miércoles, 21 de noviembre de 2007

44. Aguas Turbulentas.

Entró a la sala de reuniones de la fábrica, allí estaban el cuñado de Claudia Giménez, el contador, Carlos, un hombre que no conocía y al que curiosamente nadie le presentó, además de una secretaría.
El único que se levantó para saludarlo fue Carlos que le dio la mano. Elegante como siempre, tenía un traje gris impecable, una camisa blanca y una corbata bordó. Lo miró con esa sonrisa que nunca supo si era real o falsa.
Enfrente de cada lugar ocupado, había un vaso con agua y en el centro de la espaciosa mesa, una moderna jarra para que cada uno se sirviera más, si así lo quería.
-Nos reunimos hoy para tratar el tema de la proposición de la Sra. Giménez respecto a algunas objeciones que plantea respecto al modo de concretar la operación de venta de su parte de las acciones –especificó el contador.
-La posición de mi cliente es la necesidad de efectuar un cambio en la forma de pago. Desearía que en lugar de efectivo se hiciera una transferencia electrónica a una cuenta determinada en un banco en Nueva York –agregó Martín.
-Bueno, pensamos que las condiciones que se habían expresado eran claras. No vemos motivo para que deban cambiarse –añadió el contador.
-Desearía hacer una observación. Las condiciones no son impuestas por una sola de las partes. Esto es un acuerdo entre dos partes y mi cliente tiene necesidad de que esto sea realizado tal como expliqué.
- ¡Tenemos motivos… un cronograma que cumplir y esto sería un inconveniente que nos retrasaría! –dijo el contador levantando levemente la voz.
-Mi cliente tiene sobrados motivos para cambiar las condiciones en las que se realizará la venta, que como pueden ver, no implican nada extraordinario –dijo Martín bajando la voz y pausando cada palabra, dándole un tono absolutamente artificial a toda la frase.
¡Por qué Claudia es tan testaruda! – dijo el cuñado de la Sra. Giménez. Nadie le respondió. El contenido del vaso frente a Martín había empezado a oscilar. El nerciosismo se hacía sentir.
Martín lo miró, pero no dijo nada. Ya le había dicho su cliente qué clase de persona era el cuñado.
El contador dijo –Mire, esto nos toma por sorpresa y nos sería dificultoso efectuar modificaciones al respecto.
-Si ustedes no pueden resolver algo tan sencillo como eso, creo que podemos tomarnos, ambos, un tiempo más para pensar en cómo resolverlo ¿No les parece? Martín empezó a ordenar sus papeles como amagando retirarse de la reunión. La secretaria miraba nerviosa hacía los lados de la mesa.
-Martín –dijo Carlos- creo que no va a ser necesario que terminemos esto aquí. Para compensar a la Sra. Giménez por sus “molestias”, la Sociedad está dispuesta a resarcirla con un generoso porcentaje extra al realizar la operación.
Lo de agregar más dinero era una locura. Martín notó que era más que evidente que había tocado un punto sensible para ellos. Pero se veía que los dñolares no eran problema.
-Señores, pareciera que no han entendido que el problema de la Sra. Giménez no es de tipo económico, sino de otra naturaleza. Les repito que no se les está pidiendo nada inusual en una operación de estas características.
-Le recuerdo abogado que tenemos un preacuerdo, dijo Carlos.
-Si, un preacuerdo escrito que puede dejarse sin efecto por cualquiera de las partes si así lo vieran justo. Me parece que lo que propone mi cliente es justo, así que –Martín deliberadamente resaltó la frase- todo podría suspenderse hasta que todo se arregle o… definitivamente.
El agua se movía más dentro del vaso, llegando casi hasta los bordes.
-¿Me parece que ya es tarde para que nos echemos atrás verdad? –dijo Carlos seriamente.
-No veo porqué –respondió lacónicamente Martín.
Y siguió –Señores, creo que por lo que se ve, esto por ahora no está llegando a buen puerto. Deberían buscar la manera de poder acceder a lo propuesto. Mientras tanto creo que, por lo menos para mí, esta reunión ha terminado.
-El hombre que no le habían presentado golpeó la mesa con su puño derecho mientras miraba con los ojos fijos a la pared opuesta. Eso hizo que se derramara no solo el agua del vaso de Martín, sino la de todos los vasos que había sobre la mesa y que nadie había tomado.
Martín fingió no notar aquel episodio. Recogió sus papeles por segunda vez, los guardó en su carpeta y luego de saludar, bajó las escaleras hasta el estacionamiento de la fábrica.

Cuando se disponía a abrir la puerta de su coche, escuchó que alguien lo llamaba desde atrás.
Era Carlos –Martín, quiero que sepas que esta operación es importante para mi y…
-No Carlos, esto no es una cuestión personal, es un tema estrictamente profesional. Vos arregla las cosas con tus clientes, yo se lo que tengo que hacer por mi parte. No mezclemos las cosas, dejemos de lado lo personal –en realidad eso no era totalmente posible en su caso.
-Te recuerdo, -le dijo Carlos taimadamente- que en caso de que insistan con su postura podríamos ampliar el capital accionario y dejar a tu cliente en una posición absolutamente desventajosa. El precio de sus acciones bajaría mucho. Yo que vos lo pensaría…
Martín estaba preparado para aquello y le respondió –Si, pero ¿Eso tardaría mucho verdad? Me parece que tus clientes no tienen mucho tiempo para perder ¿O me equivoco? Además creo que tendrías que releer de nuevo los estatutos, porque, como seguramente lo recordarás, allí se indica que para la venta de acciones de alguna de las partes hace falta el consentimiento expreso de los otros accionistas y para la que hizo el cuñado de la Sra. Giménez al Remanso, no vi nada escrito ¿O sí? Además, vos sabés que esto puede llevar mucho tiempo en tribunales, un año, quizás tres…

La cara de Carlos palideció. Una gota de sudor corría casi imperceptiblemente por su sien derecha. Parecía que lo hubiesen golpeado. La sonrisa de aviso de crema dental había desaparecido.
-Bueno, ahora tengo que irme. Cualquier cosa me avisas.
Martín manejaba por la Panamericana y no pudo dejar de sentir satisfacción por cómo había salido aquello. Sabía que la situación se pondría difícil y que no terminaría allí.
Al entrar en su garaje, otro coche que estaba estacionado enfrente, abrió unos centímetros la ventanilla para arrojar una colilla de cigarrillo. Finalmente arrancó y se fue. Había estado allí todo el día desde antes de que Martín saliera, vigilando la casa.
Estaba por llover, pero Martín no pudo ver la tormenta que se acercaba por el horizonte y que caería indefectiblemente sobre su hogar.