miércoles, 19 de diciembre de 2007

52. Alejando fantasmas.

Martín miró a Carlos con indiferencia, como si hubiera estado esperando que apareciese en cualquier momento pero no le contestó el saludo.

Venía acompañado con el hombre que había participado en aquella reunión en la empresa de su cliente, al que no le habían presentado y que había dado aquel puñetazo sobre la mesa al no concretarse el acuerdo de venta. Hablaba con Carlos y dijo -Espero que pueda convencerlo de que hable y nos entregue de una vez lo que le pedimos. Si usted lo conoce, tal vez entienda razones. Cuando se fue, Carlos acercó una silla y se sentó frente a la improvisada celda.
-Mientras más pronto les entregues lo que quieren, más rápido vas a salir de esto –dijo Carlos sin preámbulos.
Martín empezó a reírse -¡Realmente no lo puedo creer! ¡Cómo pude ser tan ciego! Pensar que creía que vos eras mejor tipo que yo o por lo menos más completo… Pero ¿Cómo pude pensar eso? ¿Cómo se me pudo haber ocurrido creer en que vos, alguien que simula una decencia que no tiene, con sonrisa de película de Hollywood y trajes caros, eras lo que yo debería haber sido? -Martín se reía a carcajadas- ¿Cómo pude siquiera haberte envidiado el reconocimiento de todos porque habías hecho una “buena carrera”? Que tonto fui, Dios mío, espero que puedas perdonarme por eso.
Carlos no pensó jamás en que Martín le iba a decir aquellas cosas y se puso muy serio. –Escuchame estúpido ¿No te das cuenta de que si no les das lo que te piden sos hombre muerto? ¿Por qué no miras un poco a tu alrededor? Parece que tenés un poco confundidas las ideas. Yo estoy libre y vos estás encerrado.
-El que está realmente encerrado sos vos. Espero que puedas captar la sutil diferencia entre estar suelto y ser libre ¡Te sería de provecho!
-¿Por qué no te dejás de joder? ¡Yo estoy haciendo mi trabajo! ¿Qué te crees, que venir acá a las tres de la mañana me hace alguna gracia?
-Es bastante curioso el apego al “trabajo” que tienen todos por aquí. Yo que vos aprovecharía y me compraría un diccionario, para que aprendas lo que quiere decir realmente esa palabra -Martín siguió casi ignorando la presencia de Carlos. Hablaba en voz alta, como para si mismo -Me causa gracia todo esto. ¿Este era el importante “trabajo” te enriqueció rápidamente? ¿Éste era tu fabuloso “éxito profesional”? Las carcajadas de Martín eran muy sonoras, casi contagiosas. ¿Cómo pude pensar en que eras el modelo que yo debí haber alcanzado, que tus esfuerzos te habían llevado a ser un mejor abogado? Qué necio fui…
-Carlos se sentía muy incómodo -¡Todavía sigo siendo mejor que vos! Atinó a decirle- ¿Qué te pasa, seguís con bronca por el pasado, porque me fui del estudio llevándome un cliente y lo de la hipoteca? ¡Si hubieran trabajado como corresponde, pagar eso no les hubiera resultado tan difícil! Vos y el imbécil de Eduardo no saben cómo son las cosas. ¡No saben como funciona el mundo!
-Si, ahí tenés razón, no sabemos como funciona el mundo criminal.
Todo aquello estaba resultando como una especie de desahogo para Martín que siguió diciéndole -Que sos mejor que yo decís… ¿Por qué? No creo que sea por tus actuales clientes… no podrías andar mostrándolos por ahí.
-¡Ellos me respetan y pagan muy bien! ¡Les hago ganar mucho y eso no lo hace cualquiera! ¡Vos no podrías! ¿Qué te pasa? ¿Te quedaste mal porque Mariana me eligió a mi primero antes de casarse con vos? –dijo casi como buscando una venganza verbal a lo que estaba escuchando y le molestaba.
-Por favor, no la metas a ella en esto. Ya le estás arruinando la vida a una mujer, la tuya. Pobre Helena… no la mereces a ella tampoco.
-¿Pero que pensás? ¿Qué Elena es la inocente noviecita de tus recuerdos adolescentes? ¡Me engañó y no se lo voy a perdonar!
-No la culpo. -dijo Martín- Realmente la compadezco. Recién ahora me doy cuenta realmente quién sos. En serio, me das lástima.

Algunas palomas que se colaban dentro de la nave industrial, caminaban en las sombras que proyectaban las rejas de aquella celda. Al mirar a uno de esos pájaros, Martín tomo conciencia de que algo andaba mal en la conversación. No estaba hablando con el Carlos real que tenía allí enfrente sino con aquella imagen que su mente había formado de él. Víctor se lo había advertido. Había creado un Carlos ficticio y ahora se estaba dando cuenta de que realmente no existía. La persona que estaba frente suyo era miserable, como todo el mundo, o tal vez más, pero era un hombre común, nada más que eso. Recordó vagamente la época en que, a pesar de sus diferencias, habían sido socios y amigos… Después de un pequeño silencio, le dijo -Carlos ¿Porqué no dejás a estos tipos? ¿Vos creés que vas a terminar bien? Probablemente a mi me hagan desaparecer, pero vos vas a seguir con tus “éxitos” hasta que cometas un error. Y ahí es cuando vas a acabar muerto, tirado en una zanja por ahí.
-Eso no va a pasar. Y si les das el papel puede que a vos tampoco te pase nada.
-¿Pero, por qué tanto interés en ese papel? Ya lo vieron varios. Los nombres y los números son los porcentajes de participación en el Remanso de los verdaderos dueños. ¿Para qué lo quieren entonces?
-Eso es parte de la verdad, pero no toda, ni lo más importante. Ese papel es un manuscrito. Lo escribió de su puño y letra uno de los jefes del Cartel de Cali… no quiero ni pronunciar su nombre. Allí se establece la parte de la compañía puesta a nombre de cada testaferro de aquí… Si eso llega a las manos adecuadas, el tipo puede ir preso de por vida junto con todas las personas que lo ayudan a lavar el dinero de las operaciones. Los jueces de varios países estarían felices con esa prueba. Automáticamente lo meterían en prisión. Aquí le sería un poco más fácil… por eso ahora están operando en la Argentina…
-Operaciones… ¿Con drogas? Carlos, no sé como podes con todo eso ¡Cómo fuiste capaz de meterte con esa gente! ¿Todo por unos billetes, aunque sean muchos? Esto no va a terminar bien para vos tampoco.
-Ya no puedo dejarlos. Dales el papel.
-Es un seguro de vida para todos, especialmente para mi familia. ¿Por qué no les ofrecés un trato? Yo me quedo con el papel, que está bien resguardado, no sale a la luz y ellos nos dejan en paz para siempre.
-No, no puede ser… porque yo… ya les ofrecí ese trato y no lo aceptaron… Me adelanté sabiendo que ustedes se iban a dar cuenta de lo que significaba y les ofrecí eso, pero no sirvió de nada. Quieren que se los entregues.
-Pero ¿Por qué me contaste todo esto? Los narcotraficantes… el lavado de dinero…
-No sé. Tal vez porque pienso que ya estás muerto o… porque no quiero que le pase algo a Marian… a tu familia. –Carlos no le sostuvo la mirada.
Martín vio como caía la última defensa que creyó tener contra esa gente. Lo que ahora quería, era poner a salvo a Mariana, a Lucía… a todos.
-Dejame salir.
-Eso no está en mis manos.
-Entonces prometé que si me pasa algo vas a evitar que les hagan nada a Mariana y a Lucía. No me importa lo que me pase a mí. Prometé que vas a evitar que le hagan algo a ellas –se hizo un silencio que a Martín le retumbaba en la cabeza y se le hacía insoportable.
-¡Prometélo!
En ese momento se escuchó una tos fuera de la celda, el motociclista le estaba indicando que se apurara.
-Ya me tengo que ir.
-¡Prometémelo!
-Está bien…
Cuando se cerró la reja Martín pensó que tal vez no pudiera salvarse él, pero había tratado de salvar a su familia. Lo había intentado con lo que tenía a mano.
Pero no estaba seguro si aquella promesa de Carlos alguna vez significaría algo.