lunes, 23 de julio de 2007

9. Domingo

Había arreglado ver al Padre Hugo antes de la Misa de 12. Mariana iría a la iglesia por su cuenta.
Antes de salir trató de ordenar un poco elrompecabezas de su mente y de distinguir aquellas cosas que eran sentimientos, de las meras impresiones y de los hechos. Sobre todo trató de aclararse respecto de Claudia Giménez de Lorea, que ya no era más de Lorea, ahora era viuda. En fin.
-Martín que gusto verte -le dijo el cura, dándole el antebrazo en vez de la mano. Las tenía grasosas, lo que le daba aún más aspecto de mecánico de autos que el que tenía de costumbre. A veces habían bromeado sobre eso y el cura le había dicho que le hubiera gustado arreglar motores, si Dios no le hubiera pedido que lo ayudara a arreglar almas.
-Esperá que me lavo un poco, estuve tratando de aceitar algunas puertas que hacian ruido. No vaya a ser que alguien piense que hay fantasmas- dijo campechano.
-El cura era hijo de italianos, retacón, con bastante poco pelo y parecía no tener frío con la chomba gris que usaba en ese día invernal.
-Aparecíó al cabo de un rato con una camisa limpia, su clergyman y bien peinado.
- ¿Te querés confesar?
- Me gustaría hablar primero.
-Vení vamos al despacho.
El despacho del cura estaba lleno de libros y diarios. En el escritorio de veia una edición en español del Obsservatore Romano, junto a una pila de boletas, facturas y una hoja oficio escrita a mano, que ocupando un espacio central, probablemente fuera la homilía del día.
-Bueno, te escucho Martín.
-Trato de expresarse como mejor pudo. El acudía a confesarse con frecuencia, se consideraba un cristiano practicante, pero esta vez tenía una inquietud interior diferente.
Le contó primero lo de Gimenez de Lorea, la falta de comunicación fuera de lo común con Mariana, la sensación de hastío o desencanto en varios aspectos de su vida, el agobio por la rutina, su mal humor y todo lo demás.
El cura lo escuchaba muy concentrado e iba asintiendo con la cabeza.
Martín recalcó que se sentía vacío, casi abandonado por Dios y aunque sabía que era solo una impresión, le resultaba molesta. Era como si ambos, Dios y él, se estuvieran reprochando algo; sabía que no tenía derecho a pensar así, pero no lo podía evitar.
- Eduardo me sugirió que viera a un médico…
- Eduardo. Hace rato que no me viene a ver.
- Él está bien, pero igual le voy a decir que se de una vuelta, dijo Martín riéndose.
- Lo del médico es buena idea, para ir descartando posibles causas de lo que te pasa.
Cuando Martín terminó, el cura le hizo un par de preguntas sobre Mariana, el trabajo, Lucía, y otras cosas.
-Finalmente le dijo. –Mirá Martín yo no veo nada que tenga que ver con algún aspecto espiritual sobre el que trabajar. Agregaría que no confundas los sentimientos por tu cliente con algo que no es; Puede ser posible que te enredes en ese aspecto por el estado en el que estás. Tratá de que los sentimientos no te atropellen.
Lo que te pasa con Dios está probablemente atado a algún proceso interior por el que estás pasando. No te olvides que El participa de tu proceso también. Ah, y apoyate en tus afectos, no los descuides.
-Finalmente le dio una serie de consejos netamente espirituales que Martín valoró.
-Muchas gracias Hugo -le dijo.
Otra cosa más, cuando hayas ido al médico volvemos a hablar. Tal vez sea solo cansancio lo que tengas, pero veremos.
Ah, ¿Cómo está tu tío Esteban?
-De viaje, hace tiempo que no lo veo.
Al terminar se fue a la nave central y se sentó frente a la imagen se San José que siempre había admirado. Era una talla en madera de tamaño natural sin pintar. Tenía al Niño en brazos. Siempre había admirado la fuerza que el escultor había impreso a esa imagen. Lo había hecho jóven, con una barba poblada y con aspecto de artesano. Desde abajo parecía mucho más grande de lo que en realidad era. Realmente se veía como un carpintero habituado a usar el martillo, la sierra y a cargar tablones.
Se quedó pensando en una parte del Evangelio de San Lucas que el padre Hugo leyó en la Misa en donde Jesús dice: “…Fijaos en los pájaros del cielo: ni siembran ni siegan, ni tienen dispensa ni granero y, sin embargo, Dios los alimenta. Y ¡cuánto más valéis vosotros que los pájaros!... Fijaos en los lirios del campo: ni hilan ni tejen, y os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como cualquiera de ellos…”.
Se fue caminando despacio a su casa. Almorzaría con Mariana y Lucía.