lunes, 2 de julio de 2007

2. Hija, padre y … Elena.

-Hola Pa.
-Hola nena.
-Hoy te fuiste sin saludarme.
-Si…
-Mariana me dijo que te preguntara a vos.
-En todo caso “mamá” te dijo que me preguntaras.
-Siiii.
-Sabés que no me gusta que llamés a mamá por su nombre.
-Bueno, vos lo hacés. Además eso la debe hacer sentir más joven.
-Muy graciosa, tu madre no es vieja, estoy ocupado, qué pasa.
Lucía había heredado el sentido del humor de su madre, pero potenciado, sabiendo que cuerdas tocar para lograr que su papi hiciera más o menos lo que ella quería. A él le causaba gracia, pero nunca se lo decía, especialmente cuando tenía que esforzarse por parecer enojado para llamarle la atención por alguna cosa no demasiado importante.
-El viernes quiero invitar a comer a alguien. Mamá me dijo que te preguntara.
-Si, no hay problema. Pero, si siempre vienen tus amigas. ¿Qué pasa?
-Es que, quiero invitar a comer a Ernesto.
- Ah, con que un Ernesto.
-¿Puedo?
-Dale, pero que se bañe, se corte el pelo y se vista como un ser humano normal, sinó se queda en la puerta, pero del lado de afuera.
-Ja, Ja, ahora el gracioso sos vos, igual gracias Pa, ya sabía que no me ibas a defraudar aunque te quedes sin ir al partido de los viernes.
Pero… que…?
- Hablá con mamá… ¡Chau Pa!
- Uf, chau.
Aunque no quisiera reconocerlo, Lucía había crecido mucho este año. Dieciocho ya…
¿Qué querrá, presentarme un novio? Pero si hace poco decía que solo quería estudiar… –Pensó.
Bueno, eso había sido hace un año, en realidad.
Tenía además los ojos de su madre. Aunque todos pensaban que se parecía a él, siempre lo había negado. Como muchos hijos, había elegido la carrera de su padre, a pesar de que el había tratado de persuadirla y de que lo pensara bien.
Podía haber elegido la de su madre pero nunca había sido buena para las matemáticas. Igual que él.
- Dr. la Sra. Giménez de Lorea.
- Celia, doctor es su oftalmólogo, yo no terminé el doct…
- Le paso.
Habló dos palabras y arregló para verla al otro día, ahí en el estudio, a las tres.
Escribió toda la tarde, a las siete tomó el tren de vuelta. Hacía frió. No estaba demasiado lleno y pudo ver mejor que otras veces de un pantallazo a sus compañeros de viaje, siempre lo hacía, le gustaba observar a la gente. Hasta que la vió. Sin duda era ella. Más delgada, más rubia, y atrayente como siempre, los años no le sentaban nada mal. Se sintió un poco incómodo, pero de todas maneras se acercó y ella también lo vió llegar.
Ah bueno, ¡Ahora si que está completo el día! -dijo Elena-, dándole un sonoro beso.
-No sabía que estabas en Buenos Aires, dijo sonriéndole Martín.
-Si, a Carlos lo trasladaron y por ahora vivimos en un departamento en Buenos Aires mientras arreglamos casa, justo, justo a dos cuadras de ustedes.
Martín sintió como si alguien le hubiera cargado el sobretodo con… piedras, toneladas de piedras. Enseguida pensó en Carlos, marido de Helena, su ex socio… casi ex amigo, a esa altura no sabía bien que habían quedado siendo. Solo se acordaba de su habitual expresión, de autocomplacencia, que ahora se le antojaba burlona.
-¿Ah si? ¿Hablaste con Mariana?
-No, decíle que la llamo; yo voy un par de estaciones más allá para ver a mamá, quería recordar viejos tiempos tomando el tren…
-Veo. Igual a vos no te gusta mucho manejar todavía, ¿No?
-Ah te acordás… dijo pensativa.
Los dos se rieron casi para adentro, con el mismo nerviosismo.
-¿Siguen siendo Hogar en Tránsito para chicos?
-Si.
-¿Ahora tienen algún bebe? –Martín asintió con la cabeza.
-Ah.
-Bueno bajo acá. -dijo finalmente Martín.
La saludó y quedaron en verse en algún momento indeterminado.
El hubiera querido saber como estaba, después de todo había sido su novia… como lo fue Mariana de Carlos.
A pesar de todo las dos mujeres eran muy amigas, lo cual a él le había resultado siempre inexplicable. Un lió, que ese día, justo ese día, no era muy bienvenido en su cabeza.
Caminó pesadamente y recordó como había quedado su relación con Carlos después de que se fuera del estudio.
Una sensación inexplicable de frustración le invadió el alma, como algo pegajoso y oscuro. Le cambió el humor, de por si no muy bueno, que había tenido ese día.
Puso la llave en la puerta de la casa que había sido de sus padres, a los que nunca había conocido.