domingo, 13 de enero de 2008

Epílogo

Caminando por lo que había quedado de las maderas del piso de su estudio, Martín pudo ver, debajo de algunas tablas que no se habían quemado, un antiguo reloj de bolsillo, cuya increíble historia llegó a conocer años después. Pero este ya no es momento de contarla.

El fuego había destruido aquel lugar que había estado lleno de recuerdos, pero no sintió pena por aquellos objetos perdidos. Tenía a su familia y eso era lo que contaba. La cocina que estaba debajo, en donde fueron a caer los restos quemados, solo devolvió intacta una foto del casamiento de Martín y Mariana. Tal vez el marco plateado había protegido aquel portarretratos, pero eso ya no importaba. El resto de la casa había quedado intacta pero tiznada y con humo impregnado que tardó meses en desaparecer completamente.
Luego del incendio, la familia se fue por un tiempo al departamento que les había dejado Esteban. Pronto, Martín y Mariana se pusieron en campaña para arreglar la casa, su casa, contando con una ayuda inesperada.
Con la detención de Ramiro Roncallo, el testaferro e ingenioso inventor de negocios del cartel, comenzaron las redadas en Buenos Aires, Montevideo, Cali, Bogotá y San Pablo. El papel manuscrito con los nombres de los tres testaferros que habían guardado en la caja de seguridad del banco, fue crucial. Se realizaron detenciones, allanamientos y confiscaciones, de acuerdo a las leyes de cada país. Las salas de espectáculos que utilizaba para funcionar la Iglesia Internacional del Reinado de Dios, fueron rematadas en los cuatro países y los fondos, provenientes del lavado de dinero, finalmente entregados a instituciones benéficas.
Detuvieron a varios jefes de la organización, lo que significó un duro golpe a los zares de la droga. Con el correr del tiempo, otros ocuparon sus lugares, pero eso fue mucho tiempo después y no vale la pena contar cómo sucedió.
Martín recibió una importantísima recompensa del gobierno colombiano por encontrar pruebas contra testaferros del cartel, cuyos paraderos eran reclamados por la justicia desde hacía años. En un principio no quiso aceptarla pero pensó que Eduardo Y Francisco tenían derecho a una parte. Además, Eduardo le hizo ver que ese dinero lo ayudaría con los gastos de la reparación de la casa, lo cual era bastante justo. Francisco no quiso aceptar la suma que le ofrecía, por lo que Martín le constituyó un fideicomiso para que los hijos de aquel hombre pudieran estudiar en la universidad.
En los años que siguieron, Martín fue varias veces a la tumba de Carlos que, aparte de él, no visitaba mucha gente. Rezaba allí, porque finalmente había vuelto a entenderse con Dios. Más tarde consideró ese período de su vida como el de un “distanciamiento terapéutico” en el cual pudo acomodar algunas cosas y establecer con Él una relación más madura y cercana.
Elena, la mujer de Carlos, nunca supo bien lo que había sucedido. Martín hizo todo lo posible para que no se enterara de más de lo necesario, para evitarle aún mayores sufrimientos. Mariana la acompañó. Después de todo, ellas habían sido siempre buenas amigas; todo eso hasta que Elena decidió irse a Estados Unidos, adonde ya había estado con Carlos, para poner distancia de todo lo que había sucedido. Allí comenzó a trabajar y fue contratada por una ONG de ese país para realizar una singular tarea que le daría un giro inesperado a su vida. Una historia que merecería ser contada, pero no ahora.
La parte de la empresa que el cuñado de Claudia Giménez vendió al Remanso S.A., paso a una administración judicial, en la cual Martín fue nombrado representante del juzgado, lo que le dio una variante a su carrera, con una nueva actividad profesional. Siempre le había gustado lo relativo a la empresa y se le daban bien los números. Contrató a un gerente profesional y pasados unos años y debido a las buenas ganancias, él y la ex - viuda pudieron adquirir esa parte. Lo de ex – viuda se debe a que ella coincidió en una reunión con Alejandro, el hermano de Mariana y al poco tiempo se los vio dedicándose sus mejores sonrisas y miradas. Mariana los había presentado. La familia se agrandó.
Lola empezó a trabajar en la contaduría de la empresa administrada por Martín, hasta que varios años después logró notoriedad con sus cuadros, llegando a ser una renombrada pintora pero no siguió con Lucas. Unos años después, en Venecia mientras exponía su obra, conoció a otro pintor famoso… pero tal vez eso pueda contarse en otro momento.
Celia confesó: Cada vez que Claudia Giménez arreglaba para visitar a Martín en el Estudio, ella la tentaba para que viniera con alguna de sus hijas y les daba juguetes o golosinas a las chicas para que siempre acompañaran a su madre y no la dejaran sola en el despacho con Martín. Tenía miedo de que él se confundiera con esa mujer. El truco le había salido bien y se sentía muy orgullosa de eso. Las hijas de Claudia le tomaron cariño y las sacaba a pasear, junto con sus nietos, de tarde en tarde.
Martín ayudó a Dalma también. Logró convencer a la justicia de que ella había actuado primero por desconocimiento y luego bajo amenazas, por lo que fue absuelta por falta de mérito en la Argentina y en el Uruguay. También la ayudó a conseguir trabajo en una empresa en donde conoció al futuro padre de su hija. Antes de llegar a estar juntos, ambos se detestaron, pero eso ya es otra historia.
La casa de Córdoba fue reabierta y usada por todos, Martín y Mariana, Eduardo Verónica y los chicos, Lucía y Ernesto. Hasta tuvieron un perro allí y también lo llamaron Capitán, como el que había tenido Mary, la mujer de Esteban.
Eduardo y Verónica tuvieron a su bebe al cual llamaron Tomás. Ernesto y Lucía se casaron luego de que Ernesto terminara su postgrado. La primera hija de ellos fue novia de Tomás, pero ambos, cuando crecieron, vivieron muchas cosas que los mantuvieron separados a pesar de saber, desde siempre, que estaban hechos el uno para el otro. El amor puede ser tórrido pero también esquivo a veces y este lo fue, aunque contar lo que les sucedió, llevaría varios tomos que aún no han sido escritos.
Francisco volvió a Colombia y al cabo de varios años, se encontró frente a frente nuevamente con Ramiro Roncallo, que se había escapado de la cárcel, un día de lluvia en Cali. Roncallo había jurado vengarse de él y así intentó hacerlo. Lo que habría que relatar no es apto para aquellos afectos a las novelas de corte intimista y subjetivo, por lo que no será contado en esta ocasión.
Alberto y Sonia Jaramillo Andrade de regreso en Colombia, vivieron una vida más tranquila hasta que, por motivos inesperados, él debió presentarse como candidato a un importante cargo electivo en su país. En esas circunstancias Sonia tuvo un papel memorable que llevó a su marido a niveles de popularidad poco recordados allí. Luego se postularía a otro cargo más importante aún, historia interesantísima que podría narrarse alguna vez, pero no por ahora.
Por fin, Martín y Mariana fueron felices, tanto como es posible imaginar. Ambos volvieron a cuidar niños, que esta vez eran sus nietos. Esa felicidad se vio opacada en cierta oportunidad por aquel reloj de bolsillo que encontró Martín. Pero esa historia, tal vez sea alguna vez escrita, pero no en esta oportunidad.
Cada historia tiene su tiempo y cada tiempo sus historias. Tal vez el tiempo alguna vez, decida abrir sus páginas para dejarnos leer aquello que hoy nos oculta.


Dedicado a todas las Marianas, mujeres de hierro y corazón, que contienen, apoyan, alientan, comprenden y sobre todo aman a sus hombres, a pesar de los pesares.