Estaría dispuesto, pero sabés que Verónica se descompone seguido con el embarazo y no quiero dejarla sola.
-Si, creo que hay que ir. Yo me encargo -dijo Martín.
Evidentemente, del otro lado del río podría averiguar algunas cosas más sobre todo el asunto.
Pensó en lo que tenía pendiente en esos días. Llamó a Mariana para consultarla e inmediatamente le pidió a Celia que le consiguiera pasaje en el ferry que salía por la mañana del día siguiente a Montevideo. Prefería eso al avión, era más relajado y lo podía tomar como un paseo.

A la tarde en su casa se cruzó con Ernesto que volvía de la facultad junto a Lucía. Mientras tomaban algo en la cocina él le contaba a ella que el sábado iba a poder jugar otra vez al fútbol con sus amigos, cosa que había dejado de hacer porque no había tenido tiempo.
-Lucía, yo había dejado aquí en la heladera un papel con un número de teléfono de un zapatero que me podía arreglar los botines de fútbol, esos medio rotosos que tengo –dijo Ernesto.
-¿Vos te referís a un papel membretado con un logotipo de “El Remanso S.A.”?
-Si, me parece que decía algo así.
-Papá estuvo como loco buscando quién podía ser el que había dejado eso ahí. Le preguntó a medio mundo pero nunca se me ocurrió pensar que vos podías saber algo de eso… ¿De dónde sacaste ese papel?

Mientras tanto Martín se acercó a la puerta. El timbre del portón exterior había sonado.
-¿Quién es?
- No se si me recuerda, soy Francisco el custodio de la señora Sonia… usted nos sacó del auto aquella tarde del accidente…
-Si… si. ¿Quiere pasar?
-Es solo un momento. No hace falta que entre, puedo hablarle desde la puerta, nada más.
-Por favor, pase -Martín abrió la puerta desde el interior y salió al porche a recibir al insólito visitante.
El hombre parecía saludable respecto a como lo recordaba del el accidente. No era muy alto pero si macizo y moreno. Se preguntó si cargaría con aquella pistola como esa vez.
El hombre se negó a entrar haciendo un breve gesto con sus manos y dijo -Solo vine para traerle esta invitación que le manda el coronel Jaramillo de Andrade… y agradecerle por habernos salvado la vida a la señora Sonia y a mi.
El acento colombiano denotaba un origen humilde pero usaba las palabras con mucha corrección y pausa, signo distintivo de muchos originarios de esa tierra.
-Bueno, no fue nada. Estaba allí y simplemente hice lo que me pareció que debía –dijo Martín realmente sin saber demasiado que responderle. No estaba acostumbrado a que le agradecieran ese tipo de situaciones que por otra parte y gracias a Dios, no se presentaban a menudo en su vida.
-Sabe, en Colombia valoramos mucho cosas como las que usted hizo. La vida parece algo no demasiado valorado por estos días. No me hubiera perdonado que le pasara algo a la Sra. Sonia. También se lo agradezco por mi familia –El hombre parecía sincero pero contenidamente emociónado.
-Bueno no se que decirle.
-He estado en situaciones como la que usted pasó y se que no es fácil. Sepa que estoy a su disposición para lo que necesite. Cualquier cosa en que le pueda ser útil no dude en llamarme por favor –Se desabrochó el saco, efectivamente cargaba su pistola y sacó una tarjeta de visita en la que escribió un número telefónico -Cualquier cosa, a cualquier hora y para lo que necesite.
-Bueno muchas gracias.
Martín pensó que, a pesar de que era evidente que aquello era una muestra de gratitud, esperaba no tener que llamarlo jamás.
Adentro, le esperaba otra sorpresa.

domingo, 4 de noviembre de 2007

39. Elefantes de la India.

Hola Carmen, espero no molestarte. Me invité a comer. -Martín solía caer a comer, sin avisar, a la casa de Carmen, madre de Mariana.
-No hay problema, pero esperame que bajo a comprar algo, es un minuto. Quedate con Lola que tiene que terminar de pintar un ejercicio.

-Hola Martín, ¿Cómo le va?
Ahí estaba Lola, con su aspecto ligeramente estrafalario, como la última vez que la había visto.
-Bien. ¿Que estás pintando?
-Ahora estaba tratando de aprender a pintar manos. Me gustan mucho, creo que son muy expresivas.
-Siempre me llamaron la atención las posturas de las manos en las bailarinas de ballet. Nunca entendí que significaban.
-Si, depende de la posición. Eso es lo que quiero pintar. Las manos del baile clásico son una forma de expresión perfecta. Me gustaría aprender a hacerlo ahora.
-Pero me acabás de decir que estás aprendiendo.
-Ah Martín, usted no me conoce. No me quedo con el intento, simplemente lo hago. Si termina la clase de hoy y Carmen me dice que está bien lo que pinté, bien, y sino también. Pero mañana empiezo a pintar las manos, bueno, si consigo los lienzos que necesito… pero eso es otro tema.
-Veo que sos bastante impulsiva.

-Mi novio dice lo mismo pero no, creo no serlo, es que no le concedo a la vida la menor oportunidad de privarme de lo que quiero hacer. Ya se encargará ella de negarme lo que le parezca conveniente.
-A tu edad ya le hacés reproches…
-Desde que me quitó a mi padre, no le regalo nada. Ella corre con ventaja, tiene todo el tiempo del mundo. Por eso no voy a dejar de hacer lo que desee, quiero decir, algo que realmente esté convencida que debo hacer. Ese es el motivo por el que bailo, aprendo violonchelo y pinto. Si mañana pienso que debería aprender a domesticar elefantes, no voy a dudar en conseguir lo que haga falta para ir a la India y hacerlo. Pero bueno, creo que para eso falta –dijo con una carcajada contagiosa, echando su cabeza hacia atrás como hacía Mariana.
-La vida. Hablás de ella como si fuera una persona o algo así.
-Si, ya sé, en realidad mis problemas con la vida son los que tengo con el señor de allí arriba, que se llevó a mi padre cuando tenía doce años.
Nunca más pude dirigirme a él sin pensar en el reproche que tengo para hacerle. No lo puedo evitar. Por eso no tengo otra opción que vivir con intensidad, no sé cuando me va a dar otro zarpazo, a mí o a los que quiero.
-Martín no supo que decirle. A él le había pasado algo parecido, pero no con ese grado de intensidad.
-Yo se qué está ahí y que se ocupa de todo pero mi corazón no ve eso y cada vez que quiero hablarle se interpone la imagen de mi papá.
-Tal vez sea una cuestión de tiempo.
-Si, pero mientras tanto no voy a esperar a que las cosas se arreglen solas. No creo que nada se arregle así. Tengo que vivir. No me voy a quedar lamentando lo que perdí. Hay otras posibilidades que no quiero desperdiciar. A veces no puedo aprovecharlas. Por ejemplo hoy tenía que elegir entre ésta clase o una de ballet. Elegí ésta y la disfruté a pleno.
-Es un buen punto.
-Abuso de lo que sabe Carmen -dijo riendo- es muy buena profesora, tiene técnica y sobre todo me gusta su instinto para saber por dónde tengo que ir en el aprendizaje.
-Si, es verdad, lo tiene para muchas cosas.
-Ella sabe lo que quiero y parece enseñarme lo necesario sin que se lo diga. ¿Qué le parece esto?
-No me trates de usted que no soy tan viejo. ¡Muy bueno! Estos trazos de acá parecen las manos de una bailarina…
-Lo acabo de hacer mientras hablábamos. Gracias por darme la idea.
-Veo que no perdés el tiempo.
-No. Es un lujo que no me quiero dar… Bueno, son unos trazos apenas. Vamos a ver que dice Carmen. Voy a limpiar los pinceles mientras ella vuelve. Entre otras cosas, no puedo perder el tiempo porque el trabajo que tengo no me gusta pero me permite hacer las cosas que quiero, como ésta por ejemplo. Entonces lo cuido. Cuando estoy ahí soy la empleada más eficiente del mundo. Ya tendré tiempo de buscar algo mejor. Ahora no.
Martín pensó en la energía que tenía esa chica. Le gustó su vitalidad y comprendió esa visión de la vida. El inconformismo nacido de un hecho doloroso la había movilizado. Le deseó íntimamente que tuviera suerte con sus proyectos. Alguna vez resolvería aquel problema...
Por un instante sintió envidia de esa actitud avasalladora hacia la vida de ella. En realidad esa postura había nacido a partir de un hecho doloroso… Curioso papel movilizador el del dolor…

-Acá estoy de vuelta -Carmen cargaba unos paquetes. Lola abajo está tu novio Lucas. ¿A ver? Ah, muy bien. Esa mano de… ¿Bailarina? Está muy bien, si, muy bien.
-Fue Martín quien me inspiró para pintarla.
-Bueno, ella ya quería hacerlo, solo hablamos de eso.
-Ah, Martín no desprecies el papel de la inspiración y menos ¡Frente a Lola!
-Pero no hizo falta convencerla.
-No claro que no.
-Bueno me voy Carmen. Gracias y hasta la semana que viene. ¡Gracias por la charla Martín! Lo disfruté mucho. Algún día le presento a Lucas ¡Se parece mucho a mi!
Mientras almorzaban Martín le dijo a Carmen -Me impresionó esta chica.
-Es muy talentosa. Si se lo propone puede llegar lejos pintando. Sucede que su vitalidad se dispersa y quiere todo al mismo tiempo. Pero es joven, ya le llegará el tiempo de decidirse. A esa edad parece que uno lo puede todo.
-Si, y cuando maduramos parece que el tiempo tuviera vencimiento y creemos que tenemos que elegir entre una cosa u otra, aparentemente excluyentes entre si, sin demasiadas opciones.
-Abrir una puerta cerrando otras, algo así querés decir.
-Es la idea.
-A veces también podes abrir una ventana o pintar una, si querés, que es casi lo mismo.
-Se nota que sos una artista…
-Es la edad Martín, es la edad –dijo Carmen.
-Pensando así siempre vas a ser joven.
-¡Es que para pensar así tengo que ser vieja! –le dijo ella entre risas.
-No es cierto, Carmen… Mirála a Lola.