miércoles, 14 de noviembre de 2007

42. Ciudad Vieja.

Había salido temprano para poder tomar el barco a Montevideo. Tenía sueño. Mientras miraba como la ciudad se alejaba, decidió tomarse un café en el bar. No había desayunado. Un poco de café y azúcar le mejorarían el mal humor matinal con el que cargaba.

Con el vaso de espuma plástica en la mano intentó volver a su asiento pero al girar sobre sí mismo casi lo vuelca sobre una mujer que intentaba hacer lo mismo que él.
-¡Uh, perdón! ¿Le volqué el café...?
-No, no, apenas fue una gota. Las pelirrojas no nos quemamos con facilidad -le dijo con una sonrisa la mujer. Era joven, y sus rulos rojos contrastaban con su piel muy blanca.
-Me parece que dejó algo en el mostrador –le dijo Martín señalando una bolsa de free shop con lo que parecía un muñeco de juguete asomando por el borde.
-Ah si, estoy dormida. Si no le llevo eso a mi hijo me mata. Odio viajar a esta hora de la mañana, pero así es el trabajo. Dalma, mucho gusto –dijo la mujer.
El también se presentó.
-Déjeme adivinar ¿Abogado verdad?
-Si…
-Se acostumbra hacer el trayecto a esta hora. Atención al negocio y vuelta.
-No, yo me quedo un par de días.
-Deben ser asuntos importantes entonces ¿Tiene alojamiento reservado?
-Si, un hotel en Julio Herrera Obes, a media cuadra de la 18 de julio, frente a la plaza.
-Ah si, lo conozco, queda cerca del lugar donde trabajo. Si no tenía hotel le podía recomendar uno pero ese está muy bien.
-Lo solía usar cuando vine otras veces por trabajo, supongo que estará igual que siempre.
-Si ese está bien. Bueno, pero si quiere algo de entretenimiento el casino del hotel frente a la Plaza Independencia es algo que vale la pena.
-No gracias, cuando trabajo, no salgo de noche.
-Bueno, espero que le vaya bien entonces. Si se aburre, ya sabe adonde ir –le dijo finalmente la mujer al despedirse.
Martín notó que seguía dormido y que probablemente necesitaría otro café.
No bien terminó de dejar sus cosas en el hotel fue a buscar al hombre que les había buscado información sobre El Remanso. La oficina estaba ubicada en un cuarto piso, a la vuelta de la plaza Independencia, frente al hotel con casino que la mujer del barco le había recomendado.

-Mire, por teléfono no puedo pasarle nada más. Los tipos del registro de las SAFI son bastante reticentes con esa empresa. No sueltan un solo dato. Deben estar bien pagos, porque no suelen tener demasiado problema en dar información; mucha es pública y una de las pocas formas de obtenerla es a través de ellos. En este ambiente nos conocemos todos y hay favores pero respecto de esa sociedad, parece que ya no -le dijo su contacto, un hombre canoso, de alrededor de cincuenta años, con la corbata desacomodada y un sweater que disimulaba bastante poco su barriga.
Las SAFI, sigla que identifica a las sociedades financieras de inversión, eran figuras jurídicas muy utilizadas por argentinos que “se llevan” dinero a la plaza uruguaya, entre otras razones, para esconderlo del fisco. Pagan un solo impuesto anual del tres por mil sobre el capital que hayan utilizado. Muy conveniente para esos fines, especialmente respecto de lo que pagarían en la Argentina.
-Aquí tengo algo que le pueden servir –le extendió una carpeta de cartulina con algunas hojas- y además esto -un papel con unos nombres anotados a mano -tienen que ver con apoderados o contactos que gestionan las cosas aquí para esa gente. Los datos no son del todo confiables porque se consiguen de oídas o por referencias.
-¿El Remanso tienen oficinas de representación aquí?
-No, solo un despacho con una secretaria que atiende el teléfono y recibe la correspondencia. Es algo usual con las SAFI. Probablemente esa mujer trabaje para muchas sociedades del mismo tipo y reciba un pago mensual por el servicio de cada una.
-¿Me puedo dar una vuelta por ahí?
-Poder, puede, pero no tendría mayor sentido. No creo que averigüe demasiado.
-Tal vez vaya de todos modos.
Así lo hizo. El sitio quedaba a pocas cuadras de donde estaba. Un edificio de oficinas con representación de varias empresas y delegaciones comerciales. Después de pensar un poco se decidió a entrar. En el tercer piso, la oficina mostraba en la puerta de vidrio opaco la sigla “OSI” y debajo “of. 305”. Tocó el timbre. Nadie contestó pero el portero eléctrico le permitió el paso. Quien le había abierto era una mujer que fumaba, sosteniendo el cigarrillo con la mano izquierda y el tubo del teléfono con la otra. Su pelo tenía un color que no pudo definir. No era ni rubio, ni castaño, ni pelirrojo. Más bien una mezcla de todo eso. Ostentaba un escote exuberante y no era muy alta, cosa que pudo comprobar cuando se acercó al mostrador de la entrada. Tenía esa edad en la que algunas mujeres empiezan a tratar de apartar la atención sobre su incierta fecha de nacimiento.
-Buen día ¿En que lo puedo ayudar?
-Buscaba el servicio de casilla postal para una sociedad y quería averiguar las condiciones.
-¿Es una sociedad uruguaya?
-Todavía no está conformada, pero tengo que presupuestar el gasto.
-Si es para derivar todo a Buenos Aires, el servicio incluye el de recepcionista, que soy yo, y el reenvío del correo postal. Si así lo necesitara, puedo hacer trámites administrativos desde aquí.
La mujer le hablaba con cara de haber repetido lo mismo cien veces y mientras pitaba su casi consumido cigarro, mascaba chicle, mirando sus uñas pintadas de rojo furioso y según le pareció, bastante consciente de su generoso escote.
Trató de encontrar algo en el lugar que le llamara la atención pero no notó nada de eso. Una oficina corriente decorada con láminas de pintores abstractos. No podía relacionar aquello con El Remanso.
-¿Tiene una tarjeta que me pueda llevar?
-Si, aquí tiene una.

-Bueno, me comunicaré, gracias.
-De nada, buenas tardes –con el mismo tono mecánico y con el acento particular que da el hablar y el mascar chicle al mismo tiempo.
Había poca gente en la calle a esa hora de la tarde. Bastante distinto del centro de Buenos Aires, lo cual consideró una bendición para Montevideo, sin duda.
Caminaba hacia su hotel pensando en las posibilidades de encontrar algo más en esa ciudad, pero no se le ocurría nada, además de revisar esos papeles que llevaba en la carpeta. La visita a aquella oficina no había tenido resultado aparente.
Mientras leía la tarjeta que le había dado la secretaria, cruzó la calle despreocupadamente y sintió el golpe en su brazo derecho. Mientras caía al pavimento vio alejarse la motocicleta y a su conductor que le gritaba algo que no alcanzó a entender.
Los papeles de la carpeta tardaron algo más que él en llegar al suelo.