domingo, 1 de julio de 2007

1. Una Mañana

Eran las once y se había tomado el último sorbo de café. Pensó que lo que tenía era sueño después de una mala noche.
Pero el despertar de este jueves había sido distinto, muy distinto. Se esforzó por terminar el escrito para la sucesión de esa cliente que lo había consultado el lunes. De todas maneras se sentía raro, distinto ese día, pero aparentemente nada había cambiado.
Esa mañana mientras se afeitaba se miró a los ojos en el espejo y en la profundidad de esa mirada no vio nada… un vacío inexplicable. Luego de eso entró Mariana y le dio un beso en la parte de la cara que todavía no se había afeitado. Siempre lo hacía, desde que se habían casado. Era como un rito. Lo miró divertida y le dijo –si te apurás desayunamos juntos.
-No voy a poder, tengo que estar en el centro….
-Ustedes los abogados no saben vivir, dijo con un gesto casi teatral, desde su robe verde oscuro. Ella trabajaba en casa como Analista de Sistemas y podía darse el lujo, si se le antojaba de quedarse todo el día así, pero por lo que sabía nunca lo hacía.
-No creo que no, dije casi sin pensar.
-Eh?, no te olvides de darle un beso al bebe antes de irte y de llevarte las dos boletas para pagar, te las dejo con el sobretodo, dijo limpiándose la boca con un poco de agua, salpicándome a propósito mientras su habitual sonrisa matinal desaparecía por la puerta.
-OK, dije casi con la seguridad de que no me había escuchado.
Tenía la sensación de que algo había cambiado. Pero no tenía conciencia de qué. Con Mariana estaba todo bien. El trabajo era algo que hacía no con demasiado esfuerzo y mal no le había ido. Le dio un beso al bebito que abrió los ojos muy grandes. Este se llamaba Manuel y le parecía más chiquito e indefenso que los anteriores.
En el tren leyó unos papeles, pero la mirada se le iba a la ventana, a los árboles, con esos colores siempre llamativos del final del otoño.
-Martín ¿Me llevo la taza o quiere otro café? Dijo Celia como si se hubiera materializado de improviso en el estudio.
-No, basta de café, gracias Celia.
-Lo llamó la Sra. de Lorea y dijo que por favor la llame –dijo Celia llevándose la taza.
-Gracias.
Claudia Jiménez de Lorea había heredado de su padre, fallecido hacía dos meses, la mitad de una fabrica no muy grande que producía detergentes que luego se vendía a las grandes distribuidoras.
Se la veía pasar por un mal momento. Su marido había muerto el año pasado y las había dejado sola a ella y a su hija. Y ahora lo del padre. En fin.
Sonó el teléfono. Volvió la impresión de sentírse, gastado, viejo. Jamás le había pasado eso, hasta ese día.
El teléfono sonó tres veces mientras pensaba y finalmente atendió.