miércoles, 29 de agosto de 2007

20. Las dos caras - primera parte.

Martín no llegó a abrir la puerta cuando ya lo había hecho Mariana. Ella tenía una mirada serenamente extraña, como entregada a lo que le deparara ese anochecer lluvioso y frío. Se dieron un rápido beso.

Martín le dijo con calma -Quiero hablarte.
-Si yo también quería.
-Bueno, lo que…
-Esperá. No sé lo que me vas a decir pero te pido que por favor me dejes hablar primero a mí. –Lo iba a hacer sin importar las consecuencias. Necesitaba sincerarse y transmitirle lo que le tendría que haber dicho desde hacía tiempo. Mucho tiempo. Tal vez ya fuera tarde. Posiblemente quedaría como una idiota o una oportunista, pero –otra vez- se dijo que no le importaba.

Y Mariana dijo:

Te pido perdón, porque ahora soy consciente de que en alguna forma me fui alejando de vos. Entre los chicos y el trabajo, pasaste, sin haberlo querido, a otro plano. No se cuándo ni cómo empezó, no sabés cuánto me duele ahora que parece que ya es tarde y el daño hecho. Creo que yo te hice daño.
-Escuchame…
-Por favor, dejáme terminar.
Te voy decir algunas cosas no demasiado importantes que ahora te van a parece estúpidas pero igual me pareció que tenías que saberlas.
Quiero que sepas que te elegí y que nunca me arrepentí de eso, pero esa elección no tuvo mérito porque mientras más te conocía, más me enamoraba y mi libertad se quedaba chiquita al lado de cómo nos íbamos queriendo.
Estos días, haciendo memoria, tratando de ver cuándo había empezado a cambiar, a no darte lo de antes, de repente me acordé lo que me pasaba con vos hace unos años, antes de mi operación. Una mezcla agridulce de cariño, ansiedad, miedo a perderte, inexperiencia y alegría, todo al mismo tiempo.
¿Sabías que te espiaba cuando llegabas? Me escondía detrás de las ventanas para verte entrar y poder presentir ansiosamente tu beso, cariñoso, cansado, distraído, me daba igual, porque era tuyo.
Me sorprendía pensando durante el día qué estarías haciendo y me daba vergüenza llamarte para eso. Casi nunca lo hice y ahora sé que debí haberlo hecho. El trabajo desde la casa, con la pantalla y el teclado no me lo impedían.
Parecía que me hubieras embrujado. ¡Si cuando me tocabas me hacías temblar y yo como una tonta disimulaba para que no lo notaras! Me pasaba horas recordando tus manos grandes y fuertes en las mil maneras de acariciar que me inventaste. Alguna vez llegué a pensar que estaba loca por las cosas que hacía cuando te extrañaba y estabas de viaje; me quedaba en casa. A veces si me ofrecían salir, prefería estar sola... como velando, esperando tu vuelta.
Por momentos iba por los pasillos y presentía la colonia que usabas, y buscaba ese saco, esa camisa o ese pulóver y me quedaba ahí respirando aquella tela tuya. Me acostaba de tu lado de la cama, abrazaba fuerte la almohada y así me dormía.
-¿Porqué no traté de hablarte más, de comunicarme mejor, si sabía que te costaba muchísimo más que a mi? Qué tonta fui…
-Martín sintió el barullo de imágenes agitándose en su cabeza, tratando de pensar la forma de expresar lo que iba a decir, que parecía cambiar ante la oleada de emociones que subyugaban su lógica. Parado ahí en el hall de entrada, pudo ver los ojos brillosos por alguna lágrima contenida de ella, que sin embargo mantenía la vos serena y pausada.
-Te admire, te admiro. Admirar y querer llegaron a ser para mí lo mismo y no podía… no puedo… pensar en otra vida en la que no estés.
Sabés bien lo que lloré cuando supe que no iba a poder quedar embarazada otra vez. Nunca te dije que lo que más me dolió fue no poder darte gusto porque sabía lo que vos querías. ¡Las veces que hablamos de tener muchos chicos! Yo también lo quería y no te lo dije para que no sufrieras aún más.
Por eso surgió lo del Hogar de Tránsito. Tal vez eso fue bueno un tiempo pero también hizo que me distrajera de lo importante ¿Cuántos chicos pasaron por esta casa? Doce, recuerdo a cada uno. El amor que les diste a ellos ¡También me lo diste a mi! Lo llevo atesorado en mi corazón y nada ni nadie me lo podrán quitar.
-Hizo una pausa y finalizó diciendo -Te pido perdón otra vez. Pero ahora esto tal vez no tenga significado para vos.
Nada más -dijo Mariana abrazando sus propios brazos como sintiendo un repentino frío. Pasaron varios segundos, que a Mariana le parecieron los más largos de su vida, mientras Martín la miraba de una manera que ella se negaba a pensar que fuera real, esperando que tal vez él hablara.