sábado, 7 de julio de 2007

4. Lágrimas, palomas y vino. Parte 2

Caminó por la Plaza San Martín, de detuvo en la balconada con vista a la Torre de Los Ingleses; el sol no calentaba mucho en esa tarde de invierno.
Miró más allá de la torre y divisó retazos del río.

Gracias a Baterflai por la foto, link de su sitio en Weblogs amigos.

¿Hace cuánto que no me tomo vacaciones? –Pensó.
El verano pasado no habían podido hacerlo porque les habían entregado al bebé.
Caminó hacia Florida y pudo ver, entre los árboles y escondida detrás del edificio Cavanagh, a la Iglesia del Santísimo, pero esta vez no quiso ir allí. Tenía poco que decirle a Dios, sabía que no era cierto, pero no quiso pensar en ello.
¿Qué le pasaba? Estaba harto. Harto de su trabajo, de la rutina, de los viajes en tren, de haber llegado a su edad sin lograr las cosas que hubiera querido, No había terminado el doctorado porque el embarazo de Mariana se había complicado y tuvo que cancelar los viajes.
Recordó también la histerectomía de ella y la contención posterior, No había sido fácil para ninguno de los dos, porque no iban a poder tener más hijos… por ese cáncer. Y él ya no sería nuevamente padre porque Mariana no iba a poder…
Se horrorizó por pensar eso, no lo había visto de esa manera jamás y se sintió despreciable.
Recordó también que luego de eso habían llegado los chicos y allí es cuando se convirtieron en Hogar de Transito; estaba también lo del alcoholismo de Eduardo, su mejor amigo…
Sentado luego en un banco de la plaza, vio a un grupo de palomas revoloteando a su alrededor, las que terminaron posadas cerca de él, tal vez en busca de algo para comer. Una chica allá a unos cuantos metros sacaba fotos, parecía enfocarlo a él o a las palomas, que importaba.
Intentó acercar su mano a una, lo que causó que todas levantaran vuelo.
En ese instante vio un remolino gris de todas esas cosas que ya no existirían en su vida, otros hijos, estudios, mayores desafíos profesionales, sus padres muertos, palomas que se alejaron volando hacia la torre, tal vez más allá.
¿Por qué? ¿Por qué estaba perdiendo la ilusión de lo que siempre había soñado y que de alguna manera había sido motor en su vida? El dolor y la frustración se mezclaron en proporciones que no pudo precisar.
No volvió al Estudio, Quería volver a su casa, le avisó a Celia que lo atendió preocupada. Se fue a Retiro a tomar el tren.
-Hola Martín, ¡Qué temprano! –Lo saludó Mariana mientras le daba un beso. - Tenés cara de cansado, vení tomate un café. –Intentó servírselo.
-No, dejá, gracias. Fue al comedor y se sirvió un vaso de whisky, a pesar de que mucho no tomaba, pero eso era lo que se suponía que hacía la gente para relajarse.
Mariana se extrañó al verlo con el vaso pero no dijo nada.
-¿Me ayudás con el vino? Le dijo
-¿Qué?
-¿Te acordás que viene a comer el compañero de Lucía?
Lo había olvidado por completo. No tenía el menor interés en hacer sociales esa noche y menos con un imberbe que andaba detrás de su hija.
Fue a buscar la botella mientras se preguntaba ¿Porqué tengo que bancarme a este tipo hoy? –Al decir “hoy” se le resbaló la botella de la mano que terminó estrellada contra el cerámico blanco de la cocina.
Se quedó mirando el charco que había cerca de sus pies y como se extendía por el piso, como un fantasma rojo.
Mariana corrió a buscar algo para limpiar. Ninguno de los dos se había lastimado.
-¿Martín? Te correrías así limpio…
-No hay más vino –dijo él- Voy a comprar a la otra cuadra, sacudiéndose del pantalón y los zapatos la leve salpicadura. A la vuelta se cambiaría.
Antes de llegar al almacén un auto le hizo señas con las luces, no hizo caso, hasta que le tocaron bocina. El conductor bajó la ventanilla polarizada.
Era Carlos, ex amigo o lo que fuera, el que se había casado con Elena.
-¡Hey Martín! –Lo llamó Carlos- Ya me dijo Elena que te había visto. Martín se quedó unos segundos contemplando el flamante Porsche 911 azul oscuro que tenía la capota cerrada. Carlos se dio cuenta y le dijo.
-¿Te gusta mi nuevo bebé? Me lo acaban de entregar.
-Parece rápido.-Fue lo único que atinó a decir Martín.
-Che, ¿Cuándo nos vamos a juntar a charlar de los viejos buenos tiempos? –Le dijo el tipo con esa sonrisa burlona que Martín detestaba. -¿Qué buenos tiempos? –Pensó Martín. Hubiera deseado haber comprado ya la botella de vino para rompérsela en el parabrisas, pero el Destino no lo había previsto así, pensó irónicamente.
-Le voy a decir a Elena que arregle algo.
-Si… ¿Ya se mudaron? Preguntó por decir algo.
-Eh… no, todavía no vengo de la casa nueva a ver algunas cosas de los pintores, pero ya se habían ido cuando llegué.
-Bueno, entonces nos veremos…
-¿Te acerco a algún lado? Se ofreció Carlos.
-No, voy acá nomás, contestó, haciendo un gesto con su pulgar señalando por encima de su espalda.
-Bueno, nos vemos pronto ¿eh? Otra vez la sonrisa. –Espero que no -Pensó Martín. Mientras lo veía irse en el auto.
Compró dos botellas de un vino bastante bueno, que le gustaba a Mariana, preparándose para otro encuentro indeseado, lo único que quería era encontrarse con la almohada.