domingo, 30 de septiembre de 2007

29. Una fotografía.

-Buen día escribano.
-Cómo está usted.
-Su llamado me tomó por sorpresa. No sabía que Esteban tuviera una propiedad en Córdoba.
-Me dejó el encargo de que a su muerte me ocupara de la sucesión de esa propiedad. Debo aclararle que se encuentra libre de gravámenes y de deudas. Tiene pagos todos los servicios a la fecha.
-Dijo que quedaba en Córdoba, para ser exactos ¿En qué lugar?
-En la ciudad de La Cumbre, en el valle de Punilla, a casi cien kilómetros de Córdoba. ¿Conoce el lugar?
-No, no...
-Mire aquí hay una fotografía antigua de la casa.
El escribano le tendió una vieja foto, bastante antigua, que extrajo de un sobre tamaño oficio que parecía contener planos, a juzgar por el aspecto.
-Al verla Martín se quedó examinando la imagen, como buscando algo familiar. La foto mostraba una vista parcial del chalet, de un estilo que no alcanzó a identificar. Tenía decoración exterior con detalles en piedra granítica, muy usual en las construcciones de la zona serrana.
Si usted procede a revisar los documentos y a firmar, podemos empezar todo cuanto antes.
-Martín revisó cuidadosamente los papeles, todo estaba en regla. Firmó varios escritos.
Al terminar los arreglos, volvió al estudio, tenía trabajo que hacer, pero antes le contó a Eduardo lo del escribano y la casa.
Martín le dijo -La verdad es que no sé porqué jamás me contó sobre esa casa. Hay que empezar la sucesión pero ¡El escribano dijo qué era de Esteban desde hacía treinta y siete años! ¡Nunca me llevó a conocerla ni dijo nada! No me vas a negar que esto suena bastante extraño.
-Eduardo, bajó la vista y dijo en un tono de voz indescifrable –Esteban era un gran tipo…
-Gordo, vos no lo conocías como yo.
Eduardo lo interrumpió y volvió a decir de una forma que esta vez parecía evocativa –yo sé que era un gran tipo…
-Martín solo podía pensar en ese momento en lo que había pasado esa mañana y no captó la mirada sombría y luego la leve sonrisa, como esa que se esboza cuando se dan las gracias sinceras, en la cara de su amigo.
La tarde transcurrió entre papeles y llamados telefónicos, uno fue el que le hizo a Mariana para contarle lo que había sucedido. Ella se limitó a escuchar sin decir nada. Eso significaba que Mariana estaba pensando en algo y que hasta no tener redondeada la idea no le diría nada. Cuando hacía eso afloraba su “deformación profesional” de analista de sistemas.
Pero a la tarde recibió además otra visita.
-Hola papá -dijo Lucía.
-¿Qué hace esta señorita por aquí?
-Pasaba nomás… Celia me dijo que no estabas en alguna reunión ni nada…
-Que bueno que viniste, ¿Querés tomar algo? -No bien terminó de decir eso, apareció Celia con dos tazas, el jarro grande de café para Martín y una taza con lo mismo para ella.
-Ya ves que aquí se hace magia –dijo Martín.
-¡Y se escucha detrás de las puertas! –gritó Eduardo desde afuera.
-Señor, estimado, doctor Eduardo, no estaba detrás de la puerta, la misma se encontraba abierta cuando Lucía entró –dijo Celia con voz monocorde, al final exclamó- ¡Pero si la cerré al pasar! Lo que quiere decir que usted -enfatizó el usted- sí estaba escuchando detrás de la puerta.
-Bueno, cuando se trata de Lucía, no tengo más remedio y además aquí me dan constante mal ejemplo.
-Martín, ¡No permita que me diga eso! -él miró para el cielo raso, como si fuera el verdadero cielo y les dijo: -Por favor, invito a ambos contendientes a resolver sus conflictos fuera de este recinto. Muchas gracias.
-Dejáme saludar a Lucía -dijo Eduardo, mientras Celia salía con cara de haberse divertido con las pullas a Eduardo.
Después del saludo. Martín le preguntó a su hija cómo andaba todo y Lucía le contó que bien, pero que había ido allí por un motivo.
-Papá, me preguntaba si vos no podrías hacer algo por Ernesto que tiene que cambiar de trabajo. Necesita reducir sus horarios para poder estudiar. Además quiere recibirse antes.
-Martín, pensó un momento y le dijo sin dudar:
-Decíle que me venga a ver -Lucía se sorprendió por la rapidez de la respuesta.
Más tarde, volvía a su casa pensando en las cosas de ese día: lo de Ernesto, Esteban, la casa de Córdoba… esa foto que le había entregado el escribano. Le vino a la mente la palabra “Choique”.
Fue como un destello luminoso en su mente, presintió que, de alguna manera, él conocía esa casa. Tal vez había visto la foto antes, pero no estaba seguro.
La propiedad se llamaría muy probablemente Choique y las llaves del cajón de Esteban corresponderían a ella.


Al llegar a su casa besó sonoramente a Mariana, luego subió a dejar el sobretodo y ponerse un abrigo, había empezado a hacer frío.
-Lucía te dejó esto –le dijo Mariana.
Le dió un sobre con una fotocopia de la página de una enciclopedia, en donde leyó en voz alta: “Choique: Ave patagónica que habita en áreas abiertas (...) Sus alas pequeñas no le permiten volar. (…) El macho es el que se encarga de construir el nido haciendo con las patas una hoquedad en el suelo, bajo la protección de un arbusto o árbol” –le llamó la atención el párrafo que seguía: “Solo el macho se encarga de empollar los huevos que coloca la hembra”.
El artículo finalizaba diciendo: “Es considerado una especie vulnerable”.
Martín pensó -Así que eso era un Choique…
-Mariana lo miró y le dijo –Muy alegórico.
-¿De qué?
-De Esteban.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

28. Dos llamados.

-¿Pero quién es la mujer? Estoy seguro de que es mi madre. Si hubiera visto sus ojos… probablemente la habría reconocido.
-¿Estás seguro o es lo que deseabas ver? -le dijo el doctor Víctor.
-Mmm… En realidad creo que hubiera querido verla.

-Entonces no estás seguro de quién era.
-No. ¿Pero por qué sueño con ella?
-Martín, nada es casualidad, recordá que estás afrontando un proceso de cambio. Los sueños forman parte de tu mente y de tu espíritu. Manifiestan cosas. Esto aparece ahora por algo, creo que es una ayuda.
Hablaron de otras cosas ese día.
Los estudios que le habían hecho, según le había dicho el psiquiatra, no mostraba nada preocupante, pero si la disconformidad sobre algunas cosas de su vida. Tenía que ver cómo las cambiaba.
El médico le dijo que ya lo estaba haciendo y le recordó algunas que él mismo le había contado.
Esa visión le dio cierta tranquilidad. Tomó consciencia de que aquello era un proceso y que también funcionaba en su interior, aunque no pudiera controlarlo.
Víctor le había dicho que el afán de controlar todo llevaba a complicaciones, porque el control absoluto no es posible. Le remarcó que aquello era causa de infelicidad y de problemas en mucha gente. En realidad, él era un poco así, quería controlarlo todo. Esa actitud de alguna manera le ayudaba a pensar que las cosas saldrían bien. Estaba empezando a darse cuenta de que eso era un error. Si Mariana, por ejemplo, no hubiera sido comprensiva en extremo con él, su relación se habría desmoronado…

-Claudia entonces ¿Está todo claro?
-¿No es un poco osado lo que voy a hacer?
-No tiene nada que perder y de paso vemos como reaccionan.
-Tengo miedo de que mi cuñado se ponga un poco pesado.
-Ya hablamos de lo que tiene que hacer si pasa eso, pero no va a pasar.
-Si, pero yo había pensado en que me acompañaras vos…
-Martín pasó por alto el “vos”, lo cual, de todas formas, hizo que se desconcentrara por un instante.
-No Claudia, no es el momento, allí no habrá otros abogados. Más adelante es muy probable que tenga que intervenir, pero no ahora.
La acompañó hasta la puerta y él se quedó pensando en la actitud de la mujer. Tal vez fuera un mero deseo de protección ante una situación incierta o tal vez nada.

-¿Y entonces que vas a hacer? –le preguntó Lucía a Ernesto.
-Tengo que cambiar de trabajo, muchas alternativas no tengo. No me dan los tiempos por los horarios que me están pidiendo, pero necesito lo que pagan y tengo que buscar algo para reemplazarlo.
-Pensemos en algo. Le voy a preguntar a mi viejo si sabe que podés hacer.
-¿Te parece…?
-Si. ¿Me acompañas? Quiero buscar una cosa.

Lucía pidió un diccionario enciclopédico en la biblioteca de la facultad, bastante vacía a esa hora de la tarde.
Encontró lo que buscaba y lo fotocopió en la máquina del centro de estudiantes.
-Espero que esto le sirva a papá –dijo Lucía leyendo el papel que tenía en la mano- pero no creo…

Martín, ya en su casa, esperó el llamado de Claudia Giménez, el que se produjo a eso de las ocho de la noche.
-Martín, ¡No puedo creerlo! -dijo la mujer- Aceptaron la contraoferta para la venta de mis acciones de la empresa. ¡Aceptaron el doscientos cincuenta por ciento sobre el valor tasado, tal como me lo aconsejaste!
-¿Hubo resistencia?
-Ninguna, la escucharon como si fuera algo a lo que estuvieran acostumbrados.
-Martín tampoco podía creerlo y su extrañeza pasaba a ser algo más sombrío. ¿Cómo podía ser que esa gente aceptara un ofrecimiento así sin siquiera regatear?
-¿Algún problema con su cuñado?
-Sonreía como si solo se estuviera hablando de centavos.
-¿Le dijo algo más?
-Solamente que tendrían todos los papeles listos en dos semanas, que había arreglos.
-¿Había otra gente?
-Si, ese accionista titular del tres por ciento de la sociedad uruguaya. No dijo nada en toda la reunión, parecía de alguna manera dirigir a mi cuñado con la mirada y tomaba notas –y finalmente Claudia agregó- Martín por supuesto que te debo a vos esto y te lo voy a recompensar…
-Espere, no se adelante que aún falta lo más importante –Martín no quiso decirle “y lo más difícil”.
A él cada vez le intrigaba más quienes o qué sería El Remanso S.A. Tal vez fuera un fondo de inversiones de tantos. Hay mucho dinero dando vueltas por el mundo después de todo– se dijo.

A poco de colgar volvió a sonar el teléfono, lo atendió. Preguntaban por él.
-Mucho gusto, soy el escribano Ordóñez, disculpe que llame tan tarde pero solo tenía el número de su casa y me imaginé que podría encontrarlo a esta hora.
-Ah si, vi unos papeles que me dejó Esteban con sus datos, tenía que llamarlo.
-Si, tenemos que arreglar el tema de la sucesión –dijo el Escribano.
-No, pero debe haber un error, Esteban ya me había cedido su departamento de Belgrano reservándose el uso y usufructo, hace un tiempo.
-No, yo hablo de otro bien.
-No sé de qué se trata.
-De la propiedad de Córdoba.
-¿Cómo?
Quedaron en verse al día siguiente.
¿Propiedad? ¿Córdoba? ¿Qué era todo eso?

domingo, 23 de septiembre de 2007

27. Búsqueda.

¿Cómo diablos había ido a parar ese papel membretado a su casa?
Mariana no lo había colocado allí, tampoco Lucía ni la señora que venía algunas veces por semana a ayudar con la casa. El teléfono misterioso no era el de algún banco en las islas Cayman, ni siquiera el de alguno del barrio: pertenecía a un local de compostura de zapatos, que por otra parte quedaba cerca de allí y que además tenía su correspondiente imán adherido a la heladera, con lo que sus esperanzas de graduarse en investigador privado aficionado quedaron truncas antes de empezar. No pudo resolver el enigma.
Tenía que ver a Ana, amiga de Claudia Giménez, que le contaría algunas cosas de esa empresa que él no acababa de entender.
-Enano, te hice caso y empecé a nadar -le dijo Eduardo sonriente ya en el estudio.
-Uf gordo, te van a cobrar extra por el agua que se debe derramar cuando te zambullís.
-No tanto, Verónica me puso a dieta, no se porqué, no la necesito… -dijo su amigo con cara de infante al que le han prohibido los chocolates como penitencia -¿Y vos? ¿Vas a empezar a hacer algo?
-Si… debería…
-Que tal todo por tu casa, ¿Los chicos? ¿Verónica?
-Verónica está un poco cansada estos días pero gracias a Dios los chicos se portan bastante bien. ¿Por qué no venís el domingo a casa un rato? Ya sabés que siempre te quieren ver. Además me sale más barato que alquilar un payaso.
-Se ve que nadar te mejoró el humor. Bueno voy a ir un rato.
El sol blanco de ese día se reflejaba en las baldosas de la plaza que se divisaba desde el estudio y las palomas iniciaban una y otra vez su vuelo ritual sobre la zona de Tribunales, como en oleadas, dirigidas por quién sabe quien, todas para el norte, girando luego otra vez al sur.... Ese lugar no sería el mismo sin las palomas, vestidas de gris, como los abogados que cruzaban ese parque en todas direcciones,
-Hola Ana, mucho gusto. Ana era una mujer no muy alta, de cabello castaño, y demasiado delgada, según le pareció.
-Claudia me dijo que usted quería saber algunas cosas de la empresa. –La fábrica de la familia de Claudia producía bases para detergentes que después se vendía a otras compañías que los distribuían con sus marcas.
-Desde hace un tiempo las cosas son un poco distintas por allí, pero no hago preguntas. Parece que nadie las hace porque todos están conformes con lo que les pagan –dijo Ana.
-¿Todos? –preguntó extrañado Martín. Eran bastante frecuentes los problemas gremiales y los juicios de ex empleados. Lo sabía muy bien porque tenía otras empresas industriales como clientes.
-Si, parece que quieren tener a la gente satisfecha en lo económico y por eso no hay problemas de ningún tipo en ese aspecto.
-Hableme de su trabajo.
Como resultado de lo que la mujer le dijo Martín obtuvo bastante información. El objeto de todo era lograr el mejor arreglo económico para la venta de acciones que había decidido Claudia, la que había acudido a él, temiendo que se aprovecharan de su inexperiencia.
Algunos datos que Ana le había dado eran inusuales. La facturación crecía, mes a mes, pero no había un correlato en el aumento de compras de materias primas ni en la distribución. Se pagaba a los transportistas lo mismo o un poco más que hacía seis meses porque se despachaban las mismas cantidades. Del mismo modo, se compraban iguales cantidades de tambores de plástico que se usaban para envasar el producto a los compradores. Ni uno más, ni uno menos que seis meses atrás.
Raro, pero si la facturación había crecido, eso implicaba un mejor precio para la parte de su cliente. Ya tenía delineada una estrategia y un plan alternativo por si no daba resultado. No quería aparecer es escena para evitar suspicacias. Lo dejaría como último recurso.
Se reuniría por la mañana del día siguiente con Giménez Lorea, porque por la tarde se había fijado la reunión de Directorio en donde ella escucharía la oferta que le hicieran y que rechazaría haciendo una contrapropuesta osada. No tenía nada que perder. Ella lo haría bien, estaba defendiendo los intereses de sus hijos, en los que pensaba cuando le hablaba de todo esto. Después del período de luto por la muerte de su marido, había reaccionado con mucha fuerza y no estaba dispuesta a ceder ni un ápice de lo que veía como legítimo acervo familiar.
Al salir de la oficina, Martín pasó por una casa de deportes y se compró un par de zapatillas, las que tenía estaban bastante rotas pero, como suele pasar, eran cómodas y se había propuesto empezar a hacer alguna actividad física. Correría. Si a Eduardo le había hecho bien, por qué no a él.
Mariana no estaba en casa, se habían ido con Lucía a acompañar a Carmen que estaba un poco resfriada.
Era temprano aún, no estaba oscuro, y decidió aprovechar lo que quedaba del día para empezar a correr. Se puso el equipo deportivo, sus zapatillas nuevas y salió, como había visto que hacía mucha gente, por los alrededores del hipódromo de San Isidro.
Su amor propio se vino abajo cuando vio que pudo correr menos de tres kilómetros. Quedó exhausto. Sabía que tenía posibilidades de mejorar. Bueno, desde donde estaba todo podía ser mejora…
Se duchó, comió algo liviano y se quedó dormido, sin esperar la llegada de Mariana, cosa que tenía intención de hacer.

Twinkle, twinkle little star. How I wonder what you are. Up above the world so high…” Una hamaca de cadenas y él columpiándose empujado por las suaves manos de una mujer de vestido blanco y un extraño gorro. Un rostro pálido, y labios rojos que brillaban en una sonrisa cálida, de la cual podría decir, casi sin temor a equivocarse, que era maternal.
No recordó los ojos, pero si esas manos, también muy blancas y delicadas que ahora lo sostenían con cariño ayudándolo a bajar de ese columpio, porque él era un niño, de no más de dos años, con su pantaloncito gris de franela, sweater y gorro de lana azul. Ella no dejaba de cantar aquello que continuaba así “…Like a diamond in the sky Twinkle, twinkle little star. How I wonder what you are...” Esa escena tuvo una duración indefinida, como la de los sueños de todos los hombres del mundo y fue feliz allí, en ese jardín que imaginaba grande y apenas distinguía.
Si solo hubiera visto sus ojos podría saber…

miércoles, 19 de septiembre de 2007

26. La llave.

Esos tres días pasaron muy lentamente. Sus pensamientos y recuerdos trataban de acomodarse a la nueva realidad que se le había presentado de improviso.
Mariana había estado fenomenal y él trató a su vez de que ella que no se sintiera en la obligación de hacer nada extraordinario. Ambos se dieron cuenta de la solicitud del uno hacia el otro, lo que ya parecía una competencia de atenciones. Al final, los dos terminaron riéndose, resultando todo en una feliz cercanía. Lamentablemente era un acontecimiento como aquel el que los había unido más. Charlaron mucho, a veces de cosas poco importantes. Se llamaron por teléfono para preguntarse por el clima, por qué cosa estaban haciendo y otras tonterías por el estilo, casi como dos adolescentes y aún sabiéndolo, no les importó.
Al tercer día a Martín se le ocurrió ir al estudio en el coche y al poner el arranque la vio. Era la llave de bronce labrada del escritorio de Esteban que le había dado aquella vez, cuando hablaron del cochecito azul y que él había guardado.
En realidad no había querido ir todavía, pero tenía que afrontar a ese lugar tan cargado de significado pero a la vez tan vacío.
A las cinco fue al departamento de Belgrano. Allí lo esperaba la señora que trabajaba para Esteban. Esa era otra cosa en la que tenía que pensar. Aquella mujer necesitaba trabajar. Ya vería que hacer.
La casa estaba como siempre. Se detuvo frente al cochecito azul ¿Qué haría con él? Probablemente lo colocaría en algún lugar de su casa, en una vitrina, como había hecho Esteban. Ese auto ahora no solo le recordaría a sus padres biológicos.
Fue al escritorio y abrió el cajón. Había muchos papeles y sobres con documentos.
En el rincón derecho había una cajita roja con una tarjeta que decía “Para mi querida Lucía, su rosa blanca”. Adentro y con una cadena que parecía ser de plata, había una rosa esmaltada en blanco. El conjunto era antiguo y la cadena tenía una soldadura visible pero de buena factura, probablemente debido a que alguna vez se había roto.
-Éste seguramente era uno de los motivos por los cuales Esteban quería vernos a todos, a Lucia…
También había dos llaves unidas por un grueso anillo de bronce. Una que parecía ser de una puerta exterior de alguna propiedad, tenía un porta etiquetas metálico con la inscripción “Choique”.
-¿Choique? ¿Qué es eso?, se preguntó Martín.
Esteban no tenía, que él supiera, otra propiedad que no fuera ese departamento.
-Martín se llevó las llaves, la cajita con la cadena y reparó en el sobre cerrado a su nombre que no pudo resistirse a abrir inmediatamente.
Allí había una carta de Esteban fechada un mes atrás, y que comenzaba diciendo: “Querido Martín. Escribo estas líneas para que las leas cuando ya no esté. No sé qué me impulsó a hacer esto hoy pero lo creí un deber de índole práctico, después de haber arreglado cuentas en lo que a mi alma se refiere, me pareció que debía hacerlo con mi familia. Se que nadie conoce su hora pero a mi últimamente me ha dado por presentirla…”
Le escribió además que lo quería, pidiéndole perdón por todas sus faltas. Martín naturalmente no había leído un pedido de perdón póstumo, salvo en alguna obra literaria y lo que veía allí llegó a conmoverlo, no sin un poco de dolor y culpa, además de comprobar, en ese pedazo de papel, que realmente Esteban lo había querido. El escrito mostraba una faceta bastante desconocida de ese hombre. Un párrafo le llamó la atención: “Aún después de muerto vas a tener que seguir usando de tu paciencia, parecerá que nunca terminaste de conocerme, pero jamás pude vencer esa incapacidad de comunicarme bien con vos, por lo que te vuelvo a pedir perdón, aunque espero que alguna vez alcances a comprenderme aunque sea un poco…”. Finalizaba con datos del escribano al que debería contactar y le encargaba expresamente que se ocupara de la señora que trabajaba en el departamento.
Ya en su casa, Martín le entregó la carta a Mariana. Lucía los vio hablando y al percatarse de las caras de sus padres, amagó a seguir de largo a la cocina pero Martín la llamó para darle la cajita y la tarjeta con el regalo.
-Es la rosa símbolo de Inglaterra, dijo Lucía.
-¿Como sabés? –le preguntó Martín.
-Es historia. Era el distintivo de los anglos que luego se extendió a todo ese país. En el ambiente del rugby se manejan esas simbologías y… me lo contó una vez Ernesto… Eh… fijáte aquí atrás tiene el nombre de una joyería de… Brighton, cerca de Londres.
-Ah –dijo Martín- ¿Querés que te ayude a ponértela?
-Si, gracias, es muy hermosa y me voy a acordar… -se dio cuenta de que iba a decir algo que podía incomodar a todos y se detuvo.
Mariana terminó de leer la carta y miró a Martín transmitiéndole sin palabras todos los sentimientos que ese papel le había despertado. Esteban era realmente una buena persona; sufrida, en una medida que ella todavía no comprendía.
Esa noche Martín se quedó releyendo la carta hasta que el sueño pudo con él.
De noche se despertó y bajó a la cocina a tomar un poco de agua fresca. Trató de no hacer ruido en la vieja escalera de madera que crujía levemente bajo sus pies.
Mientras bebía miró la cantidad de imanes publicitarios que había en la puerta de la heladera. La mayoría eran de avisos de pizzas o helados con entrega a domicilio, las favoritas de Lucía, y otros rubros varios: empanadas, tortas y sándwiches. Solo de leer le dio hambre. Había además papeles de una compra que había que hacer, algunos broches magnéticos con la cuenta del diario a pagar; incluso en el costado izquierdo, exento de paredes, había cartelitos publicitarios de locales de compostura de calzado, una farmacia…
De pronto creyó estar dormido por lo que vio: Un papel del tamaño de un palmo con un número telefónico. Tenía un membrete de una “L” y una “R” en color verde y debajo de él decía “El Remanso S.A.”
Lo sacó de su broche y se quedó mirando esa hoja, ahí parado, iluminado indirectamente por la luz naranja del alumbrado público de la calle.

domingo, 16 de septiembre de 2007

25. La Luz.

A diferencia de otras ceremonias fúnebres a las que había asistido, ese día no llovía. Las sombras jugaban sobre cúpulas, ángeles y cruces del viejo Cementerio del Oeste, en donde los abuelos de Martín habían hecho construir la tumba familiar. El viento frío mecía levemente los cipreses que señalan el cielo con su única mano oscura.
Resultaba singular estar donde alguna vez aprendió a espiar a esa mujer esquiva y pálida que llama inevitablemente a todos por su nombre. Había pasado por allí visitando a sus padres, justamente de la mano de Esteban pero ya no recordaba hacía cuánto tiempo.
Cuando Martín, aún niño, hablaba con Esteban de la muerte, se refería a ella como "esa señora que se llevo a papá y a mamá", como si se tratara de una tía vieja que los hubiese invitado a pasar una temporada de descanso, lejos. Pero el viaje se había prolongado y la señora, más vieja de lo que el jamás podría haber imaginado, no los dejaría regresar.
Un ángel de piedra parecía ofrendar una corona de triunfo desde lo alto. Una mujer de mármol blanco lloraba para siempre, apoyada contra la dura pared de granito y con su regalo de flores, la pérdida de alguien amado.
El vitral de una tumba vecina mostraba el triangulo trinitario irradiando luz y en su centro se divisaba el inconfundible ojo que todo lo ve. En esos momentos le parecía que no era mirado. Lo pasaban por alto adrede porque simplemente se había decidido que eso tendría que soportarlo también. No tenía explicaciones pero en ese momento pensaba que las habría necesitado y sabía que nadie se las daría.
Allí estaban Eduardo, Alejandro, el hermano de Mariana y Ernesto, que se había ofrecido por Lucía a llevar a Esteban hacia ese lugar en donde no tendría compañía.
Sabía que todo ese cementerio era un lugar vacío. Una gran ciudad, con calles, puertas, ventanas y veredas sin el desgaste del trajinar de los hombres. Árboles, bancos y escaleras sin gente que les dieran sentido. Podía decir que aquella no era una ciudad, solo un remedo grotesco de la vida que flameaba en otra parte. Gatos corrían entre las tumbas simulando vivir con los hombres; tal vez a ellos les resultaba indiferente la compañía humana y por eso se veían tan a gusto allí.
Se olvidó por un momento de lo que había aprendido sobre la morada de los muertos y deseó escapar de ese lugar opresivo.
Esteban no estaba ahí, nunca lo estaría, en todo caso, era un reflejo incompleto de lo que había sido.
Ahora presentía la profunda soledad de aquel hombre al que por última vez acompañaba; el vacío inexplicable de una vida que él nunca comprendió. Porque ellos dos, eran lo único que había quedado de aquella familia casi olvidada.
Mirando al cielo le era negado el trascender más alla del azul frío de las once de la mañana. Alguna paloma parecía recordarle el vuelo de algún angel de estuco, que con las alas rotas se había quedado, inmóvil, en lo alto de una vieja cúpula, como un inválido que ya no podría cumplir más su cometido de enviado. Su patrón no recibiría más un mensaje de aquella criatura mellada por el viento, la lluvia o el sol.
Pensó en ese Patrón y le dijo ¿Por qué no me dejaste hablar con él siquiera una vez más?
Hubiera deseado romper ese destino y si fuera posible, obligar a su dueño a aceptar a aquel hombre yaciente en su casa para siempre. Sabía que no tenía fuerza para amenazar, violentar y, en ese momento menos, para increpar por un recibimiento seguro para Esteban. Pero no tenía temor.
Escuchaba solo algunas palabras de lo que Hugo iba diciendo en las oraciones. En su ensimismamiento, vio esa escena irreal, el sol, las sombras, Mariana ...dirige mis pasos a tu presencia... Lucia, flores ...para que viva en la gloria... reflejos y oscuridades… y brille para él la luz eterna.
Sobre la puerta de la bóveda se leía en letras de hierro el apellido familiar. Esa inscripción lo incluía. Se sentía fundido con ese metal oscuro, pesado e inmóvil, clavado como esas letras sobre la piedra gris.
Lucía le tomó la mano y él le devolvió el gesto presionándola suavemente.
Recorriendo con sus ojos a los presentes, de alguna u otra forma, alcanzó a distinguir que lo observaban. La compasión parecía brillar en la mirada de toda esa gente. No la despreció. Absorbió lo que le brindaban como el artista aspira los aplausos de su público, como el único aliento que lo hiciera vivir. Respiró profundamente.
Pero desde ese punto, tuvo la suficiente luz para rezar así: Esteban, gracias por todo, por cada momento que me diste, por cada segundo que pasaste pensando en mi. No me importa si fueron o no los que debían haber sido. Quisiera agradecerte todos esos años en lo que estuviste atado a este crió que no fue capaz de reconocer lo que hiciste por el.
Algunos asistentes a la ceremonia que finalizaba, habían empezado a dejar flores sobre el pesado ataúd. La última en hacerlo fue Mariana que luego le tendió un clavel rosado a Martín.
Los sepultureros ya habían empezado a prepararse para cerrar la puerta de hierro forjado y vidrio pero Martín les hizo un gesto para que se detuvieran.
Puso el clavel sobre el cajón oscuro y dijo algo que ningún hombre sobre la tierra pudo oír:
-Adiós querido papá.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

24. Cambios.

Esa mañana, la luz que se filtró por entre las cortinas lo hizo abrir los ojos. Era bastante temprano y aprovecho para llevarle el desayuno a la cama a Mariana. La despertó con un beso que ella recibió a ciegas mientras lo abrazaba. Al ver la bandeja le sonrió, no sin sorpresa.
-Martín ¿Por qué no te quedás en casa esta mañana? –le dijo sin preámbulos.
-Porque... -Se detuvo- si bien efectivamente tenía que hacer, no había nada urgente ¿Por qué no se podía quedar esa mañana con su mujer?
-Si. Puede ser– dijo.
-Eso era algo que podía cambiar en su vida. Ya no tenia que actuar como si tuviese veintipico de años, como cuando corría para ganarse los primeros magros ingresos. Las épocas de apuro, gracias a Dios habían pasado. Podía disponer de sus tiempos y dedicarlos a cosas que les hicieran bien a los dos. Además recordó que debía hacer algo de ejercicio, cosa que le habían recomendado y que, desde que Eduardo se había estropeado la rodilla jugando a la paleta con él, no había vuelto a hacer.
Si. Esa mañana, por lo menos, se quedaría en su casa y trataría de disfrutarlo.
Mariana comentó la posibilidad de que ambos se tomaran unos días de vacaciones para ir a algún lado. Hacia mucho que no salían de vacaciones. Era una buena idea.
-Esteban insiste en que vayamos todos a comer a su casa, no sé, quiere regalarle algo a Lucía y juntarnos a todos como la familia que somos –dijo Martín con la habitual mirada distante que se le veía cuando hablaba de Esteban.
-Me parece muy bien -contestó Mariana en tono de reproche por la cara de él.
-Mariana dijo: Martín ¿Por qué sos tan duro con Esteban? El te quiere a su manera.
-Si, es verdad, a su manera.
-Entonces, si lo sabés ¿Qué le reprochás?
-Martín la miró pensativo, era raro que Mariana le dijera esas cosas sobre Esteban y le pareció que tenía razón.
-Además pensá que es tu familia y él, a pesar de lo que te parezca, siempre fue muy afectuoso con todos. Con Lucia, conmigo... y con vos también. -Mariana continuó: -Antes pensaba que era demasiado frío, pero con el tiempo fui viendo muchas cosas... Creo que deberías ser más demostrativo con él. Dedicarle más atención…
-En realidad después de todo, pensó Martín, Esteban había sido el único padre que había tenido y tampoco podía poner en duda su generosidad en ningún sentido.
Pero nunca se había permitido profundizar más en el tema. Cada vez que lo hacia, terminaba con alguna clase de reproche hacia él. Pero en el fondo sabía que tenía que aceptarlo. Era como era
El trabajo de Esteban lo había mantenido lejos y cuando estaba en casa parecía igualmente lejano. En realidad no podía reclamarle nada. Bastante había hecho con adoptarlo, haciéndose cargo de él cuando sus padres habían muerto. Siempre había sido riguroso pero alentador, no podía negarlo y hasta recordaba vagamente que había sido afectuoso cuando era muy chico…
En los entresijos de su memoria creía recordar eso, lo cual le resultaba curioso, porque esos recuerdos habían aparecido como de la nada…Tenía vagas imágenes de su infancia y de alguna manera lo recordaba más afectuoso, pero lo que veía eran como retazos incompletos de un tapiz descolorido por el tiempo.
Lo que si recordaba era que Esteban se había finalmente distanciado en algún momento de su infancia.
Otra cosa que le molestaba era que todos lo que lo conocían tenían de él una imagen distinta a la suya. Un caballero, solicito, sociable y servicial. A veces le parecía un poco intolerable esa visión… que en realidad era verdadera… pero…
Su forma de verlo era distinta, lo percibía como alguien distante, un tanto enigmático.
Siempre le había parecido y eso lo recordaba especialmente de cuando era un adolescente, que Esteban parecía mirar a través de él, como si estuviera buscando a otra persona.
Pero Mariana le dijo además –Martín, ¿Vos sos bastante exigente con la gente, no? –más que una afirmación parecía una pregunta- entonces me preguntaba… si vos de todas maneras no hubieras sido exigente con tu verdadero padre… -le agarró la mano con la intención de que lo que acababa de decir no pareciera un reproche-
Martín inicialmente la miro con cierto reparo, pero finalmente la abrazó y le dijo: -quién sabe, tal vez, tengas razón. Eso era algo que él jamás había imaginado. Mariana si que lo conocía…
Tenia que superar todo eso. Suponía que precisamente era lo que le había querido decir Mariana.
Ese era un cambio posible. Tal vez estaría haciendo sufrir a ese hombre que había sido bueno con él, más allá de toda obligación y sobre todo, de sus percepciones.
A la tarde en la oficina miro las carpetas de los clientes y no se podía dejar de preguntar porque lo tenía intrigado el nombre de “El Remanso S.A.”. Incluso le parecía haber visto ese logotipo en algún lugar familiar. ¿En su casa?, no podía ser.
Salió del estudio a eso de las siete de la tarde. Le rondaba en la cabeza lo que le había dicho Mariana esa mañana: “…entonces me preguntaba… si vos de todas maneras no hubieras sido exigente con tu verdadero padre…”. Al entrar saludo a Mariana y subió la escalera para dejar su abrigo. En el interín sonó el teléfono.

Martín quiso atender pero ella se le adelantó.
Mariana se puso pálida anticipando en sus ojos el dolor de Martín. Buscó en esos segundos como demorar lo inevitable que haría sufrir, especialmente en esos momentos, al hombre que amaba.
-Martín…
Sus ojos comenzaron de inmediato a lagrimear. No pudo seguir hablando y corrió a abrazarlo con mucha fuerza.

domingo, 9 de septiembre de 2007

23. ¿Sillón o diván?

Eran las cinco de la tarde y dudó bastante antes de entrar. No solo por la clase de persona con la que se encontraría allí sino por la otra persona con la que, en teoría, tendría que enfrentarse como consecuencia de todo aquello: él mismo.
El consultorio era bastante antiguo, las paredes incluso mostraban la pintura un poco descascarada y los muebles hacían juego con las paredes. Esperó sentado en un sillón en donde casi se quedó dormido–buena señal -se dijo –quiere decir que no estoy tan nervioso.
El Dr. Víctor Aguirre apareció por una puerta, delgado, de unos sesenta y cinco o setenta años, con el pelo blanco y cierto aire despistado. Se dirigió a él con una franca sonrisa.
-Martín pensó inmediatamente –este tipo no me va a ayudar… No me va a ayudar…. -Lo veía demasiado viejo como para entender su problemática de tipo de cuarenta años -en fin, veremos, se dijo resignado.
-Mucho gusto, Hugo me habló de usted –dijo el doctor.
-Ah, si. Muy considerado de su parte, gracias.
-Hugo es una gran persona y a veces atiendo gente que él me manda. Ya casi no tengo pacientes, ahora me dedico a mis nietos, son once, pero por favor, pase, póngase cómodo.
-Martín vio dos sillones enfrentados y un diván. Pensó – ¿Pretenderá que me acueste en ese diván?
-Venga, aquí –señaló con la mano el anciano médico, cosa que hizo que Martín mirara de reojo al diván.
-El Dr. Víctor le dijo, detectando la mirada y el significado -ese diván es donde descanso después de almorzar. A veces me quedo dormido con algún libro ahí.
Todas las paredes estaban ocupadas por libros, salvo por las ventanas y algunos diplomas académicos.
-Bueno, hijo, que lo trae por aquí.
-No se por dónde empezar.
-Siempre es lo mismo, por el principio o por donde se pueda, dijo condescendiente.
-Creo que estoy mal por la edad que voy a cumplir, por algunas cosas de mi vida que no he asumido bien y algunas rutinas que… bueno me molestan.
-¿Qué edad vas a cumplir?- Martín se sorprendió gratamente por el tuteo, pensaba que esta clase de médicos ponían mucha distancia con sus pacientes.
-Cuarenta.
-Vaya, edad. Se podría decir que es la mitad de la vida.
-Mientras hablaba, Martín notó que el hombre no lo hacía como repitiendo algo sabido sino como si fuera una especie de reflexión elaborada en el momento.
-Por favor contáme cómo es tu familia y lo que hacés.
Martín hizo un resumen de lo que le había preguntado el médico pero cuando habló sobre Lucía dijo que tenía “solo” una hija.
-¿Porqué decís “solo” una hija?
-Uf, este tipo sabe en donde meter la cuchara eh -pensó Martín –Ese es un tema sobre el cual le tendría que hablar también.
-No te preocupes, vamos por partes, le dijo sonriendo el doctor.
-¿Tus padres? Te preguntaba porque no mencionaste nada de ellos.
-Martín tardó algo en responder -No tengo.
-Ah -el doctor captó la mirada sombría de Martín y no dijo más sobre eso pero le preguntó otra cosa ¿Estás contento con tu trabajo?
-Eh, si… creo que si -Martín se dio cuenta de que no había sonado muy convincente -creo que ahora lo veo como algo bastante rutinario, a veces pienso en revisar algunas cosas… -Martín vio que sus rutinas no eran solamente laborales sino que iban bastante más allá y habían estropeado su relación con Mariana -En realidad pienso que hay algunas otras cosas que podría cambiar.
-El hecho de que estés aquí ya significa un deseo de cambiar y que lo hables con quien pienses que te pueda ayudar, también resulta positivo.
-Martín no tuvo más remedio que asentir a eso. Desde que había hablado con Mariana, la relación había cambiado sustancialmente, podía decir que estaba feliz en ese aspecto.
-Bueno, antes que nada, si te parece bien, quisiera que hiciéramos un psicodiagnóstico, le dijo el doctor.
-Nunca hice ninguno.
-No te preocupes, es algo que bien hecho muestra muchas cosas, está compuesto por una serie de test.
-El doctor le dio los datos de la persona especialista.
-Cuando tengas esto nos volvemos a ver. Va ayudar a que sepamos mejor lo que sucede. Mi función sería, siempre que vos quieras, acompañarte en parte del proceso pero el camino ya lo empezaste vos ye so es algo muy esperanzador.
- Martín perdió la noción del tiempo mientras hablaron.
-Cuando se dispuso a salir eran como las 20.30.
-Adiós doctor.
-Por favor, llamáme Víctor, Martín.
-En el camino a su casa Martín pensó que el tipo parecía saber lo que hacía y que él lo había prejuzgado. Se sentía extraño como si hubiera tomado consciencia del principio de algo. Ahora había que ver como seguía.
Nada tonto había sido el cura Hugo con la elección de la persona y es estilo, pero no quería adelantarse, por ahora estaba satisfecho.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

22. Caymanes y perfumes

Lo que Martín soñó era algo curioso: Una mujer, cuya cara no alcanzaba a distinguir, le decía: “Come on baby, come with me, come with…” -entrevió su cabello castaño oscuro, corto y recordó unos labios rojos enmarcados por un rostro muy blanco pero no logró captar las facciones que presentía jóvenes ¿Su madre tal vez? Tenía la sensación de que en ese sueño esa mujer le resultaba familiar y que él era un niño. No estaba del todo seguro de esto último pero ¿Por qué, su madre o, quienquiera que fuese la mujer del sueño, le hablaba en inglés?
Mariana lo saludó como antes, con el beso en la cara con espuma de afeitar. El le respondió con otro, olvidándose del jabón. Ella reía mientras se limpiaba la cara llena de jabón con una toalla. Desayunaron juntos en la cocina a la luz blanca de esa mañana de invierno.
Martín sabía que Eduardo estaría esperando que le contara lo que había pasado la noche anterior. Al llegar al estudio saludó a Celia, y ella en el acto comprendió que todo había salido bien. Pero saldría mejor con lo que había planeado para ese día y que no contaría a nadie. Se había encariñado con esos dos abogados que de alguna manera contribuían a llenar su vida, que por otra parte no estaba vacía.
-Hola gordo. –dijo Martín como si fuera un día cualquiera.
-Bueno… ¿y?
-¿Y qué?
-Mariana, vos…
-Ah si, estuvimos hablando de pintar el techo del garaje porque la humedad…
-Idiota.
-Ja, todo bien… Muchas gracias –Martín hizo algo inusual en él: abrazo a Eduardo a lo ancho de la maciza humanidad de su amigo, quien se quedó inmovilizado, aunque conmovido, ante semejante muestra de afecto no esperado.
Para cambiar de situación, con la cara más colorada de lo habitual, Eduardo dijo -Tengo un sobre con los papeles de Montevideo por lo de esa S.A. El Remanso.
-Ah si, dame a ver. Accionistas individuales: ninguno. 100% propiedad de Backwater Inc. con sede en Gran Cayman… Uf. La consabida sociedad off shore armada para pagar menos impuestos… y de paso hacer turismo en una isla paradisíaca. Dirección de Contacto P. O. Box 1865 GT Cardinal Avenue, George Town Grand Cayman…. Leyó un rato y finalmente dijo:
-Gordo, decíle a ese tipo de Montevideo si puede averiguar los contactos de Backwater allí, alguien tiene que haber.
-Dr. la Sra. Giménez de Lorea al teléfono –le avisó Celia.
-Martín quieren que venda, quieren ampliar el capital en un… quinientos por ciento. ¿Puedo llevarte los papeles a la tarde?
-Si, cuanto antes mejor, le paso con Celia para que agenden la hora ¿Bien?
-Ah, gracias, confío en vos…
-Martín notó el tuteo, que antes no había existido, pero no le dio importancia.
-Quinientos por ciento de aumento de capital, eso no lo había visto nunca. Representaba muchísimo dinero y era raro hacer una capitalización de esa manera.
A la tarde concurrió a su despacho Claudia Giménez otra vez con su hija, quien estaba feliz con una pequeña muñeca que parecía nueva, a juzgar por la caja. La mujer se veía recompuesta en comparación con la última vez que la había visto. Sin duda era bonita y la solicitud de ella hacia su hija chiquita ciertamente le daba un atractivo extra, pero no pensaba darle ninguna vuelta al asunto. Mariana le bastaba para alejar cualquier fantasía que se pudiera hacer.
-No tenemos opción, Claudia -dijo Martín- o compra usted o compran ellos.
-¿Quiénes son ellos? Mi cuñado no puede ser, no tiene con qué.
-No sabemos con certeza. Estamos tratando de averiguar pero nos falta información. De todas maneras tenemos una carta en la manga que pienso utilizar. ¿Tiene los papeles de comunicación de la opción de compra?
-Si aquí están.
¿Claudia, está dispuesta a vender su parte de las acciones?
-Si, si fuera razonable lo que ofrecen. No voy a regalar lo que mi padre logró en tantos años y mi marido ayudó a hacer crecer antes de morir. La verdad es que la relación con mi cuñado no tiene futuro, creo que es mejor así.
-Comprendo. Necesitaría ciertos datos, ¿Hay alguien dentro de la empresa en quien podamos confiar?
-Si, Anita era compañera mía del secundario, trabaja en compras.
-Bien. Por favor ubíquela en su casa, no en el trabajo, dígale que la voy a llamar yo.
-¿Algo más?
No, por ahora no.
-Bueno, creo que eso es todo, gracias.
Se fueron las dos acompañadas por Celia, que tenía una extraña sonrisa.
-Bueno -se dijo Martín- a trabajar con todos esos papeles.
Al otro día tendría que ver al psiquiatra. La idea le resultaba bastante incómoda pero estaba dispuesto a buscar ayuda como fuera.
Recordó el sueño de la noche anterior y quiso intentar despejar la duda con su tío Esteban.
-Hola Esteban ¿Cómo estás? Después de los saludos y de hablar sobre algunas cosas que tenían pendientes, Martín preguntó:
-Esteban ¿Mi madre hablaba inglés?
-¿Cómo?
-Que si recordás que mi madre hablara inglés.
-No, no sabía una palabra, pero hablaba muy bien francés ¿Por qué?
-No, nada, no tiene importancia.
Quedaron en comer todos juntos, Esteban insistió mucho en verlos a los tres.
Al anochecer llegó a su casa. Mariana lo recibió en la puerta otra vez. Al besarla lo notó y sonrió. Ese perfume en especial solo podía significar una cosa.

domingo, 2 de septiembre de 2007

21. Las dos caras – segunda parte.

Martín vio que Mariana había empezado a temblar y le colocó su chaqueta sobre los hombros. La tomó de la mano sin decir nada y fueron, escaleras arriba, al cuarto de los dos. Ella estaría más a gusto allí -pensó él- no como dos visitas en el hall de entrada de su propia casa.
Notó en esos ojos la sensación de desasosiego, de orfandad. Quiso abrazarla pero se contuvo.

-¿Te querés sentar?, le dijo él mientras se acomodaba sobre la cama.
-Buceando en esos ojos azules, ahora empañados y un poco enrojecidos, vio, de una sola vez, que lo que ella le había dicho era verdad. Se notaba, lo transmitía con todo su cuerpo, en sus movimientos, su silencio; la postura de sus manos esperando recibir algo… o a alguien. El había estado confundido y esa supuesta “parte de responsabilidad” que ella sugirió lo había sorprendido sobremanera. Jamás había visto las cosas así.
Entonces Martín le dijo: -Tenía pensado decirte todo de otra forma, pero lo de abajo fue… no sé que palabra usar… desconcertante… mente hermoso.
En estos días me pasaron muchas cosas ¿Sabés? Algunas de ellas inimaginables -recordó lo de Elena y lo que había hecho Eduardo -en realidad veo que fui muy tonto.
No tenía derecho a esconder qué estaba mal, que no sabía que hacer, pero es que yo tampoco lo entiendo demasiado, sigo sin comprenderlo del todo todavía.
-Mariana ¿Vos pensás que ya no te quiero? -Martín preguntó ansioso.
-Martín… decime vos…
-Siempre te amé. No hay otra mujer. Nadie. Nunca –hizo una pausa, no quería lastimarla con lo que seguía. Era ahora o nunca -Yo… de alguna manera pensaba que me elegiste porque Carlos…
-Martín… no… Yo te elegí porque quise. Ya antes de salir con Carlos me fijaba en vos. Pero bueno, a esa edad las cosas se confunden con facilidad. Me di cuenta que él no era para mi, aunque fuera el tipo que todas querían ¡A mi no me importaba! Me di cuenta que eras vos, desde ese momento nunca lo dudé. ¿Vos pensaste que…? ¿Por qué te valoras tan poco Martín? ¿Por qué no podés ver las mismas cosas que vi yo en vos?
-Él no supo que decir.
-Martín continuó -No dejo de quererte, es solo que comencé a verte de una manera diferente, como la contracara de lo que vos dijiste abajo, madre de los bebes, de lucía, ama de casa. Y mi Mariana, estaba como debajo de todo eso… No, no te estoy echando la culpa de nada. El paso del tiempo cambia algunas cosas y no supe darme cuenta. Soy yo y esa estúpida manera de no decir lo que siento la que me juega estas malas pasadas.
Me muero de vergüenza por decirte que no puedo no quererte más después de lo que acabás de hacer, de esa muestra de entrega, de abandono incierto en las manos de un tipo como yo. No te merezco Mariana, no te merezco y me odio por eso.
-Sabía la respuesta a lo que preguntaría a continuación, pero sentía la obligación de hacerla– ¿Querés… que sigamos o…? Yo si quiero y te prometo que…
-Mariana se acercó a él y lo besó de una manera que ya casi Martín no recordaba, muy tierna y dulce. Le pareció perderse en ese beso -¿Hace falta que te diga algo más? musitó ella acariciándole el pelo. Y estoy dispuesta a ayudar a éste tonto que no sabe expresar lo que le pasa.
-Martín quedó en silencio unos segundos, como saboreando lo que ella le había dicho.
-Después de lo que me dijiste allá abajo… Nada de lo que haga podrá igualar eso, estoy dispuesto a mendigarte que me quieras, porque no tengo derecho, ni es posible que el tiempo vuelva hasta esos años. Solo me atrevería a pedirte una parte nada más, que se parezca a lo de esa época.
-Se que soy hosco a veces. En realidad siempre fui así pero no es justificativo...
-Creo saber por qué sos así pero…las cosas son como son Martín y los porqués de eso nunca me importaron.
-Se miraron un rato en silencio.
-¿Seguís pensando que no te quiero? –Martín quería, necesitaba su respuesta.
-Ella le beso el cuello –Martín la abrazó, manteniéndola muy junto a él. –No me dejes -le dijo al oído en voz muy baja.
-No lo voy a hacer –dijo ella en el mismo tono de voz.
Se quedaron así, abrazados, un buen rato.
Mas tarde salieron a comer algo a un restaurante cerca de la avenida.
Hablaron de muchas cosas. Martín le contó lo que le había aconsejado Eduardo, ella lo alentó.
Pasó un chico vendiendo rosas, él le compró tres, con la timidez propia de un adolescente, lo cual hizo que Mariana se riera mucho, echando la cabeza hacia atrás, levemente inclinada hacia un lado. – ¡Cuánto me gusta cuando hace eso!- pensó él.
-Es una por cada día que no estuvimos juntos- le dijo.
Así, hablando, se hizo bastante tarde.

-No quiero volver a casa -dijo Martín.
-¿Porqué?
-Porqué no quiero que termine. Que no se termine esta noche.
-¿Qué nos impide que tengamos muchas de estas? O… mejores aún, le dijo Mariana.
-Nada- le contestó él, pasando suave y lentamente el capullo de una de las rosas por la frente, las mejillas y la boca de ella.
Los dos estaban agotados por la tensión de esos días y volvieron a su casa.
Así, cansados los dos, se durmieron. Ella con la cabeza en el pecho desnudo de él, pensando en cuánto lo quería y nada más. Él lo hizo diciéndose que Mariana era realmente una mujer excepcional y que quería hacer todo para que fuera feliz.
Esa noche Martín soñó y a la mañana siguiente lo recordó intrigado.