domingo, 16 de diciembre de 2007

51. La cola de la serpiente - segunda parte.

Creyó estar soñando con su viaje a Montevideo, cuando aquella mujer, Dalma era su nombre, lo había ayudado luego de que la moto lo atropellara. Pero pronto se dio cuenta de que no era un sueño. Tenía un terrible dolor de cabeza y la nuca también le molestaba cuando movía el cuello.

-No se mueva que se le va a abrir la herida, le dijo la mujer que intentaba acomodarle los vendajes. Martín estaba colocado de costado lo que facilitaba la labor.
Veía sobre la pared, la sombra de un hombre que dijo -¡Apurate querés, que no tengo todo el día! La mujer no contestó y siguió haciendo lo suyo. Ella era efectivamente Dalma, a la que había conocido en el ferry a Uruguay.
-Ahora, andá y traéle la comida, dijo la voz a su espalda otra vez, en tono imperativo.
El lugar parecía una nave industrial, no muy grande. Olía a humedad y se escuchaba un goteo de agua por algún lado. La luz natural, venía de los techos, y además había algunos tubos fluorescentes. Su cama de hierro tenía una frazada sobre un viejo colchón relleno de lana y un trozo de goma espuma le servía de almohada. Podía ver que en su camisa alguien había querido limpiar las manchas de sangre, casi lográndolo, a pesar de que igual estaba bastante sucia. El lugar era una especie de depósito de herramientas en forma de jaula con una reja.
La mujer dijo –Ya está, ahora puede darse vuelta si quiere.
Martín, lentamente giró sobre si mismo en aquel colchón y pudo ver al hombre de la pistola, su viejo conocido, el que lo había golpeado en el auto. No dijo nada. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dónde estaría? ¿Mariana y Lucía? Un montón de preguntas se agolparon en su mente.
Al rato el hombre salió. Podía ver una especie de balcón vidriado, como a la altura de un primer piso, desde donde antiguamente se supervisaría la labor de la fábrica. Allí había luces encendidas pero nada más.
Se tocó la herida, no era demasiado profunda, parecía dolerle más el golpe que otra cosa. Vio llegar a Dalma con un plato.
-Venga Martín, acérquese a la reja, aquí tiene algo para comer.
-¿Cómo se que no le pusieron algo para mantenerme dopado mientras… lo que sea que quieran hacer?
-Esto lo preparé yo y nadie le puso nada.
-¿Porqué debería confiar en usted? ¿Lo del barco estaba todo armado, no? El encuentro casual en la calle, luego de que su amigo el motociclista me atropellara… la ayuda con los papeles… lo de acompañarme al hotel… la sugerencia del casino…
-Ese hombre no es mi amigo.
Martín siguió -Fue todo un montaje para mantenerme vigilado. Tal vez pensó que iba a dejarme seducir por sus invitaciones. Y yo que me creí toda esa mentira del juguete para su hijo…
-Eso era verdad. Sí tengo un hijo. El juguete efectivamente era para él. Yo…
Martín extrañamente tuvo la impresión de que aquella mujer no le estaba mintiendo. Decidió arriesgarse con lo que le trajo para comer. El sándwich parecía tener bastante buen aspecto, o tal vez fuera el hambre que tenía. También le acercó una botellita de agua.
-Gracias Dalma… o como quiera que se llame.
-Si, me llamo Dalma.

-¿Mariana, dónde esta Martín? Son las seis de la tarde y no apareció ni llamó.
-No me dijo que no fuera a ir al estudio. Por favor no me asustes.
Eduardo no dijo nada y se quedó plantificado con el tubo del teléfono en la Mano. Celia y Ernesto escucharon toda la conversación.
-Voy para allá – terminó diciéndole él- Celia, por favor váyase a su casa y no salga. Ernesto vamos a lo de Martín- Antes de salir fue a la caja fuerte y agarró algo. Mariana sintió que le estaban aprisionando el corazón.

Luego de media hora Martín no había percibido nada raro por la comida. Cada tanto pasaba el tipo de la moto. Él ya había empezado a llamarlo “el motociclista”. Dalma andaba por ahí también. A la noche volvió a acercarle algo de comer.
-Gracias por la comida. Le dijo él mirándola inquisitivamente.
-No me juzgue. Esto para mi era solo un trabajo…
-Que irónico, usted es la segunda que me dice “esto es un trabajo”, mientras hace barbaridades, podría darle media docena de nombres a lo que llama trabajo. Usted es cómplice de esta gente. ¿Por qué está con ellos? Usted no parece una delincuente.
-Delincuente… Yo no quería esto, estaba sin trabajo y ellos me ofrecieron seguirlo a usted y no me pagaban mal. Me dijeron que eran una especie de detectives privados que vigilan a los maridos que engañan a las mujeres y bueno, eso es lo que hice… después me pidieron otras cosas… yo no tenía más plata, estoy sola con mi hijo… Luego me dijeron que no había vuelta atrás…
-¿Quienes son “ellos”?
-Los que me pagan.
-¿Si, pero qué hacen? ¿Quiénes son?
En ese preciso instante apareció el motociclista.
-¡Te dije que te limitaras a darle la comida infeliz! –Y le dio un empujón bastante fuerte a Dalma, que casi se cae pero alcanzó a agarrarse de la reja -¡No vuelvas a hablarle!
-No hace falta el maltrato, ella no es sorda. –dijo Martín.
-Mejor que te quedes tranquilo abogadito, guardá fuerzas para lo que te espera. Si no nos das el papel ése, lo que te va a pasar no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Comete el sandwichito y callate la boca. Parece que te gustó la pelirroja. Que pena que no la aprovecharas mejor…
Martín miró a Dalma. Ella tenía los ojos brillosos, y miraba con repulsión a ese hombre.
Aquella mujer decididamente no encajaba en ese ambiente. Probablemente no quisiera estar allí haciendo eso. Quien sabe, tal vez temía por su hijo verdaderamente. Pero ya no podía estar seguro de nada. Todo era extraño. Suponía que serían las ocho de la noche, no tenía el reloj, se lo había quitado al igual que el cinturón. Pensó en Mariana y Lucía. Rezó para que no les hubiera pasado nada… Se fue quedando dormido. En algún momento sintió que alguien golpeaba la reja con un palo o un fierro. Se encendieron las luces. No pudo ver bien hasta que sus ojos se acostumbraron a la luz recién encendida, pero reconoció la voz.
-Martín.
Era Carlos. Pero esta vez no sonreía.