miércoles, 12 de diciembre de 2007

50. La cola de la serpiente. Primera parte.

Lucía se había ido con su abuela Carmen. Su departamento era más seguro. Martín estaba convencido de que por el momento ella no era objetivo de nadie.

El papel de la caja fuerte era importante. Eduardo lo sacó de allí y se lo dio a Celia, que miraba de reojo las dos pistolas de tiro deportivo que allí guardaba y que a Martín no le gustaban nada. Ella lo llevaría, junto con otros papeles, a la caja de seguridad que tenían en el banco.
Sabía que la operación del Remanso no se llevaría a cabo. Claudia Giménez estaba al tanto y bastante preocupada. Pero todo lo que había pasado, lo de su hija, la velada a menaza de Carlos y lo que aún le faltaba saber, hicieron que quisiera continuar. ¿Qué papel tenía Carlos en todo esto? se preguntaba Martín, mientras lo llamaba por teléfono.
Después de los saludos de compromiso, él dijo –Carlos se acabó. No hay trato, se cancela la venta.
-Querés decir, por el tiempo que me pediste para pensarlo.
-No. No entendes. Se cancela definitivamente.
-Si es por el tema del pago, puedo hablar con Giménez para que acepte…
-Tengo un poder irrevocable por seis meses para la venta. Ella ahora está fuera de esto, en todo caso deberías seguir hablando conmigo pero no. No es por el tema del pago. Si ofrecieran diez veces el valor acordado sería rechazado igualmente. No queremos tratos con ustedes. Vamos a designar un administrador para que represente los intereses de la Sra. Giménez.
-Pero… ¡Vos no podés hacer esto!
-Si podemos y lo estoy haciendo. Avisale a tus mandantes.
-Martín. Te vas a arrepentir…
-Si, tenés razón. Ya me arrepentí de haber empezado a hablar con ustedes.
-Aunque no lo creas, esto no va a quedar así.
-Ya lo sé. Que sigas bien.
Ahora vendría la reacción. La tormenta, quién lo sabía.

En la fábrica vacía, mientras tanto: ¡Podemos haber sido tan estúpidos! ¿Y quién lo tiene?
-El tipo ese, por lo menos lo dicen los de Montevideo, solo vieron una parte que tenía él pero no todo. No el más importante.
-Me está hartando, ya me cansó. Avísenle al Beto que se lo traiga…como sea.

Al otro día por la mañana, dos autos vigilaban la casa de Martín.
Cuando él salió de allí, uno de los dos coches se puso en marcha y esperó. Cuando Martín llego, curiosamente, al mismo lugar en donde el aquel tipo había atrapado a Lucía, el auto se acercó y bajó el vidrio.
-Martín.
-Ah, Ortega, cómo le va.
-Quisiera que me acompañara a la comisaría, tenemos al que atacó a su hija. Está diciendo cosas y queremos que usted las oiga –le dijo el policía.
-Martín miró el reloj y recordó que esa mañana no tenía compromisos o reuniones más que el habitual trabajo de escritorio con papeles. El Remanso y todo eso. Le parecía algo un poco raro pero estaba dispuesto a seguir aquello.
Subió del lado del acompañante y enfilaron para el norte, hacia la comisaría.
En cierto lugar, una calle bastante tranquila, el auto se detuvo a media manzana. -Bueno Martín, Lo lamento. No vamos a la comisaría –dijo el hombre mientras sacaba de la nada y con su mano derecha, una pistola nueve milímetros.
-¿Las casualidades no existen verdad? -dijo Martín sin miedo.
-Ya le dije ayer que no pero ahora las preguntas las hago yo.
-¿Dónde está el papel?
-¿Qué papel? Preguntó Martín, sabiendo exactamente a cuál se refería.
-El que tiene los nombres y los números.
-Ah, ese. Está bien guardado. No queremos que se pierda. Además hay varias copias. Le puedo dar una si quiere…

-Creo que no está en condiciones de hacerse el gracioso conmigo.
-¿Quién le paga? ¿Para quién trabaja? ¿Quiénes son esos tipos?
Nunca pudo imaginar que la reacción de la gente del Remanso podía haber sido aquella. Brutal y contundente.
Mientras preguntaba todo eso, otro hombre se acercaba al auto y subía al asiento de atrás.
Martín, al verlo llegar, lo reconoció inmediatamente. Era el tipo que lo había llevado por delante con la moto en Montevideo. En ese momento comenzó a sentir un poco de miedo. Esto quería decir que lo venían siguiendo desde hacía rato. Pensó en Mariana que momentáneamente estaba sola en su casa… No tenía como avisarle nada y sintió más miedo aún.
-Veo que me reconoce. Aquella vez, solo pude tirarlo al piso, ahora puedo hacerle mucho más –dijo el tipo con una ladeada y falsa sonrisa.
Martín atinó a decir -ese papel ya lo vieron más de seis personas ¿Se los van a llevar a todos?
-Queremos el original, no las copias ¿Dónde lo tiene? Si me lo dice lo soltamos, si además promete callarse la boca, por supuesto.
Martín pensó que esa hoja era una especie de seguro, para él y su familia. Mientras el maldito papel estuviese seguro, ellos también lo estarían -¿Usted cree que se lo voy a dar así nomás? - dijo.
-Mire, usted no sabe con quien se metió, yo solo soy alguien que se gana la vida con esto y nada más. El otro tipo estaba muy impaciente atrás y había sacado su pistola también. -¡No oye lo que le dicen! ¡Díganos ya mismo dónde está ese papel!
Martín absorbió rápidamente la situación de peligro, ya tenía la camisa empapada y las manos pegajosas. El seguro del auto estaba colocado, no tenía posibilidades de escaparse. Además, el vidrio oscurecido impedía toda visión desde el exterior.
Esos tipos eran la cola de la serpiente cuya cabeza, vaya a saber quién o quiénes eran y lo que hacían.
-No se los voy a dar. Salvo que me den garantías de que van dejarnos en paz.
-No, no se las daremos -dijo el hombre de atrás. Con la culata de su pistola, le dio un golpe en la nuca que inmediatamente hizo que Martín perdiera el conocimiento.
-¡Pará animal, podés haberlo matado! -dijo Ortega, también conocido como “Beto” para esta clase de trabajos.
-A mi me ordenaron que lo llevara, pero no me aclararon si vivo o muerto –dijo el tipo riéndose.
-Un pequeño hilo de sangre salía desde algún punto de la cabeza del cuerpo que había caído hacia a delante, al lado del acompañante.