miércoles, 29 de agosto de 2007

20. Las dos caras - primera parte.

Martín no llegó a abrir la puerta cuando ya lo había hecho Mariana. Ella tenía una mirada serenamente extraña, como entregada a lo que le deparara ese anochecer lluvioso y frío. Se dieron un rápido beso.

Martín le dijo con calma -Quiero hablarte.
-Si yo también quería.
-Bueno, lo que…
-Esperá. No sé lo que me vas a decir pero te pido que por favor me dejes hablar primero a mí. –Lo iba a hacer sin importar las consecuencias. Necesitaba sincerarse y transmitirle lo que le tendría que haber dicho desde hacía tiempo. Mucho tiempo. Tal vez ya fuera tarde. Posiblemente quedaría como una idiota o una oportunista, pero –otra vez- se dijo que no le importaba.

Y Mariana dijo:

Te pido perdón, porque ahora soy consciente de que en alguna forma me fui alejando de vos. Entre los chicos y el trabajo, pasaste, sin haberlo querido, a otro plano. No se cuándo ni cómo empezó, no sabés cuánto me duele ahora que parece que ya es tarde y el daño hecho. Creo que yo te hice daño.
-Escuchame…
-Por favor, dejáme terminar.
Te voy decir algunas cosas no demasiado importantes que ahora te van a parece estúpidas pero igual me pareció que tenías que saberlas.
Quiero que sepas que te elegí y que nunca me arrepentí de eso, pero esa elección no tuvo mérito porque mientras más te conocía, más me enamoraba y mi libertad se quedaba chiquita al lado de cómo nos íbamos queriendo.
Estos días, haciendo memoria, tratando de ver cuándo había empezado a cambiar, a no darte lo de antes, de repente me acordé lo que me pasaba con vos hace unos años, antes de mi operación. Una mezcla agridulce de cariño, ansiedad, miedo a perderte, inexperiencia y alegría, todo al mismo tiempo.
¿Sabías que te espiaba cuando llegabas? Me escondía detrás de las ventanas para verte entrar y poder presentir ansiosamente tu beso, cariñoso, cansado, distraído, me daba igual, porque era tuyo.
Me sorprendía pensando durante el día qué estarías haciendo y me daba vergüenza llamarte para eso. Casi nunca lo hice y ahora sé que debí haberlo hecho. El trabajo desde la casa, con la pantalla y el teclado no me lo impedían.
Parecía que me hubieras embrujado. ¡Si cuando me tocabas me hacías temblar y yo como una tonta disimulaba para que no lo notaras! Me pasaba horas recordando tus manos grandes y fuertes en las mil maneras de acariciar que me inventaste. Alguna vez llegué a pensar que estaba loca por las cosas que hacía cuando te extrañaba y estabas de viaje; me quedaba en casa. A veces si me ofrecían salir, prefería estar sola... como velando, esperando tu vuelta.
Por momentos iba por los pasillos y presentía la colonia que usabas, y buscaba ese saco, esa camisa o ese pulóver y me quedaba ahí respirando aquella tela tuya. Me acostaba de tu lado de la cama, abrazaba fuerte la almohada y así me dormía.
-¿Porqué no traté de hablarte más, de comunicarme mejor, si sabía que te costaba muchísimo más que a mi? Qué tonta fui…
-Martín sintió el barullo de imágenes agitándose en su cabeza, tratando de pensar la forma de expresar lo que iba a decir, que parecía cambiar ante la oleada de emociones que subyugaban su lógica. Parado ahí en el hall de entrada, pudo ver los ojos brillosos por alguna lágrima contenida de ella, que sin embargo mantenía la vos serena y pausada.
-Te admire, te admiro. Admirar y querer llegaron a ser para mí lo mismo y no podía… no puedo… pensar en otra vida en la que no estés.
Sabés bien lo que lloré cuando supe que no iba a poder quedar embarazada otra vez. Nunca te dije que lo que más me dolió fue no poder darte gusto porque sabía lo que vos querías. ¡Las veces que hablamos de tener muchos chicos! Yo también lo quería y no te lo dije para que no sufrieras aún más.
Por eso surgió lo del Hogar de Tránsito. Tal vez eso fue bueno un tiempo pero también hizo que me distrajera de lo importante ¿Cuántos chicos pasaron por esta casa? Doce, recuerdo a cada uno. El amor que les diste a ellos ¡También me lo diste a mi! Lo llevo atesorado en mi corazón y nada ni nadie me lo podrán quitar.
-Hizo una pausa y finalizó diciendo -Te pido perdón otra vez. Pero ahora esto tal vez no tenga significado para vos.
Nada más -dijo Mariana abrazando sus propios brazos como sintiendo un repentino frío. Pasaron varios segundos, que a Mariana le parecieron los más largos de su vida, mientras Martín la miraba de una manera que ella se negaba a pensar que fuera real, esperando que tal vez él hablara.

domingo, 26 de agosto de 2007

19. Claroscuros

Seguía lloviendo. Ese lunes temprano, Martín vio a su médico. Inconscientemente, hubiera preferido tener “algo” que justificara

su estado, pero un poco de colesterol, que se reduciría con dieta o ejercicio no justificaba su estado de ánimo.
Antes de volver a la oficina compró algo en un local.
Llegó y saludó a Celia que le respondió con cierta cara de prevención.
Ah, hasta que apareciste –le dijo Eduardo.
-Buen día, hola, que hacés, cómo estás, tanto tiempo…
-No estamos para bromas.
-Qué pasa…
-¿Cómo “qué pasa”? ¿A vos te parece lógico lo que estás haciendo? -dijo Eduardo con una taza de café casi vacía en una mano, mientras cerraba la puerta del despacho de Martín con la otra.
Te desaparecés de tu casa, no atendés el teléfono. Te vas por ahí y a nosotros que nos parta un rayo.
-Martín intuía qué quería decir ese "nosotros". Caminó hasta la ventana y miró la plaza.
-Ya sabés que no estoy pasando un buen momento -dijo.
-Mirá enano. ¿Por qué tanta intriga? ¿Es la mujer esa la que te calienta la cabeza o hay otra?
-¿Qué…?
-Si, la viuda esa.
-Nada que ver.
-Entonces ¿Por qué no hablás? ¿Por qué no le decís a alguien qué carajo te pasa? ¿Pensás quedarte así y que todos sufran por tu culpa?
Y siguió: ¿Te parece que es fácil para una mujer llamar a otro tipo y decirle que no sabe lo que le pasa a su marido porque él no le dice nada? ¿Te gusta escuchar llorar a la mujer de un amigo pidiéndote ayuda por teléfono? No, el señor se desaparece, total, que su mujer piense que le meten los cuernos o que está loco. O que ella no le interesa más y que se vaya todo al diablo.
-Yo sabía…
-¿Qué sabías? ¿Que Mariana me llamó? Ella sabe pedir ayuda y yo no te lo iba a decir, pero buéh, ya está. ¡Qué querías que hiciera pobre, amenazarte con una pistola para que hablaras!
Eduardo fue levantando la voz. -¡Cuando yo estaba borracho por lo menos hablé con alguien para que me ayudara!, ¡La casualidad es que fuiste vos! ¡Pero se ve que fue eso, solo casualidad! ¿O es que no me hacés caso porque para vos sigo siendo un borracho? ¡En realidad sos un orgulloso arrogante que va a destrozar todo lo que tiene en su vida! ¡Y yo no te la voy a hacer fácil!
-¡Pará!
-La puerta se abrió de golpe. Era Celia –Eh… ¿Quieren algo? -dijo la mujer sin que le importara mucho la respuesta.
-¡Nada! -Contestaron los dos al mismo tiempo -Bueno, les traigo agua entonces -volvió a salir, con la cara casi sin colores.
-¡No pedís ayuda, siempre fuiste un soberbio, autosuficiente de mierda que cree que no necesita de nadie! -volvió a la carga Eduardo.
-¡Basta!
-¡Basta un carajo! ¿Quién te pensás que sos ahora? ¿Dios? ¡Sos un egoísta!, ¡Sos…un hijo de puta!
¡BASTA! –Martín se acercó a Eduardo con furia y lo tomó haciendo un revoltijo entre la camisa y la corbata, casi a la altura de su propia cara. No pudo moverlo más que unos centímetros y se aprestó a darle un derechazo.
-Eduardo, dejando hacer, pero con la respiración agitada, fruncía el ceño, y torciendo la cabeza, esperaba recibir estoicamente la recompensa de un puñetazo.
En ese momento Martín, con el brazo en alto y a punto de disparar el golpe, lo miró a los ojos y captó la escena en su significado.
Eduardo había hecho y dicho todo aquello para que reaccionara y ahí estaba él, a punto de partirle la cara por como lo había tratado y lo que le había dicho… algo de lo cual… bastante, era cierto.
-¿Y? ¿Qué estás esperando enano? –dijo Eduardo monocorde.
-Martín, lo soltó y mirando al suelo, luego de unos segundos, habló con un tono afable que desentonaba con el contenido de la frase – ¿Sabés que sos un gordo pelotudo?
-Bueno, ahora nos entendemos mejor.
-Martín sentado en su escritorio, se tapó avergonzado la cara. Celia amago a entrar con dos tazas. Eduardo le hizo una seña para que no lo hiciera.
-No te voy a considerar un maricón porque lagrimées un poco.
-Y Martín lloró como pocas veces recordaba haberlo hecho: en silencio, con la cara oculta en sus manos y delante de otra persona.
-No entiendo lo que me pasa. De verdad que no.
-Cuando se calmó, entró Celia con dos tes de tilo, que ellos no pensaban tomar, diciendo –¡Si no paraban iba a llamar a la policía pero antes iba a renunciar y les iba a hacer juicio por violencia psicológica! ¡A los dos!
-Ambos le sonrieron.
Eduardo sacó una tarjeta del bolsillo y se la dio a Martín.
-¿Quién es?
-El tipo que tenés que ver.
-¿De dónde lo sacaste?
-Tu amigo el cura Hugo lo recomendó. Ya no atiende, pero él le habló y te va a recibir.
-Mirando la tarjeta le dijo -No voy a ver a ningún psiquiatra.
-¿Empezamos de nuevo?
-Martín miró a Eduardo y recordó que esa misma situación, pero a la inversa, había sucedido en el mismo lugar unos años atrás y Eduardo había aceptado su consejo de ver a un psiquiatra…
-Si, ya sé enano, a mí también me costó en esa época. Probá. Si no parece servirte, veremos que hacemos.
-Bien –fue la lacónica respuesta de Martín que no estaba todavía del todo convencido.
Comieron algo afuera. La tarde pasó rápido.
-Tomá gordo, te había comprado esto para que no sigas engordando por no hacer más deporte -eran unas antiparras para nadar y un folleto del club de su barrio que tenía pileta de natación.
-Veo que al final, tan egoísta no eras -le dijo Eduardo burlonamente.
Más tarde, llevó a Martín a su casa en el auto. Ahora venía otra parte difícil e inevitable. Martín no sabía cómo podía terminar aquello.

miércoles, 22 de agosto de 2007

18. Segundo premio

Se despertó con dolor de cabeza e instintivamente, antes de abrir los ojos, estiró su brazo hacia el otro lado de la cama. Se incorporó con brusquedad. Mariana no estaba. Eran las once, estaba bastante oscuro, llovía. Habitualmente se despertaba más temprano. En realidad, los domingos ella lo despertaba.

La casa seguía vacía; volvió a acostarse mirando el techo. Sí que la extrañaba.
Se duchó, y con la máquina de afeitar en la mano recordó el beso que ella le daba aún con espuma en la cara.
Preparó la jarra entera de café, acostumbrado a la compañía de Mariana y de Lucía, pero esa mañana ellas no estarían.
Frente a su taza escuchaba el repiquetear de las gotas en la ventana, recordó lo que Eduardo decía en la época en que el alcohol lo tenía arruinado: “¿Porqué siempre lastimo a la gente que más quiero?” Ahora esa pregunta era suya.
El contestador marcaba que había tres mensajes, dos del día anterior y uno de hacía una hora. Los tres eran del mismo número: la casa de Eduardo. No quiso devolverle el llamado porque tuvo una imprecisa corazonada.
Al pasar con el auto por la estación vio a Elena que seguramente iba a tomar el tren. Fue bajando el vidrio del acompañante y le dijo -¿Para dónde vas?
-Ella forzando una sonrisa y tratando de evitar mojarse le dijo: -Al centro.
-Vamos, te llevo.
-Elena parecía cansada o por lo menos no tenía esa alegría natural que podía irradiar a su alrededor si lo deseaba.
-Veo que se mudaron.
-Si... todavía no arreglamos para que vengan a casa. Los quería invitar. Bueno, no se si vos vas a querer.
-La verdad es que, me gustaría olvidarme de aquello… -Los dos sabían que eso no era del todo cierto.
-Vos siempre tan comprensivo Martín -dijo ella con la mirada perdida en la lluvia que se desplazaba sobre el parabrisas.
Elena sabía parte del problema que habían tenido Martín y Eduardo en la época en que eran socios de Carlos en el Estudio. Carlos se había ido “cediéndoles” la parte de la oficina que tenían entre los tres y acabada de comprar con una hipoteca que figuraba a nombre de Eduardo, llevándose con él además al principal cliente. Eso hizo que los dos se quedaran algunos años bastante justos con el presupuesto y con muchas deudas. El problema del alcoholismo de Eduardo había empezado en esos años. La familia de él lo había pasado bastante peor que la suya, no solo por lo económico.
-Me acuerdo cuando me pasabas a buscar por casa con el auto de tu tío Esteban y mi hermano salía a la puerta a molestarte.
-¿Por qué me dice esto ahora? -pensó Martín.
-¿Sabés? Después de todos estos años no me olvido, tengo un hermoso recuerdo de cuando salíamos. Mirá, ¿Te acordás de esta crucecita que me regalaste para un cumpleaños?, todavía la sigo usando.
-Martín tratando de disimular su sorpresa, pensó –Hasta que decidiste dejarme por Carlos.
-Mariana te quiere mucho, yo lo se –dijo Elena de improviso.
-Ella notó el gesto de incomodidad de Martín. -Disculpáme, no pretendí molestarte, es que sos un gran tipo y bueno... Mariana tiene mucha suerte. Los dos se merecen.
-Martín dijo algo que pensaba pero que no hubiera querido expresar: -Este segundo premio lo sabe de sobra.
-Se dio cuanta de lo que había dicho y trató de arreglarlo con un: -Bueno, quiero decir que traté de estar a la altura y...
-Si, Martín entiendo todo, -Elena lo pescó al vuelo- vos no eras el segundo premio, que va. Mariana te eligió a vos de entre otros. Cuando empecé con Carlos ella estaba convencida de que eras el hombre ideal. Se dio cuenta… - Pero no terminó la frase.
-Martín se sorprendió aún más, porque siempre había creído algo diferente.
En esa época Carlos y Elena eran lo más populares de todo el grupo y que Mariana lo hubiera elegido a él, después de que Carlos la dejara, lo había hecho sentir como una especie de segundón, al que había aceptado porque el premio mayor lo había obtenido Elena. Carlos, el mejor jugador de su equipo de rugby, buscado por todas las chicas, siempre el ganador…
-Martín, me alegra mucho lo de ustedes, vos sabés que quiero a Mariana, me alegro también por vos, hacen una pareja fantástica. Nunca te lo había dicho.
-¿Y porqué me lo decís ahora? – dijo sonriendo Martín levemente.
-No sé, me pareció que tenía que decírtelo, le dijo mirándolo a los ojos.
-Bueno, gracias.
-De nada Martín.
Ella se bajó bastante antes de llegar a lo de Carmen.
Martín detuvo el auto unas calles antes de llegar. ¿Qué significaba lo que le había dicho Elena? Todo era bastante confuso.
Decidió volver. Ya de noche, llamó por teléfono.
-Hola Carmen ¿Está Mariana?
-Si, ya te paso, un beso.
-Hola Martín.
-¿Cómo estás?
-Bien ¿Y vos?
-Bien… ¿Volvés?
- Mañana… mejor mañana. Lo del bebe tampoco fue fácil sola –no había recriminación en su voz, extrañamente serena.
-¿No preferís que te vaya a buscar?
-No...
Tal vez fuera mejor en ese momento.
El quería que volviera, necesitaba que volviera. Tendría que juntar valor para hablarle y sabía que no le iba a ser fácil.
Se despidieron con un “hasta mañana”.

Mariana también había estado pensando, quería verlo. Se lo diría sin importarle lo que Martín pensara. Era la verdad.
Ella iba a hablar primero.

domingo, 19 de agosto de 2007

17. Equidistancias

Martín llegó a la costanera de Vicente López, huyendo de su casa, de Mariana, de todo. Dejó el auto en el estacionamiento de grava, casi no había gente, estaba nublado. Se sentó en el veredón
inclinado mirando a ese río sin fin. Solo escuchaba al viento y al agua, casi sin olas, acercándose y alejándose suavemente del borde. A lo lejos se veía un velero que un rayo furtivo de sol alcanzaba.

Cerró los ojos y trató de recordar esos momentos en los que había sido feliz. Los vio pero no pudo penetrar en ellos, no le era posible revivirlos. Era como si todo eso le hubiese pasado a otra persona, no a él.
¿Por qué se sentía solo si no lo estaba? ¿Qué era Mariana en su vida?
Cuarenta años, es lo que cumpliría en octubre. Y desde esa edad, mirando el pasado e imaginando el futuro, no podía ver ahora nada. Solo sombras coloreadas envueltas en una niebla de indiferencia o quizá fuera simplemente una momentánea impresión de lejanía.
Esas equidistancias terribles, brumosas, entre el pasado real y el futuro incierto le causaron mareo. ¿Así se sentía estar en la mitad de la vida, como caminando entre dos vacíos? No, no podía ser así.
Volvió a cerrar los ojos, la brisa fría desordenaba su pelo que ya había empezado a mostrar canas. Un chico jugaba con su padre por ahí con una pelota. Se sintió viejo, como si solo le faltara esperar la muerte inevitable por el transcurrir del tiempo. No tenía miedo de morir, era la sensación de no haber aprovechado con más intensidad su existencia lo que lo agobiaba.
¿Que había sido su vida? Vio, a través de sus ojos cerrados, a tío Esteban más joven y con la mirada perdida, a Elena sonriendo al sol… A una Mariana casi adolescente, a Lucía recién nacida. Su sufrimiento por aquella enfermedad de Mariana y él con Lucía chiquita de la mano esperando en el hospital; el problema con Carlos cuando se había ido del estudio. Se vio llevando, apoyado en su hombro, a Eduardo…borracho. Muchas otras cosas en una sucesión de imágenes pasadas que desfilaron frente a él como si tuvieran vida propia.
No se había quejado nunca, a pesar de que muchas veces le había parecido que llevaba algunas cargas demasiado solo. Ahora todo eso se le venía encima como la famosa piedra de Sísifo, pero que en este caso imaginaba que no se detendría en él, sino que lo aplastaría.
Recordó además caras de bebés y desde allí imaginó otros hijos suyos, sus padres llevándolo de la mano y unos hermanos sin rostro ni nombre. Otra mujer, otra casa, otro trabajo. Otra vida.
-Nada de eso existe –dijo en voz alta-.
-Mi papa dice que si -le dijo de repente el chico de la pelota que estaba parado a su lado desde no sabía desde hacía cuánto tiempo. No tendría más de seis años.
-¿Qué existe? Le preguntó Martín
-Mi papá me dijo que hay algo, como una magia que hace Dios, que si uno quiere las cosas con fuerza, al final las consigue -Martín miró por encima del chico y vio al padre que lo saludaba como pidiéndole disculpas por la supuesta molestia que significaba el chico.
-¿Y vos que querés? Le preguntó sin pensar demasiado.
-Yo quiero ser jugador de fútbol.
-Ah.
-¿Y vos?
-Martín se lo quedó mirando y no supo que responderle.
-Chau -le dijo el chico mientras se alejaba con la pelota, al escuchar el llamado de su padre.
-Adiós, contestó Martín en voz muy baja.
-Se examinó con insistencia: -¿Yo que quiero? En realidad no lo sabía. De lo que empezaba a convencerse era que la forma en que miraba su vida no lo llevaba a ninguna parte y tenía que hacer algo respecto a eso.
Se levantó y fue al auto. Había empezado a llover. Debía hablar con alguien.

Eduardo salió al jardín a tomar aire, respiró hondo dos veces. Estaba nervioso y no era para menos por el llamado que le había hecho Mariana. Levantó el vaso con ese empalagoso jugo sabor a manzana, estudiando su color y pensando. La poca luz del atardecer que las nubes lluviosas dejaban pasar, se filtraba por ese vidrio grueso, hasta que un repentino reflejo de faros de auto lo hicieron levantar la vista. Creyó reconocer al coche de Martín. Se adelantó a la calle y vio alejarse dos luces rojas en la lluvia.
Era Martín.
-Enano ¿Por qué te cuesta tanto hablar? No te animaste a verme -se dijo moviendo la cabeza con gesto negativo y cerrando la puerta detrás de sí.

Martín volvió a su casa. En el aparador vio una nota con la inconfundible letra de Mariana.
“Martín, no pude ubicarte, vino una pareja con alguien del juzgado para llevarse al bebe. Fui a acompañar a Lucía a lo de Carmen. Tenés algo preparado en la cocina. Tal vez me quede allí esta noche”. Notó la falta del beso de despedida en el papel, como era su costumbre, pero obviamente no podía reprochárselo.
Subió la escalera y fue a la habitación donde había estado el bebe. A pesar del poco lugar que el bebito había utilizado, se veía terriblemente vacía ahora. Toda la casa se veía muy vacía. Y se alegro súbitamente al darse cuenta de lo que echaba en falta.

miércoles, 15 de agosto de 2007

16. La barranca

Mariana tenía ganas de hablar y le propuso a Martín ir a ese lugar abajo de la barranca de Martínez, que tenia vista al rió.

Él aceptó enseguida, quería tratar de compensarla de alguna manera por lo de la noche anterior. Habían dejado al bebé con una amiga de Lucía que a veces lo cuidaba si ellos necesitaban salir.
Cuando entraron al bar, Mariana quedó sorprendida: En una esquina, estaban Lucía y Ernesto. Él la estaba besando y no había nada que pudiera hacer para evitar que Martín los viera. No va a pasar nada -se dijo, dando crédito a la actitud que tendría Martín-. Al entrar él, sin alcanzar a distinguir el beso, los vio; se adelantó y acercó a la mesa.
Los chicos no lo vieron llegar.
-Hola -les dijo, como si el encuentro le pareciera lo más común del mundo.
Mariana había apurado el paso para ponerse a la par de Martín.
Lucía, nerviosa, se vio en la obligación de decir: -¿Quieren sentarse...?
Los segundos pasaron lentamente. Mariana, Lucia y Ernesto pensaron casi al mismo tiempo "¡Que diga que no! Por favor ¡Que diga que no!," -Martín respondió como mejor pudo -No, muchas gracias, hablen tranquilos, después nos vemos. -Mariana suspiró aliviada y buscó una ubicación desde la cual Martín no pudiera ver a su hija y al chico.
-Martín quiero que después de este bebe, por lo menos por un tiempo, no recibamos ningún otro.
-La propuesta lo tomó por sorpresa.
-¿Por qué?
-Porque vos estás mal y no estamos en condiciones, ninguno de los dos, de seguir con eso. Creo que necesitamos más tiempo para pensar algunas cosas.
-Instintivamente Martín trató de mirar hacia donde estaban su hija y Ernesto. Mariana lo tomó del brazo y le dijo –Vinimos acá para hablar más tranquilos pero si te vas a distraer, podemos ir a otro lado o volver a casa.
-No, está bien.
Mariana continuó: -Yo puedo esperar a que superes lo que sea que te pase pero no entiendo porqué tenés que excluirme. Cuando llegás, ni siquiera me preguntás sobre el desarrollo de software para esa empresa de comunicaciones en el que estoy trabajando y que sabés que me ilusiona. Soy una especie de repentino fantasma en tu vida. Desde hace un tiempo que ni siquiera me tocás... Por favor, decíme algo porque sino voy a pensar que no te intereso más o que… hay… otras cosas… que te interesan más que yo. Vos no sos así. No eras así. -Martín tuvo que obligarse a responder -¿Creés que me gusta estar así?
-Que me digas eso ya es algo ¿Vés? Lo que si parece que te gusta es llevarlo solo y no compartirlo con nadie, por lo menos no conmigo y eso si me molesta, es más, me duele.
-Mariana se fue soltando y ofuscando ante la mirada resignada que le devolvía Martín, y continuó:
Nunca te lo comenté pero siempre quise trabajar afuera, Lucía ya se las arregla y no va a estar más el bebe. Te gusta que te espere al llegar del trabajo y lo hago porque lo sé, además a mi también me gustaba esperarte, pero en vista de lo que pasa, no va a ser más así. Voy a buscar trabajo afuera de casa. –Mariana dijo esto para ver la reacción de Martín, no sin cierto remordimiento. Su trabajo de Analista de Sistemas lo hacía desde la casa hasta ese momento.
-No te puedo impedir que lo hagas… si querés –dijo Martín volviéndose a sentir un idiota… como la noche anterior.
-¡No te das cuenta que lo que quiero es que reacciones! ¡Que hables! ¡Que me digas algo! –gente de otras mesas miraba con curiosidad, ya que Mariana había ido levantando un poco la voz. Lucía también se había dado cuenta de que algo no iba bien en la mesa de sus padres.
Martín buscó en su cabeza y le contestó -No… hay mucho que pueda decirte. Debe ser cansancio. –En realidad podría haberle dicho algo más, pero no sabía cómo. Estaba terriblemente incómodo, jamás le había pasado eso con Mariana. Nunca. Parecía un extraño allí sentado frente a ella sin poder decirle que… su vida parecía no tener sentido. No, no podría hacerlo.
Pensó en salir de esa situación asfixiante de cualquier modo. Se puso de pié y caminó a la mesa de los chicos. Mariana lo miró incrédula, mientras Martín decía, ya en la mesa de su hija: -Dónde pensaban comer?
-Eh... no lo habíamos pensado -dijo Lucía.
-Vamos a casa. ¿Vos jugás más tarde no? le dijo Martín a Ernesto.
-Si...
-Bueno entonces vamos a casa y comamos bien.
Mariana tenía otra cosa preparada para el almuerzo pero Martín quiso que Ernesto comiera pastas que le preparó él mismo.
-El chico comió sin decir mucho.
Hablaron de cosas triviales ese mediodía. Mariana casi no pronunció palabra.
Cuando Ernesto se fue, Martín le dijo a Lucía: -Cómo pedido de disculpas está bien, creo. Hubiera sido demasiado darle de comer en la boca ¿No?
Lucía lo miró agradecida pero inmediatamente cruzó una mirada con su madre que permanecía silenciosa sin poder entender porqué Martín no había reaccionado a lo que ella le había dicho. El problema parecía más serio de lo que creía.
Esa tarde, Martín deliberadamente quiso salir de la casa, buscó el coche y manejó para la costa. Afuera estaba bastante nublado y había viento.
Mariana, cuando salió Martín, levantó el teléfono y marcó un número.

domingo, 12 de agosto de 2007

15. Lucia y Ernesto.

-¿Cómo está tu viejo? -le pregunto Ernesto a Lucia mientras sorbía de su café con leche en un bar cerca de la Facultad de Derecho.
-Mal, no se hablan mucho con mamá. Ah, Me dijo que te quería pedir disculpas por lo de la otra vez.
-¿En serio? -Tiene bolas el tipo- pensó Ernesto.
-Si, pero le dije que no hacía falta, que ya te había hablado yo.
-¡Pero si quiero una disculpa! -dijo enfáticamente Ernesto golpeando la mesa con su índice cerca del lado de la mesa de Lucía y sin dejarla decir nada, le tapó la boca con su mano.


Ella dijo -Me preocupa ¿Sabés? Se hizo unos estudios, pero todavía no nos dijo nada…
-¿Y vos cómo estás?
-Bien, y ahora que terminamos los parciales mejor. Vamos a hacer algo mañana.
-Si -dijo Ernesto- ¿Sabés que se me esta haciendo mas difícil estudiar y trabajar? Sobre todo porque en el laburo cada vez me quieren más tiempo y se lo quité al estudio y a otras cosas. Igual te paso a buscar mañana cerca del mediodía; aunque sea vamos a tomar un café. A la tarde tengo partido.
-¿Una de esas "cosas" soy yo? -dijo Lucía- Ernesto miró al techo como pensando exageradamente y finalmente le dijo -Si, creo que si. -Ella hizo una mueca de sonrisa artificial.
-Vamos a tomar algo al bar abajo de la barranca de Martínez.
-¿Te querés acordar de algo…?
-Quizá. O tal vez sea que me quiero despedir en el mismo lugar en donde empezamos...
-¿Por qué empezamos Ernesto?
-Tal vez pasó que estaba borracho esa noche.
-Ella lo miró con cara de “no me importa”. El le tomó las manos y se las cubrió sobre la mesa. Lucía se quedó observándolo y le dijo -a mi me gusto que me hicieras reír esa noche.
-¿Nada más?
-Bueno también me gustó ese clavel blanco de servilletas de papel de bar que sabés hacer y que me diste. Todavía lo tengo.
-¿Y de mi arrollador atractivo físico qué?
-Tonto. Pero nunca me dijiste porqué te había gustado yo.
-Ernesto pensó un rato, tomó un trago de su café y le dijo. Creo que al principio fué que no me andabas persiguiendo y después fueron... tus ojos brillantes y... -Ernesto no dijo más, porque había unas cuantas cuestiones físicas que habían terciado en la elección.
Lucía era hermosa pero su deseo era distinto al que había experimentado por Valeria. Con ella todo había sido más físico. Algo más instintivo. En fin, Valeria no estaba en el panorama.
-Bueno, algo es algo -Le contestó Lucía.
-Ernesto era bastante tímido para expresar sus sentimientos, prefería darlos por sobreentendidos, pero Lucia siempre le estaba pidiendo que le dijera que la quería. Y él simplemente pensaba que las palabras podían ser huecas a veces. Lucía estaba venciendo su resistencia.
Esa noche comieron los tres juntos, luego de ocuparse del bebé, Martín y Mariana fueron a su cuarto. Mariana se cepilló el pelo y después buscó abrazar el hombro de Martín que ya se había acostado. Él le agarró la cabeza pero sin darse vuelta y se limitó a dejar una de sus manos sobre ella mirando a… la nada.
Mariana le dijo, -Por lo menos dame un beso.
-Hasta mañana -le dijo él dándole el beso casi mecánicamente.
-Mariana suspiró pero él no pudo captar el significado de esa exhalación.
-Qué estúpido. ¿Qué me pasa?. Se dió vuelta e intentó que ella lo mirara.
-No, así no Martín. -Mariana pensó en que no podía presionarlo, pero igual sintió el rechazo, porque era evidente que Martín había tomado la iniciativa por obligación.
Martín se quedó inmóvil mirándola. Ella simplemente cerró los ojos.
El volvió a su lado de la cama.
-Definitivamente, soy un idiota.

miércoles, 8 de agosto de 2007

14. El Remanso S.A.

Martín había estudiado los papeles de Claudia Giménez y comprobó varias cosas. El cuñado habia transferido las acciones de su mujer con un poder especial, a una sociedad llamada el Remanso S.A., a su vez propiedad de otra radicada en Uruguay, llamada E.R. S.A., que tenia un objeto social amplísimo, inusual en la Argentina; se había quedado como gerente y le pagaban una remuneracion altísima, casi exorbitante. Claudia habia firmado las actas correspondientes. Los estatutos lo permitian. Se habia publicado en el Boletin Oficial la venta y los edictos. Martin pensó que todo era simplemente para reducir la carga impositiva que la aplicacion de las leyes uruguayas permitía.
Nada surgia de la documentacion existente sobre quiénes eran los dueños de El Remanso S.A.
Estaban exportando mucho de acuerdo a los números que vió. Un 45% más que el año pasado. Un gran aumento en realidad.
Había varias notificaciones de solicitud de aumento de capital de la empresa dirigidas a Claudia, pero eran cartas comunes, no tenian valor legal. Debia ocuparse de ese tema antes de que su cliente perdiera el 50% del capital y de los votos de la Asamblea de Accionistas. Eso debia resolverse en una próxima Asamblea con ella, su cuñado y un tercero que tenia el 3% de las acciones y que probablemente fuera era un prestanombre de su cuñado o de otro.
-Se ve que les esta yendo bien. Muy bien. Quieren ampliar el capital...
Le sonaba el nombre de El Remanso. Averiguaria más aunque le iba a costar porque la sociedad controlante estaba radicada en Uruguay.
-Che gordo, -dijo Martin asomándose al despacho de Eduardo que estudiaba una voluminosa carpeta.
-Enano no te olvides de que hoy te reviento en el frontón.
-Si, hasta estoy dispuesto a ir a menos para que no lo pases tan mal.
-No te agrandes, eh, que apenas me habrás ganado… unas… cuarenta veces este año. Te voy a dar una paliza como nunca en tu vida.
-Este juego es una de mis tareas caritativas de la semana. Además cuarenta, de cuarenta y cinco partidos que calculo jugamos este año, no está nada mal.
-No te hagas el vivo. ¿Qué hay? dijo Eduardo bufando.
-Necesito de tus contactos en Uruguay por los papeles de Giménez Lorea.
-La viudita...
-Si.
-Bueno dejáme ver si encuentro al tipo ese de Montevideo.
-Eduardo, al salir Martín, marcó un número de Montevideo, en la Ciudad Vieja. En realidad Eduardo era capaz de hacer cualquier cosa por Martín. Literalmente le había salvado la vida y sufría porque sabía que no su amigo no estaba bien ¿Sería esa mujer?. Se sentía un inútil tratándo de ayudarlo. –Soy demasiado bruto para estas cosas- se lamentaba, pero pensaba muy seguido qué cosa podía hacer por él.
A las siete empezaron a jugar a la paleta. A los quince minutos, Eduardo se detuvo en seco, parecía que hubiera metido una pierna en un agujero con cemento.
-Es la rodilla, me crujió y no la puedo mover –dijo con gesto de dolor Eduardo.
-Fueron al hospital en donde le sacaron radiografias y le hicieron una ecografía.
-Son los ligamentos- dijo el médico. No más paleta para Ud.
-Para tratar de distraerlo, Martín dijo: -Bueno gordo, podes jugar al ajedrez.
-Eduardo lo partió al medio con la mirada pero enseguida capto la intención de su amigo. Martín siguió -Ya algo se nos va a ocurrir ¿Natación: Cómo lo ves?
-Podría ser -dijo Eduardo con la voz apagada y mirando al suelo.
-Martín recordó que el lunes le tocaba a él ver a su médico.
Lo sentia por el gordo que disfrutaba especialmente de la actividad fisica. Además el deporte había sido uno de los pilares de su recuperación del alcoholismo y no quería dejarlo solo en ésta, era su amigo.
Martín tenía pocos amigos, pero se tomaba esa palabra muy en serio, casi le tenía respeto: Amigo.

domingo, 5 de agosto de 2007

13. Casi una suegra.

-Mamá no se qué le pasa a Martín. Nunca lo había visto así.
-Carmen, la madre de Mariana, se limpió las manos con un repasador de cocina.
-¿Hace cuanto tiempo que no salen juntos, solos, a algún lado?

-Bastante...
-Además este año no se fueron de vacaciones.
-Si, por el bebe, recién nos lo entregaban y era muy chiquito.
-Hace muchos años que tienen los bebes chiquitos. Ser un hogar de tránsito, exige mucho tiempo. Lo que hacen es muy bueno pero el costo sería muy alto si se resiente la relación. Además la idea es que los chicos tengan un hogar con padres y no dos personas que simplemente los cuiden.
-Bueno, es lo que tratamos.
-Por lo que me decís creo que es más importante por ahora que le des prioridad a Martín. Se que te esforzás mucho por hacer de madre con esos chiquitos pero Martín y vos están primero.
-Siempre lo ponés a Martín antes cuando hablas de los dos, ¿Lo notaste? -dijo Mariana.
-Si...
Carmen y Martín habían congeniado desde el instante en que se habían conocido. A Martín le gustaba la actitud racional, comprensiva y alentadora de su suegra y esa rara intuición.
Cuando Carmen enviudó, Martín iba a visitarla como si fuera su propia madre, incluso a veces Mariana no se enteraba de eso. Y hablaban. Además a él le gustaban los cuadros que pintaba su suegra, témperas u óleos, tenía varios de ella colgados en la casa y en el estudio.
-Yo también me estoy sintiendo un poco sola.
-Bueno entonces cuando entreguen este bebe, no reciban otro por un tiempo.
-Con Martín queríamos mucho esto.
-No tiene sentido que algo muy bueno termine siendo malo para ustedes ¿No?
-Mmm. A veces veo a Martín con la mirada perdida como en cosas lejanas u otras personas, no se...
-Mira, No creo que Martín esté con otra mujer, si a eso te referís -Se adelanto Carmen -Fijáte, este octubre cumple cuarenta años, no es un detalle menor. Se afectuosa, acompáñalo, no lo dejes solo. Martín es un hombre que no lo demuestra demasiado pero valora mucho el cariño.
-Si, pero parece cambiado, como impermeable a lo que hago en ese sentido.
-Con tu padre pasamos muchas cosas pero siempre salimos adelante juntos, aunque alguno haya tenido que llevar el peso de la relación afectada. Ese tiempo de mayor sacrificio me dio mucho más de lo que yo entregué. Fui muy feliz con él. ¿Sabés una cosa? Nos decíamos muchas veces que nos queríamos.
Si a ustedes les pasa algo malo lo voy a sentir por partida doble –Dijo Carmen, mirando por el ventanal que daba a un balcón terraza cerca de donde tenía el caballete y sus cosas de pintura.
-Mama, parece que Martín fuera tu hijo.
-No seas celosa, le dijo Carmen con aire de fingida severidad.
-Martín siempre dice que sos "casi" una suegra.
-Ya lo sé.
-Sonó el timbre. Era Lola la hija de la vecina de arriba, que tomaba clases de pintura al óleo con Carmen.
-Carmen definía a Lola como una artista en el sentido más amplio de la palabra. Tenía 25 años y su pelo oscurísimo contrastaba con la palidez y el verde opaco de sus ojos. Al principio Carmen pensó que, por su vestimenta un tanto estrafalaria y su forma de vivir, era un poco irresponsable con su vida, pero luego de conocerla entendió su actitud abierta a lo creativo independientemente de sus peculiaridades. Además le gustaba hacer artesanías, bailaba clásico, escribía poesías y quería aprender a pintar.
-Carmen le traje un regalito -dijo la chica- Se trataba de un collar largo hecho con distintos tipos de maderas, que formaban un conjunto bastante homogéneo dentro de su heterogeneidad. A Carmen le gustó.
-Muchas gracias Lola. ¿Conocés a Mariana?
-No, mucho gusto. Usted debe ser la hija de Carmen.
-Si. Como estás.
-Ah, ella me habla mucho de usted. Perdone Carmen pero se demoró mucho el colectivo. Salí en hora pero, bueno, no se que pasó con el tránsito.
No te preocupes.
-Bueno, las dejo así no perdés tu clase.
-Mariana lo decidió. el que ahora tenían era el último bebe que aceptarían; ya vería en el futuro. Ella amaba a Martín y quería que él la siguiese queriendo, no sacrificaría eso por nada del mundo. ¿Cuánto hacía que él no le decía que la quería? ¿Y ella?

miércoles, 1 de agosto de 2007

12. Es hora.

-Me llamaste.
-Vení, sentáte. ¿Querés tomar algo?


-Si, un poco de agua.
-Siempre tan sobrio vos. ¿No me acompañarías con algo más fuerte?
-Te acompaño con el agua. ¿Cómo te fue en tu viaje?
-De algo vinculado a eso quería que habláramos.
Su tío Esteban era quien lo había criado desde los cuatro años, cuando sus padres habían muerto en un accidente de tren rumbo a Rosario.
De su padre conservaba un crucifijo de metal, que había quedado doblado por el accidente. Una de las pocas cosas que tenía de él.
Martín pensaba en su tío como en un solterón. Lo juzgaba con cierta severidad e imaginó que había tenido muchas mujeres pero que en realidad no había conocido verdaderamente a ninguna.
Marino mercante retirado, contrabandista para sus amigos y gran lector, era, en definitiva, lo más cercano a un padre que había tenido. Cercano a veces, porque sus viajes, sus desapariciones, como las veía Martín, eran de tres… seis meses. A él lo cuidaba entonces doña María, una mujer bastante mayor que trabajaba para Esteban y que había fallecido hacía más de quince años.
En aquella época vivían en una casa cerca de la estación, a pocas calles de la suya actual. Ya no existía, la habían derribado hacía unos años.
Por muchos motivos había querido a Esteban y por otros no tanto. Nunca lo había entendido del todo.
-Quería que guardaras esto- dijo Esteban -y le entregó una llave de bronce labrada que Martín conocía bien porque era la del escritorio de su tío, la del único cajón que tenía llave.
-¿Te pasa algo? -le dijo Martín mostrándole la llave.
-Quiero que la tengas. Es que ya va siendo hora de arreglar ciertas cosas, ahí hay papeles y documentos. Sabés, me cansé de no estar en casa, de no verte a vos, a Lucía y a Mariana, de estar solo.
-Martín lo escuchó un tanto sorprendido pero no dijo nada.
-Yo se Martín que nunca fui un padre para vos, nunca pretendí ocupar el lugar del tuyo porque no hubiera podido. Traté de hacer lo que pude…
-Si –dijo en voz muy baja Martín.
- Lo que pude –Repitió Esteban con un gesto de dolor que Martín no vio, conociendo el viejo reproche que su sobrino nunca llegó a decirle con palabras.
-Te pido perdón si no fui como hubieras necesitado.
Martín le volvió a preguntar -¿Pero te pasa algo?
- Es que ya es hora.
- Ay, Ay, Esteban, nunca das explicaciones, es todo si, o no. Hay que hacer algo y se hace, pero vos apenas si aclarás algo.
Esteban, le hizo un gesto con la mano para que lo esperara y volvió enseguida con otra llave. Y se acercó a la vitrina aquella, la del cochecito azul.
La puso en la cerradura, le dio dos vueltas y tomó el auto primero con la mano derecha y luego con la otra, lo miró un momento y se lo dio a Martín.
Cuando lo tomó, Martín lo miró fijamente y...nada, fue como si hubiera esperado una conmoción o una victoria. Nada. Lo que había imaginado que sucedería desde su infancia, no tuvo lugar, simplemente no sucedió.
-¿Por qué hoy? ¿Por qué después de tantos años? –se escuchaba Martín pronunciar incrédulo esos “porqués” que pensaba desterrados.
-Esteban lo escuchó paciente y cuando supo que Martín no iba a preguntar más dijo:
-A tu padre, un muy buen ingeniero, le regalaron ese auto en Módena, por un trabajo que hizo para una empresa de allí. Así fue que compró la casa en la que hoy vivís. Pero por el esfuerzo y la creatividad que puso en eso, además le dieron esto que está catalogado como una obra maestra de las réplicas en miniatura. Es único, la escala es perfecta respecto de su original, el Bugatti modelo 37-A de 1929. Tenía un gran valor afectivo para él. Nunca supe bien cuál sería el momento de dártelo.
-Martín miró el auto largamente y caminó a la vitrina, se detuvo, lo contemplo otra vez y volvió a colocarlo en el lugar que ocupaba hasta hacía unos minutos.
-Creo que por ahora esta bien aquí, gracias Esteban – dijo Martín con cierta sequedad que intentaba disimular el verdadero estado interior que se estaba generando.
Su tío no entendió lo miraba paciente y en silencio.
No hablaron de mucho más esa tarde.
Al volver, manejando por Libertador, Martín dijo en voz alta: -No quiero llorar– pero no pudo evitar que se le humedecieran lo ojos. -¿Todas las cosas que en mi vida no entiendo tendrán una explicación tan inesperada y emotiva como ésta? –No le gustaba llorar.
-El agua de lluvia se escurría por el parabrisas del auto, mientras pensaba en ese viejo cochecito azul que tío Esteban guardaba en la vitrina de su living del departamento de Belgrano y que siempre había estado esperándolo.