miércoles, 5 de diciembre de 2007

48. El mensaje.

Ningún auto pasaba. Media cuadra antes de llegar a su casa Lucía pensó que lo único que le quedaba por hacer era gritar. Comenzó a llenar sus pulmones pero antes de que pudiera emitir sonido alguno el hombre se le abalanzó, tapándole la boca. Con la otra mano la dobló el brazo izquierdo por detrás de la espalda.

-Quedate quieta muñequita y no grites. Por ahí vivís para contarlo.
Lucía trató de pensar rápido para que no le ganara el pánico que se había apoderado de ella. No se le ocurría que hacer. Estaba a media cuadra, solo a media cuadra…
-¿Con que ésta es la nena de papá? Bastante linda había sido… Antes de que terminara la frase escuchó la bocina de un auto que se acercaba.
Lucía respiró esperanzada. El hombre vio acercarse el auto, la soltó empujándola bruscamente contra la pared y corrió hacía el alambrado que separaba la calle de las vía del tren perdiéndose en la oscuridad.
El auto de la bocina se detuvo.
A Lucía comenzaron a temblarle las piernas. Se sentó en la vereda pegando su espalda a la pared de una casa que conocía bien. Estaba a metros de la suya y había pasado por allí mil veces. Estaba mareada, tenía ganas de vomitar.
-¿Estás bien? Le dijo el hombre que bajó del auto
-Si –es lo que pudo decir ella.
-¿Te lastimó, te robó?
-No, no… todo fue muy rápido… yo…
-¿Dónde vivís?
-Ahí, en la casa de la esquina.

Ya en la casa, el oportuno auxiliador se identificó como policía. Antes de dejarla ir le pidió que relatara varias veces lo que había pasado y lo que el hombre le había estado diciendo. Ella le respondió cada vez, que le había dicho que era linda y nada más. Mariana la acompañó a su cuarto y se quedó con ella. Hubiera querido sermonearla por no hacerle caso pero obviamente no era el momento.
El policía se identificó ante Martín como Norberto Ortega, extendiéndole su placa y una tarjeta de visita. No era muy alto, tenía alrededor de cincuenta años, y uno de esos bigotes entrecanos estilo cepillo que a algunos viejos policías les gustaba usar.
-¿Qué hace un Federal acá en provincia? –le preguntó Martín.
-Vigilamos las estaciones de tren, que son jurisdicción federal ¿No nos vio allí?
-Si. El tipo que atacó a mi hija ¿Era un ladrón o un maniático?
-No lo sé. Casi no lo pude ver y su hija mucho no nos dijo.
-¿Cree que volverá?, es decir, ¿Mi hija está asegura?
-Miré, le puedo conseguir protección, por lo menos por un par de días, de la policía de la provincia.
-Podría ser. Pero igual mañana quiero hacer la denuncia. Usted va a venir conmigo ¿No es así?
-Eh… si. Sería lo correcto.
-Agradezco la casualidad de que usted pasara por allí en ese momento.
-Las casualidades no existen. Se ve que tenía que pasar por allí en ese preciso instante.
-Supongo que si.

Al otro día Martín le dijo a Mariana que no dejara a Lucía ir a la Facultad. Ella decía estar bien y no tenía miedo. Había escuchado casos terriblemente peores al suyo. Y la había sacado muy barata…
Luego de hacer la denuncia, que el policía de turno tomó en una máquina de escribir mecánica, con hojas y papel carbónico que Martín había llevado, volvió a su casa. Lamentablemente tendría que regresar por la tarde con Lucía para ratificar y completar la declaración.
El policía federal lo acompañó y aportó su parte a la denuncia.
-¿Cómo estás? –le preguntó Martín a su hija.
-Bien, aunque hubiera preferido ir a la facultad para olvidarme de esto.
-Solo por hoy chiquita, a la tarde tenemos que ir a la comisaría.
-Papá, tratando de acordarme bien de lo que pasó, el tipo ese de ayer dijo si yo era “la nena de papá” y además agregó de una manera rara ”bastante linda había sido”, refiriéndose a mi, como si me conociera de antes… o como si te conociera a vos.
Martín entendió pero no dijo nada. Aquello había sido un aviso para él… a través de su hija… Se puso pálido. El Remanso…
-Papá ¿Te pasa algo?
-Si, me preocupas vos. El sabía bien que eso no era del todo cierto.
Pero faltaba algo más todavía.
Mariana apareció por la puerta con el teléfono inalámbrico en la mano derecha con cara de no entender demasiado –Es Carlos… -le dijo como preguntando muchas cosas, pero sin decir nada más.
-Ah… dijo Martín
-Hola Martín.
-Hola.
-Disculpame pero, no te encontré en tu estudio, quería decirte que en la empresa están preocupados porque aún no se cerró el acuerdo.
-Ya veo.

-Deberíamos firmar esos papeles cuanto antes y acabar con el asunto.
Martín, no tenía energías ni estaba con todas sus luces encendidas esa mañana y le respondió –Perdoname Carlos, no entiendo. En la reunión quedamos en que ustedes debían considerar el pedido de mi cliente y que luego hablaríamos. Creo que…
-Mirá Martín, no aceptan cambiar nada… firmen de una vez.
La frase sonó aún más categórica por su contexto que por el tono empleado.
Martín prefirió por el momento dilatar el asunto y le dijo –Dennos un poco de tiempo.
-Ya no hay mucho. Preferiría que todo se hiciera por las buenas….Vos me entendés, sin líos de Tribunales…
Para salir del paso dijo –Lo voy a hablar con la señora Giménez.
-Si. Por favor –las palabras sonaron como una velada y extraña súplica.
Tenía que pensar. Todo se había puesto aún más turbio, pero por eso mismo algunas cosas empezaban a cerrarle. Ayer una durísima advertencia y hoy una amenaza. Ya no tenía dudas de que lo de Lucía había sido eso, una advertencia. ¿Quiénes eran esos tipos?
Llamó por teléfono y habló con Eduardo que estaba al tanto de todo. Le pidió que viniera con lo que tenían del Remanso y que se trajera también a Ernesto.
Lucía no le había hablado a su padre de la cadena con la rosa de plata esmaltada, regalo de su tío Esteban, que había perdido mientras se escapaba del tipo aquel.
No sabía cómo se arrepentiría unos días más tarde por no habérselo contado.