miércoles, 31 de octubre de 2007

38. Los que llegan.

Esa mañana Martín salió temprano y corrió cinco kilómetros. No estaba nada mal. Había ido mejorando de a poco y estaba bastante conforme con el resultado obtenido.
Mientras desayunaba con Mariana dijo -No quiero ir a trabajar.
-Parecés Lucía cuando era chiquita y no quería ir al colegio cuandi tenía una prueba o simplemente quería dormir -le dijo ella risueña.
-Si, pero tengo que ir. Después te llamo para contarte cómo fue todo.
-Tal vez quiera hablar con vos antes…
Mariana recibió un beso por toda respuesta.

El cielo era especialmente luminoso en aquellas cuadras arboladas que separaban su casa de la estación del tren.
-Entonces ¿Te parece bien la idea?
-Si, si, la verdad es que ahora el tiempo nos va a venir bien… Eh…
-¿Si?
-Eh…
-Si “Eh”, ya te escuché ¿Eh qué?
-A Verónica y a mi digo, nos va a venir bien el tiempo extra. Ella… está embarazada.
-¡Qué bueno gordo! Martín le dio un abrazo a Eduardo a quien por poco despanzurra.
-Gracias enano. Estamos contentos, pero Verónica se asustó un poco al principio, por la edad.
-Todo va a salir bien, vas a ver. Además ella es joven tiene treinta y ocho años.
-Si, supongo que sí. Ayer, pasado el tercer mes decidimos que lo íbamos a empezar a contar.
Martín se alegró por ellos pero en el fondo algo ensombrecía la noticia que le había dado su amigo… no entendía que podía ser.
-Doctores, afuera está la persona que esperaban –les avisó Celia, solícita.
-Ahí viene el chico.
-Ya lo voy a calar nomás por la pinta.
-No seas prejuicioso, además recordá que está saliendo con Lucía…
-¡Ja!, “saliendo”.Sos un antiguo. ¿No era el novio? -Eduardo sabía que Martín deliberadamente evitaba la palabra "novio" para referirse a Ernesto.
Lo recibieron los dos en el despacho de Martín.
-Pasá, cómo estás. Los tres se dieron la mano.
-Bien, gracias –dijo Ernesto. A pesar de que se manejaba con soltura, demostraba cierta incomodidad. Era evidente que no estaba acostumbrado a usar ropa formal. En realidad que se lo hubiera puesto, era una señal de respeto en ese mundo de abogados de traje gris y zapatos negros bien lustrados. Además. No todos los días uno iba a una entrevista de trabajo con el padre de su novia.
Martín explicó cuál era el motivo de la búsqueda de una persona de su perfil.
Trató de separar el conocimiento que tenía del chico para evitar subjetividades y que se mezclaran demasiado las cosas. Mientras tanto Eduardo estudiaba a Ernesto con la mirada y se decía, sabiendo que era prejuicioso –Si este pibe jugó, debe ser bueno - El “jugó” en el caso de Eduardo, significaba haber jugado al rugby. No había caso, era su deporte favorito, el único que valía la pena y en el que además había sido muy bueno.
-Eso es lo que tenemos para ofrecerte. ¿Estás conforme?
-Si, además lo de los horarios son compatibles con los de la facultad.
-Nos interesa que estudies y que te recibas, es beneficioso para todos.
-¿Hay algún campo que te interese más? -preguntó Eduardo.
-Me gusta el derecho empresario… pero definitivamente prefiero todo lo penal.
-Bien -pensó Eduardo.
-Qué mal –pensó Martín.
-Bueno acá hacemos de todo un poco –dijo Martín- pero Eduardo es el especialista en temas penales.
-Eduardo fijó la vista en Ernesto tratando de buscar en alguna de sus reacciones algún punto débil. El derecho penal tampoco era para cualquiera, según su visión. El chico lo notó y le devolvió la mirada con la misma disimulada fiereza.
-Bueno entonces ¿Estarías dispuesto a empezar cuando te confirmemos?
-Si no tienen inconveniente, en el caso de que se decidieran, me gustaría terminar el mes con mi trabajo actual, no quisiera irme dejando el cargo sin cubrir.
-Parece justo, dijo Martín.
Terminaron de hablar algunos detalles e intercambiaron algunas impresiones.
Cuando se fue, Martín dijo -¿Y, qué te pareció?
-Me parece que es demasiado alto para Lucía.
-Martín pasó por alto la broma y le dijo ¿Lo incorporamos o no?
-Si enano. En realidad me cayó bien. Además si jugó y le gusta el derecho penal…
-Bueno pero vamos a hacer que aprenda un poco de todo. Como nosotros cuando empezamos…
-Si… cuando conseguimos los primeros clientes. Me acuerdo que primero hicimos algo para el padre de Mariana y de ahí siguió lo demás.
-Si. Fue duro pero bueno aquello.
Martín se quedó pensando mientras revisaba papeles el por qué la noticia que le había dado Eduardo lo había alegrado pero a su vez, de alguna manera, lo había entristecido.
Respiró profundo y apoyó su espalda reclinando hacia atrás el sillón. Se sintió muy mal por lo que descubrió. Era simplemente envidia. Eduardo podía ser padre otra vez y él no. Pero, no podía tenerle envidia a Eduardo, era su amigo… pero si se la tenía. El ya no podía ser padre porque Mariana…
-¡Basta!- se dijo a sí mismo. Mientras salía de su despacho e iba a lo de Eduardo pensó en aquello que le había dicho Víctor el día anterior “El ayer no se puede cambiar y el futuro no existe, se puede ser feliz solamente hoy” o por lo menos esa era la idea.
-Eduardo, me alegro mucho por lo de ustedes –le dijo mientras le apretaba fuerte el brazo izquierdo- En serio. ¿Ya lo sabe Mariana?
-Seguramente sí.
-Vamos a festejarlo los cuatro juntos. Yo invito.

-Hola mi amor.
-¿Cómo te fue? –respondió Lucía.
-Convencí a tu padre de que no hay otro mejor que yo y no pudo resistirse.
-¡Yo sabía! Te dije que te iba a ir bien. Mi viejo y Eduardo son tipos muy buenos.
-Ese Eduardo me miraba medio mal.
-No, es un tipazo. Ya lo vas a conocer.
-¿Jugaba de pilar?
-Qué se yo. Pero lo logramos, ahora vas a tener más tiempo para estudiar y para mi ¿No?
-Si, gracias a Dios.

domingo, 28 de octubre de 2007

37. Diálogo sobre lo rutinario y otras cuestiones.

Tuve mucho miedo.
-Una situación de peligro semejante lo despierta naturalmente –dijo el doctor Víctor –no era para menos.
-Pero tuve más cuando vi a esa mujer tan parecida a Mariana.
-¿Por qué más?
-Porque de alguna manera sentí que podía perderla al ver ese calco de ella ahí inconsciente. Me recordó cuánto la necesito.
-¿Te parece que un mes atrás te hubiera pasado lo mismo?
Martín pensó unos segundos antes de responderle. –No, creo que no. Hacía falta algo extraordinario para que tomara conciencia…
-El contraste ayuda a distinguir con más claridad. Las luces y sombras permiten captar el relieve de las cosas. Pero me parece que ya lo estabas viendo.
-Si, es verdad, empecé a percibirlo así desde hace un tiempo, pero ella tiene mucho mérito, me hizo notar cosas también y me las dijo de un modo...
Pero, con el accidente lo percibí desde una perspectiva mas personal, como si dependiera de ello, quiero decir, como si mi vida tuviera sentido a partir de ella.
-Ese es el estado normal de alguien que quiere de verdad Martín.
-Me sentí egoísta. Como si Mariana fuera una droga de la que no quiero desprenderme. Con miedo a perderla además.
-Una comparación curiosa pero acertada –dijo el doctor con una sonrisa- Amar es depender. Es una sana dependencia en todo caso. El amor también tiene ese componente, el miedo a perder lo amado. Solo los místicos no han tenido ese miedo porque confiaban en que su amor no los abandonaría. En su literatura se puede ver claramente esa concepción del amor sin el componente del temor a la pérdida.
-Creo que haber salido de la rutina de lo diario me ayudó también.
-¿Pensás que la rutina es algo que te agobia?
-Todos los días, cuando bajo del tren, veo el andén en Retiro lleno de gente. Somos como hormigas saliendo de un nido inmenso. Ser uno más en ese montón a veces me agobia, como si fuera alguien anónimo…
-Pero, cuando volvés a tu casa, siguiendo el recorrido inverso y le das un beso a Mariana, también eso representa una rutina.
-Si… Usted quiere decir que no todas las rutinas son agobiantes.
-Hay que buscar, en todo caso de las que nos hacen bien. Es cierto que algunas son inevitables. Hay que identificarlas. La palabra rutina no tiene porqué ser sinónimo de agobio. Nuestra vida está llena de ellas pero no todas son disvaliosas.
-Si, ya comencé a crearme otras –Martín pensó en las que había provocado y las que tenía en mente todavía.
-Veo que hay más cambios en marcha. ¿Es eso lo que querías, verdad?
-Si, y hasta ahora las cosas parecen ir bien. Si.
-¿Algo que te haya molestado especialmente?
-Ayer Verónica me hizo acordar a Carlos, usted recuerda quién es.
Parece como si todo lo sucedido respecto de él estuviera siempre presente.
-Hay cosas que el tiempo se encarga de acomodar, otras veces están allí, como esperando su turno para que las arreglemos.
-Creo que no quiero saber nada con él. Es decir, no quiero volver sobre lo que pasó. No querría nunca tener que enfrentarme a él por nada.
-¿Nunca enfrentarte?
Bueno, quiero decir que preferiría no cruzarme con él… -por la cabeza de Martín pasaron muchos recuerdos, ninguno grato y percibió cierto sabor amargo de derrota, pero no se atrevió a mencionarlo. Simplemente no quería pensar en ello. El médico notó que aquello era algo que Martín no tenía claro, prefirió no ahondar, preguntándole otra cosa.
-¿Te gusta tu trabajo? Es decir ¿Hay algo en él que te agobie?
-Estuve pensando bastante en eso. Me gusta lo que hago, pero creo que me ato demasiado. Por ejemplo al horario. Siempre fui muy riguroso con ello. Como si tuviera un mandato interno de comenzar a una hora determinada y acabar a otra precisa. No tengo una relación de dependencia y me comporto como si realmente existiera. Eso es algo de lo que me voy a ocupar. Manejar mis tiempos, porque me es posible hacerlo y dedicarme tal vez a otras cosas pendientes… -Martín no siguió pero se dio cuenta de que Víctor se lo preguntaría de todas formas- dejé un doctorado a medio terminar.
-Interesante.
-Eso fue cuando se enfermó verónica.
-¿Por qué no lo continuás ahora?
-No, en realidad perdí interés. En esa época me gustaba la enseñanza universitaria y para eso lo hacía. No tengo el entusiasmo. Acumulé mucho material en ese tiempo, pero creo que hoy ya no tendría sentido seguirlo.
-Probablemente debe haber otra actividad que te atraiga.
-Antes escribía…

-Martín, lo que existe es el ahora, ni lo pasado ni lo futuro pueden ser vividos. No podemos cambiar el ayer, ni conocer el mañana. Se puede ser previsor, pero nada más. Hoy es el tiempo en el que podés ser feliz, hacer cosas. Podemos ser felices en el momento actual. El ayer no puede ser cambiado y el mañana no lo conocemos. Pero el hoy, el ahora, hay que vivirlos sin pesares del pasado o ansiedades por el futuro que ni siquiera sabemos si llegará.
Ahora es cuando podés fortalecer esos vínculos de amor con tu mujer, tu hija, tus amigos. Podés ayudar a quien te rodea y hacerlos felices también. La conciencia del tiempo presente hace que prestemos más atención a las personas que nos rodean, a sus necesidades, nos comunicamos mejor con ellos.
Por ejemplo, Si te gusta escribir ¿Por qué no lo hacés?
Viví el presente, es un sano ejercicio. Que no te agobie el pasado. Aprendé de los errores de los demás.
-Esteban…
-Por ejemplo. El, por lo que me contaste, no pudo desprenderse del recuerdo de ese amor que se le fue, y vivió con esa herida sin cicatrizar, que también te afectó a vos de alguna forma. No me refiero a culpabilidades que no tiene por qué haber, tampoco correspondería juzgarlo, pero ahora es un ejemplo de todo lo bueno que fue pero también de lo que sufrió.

Emprendió el camino de vuelta, pensando en todo aquello y en el recibimiento de Mariana de esa tarde, igual al de ayer, al de casi todos los días.

miércoles, 24 de octubre de 2007

36. Lo que sabía Verónica

En el cuarto del hospital zonal, el coronel le presentó a Sonia, su mujer. Martín la saludo estrechándole levemente la mano, no pudo dejar de sorprenderse otra vez del parecido con Mariana, viendo además el color de sus ojos, que si bien no eran de ese azul-celeste profundo como el de su mujer, el marrón claro de Sonia no desentonaba para nada con su cara.

-¡Con que aquí esta mi salvador! -dijo ella con una sonrisa.
-Bueno, yo solo la saqué del auto...
-Pues, pero muchas gracias de todos modos. Solo Dios sabe lo que hubiera podido pasar.
Mariana tocó la puerta de la habitación. Se hicieron las presentaciones correspondientes. Esta vez fue el militar el que se sorprendió del parecido de Mariana con su mujer. El hombre le explicó que el auto de la embajada los llevaría de regreso. Quedaron en verse una vez que aquello acabase.

El viaje de regreso fue corto. A la tarde, se quedaron haciendo cosas en la casa, afuera seguía la lluvia.
-¿Hola, hablo con la casa del nuevo héroe?
-¿Vas a empezar con eso? -le dijo Martín a Eduardo que ya estaba enterado de todo por Verónica, su mujer, a quien ya se lo había contado Mariana.
Martín continuó y dijo -No sabés el miedo que tenía...
-¿Por qué después de llevar a Mariana a lo de su madre no te venís a casa?
-Pero no tengo que llevar a Mariana a ningún lado...
-Error.
-Uf, todavía no me lo dijo a mí y ya lo sabés vos.
-Después de que la lleves, te esperamos.
Luego de que efectivamente Martín llevara a Mariana a lo de su madre, se lo había pedido inmediatamente después de que colgara el teléfono, fue a lo de su amigo. No sin antes pasar a comprarles algo a los chicos. Calculó que lo necesario serían no menos de tres kilos de helado. Y tal vez se quedara corto.
-Miren quién vino -dijo Eduardo a dos de sus hijos, los terribles mellizos. Después de saludarlo ellos miraban a Martín y al helado alternativamente.
-Lleven eso a la heladera y ¡No lo abran hasta que su madre les diga! ¡Es para todos!
¿Cómo anda ese héroe? –siguió Eduardo.
-Basta gordo.
-¡Hola Martín! -dijo Verónica apareciendo desde la puerta que daba al jardín.
Eduardo ¿No querés ir a comprar algo de la confitería de la otra cuadra para que convidemos a Martín junto con el café?
-Dale enano, vamos.
-No, debe estar cansado, vení Martín sentáte y contáme lo del accidente.
-Bueno voy solo.
Cuando Eduardo salió, Verónica le dijo -Martín, en realidad quería hablarte de algo, aprovechando que Eduardo no va a estar por unos minutos.
No era común que Verónica actuara de esa forma.
-El prometió, en realidad le juro a Esteban que jamás te lo diría pero a mi me parece que ahora deberías saberlo y además yo no prometí nada a nadie.
-Martín la miró sorprendido. No imaginaba que clase de promesa le podría haber hecho Eduardo a Esteban ni por qué.
-Ella dijo entonces -Cuando Carlos dejó de ser socio de ustedes, dejándolos a los dos con su parte de la hipoteca impaga del estudio, nosotros no podíamos con la deuda que nos tocaba, ya te acordarás de todo eso –Martín asintió- Esteban le ofreció una cantidad de dinero a Eduardo para poder afrontar su parte, bajo condición de que nunca te lo contara a vos. Eduardo no quería aceptar, pero no encontraba otra salida, sabés lo que pasó después…
Martín se acordaba muy bien de la etapa alcohólica de Eduardo -Ahora entiendo lo que me dijo de Esteban hace unos días –pensó.
-Bueno, quería que lo supieras. Sin esa ayuda no sé que hubiéramos hecho. Te acordás que aquellos años fueron duros… los chicos recién nacidos…
-Si… Muchas gracias por contarme Verónica. De verdad te lo agradezco. Lamentablemente me di cuenta tarde de muchas cosas.
Espero que Eduardo no se vaya a enojar por lo que me contaste.
-No que va, esta semana me va a perdonar todo lo que haga, vas a ver.
Martín estuvo pensativo toda la tarde y se contuvo de preguntarle a Eduardo por qué no le había dicho nada. En realidad no hacía falta, era un tipo de palabra y no le habría contado aquello de todas formas. Además la ayuda a Eduardo indirectamente había sido para él y Esteban seguramente lo pensó así.
Sabía que la decisión de no contarle había sido inteligente. Tal vez su amor propio le hubiera jugado una mala pasada y no lo hubiera entendido, pensando que se inmiscuía en sus cosas o algo así.
-Carlos… ¿Cuántas cosas negativas de su juventud habían tenido que ver con él? Haberlos dejado como los dejó, llevándose algunos de los pocos principales clientes que tenían, era solo una de las cosas que lo habían afectado, no solo a él. Por lo que veía a Eduardo mucho más aún de lo que sabía. Y lo de Mariana antes… para qué volver a recordarlo. No quería saber nada con él. Era como un fantasma del pasado que prefería no invocar. Helena, su mujer, veía a Mariana, eran amigas, incluso alguna vez, por lo que sabía, iba a su casa.
Verónica lo dejó al ver llegar a Eduardo.
-Bueno estoy de vuelta. Traje… ¿Qué pasa?
-Nada gordo. Convidame con algo.
-Esa mirada rara ya la conozco…
Vieron pasar rápidamente dos sombras que se escondieron entre los muebles.

-¡Ustedes dos, vengan para acá!
-Qué tienen ahí ¿Helado?
-Si.
-¿Si qué?
-Si señor -dijeron a coro los mellizos.
-No. La respuesta correcta es si papá. Habíamos quedado que “si señor” era de las películas norteamericanas y aquí no íbamos a usar esa expresión.
-Si papá.
-Vayan arriba…
¡Vuelvan! ¡Dejen ese helado en la cocina! -dijo Eduardo tratando de contener la risa.
-Bueno, tienen a quién salir.
-¿El señor Superman va a querer café o hay otra bebida de su planeta natal que prefiera?
-Muy gracioso.
-La capa roja te sentaría bien.
-Basta gordo.

domingo, 21 de octubre de 2007

35. Lluvia.

Martín decidió, no sin desgarro interior, quedarse con esa gente a la que no podía ayudar demasiado. A lo sumo trataría de que no se ahogasen en ese terreno casi inundado por la lluvia.
Solo restaba esperar algún tipo de desenlace, sin saber bien que podía ocurrir. No vio más a Mariana, no tendría que haberle pasado nada... o al menos eso lo que él quería creer.
Mientras cavilaba aquellos pensamientos se dio cuenta de que el sonido del gas había cesado. Espero unos segundos y se incorporo para ver que sucedía. Efectivamente, el gas había dejado de salir.
No sabía que hacer porque la lluvia seguía y el agua cada vez subía mas en el lugar donde estaban aquellas dos personas. Se acerco a la mujer y sostuvo delicadamente su cabeza para ayudarla a respirar. Una autobomba se acercaba. Dos bomberos bajaron de ella con rapidez, él les grito -¡Traigan una ambulancia!
A los pocos minutos llego la ayuda. Martín fue hacia donde se concentraba la multitud. Corrió entre los bomberos, la policía y los curiosos pero no vio a Mariana. Su corazón empezó a latir furioso. No pudo hacer más que gritar -¡Mariana! -busco entre la gente. Se acerco a un policía -¿No vio a…? -¿Usted iba en el otro auto con la señora que estaba en la ruta? -Martín creyó que todo le daba vueltas.

-Ella esta en la ambulancia. La llevamos allí porque estaba para que no se enfriara...
Corrió hacia ese vehiculo y abrió su puerta trasera.
-Pero ¡Por qué saliste! ¡Era peligroso! ¡Te dije que...!
Ella lo miraba con esos ojos suyos serenos, le estiro los brazos debajo de las mantas moviendo sus dedos para que se acercara y la abrazara.
-Martín la miró como diciéndole ¿Por qué? En ese momento sintió aflojársele todo el cuerpo y recibió la percepción del frió que no había notado hasta allí. Se dio cuenta de lo mucho que necesitaba a Mariana. Querer y necesitar eran lo mismo, pero en ese momento su perspectiva de necesidad era más notable. Se sintió egoísta. Reflexionó en lo que se convertiría su vida si no estuviera ella. Recordó lo que el hombre de Córdoba le dijo sobre Esteban y como le había afectado la muerte de Mary...

Se alojaron en un hotel cercano al Hospital. Los bomberos habían remolcado su auto hasta un taller cercano. Le dijeron que se ocuparían de hacerlo revisar. Exteriormente no tenía daños. Parecía más un gesto de agradecimiento por lo que había hecho por esas personas.
Al otro día no bien se despertó, se quedo mirando a Mariana que dormía en la cama de al lado y pensando en que era un privilegiado.
-¿Cómo está mi héroe? Le dijo ella al despertar.
-Me asustaste mucho ayer…
-Vos también…
-La mujer del auto se parecía mucho a vos.
-¿Sí? ¿Cómo estarán esas personas?
-Vamos a verlos. Si bien le interesaban, tenia verdadera curiosidad por saber quién era la mujer que tanto le había recordado a Mariana y sobre todo por qué ese hombre le había apuntado con una pistola.
En el hospital había un ambiente extraño, aparte de la policía, vio varios uniformes militares, algunos de ellos le parecieron de otro país que no pudo identificar pero no se detuvo y siguió hasta el mostrador de la guardia. Un bombero lo interceptó antes de llegar –-¿Usted sacó a esas personas del auto?
-Si –dijo parcamente Martín.
-Mucho gusto, soy el jefe de la estación de bomberos de la zona ¿Sabía usted que era bastante probable que esa tubería estallara y que todo a cincuenta metros quedara carbonizado?
-Algo de eso imaginé.
-De milagro no se produjo esa explosión. La válvula de seguridad ante la pérdida de presión cortó la salida del gas. Con la tormenta y el coche accidentado con posibles desperfectos eléctricos, era muy probable que hubiera fuego… Permítame que le de la mano.
-Gracias –dijo Martín. Mariana le pidió al bombero si podía recoger algunas cosas que habían quedado en el auto. El ofreció que alguien la acompañara.
Martín finalmente preguntó por los accidentados a la enfermera de guardia.
El hombre se encuentra en observación, la señora está bien.
-Por favor ¿Podría decirme quiénes son?

-Allí está el esposo -dijo la enfermera señalando a un uniformado que impresionaba por la cantidad de insignias de condecoraciones que tenía sobre el bolsillo de su chaqueta. El hombre no era muy alto pero si bastante macizo, tenía un bigote a la usanza de los militares de esta parte del mundo y lo miraba con una franca sonrisa.
-Soy Alberto Jaramillo de Andrade, mucho gusto –le estrechó la mano con fuerza. Gracias por salvar a Sonia, mi mujer y a su chofer.
-Ah, encantado. Usted es…
-Soy agregado militar de la embajada de Colombia en la Argentina –Martín dedujo que era coronel a juzgar por sus insignias.
-¿Cómo se encuentra ella?
-Bien. Le agradezco profundamente que la haya salvado. El hombre trató de ser demostrativo de su agradecimiento.
Sin más preámbulos Martín le preguntó -¿Por qué el chofer me apuntó una pistola a la cabeza cuando trataba de sacarla a ella del auto?
-Ah… -dijo el hombre- que se quedó unos segundos pensando -él en realidad es su custodio mas que chofer. Le pido disculpas, tiene instrucciones muy precisas.
-Bueno, no hay cuidado, estaba casi knock out y sangraba bastante.
-Francisco está bien pero a su herida le dieron varios puntos y tiene aconsejado reposo. Le vuelvo a pedir disculpas. Ella tiene custodia permanente en todos los lugares a los que vamos y Marcos es muy eficiente… me temo que esta vez tal vez haya sido demasiado celoso en su tarea. Ya… hemos recibido varias amenazas. Gracias a Dios no de aquí.
Si quieren salir para Buenos Aires, hay un coche de la embajada a su disposición.
-La verdad es que nos vendría bien, gracias.
-Sonia quería darle las gracias personalmente. Subamos a verla, si me hace el favor.
Ambos subieron a la habitación.

miércoles, 17 de octubre de 2007

34. Destino

Finalmente vio el destello de los faros que se aproximaban velozmente desde su diestra. En fracción de segundos razonó que
no podía maniobrar hacia la izquierda porque posiblemente lo que se acercaba arremetería del lado de Mariana. Decidió girar bruscamente a la derecha, hacia la banquina. El otro auto al llegar el pavimento, por donde venía Martín, resbaló y realizó un giro en el mismo sentido del tránsito, lo que permitió que el coche de él pudiera salir del camino, en dirección opuesta, sin ser tocado. Instintivamente luego de la maniobra y mientras las cuatro ruedas se deslizaban torpemente por el pasto, Martín estiro su brazo derecho para proteger a Mariana. Luego de hacer varios metros derrapando de costado, sabía que no debía girar bruscamente el volante ni frenar porque podía provocar un vuelco, el coche aminoró la velocidad debido a la resistencia de los grandes charcos que levantaban cortinas de agua, elevándose como alas mientras los atravesaba. Finalmente se detuvieron.
-¿Estás bien? le dijo a Mariana.
-Si ¿y vos? le contesto ella tomándose el cuello. Los cinturones de seguridad habían hecho bien su trabajo.
-¿Qué fue eso? -preguntó ella.
-Un auto. Pero no puedo verlo, mejor será que baje. Por favor quedate adentro. Llueve mucho, podría ser peligroso.
La lluvia era torrencial. Trató de correr un trecho hasta el camino y pudo ver a un Mercedes blanco de los grandes, no sabia que modelo, incrustado de costado contra un grueso tubo que parecía estar en el medio de lo que había sido una casilla de madera, a unos diez metros del camino. El coche había atravesado la mano por la que venía Martín, y se había estrellado, pasando a través de una protección perimetral de hierro y alambre tejido.
-Bueno, por lo menos los autos en la realidad no explotan como en las películas...
Al acercarse vio que el caño en donde estaba incrustado el coche, era amarillo, una especie de válvula. De algún lugar de entre esa casilla derrumbada y el tubo, salía un chorro blanco como si fuera un matafuegos... eso era gas. El impacto del coche, que estaba comprimido contra el tubo y las maderas del lado del conductor, había roto algo. Y tenia que apurarse.
Se acerco a la puerta del acompañante. Allí, a través de la ventanilla pudo ver a una mujer rubia con la cabeza echada hacia atrás, sostenida por su cinturón de seguridad y contra un airbag. Por un momento pensó que se trataba de Mariana, era muy parecida... Trato de abrir la puerta. Tenia traba. No podía acercarse desde el otro lado porque el gas le impedía el paso, pero vio desde allí un hombre corpulento al volante que se encontraba en la misma posición que la mujer. No podía romper el vidrio a patadas sin peligro de herirla a ella. Al mismo tiempo que pensaba que hacer, escuchaba el sonido seco del gas escapándose. Tomó una tabla de madera rota de las que había allí y se subió al capot del auto, en ese momento escuchó: -¡Martín!
-Era Mariana que se acercaba corriendo, empapada.
-¡Por favor Mariana alejáte, corré paralela al camino y no te acerques! -Ella se fue de la forma que le había dicho.
Desde el capot comenzó a golpear el parabrisas con la madera, una, dos, tres veces. A la cuarta, el parabrisas comenzó a astillarse y a la quinta se deshizo. El ruido del gas saliente parecía rugir enfurecido buscando victimas que todavía no se había cobrado.
Martín pudo notar su sudor frío, no producido por el esfuerzo físico sino por el miedo. Tenia que introducirse a través de ese parabrisas roto. No lo pensó mucho más y lo hizo. Las bolsas de aire dificultaban sus movimientos. No lograba abrir la puerta del lado del acompañante, estaba trabada. Buscó el botón para desbloquearla y lo encontró, gracias Dios todavía funcionaba el mecanismo. Comenzó a desabrochar el cinturón de seguridad de la mujer. En ese momento vio algo que se movía a su lado. El que estaba en el asiento del conductor le apuntaba con una pistola. La cabeza y los ojos de ese hombre estaban bañados en sangre y parecía no estar muy consciente -¡Suéltela! –le dijo con tono imperativo el conductor.
-¡Baje esa pistola, si la dispara volamos todos! –gritó Martín, pero el hombre no lo escuchó y dejo caer su brazo con el arma que fue a dar entre los asientos. –Lo que faltaba- pensó. Sin considerar más aquello, salió del auto, tomó a la mujer por ambos brazos. Logro arrastrarla, diez, veinte, treinta metros, hasta el otro lado de la ruta, cerca de su coche.
Tenia que volver por ese hombre.
Se introdujo nuevamente en el auto e intento desabrochar el cinturón de seguridad. Mientras lo hacía miró a su derecha, al encendedor de cigarrillos y sintió un escalofrío que le corrió por la espalda. El cinturón no cedía. El hombre sangraba más. Buscó algo que pudiera ayudar a destrabar el mecanismo pero no lo encontró. Probó otra vez con el botón. Luego de varios intentos pareció escuchar un ruido seco en la pieza de enganche, que finalmente cedió. El problema era que el conductor era muy pesado. Le costaba moverlo desde ese lugar. Usó de todas sus energías y pudo apenas sacarlo del asiento, pero el ruido del gas que lo ensordecía le dio más bríos y logro tirar de él, con una fuerza que le pareció sobrehumana, hasta que logró sacarlo.
A lo lejos veía faros que habían comenzado a detenerse.
Arrastró al hombre lentamente hasta donde estaba la mujer y lo colocó a su lado. Mientras acomodaba la cabeza de éste, inspeccionaba la herida, no parecía ser algo grave, intentó ponerle su pañuelo empapado a modo de compresa pero no sirvió de nada. Notó que tenía una porta pistola en bandolera debajo de su saco, en el brazo izquierdo.
Allí en la lluvia estaban los tres. Él trató de darle calor a aquella mujer. No sabía qué efectos podían causar la lluvia y el frío en alguien sin conocimiento. Por momentos le pareció estar abrazando a Mariana. Trató de que aquel hombre tuviera algo en su cabeza como apoyo y fundamentalmente para que pudiera respirar sin ahogarse por el agua o por su propia sangre.

La lluvia parecía arreciar cada vez más y oía deformado el ruido del gas saliendo de aquella cañería enloquecida.
Algo iluminó el cielo. A los pocos segundos el estruendo de un trueno resonó en aquel paisaje.
¿Dónde estaba Mariana?
Todo podía explotar en cualquier momento.
Pero ¿Por qué los bomberos, cuyas sirenas se divisaban, habían detenido su marcha a ciento cincuenta metros? Del otro lado parecía que también los coches estaban estacionados, iluminando hacia el lugar del accidente, aproximadamente a la misma distancia.
El estaba con la mujer y aquel hombre que lo había apuntado con una pistola a solo treinta metros del auto y del gas.
Si todo estallaba, era muy probable que ellos no salieran muy bien de esa situación. La lluvia no cedía. Otro relámpago y otro trueno.
Sin embargo, él podía huir pero ¿Dejaría a esas personas allí solas? ¿Podía ayudarlos si ellos no eran capaces de valerse por si mismos para alejarse? Era imposible llevarse a los dos ¿Qué debía hacer?
Por Dios, ¿Y dónde estaba Mariana?

domingo, 14 de octubre de 2007

33. La imagen del espejo.

Vieron algunas cosas más, cartas, la casa misma, pero Martín comprendió que ya había encontrado lo que había ido a buscar. Dieron alguna vuelta más, se despidieron de Miguel y su hijo, y partieron.
A la tarde le propuso a Mariana dar un paseo por la sierras. El sol de esa época del año le daba a ese paisaje una extraña luminosidad.
En la confitería de un pueblito serrano Mariana tomaba su taza con la mirada perdida.
-Y ahora que le pasa a la señora -dijo Martín sin el menor tono interrogativo.
-Pensaba.
-Si no es secreto de Estado tal vez podría enterarme. Pero no más sorpresas como ayer, le dijo guiñándole un ojo.
-Si no querés no te digo...
-Uy, ahí vamos otra vez...
-Sos igual a él.
-¿A quién?
-A Esteban.
-Martín la miró sorprendido esperando alguna aclaración, pero sin decir nada.
-Si, sos callado, prefiriendo sufrir en silencio antes que hacer sufrir a otro, generoso, responsable, reservado...
-Basta Mariana. Me voy a poner colorado.
-¿Mi amor, pensabas que no ibas a heredar ninguna característica de quien en definitiva fue tu padre?
Por segunda vez en la tarde ella había logrado dejarlo sin respuesta.
-¿Te acordás de esa conversación que tuvimos en casa en donde te dije por qué me había casado con vos?
-Si, cómo no acordarme, respondió Martín mirando hacia la mesa.
-Todas esas características tuyas estaban también en Esteban y no creo que haya sido por casualidad. Sos como la imagen de un buen espejo. Te lo digo para que valores a esas dos personas.
-¿A quiénes?
-A él y a vos. A veces me parece que no valorás lo que la vida te dio… Creo que ahora todo eso es más evidente para vos y lo podés entender. Y cuando hablo de lo que te dio la vida no me refiero a mí…
Martín inmediatamente pensó que Mariana era lo principal para él.
-Ahora podés entender lo que Esteban dejó, no me refiero a la casa ni nada de eso, sino a lo otro que heredaste de él. Es cierto que, por lo que sufrió, alguna parte tal vez más oscura también te legó, pero ahora sabes por qué.
Si te importa saberlo, lo que quiero decir es que te quiero así, con ambas partes.
-Si me importa.
Martín sabía que lo que ella le había dicho merecía, por lo menos, ser considerado en profundidad. No era algo menor, un comentario dicho al pasar.
-Bueno y ahora que querés que hagamos -le dijo él.
-Vamos al cementerio… ¿Te parece?
-Si.
El lugar no era muy grande y no les costó encontrar la lápida de ella. Solo tenía su nombre y las fechas de su nacimiento y muerte. Mary Webster, aquella mujer que había elegido por su propia voluntad aceptar casarse con Esteban y queriendo un hijo que no era el suyo, igual a lo que había hecho el hombre que ella amaba. La historia de Esteban y Mary era realmente triste. Jamás podría haber imaginado nada de eso.
Mariana quiso dejarle unas flores que fueron difíciles de encontrar. Por fin pudo conseguirlas más tarde gracias a los datos que le dio un hombre del lugar.
Ella, que se sentía unida a esa mujer que nunca conoció, de alguna manera, debía agradecerle lo que había hecho y más aún lo que había querido hacer.
Esa noche, ya en la habitación del hotel, Martín dijo -esto no cuenta como vacaciones.
-Te tomo la palabra.
Martín no supo por qué parte de su boca empezar a besarla pero ella se le adelanto mientras se soltaba el pelo.
-Estaría dispuesta a escuchar que me decís que me querés -se escuchó en voz baja.
-Estaría dispuesto a decírtelo, le dijo el riéndose -ella le pellizcó la cintura.
-Eso no se hace. Ya vas a ver...

Al la mañana siguiente ella le habló al oído. El le respondió con una sonrisa un “gracias” que terminó en un beso.
Se fueron a eso de las diez de la mañana de un día nublado y frío. Cuando ya estaban saliendo de la zona urbana, Martín aminoró la velocidad.
-Esperá, volvamos -manejó por el camino de vuelta por la Avenida Argentina y se detuvo en la esquina de la casa. Abrió con su llave y miró unos segundos aquel columpio... entró, subiendo directamente al escritorio del piso de arriba y tomando, del grupo de cartas que habían leído, aquella, en la que Esteban decía que Mary seria una excelente madre para él... Al salir, impulsivamente se llevó una foto de Esteban y Mary.
-Al llegar al auto Martín, sin decirle nada, le mostró el sobre y el retrato a Mariana, guardando todo en la guantera del coche. Ella se alegro porque eso significaba que Martín estaba dejando asomar más sus sentimientos. Y eso le parecía bueno. Martín también se alegro, porque en cierta forma, y de una manera más racional, había pensado lo mismo.

Estaba bastante nublado y oscuro a esa hora de la mañana. Martín encendió los faros altos. No había muchos coches en el camino. Comenzó a llover muy fuerte y encendió el limpiaparabrisas.
En cierto paraje en donde el camino tenía dos manos de ida y otras tantas de vuelta, separadas por una franja ancha de pasto, un enorme coche blanco que venia por uno de los carriles contrarios perdió un neumático. El auto salio del camino y avanzo descontrolado por el pasto, hacia donde iba manejando Martín.
No vio llegar a través de esa lluvia la tromba blanca que se acercaba por su derecha y se dirigía directo hacia ellos.

miércoles, 10 de octubre de 2007

32. Cartas de amor.

A Martín no le importó dormir “atrapado” por Mariana, que paso la noche aferrada a su brazo. Se había despertado varias veces pero volvió a dormir con la ternura de la figura que buscaba su protección. Debía ser algo fuerte lo que había experimentado para que se la viera así, tan frágil.
Al salir el sol, fue ella quien lo despertó con un beso. Tenía brillo en la mirada. Ese brillo que irradiaba cuando había logrado resolver algo después de darle varias vueltas.
Cuando bajaron a desayunar, Mariana eligió una mesa frente a la ventana, desde la que se divisaba el valle verde, aunque bastante seco, bañado por la fuerte luz de un cielo despejado y muy azul.
Martín dudó pero quiso deliberadamente contarle lo de su sueño -sabés, ayer en la casa vi el retrato de una mujer que ví varias veces en sueños, tenía dudas de que fuera mi madre pero no lo es -Le contó sus impresiones y los detalles de todo.
-Yo también vi otro retrato de ella y pienso que era… la mujer de Esteban.
-Pero ¿Qué…?
-Si Martín, escuchame con cuidado porque no quiero que sufras por lo que significa lo que voy a contarte. Me puse mal ayer… pero eso no es lo importante.
-¿Sabías algo de antes…?
-No, solo lo que vi ayer.
-Me imaginaba, le dijo el afectuosamente sin disimular algo de ansiedad.
-Quien aparece en tus sueños, era la mujer de Esteban, hay fotos de casamiento y los novios eran ellos dos… y ella… ella después se enfermó y murió. Por eso la recordás, porque eras muy chico cuando la viste por última vez posiblemente.
-Pero ¿Cómo sabés?
-Hay una foto de ella muy pálida y con un pañuelo en la cabeza… igual que yo cuando me hicieron la quimioterapia y lo demás… Ella no lo logró.
-Martín entonces comprendió lo que le había pasado a Mariana la tarde anterior, le tomó la mano y se la acarició con sus dos pulgares. Deseó abrazarla.
-Pero lo más importante que creo que pasó, es que Esteban no te contó nunca nada para que no volvieras a sufrir la nueva pérdida de una madre. Me dijiste que recordabas a la mujer muy afectuosa, entonces…
-Mariana continuó -trató de que la olvidaras, cosa que él mismo no pudo hacer, por eso te mantuvo alejado de todo esto. Me imagino como habrá sufrido. Pobre Esteban, hizo todo eso para protegerte pero él no lo pudo superar. Recordá que el también era joven en esa época.
-Si…
-Vamos a la casa, pero no olvides que te quería. Todos lo demás no tiene importancia al lado de eso. Sí fue un padre, no te olvides de lo importante -le dijo ella tratando de que viera lo que seguía sin angustiarse, ya que estaba sobre aviso.
Antes de subir al auto, el la abrazó, la miró a los ojos y le dio un beso, de esos que no acostumbraba a darle en público. De todas maneras allí no había nadie. A Martín le hubiera dado lo mismo que en ese momento estuvieran en medio de una multitud. En otras épocas si le hubiera importado.
-¿Y esto? –dijo Mariana conmovida.
-Es solo algo que quería darte por lo de ayer… pero es solo una muestra…
El entendió perfectamente que ella se había visto reflejada en esa mujer y aquella imagen le había transmitido su sufrimiento. No se le ocurrió otra cosa y le dio ese beso que a ella le pareció muy dulce.
En la casa utilizó sus llaves, ya que nadie los esperaba allí tan temprano. Martín vio las fotos con detenimiento y todo parecía concordar con lo que Mariana había dicho. Incluso encontró una foto suya en donde ella lo abrazaba. Mary Webster…
En una carta, Esteban le escribe a ella desde su barco, en Yokohama y le dice: “…en los tiempos de descanso no puedo dejar de pensar en vos y aprovecho para escribirte. Quiero que sepas que te extraño y no sé como pasar las horas en estos cielos desconocidos de mares oscuros. Pero las estrellas me guían y se donde dirigirme para rezar y pedirle a Dios que te proteja, que te cuide mientras yo no puedo, te cobije y te guarde. Tengo una foto tuya muy gastada de tanto acariciarla, pero no sos vos. Aunque tu risa, tus ojos y tus manos son las mismas, no puedo tocarte, no puedo decirte lo mucho que te quiero…”
Martín jamás pensó en ver algo escrito por Esteban como lo que acababa de leer. No era una persona de decir una cosa por otra. Las cartas no mentían, estaba muy enamorado de aquella mujer.
-Martín, quiero que leas esto -le dijo Mariana- La carta decía: “Dear Mary, no puedo esperar que vuelvas de Inglaterra, esta todo preparado para la ceremonia…” -en otra parte se leía “…Estoy emocionado por saber que por fin Martín va a volver a tener una madre. Vos sabés, pobrecito, como extraña a la suya y yo se que lo querés como si fuera tu hijo (…) todos sabemos, que sos la mujer perfecta para ser su madre…” -Mariana, mientras él leía, apoyó su cabeza sobre el hombro de ell.
-No hay cuidado, estoy bien –dijo Martín entendiendo el gesto de Mariana.
En una carta fechada un tiempo después, los padres de ella le dicen que había empeorado de su enfermedad y que por favor volviera. El remitente era de La Cumbre pero iba dirigida a Trieste. Como marino mercante Esteban pasaba mucho tiempo fuera del país.
Los recortes del diario del pueblo hablaban del casamiento… pero otros, de fechas posteriores, de la ceremonia en el cementerio local. Se habían casado y ella había muerto ese mismo año.
¿Qué habrá sido de los padres de ella? Le dijo Martín a Mariana. Allí se los veía en una foto.
-Volvieron a Inglaterra luego de morir la señorita Mary, dijo un hombre muy mayor de cabello blanco que estaba parado en la puerta del escritorio. Ellos no lo habían escuchado acercarse, estaba con su nieto, el que los había recibido la tarde anterior.
-Usted es…
-Soy Miguel, era el cuidador de la casa. Trabajaba para la familia Webster. No mucho tiempo después de que se fueran a Inglaterra, también murieron, no tenían otros hijos y ya eran mayores…Tal vez fue la tristeza.
La Srta. Mary era una muy buena persona, dulce y cariñosa con el Sr. Esteban y con usted. ¡Pero cuánto tiempo ha pasado! Recuerdo como ella lo ayudaba a subir a la hamaca del jardín y como se columpiaba… Pero seguro que no se acuerda de mi -le dijo tomándolo de ambos brazos- no recordará cómo jugábamos con el perro de la Srta. Mary, Captain, un Border Collie hermoso… por ahí hay una foto. Mire.
Usted no sabe como sufrió su tío Esteban con la muerte de ella. Pensábamos que iba a volverse loco o algo peor.

domingo, 7 de octubre de 2007

31. Regreso a Choique.

El viaje transcurrió soleado, sin contratiempos. Pararon en el camino a comer, ya en Córdoba, a los pies de las sierras.
-Que bueno que hayas venido –le dijo él mirándola profundamente a través de esos ojos azules.

-¿Hace cuánto que no tomamos algo solos en un bar? –dijo ella sonriente.
-Martín se tapó la cara con las dos manos como asumiendo la vergonzante culpa de lo que había pasado la última vez en la costanera de Vicente López… pero ella le dijo: –Empecemos a contar desde hoy y dentro de un año, me lo preguntás vos a mí. Hoy vale por la primera.
A eso de las seis de la tarde llegaron a La Cumbre. Decidieron que antes de alojarse pasarían a ver la casa. Preguntaron por la dirección. Avanzaron por aquella calle ancha, Avenida Argentina se llamaba, a cuyos lados había viejas casonas y plátanos, casi sin hojas, las que se arremolinaban por el viento en aquella tarde de agosto.
-Avenida Argentina y Boucherville, en la esquina, dijo Mariana.
-Si, es aquí, dijo él señalando la casa y sonriéndole.
Allí estaba, sobre la puerta de entrada al jardín había un cartel curvado, de metal, en donde con letras pintadas de esmalte blanco podía leerse “Choique”. Parecía un típico chalet inglés de principios del siglo pasado pero con detalles en granito. Bajó del auto. No quiso utilizar las llaves que tenía y decidió tocar el timbre.
A los pocos minutos se asomó desde el jardín un chico, que no tendría más de dieciocho años y que le dijo –Usted debe ser el señor Martín.
-Si.
-Avisaron que vendría. ¿Quiere pasar?
-Martín miró a Mariana que bajaba del auto con decisión.
-Vamos por la puerta que da al jardín de la otra calle, que es la que tengo abierta y…

-Pero Martín, ya no escuchó más porque estaba allí. Era la misma.
La hamaca de cadenas, casi en un rincón, como en el sueño, con su tabla gastada por el sol. El césped un poco más seco de lo que recordaba, tal vez por la época de año. Se acercó a ella mientras Mariana miraba a su lado.
Martín se paró frente a ella palpando esas viejas cadenas y trató de recordar algo más, pero no pudo.
El chico los siguió y se quedó un poco atrás, pensando simplemente en que esas dos personas estaban revisando la propiedad.
-Ya estuve aquí –dijo Martín.
-¿Cómo?
-Que ya estuve aquí. No se hace cuantos años ni porqué, pero recuerdo este lugar perfectamente.
-Mariana no dijo nada.
-Entraron en la casa que parecía bien mantenida pero con signos de no haber sido ocupada por mucho tiempo. Estaba muy limpia, de todas formas.
La sala tenía muebles antiguos pero no lujosos. Había algunos cuadros con láminas de caballos o escenas campestres, algún óleo y varias fotografías. En una mesa, al lado de un sillón y junto a una lámpara, había un retrato. Martín lo tomó y observó con atención esa fotografía.
Se dirigió al chico -¿Sabés quién es la persona de este retrato?
-No, no sé, pero mi abuelo seguro que sabe porque trabajaba para el dueño de la casa. Mañana le puedo decir que venga si usted quiere.
-Eh… no, no por ahora no hace falta, gracias.
-De todas maneras me dijo que le gustaría verlo cuando viniera.
Una vez recorrido el piso de abajo le preguntaron al chico si podían subir.
Martín se interesó por el escritorio, de la planta alta. La escalera de madera crujía como la de su casa. La multitud de fotos que se agolpaban a su vista le daban una respuesta pero inicialmente no la pudo ver.
Había fotos de sus padres, de Esteban, de la mujer del sueño, de fiestas, reuniones familiares, viajes, La torre de Londres y otros lugares que no conocía. Pero Martín vio todo eso fragmentado sin una unidad que le diera sentido lógico. La emoción nublando a la razón, situación en la que se sentía muy incómodo.
Mariana de un solo golpe de vista vio lo mismo que Martín pero su intuición la llevó mucho más lejos. Reparó en una de las fotografías. Una mujer joven que en su cuello llevaba la cadena con la rosa que Esteban le había dejado a Lucía. La mujer se veía muy pálida y delgada pero sus facciones eran vivaces y tenía un pañuelo que cubría su cabello. Ella entendió lo que esa foto significaba y sufrió. Nadie como ella para comprenderla porque, de alguna manera y con algunos claros, había podido cerrar ese círculo que parecía la vida de Esteban. Una nube de angustia le oscureció el semblante y se quedó allí, como adolorida.
Martín obnubilado como estaba, no la vio y se acercó al escritorio amplio y de muchos cajones. Casi como pidiendo permiso, a Esteban que no estaba allí, los fue abriendo y encontró algunas cosas que le resultaron familiares: una lapicera que recordaba, un reloj de bolsillo. Había allí también cajas con cartas muy bien atadas y envueltas en varios grupos.
Decidió desatar uno de los paquetes. El remitente era siempre el mismo: Mary Webster. Ese nombre no le decía nada…
Mariana le pidió a Martín si podían volver al otro día porque se había sentido descompuesta.
-No es nada, es por el viaje –le dijo ella, sabiendo que probablemente no fuera cierto y que todo se debiera a la impresión por lo que había visto y entendido.
-Él la vio pálida y guardó todo en los cajones preparándose a salir.
Volverían allí mañana temprano.
Martín no entendía por qué ella le había tomado fuerte del brazo los diez o quince minutos que habían tardado en llegar hasta el lugar en donde se hospedarían.
-Vení abrazame fuerte -le dijo ella, ya en la habitación.
-Prometéme que no te vas a poner mal mañana. Es decir, no hay nada por que preocuparse, pero prometéme que no vas a sufrir…
Mariana nunca imaginó que el pasado que esa casa mostraba, de alguna manera, la había alcanzado. Se sentía vulnerable, quería dejar de abrazarlo pero no podía y pensó incluso que lo aprisionaba más junto a sí.
-No entiendo mi amor –le dijo acariciándole el pelo y apartando las lágrimas de sus ojos- ¿Qué te pasa? ¿Qué viste?
-Nada, es que soy una tonta -y volvió a poner su cara en el pecho de él.
-Estoy un poco cansada… Mañana… prometéme…
-Martín dijo sabiendo que lo hacía a ciegas -Lo que quieras mi amor. Te lo prometo.
Por lo menos ahora sabía que la mujer que se le aparecía en sueños era la que había visto en el retrato en la casa. Pero no era su madre.

miércoles, 3 de octubre de 2007

30. Gorrión de invierno.

-Escribano, ¿Entonces usted no tiene inconvenientes?
-Martín, usted sabe como abogado que no sería procedente que yo lo autorizara…

-Si, lo sé, pero tengo que hacerlo. Preferiría no tener que esperar a que termine.
-Bueno, siendo así, voy a avisar entonces para que todo esté dispuesto.
Al cortar esa comunicación, llamó a Mariana.
-Hola mi amor, ya está todo arreglado –dijo Martín mientras miraba unos mapas.
-Bien, ¿Cuándo querés que nos vayamos?
-Cuando quieras.
-Entonces mañana a la mañana. No tengo trabajo atrasado ¿Te parece bien? -Irían a Córdoba a conocer la casa aquella.
Al no estar iniciada la sucesión, él no podía ir, tomar posesión de ella, ni nada por el estilo. Eso era lo que había hablado con el escribano y, ante su insistencia, había aceptado hacer una excepción. Después de todo, era el heredero testamentario. Además él tenía esas llaves que estaba seguro que abrirían lo que fuera que se encontrara allí. No necesitaba que nadie se lo dijera.
Luego de la sorpresa inicial, entendió que Esteban habría tenido motivos para no hablarle de ello, aunque no podía entenderlo. Tenía que ir a allí. Era algo que necesitaba para reconciliarse del todo con él.
Ese viaje con Mariana, a un lugar aparentemente desconocido, además tenía otro propósito: salir unos días para estar con ella y dedicarle la atención que no le había dado desde hacía tiempo. Cuando se lo contó, ella aceptó encantada y reaccionó como esperando el momento de poder estar solos, fuera de casa y en otro lugar, aunque fuera por unos pocos días.
Él había reservado hospedaje en un lugar que recién se había abierto y que le recomendaron en ese pueblo, La Cumbre, en donde estaba la casa misteriosa, de la cual solo había visto una vieja foto.
Pero tenía miedo. Miedo de lo que podría encontrar.
Sabía que algo de allí podría significar un golpe definitivo, tal vez mortal, a la imagen que trataba de formarse de Esteban. Pero por otro lado deseaba confiar en él. No hacerlo en este momento sería como no creer en si mismo. Recordó su despedida en el cementerio… entonces ¿Cómo podía ahora desconfiar?
Después de todo, si hubiera querido ocultar esa casa, podría haberse desecho de ella de muchas formas, pero la había dejado… y se la había dejado a él…
Esa propiedad pertenecía a Esteban desde hacía treinta y tantos años pero por algún motivo, no había querido que él lo supiera. Tenía que ir. De alguna manera era como averiguar algo de si mismo, no podía explicar cómo, pero así lo veía.
Sea lo que fuese que encontrara, sabía que no podría dejar de lado sus emociones y por eso necesitaba a Mariana. La necesitaba a su lado, como había estado siempre.

-Pobrecita mi Mariana -se dijo- y vino a su memoria todo lo que ella había sufrido con su enfermedad, del golpe que le había significado esa operación y el ver truncados sus deseos de ser madre nuevamente… tan joven.
Recordó que en aquella época él le había escrito unos versos… ya casi lo había olvidado… unos versos desprolijos, viscerales, donde torpemente volcaba sobre un papel cualquiera, aquellas palabras balbuceantes, que le decían de su amor sin nombrarlo, añorándola, mientras ella estaba en aquel hospital.
Decían algo así…

Piel sedosa, de recuerdo tierno,
el agua que escapa entre mis dedos,
sin color, ni sabor tan solo el frío,
de tus manos que prontas se me fueron.

Caricias nuevas traerá la mañana.
Volveré allí desvaneciendo memorias,
y trataré de cambiar aquella historia
de temores, adioses y de olvidos.

A la vera de la cama que no es mía,
el aire dulce, una mirada tibia.
No seré yo, serás tu mi compañía,
la duermevela de vigilia amanecida.

Recordaba como desde aquella cama trataba de esconder las manos en las suyas, buscando consuelo, como el gorrión de invierno busca refugiarse de la lluvia fría en el hueco de un plátano que no puede detener la lluvia que lo hiere…
Y Lucía, tan chiquita… Temió que se quedara sin su madre. En realidad, ¡Cómo habían sufrido los dos!
Deseó abrazar a Mariana, sin apuros, sin tiempo, mansamente, pero no estaba allí. Sobrevoló calles, árboles, avenidas y hasta los mismos pájaros para llegar a verla.
-Hola Mariana.
-Si Martín –dijo ella desde el otro lado de la línea de teléfono.
-No es nada, solo quería escucharte.
-¿Te pasa algo? Esa voz…
-Te quiero.
El silencio fue ganando tiempo.
-Yo también te quiero.
No se dijeron mucho más. No hizo falta.
Al cortar, se dio cuenta de que hacía muchos años que no le había dicho algo así por teléfono. Le pareció tener veinte años menos. ¿Eso era cambiar las cosas? En el fondo de su alma pensó, deseó, quiso, que sí.
Luego se sorprendió de cómo había llegado a todo esto, desde la casa de Córdoba a Mariana. Se inventó una respuesta y la llamó “línea afectiva”. Una invisible línea que unía a Mariana, Lucía, Esteban, la casa de Córdoba ¿La mujer del sueño? (¿Su madre, tal vez?). Su familia allí presente.
Por la mañana saldrían para Córdoba, a La Cumbre, a encontrarse con lo que fuera.