domingo, 6 de enero de 2008

57. Miedo.

Ernesto inició el mismo camino que había realizado Francisco. Silencioso, subió los primeros pasos de la escalera pero un sonido lo detuvo. Corrió hacia la salida de la cocina y los vio llegar. Cuatro patrulleros se acercaban a la entrada.
Dudó un momento, prefirió acercarse a la policía y contar lo que había sucedido. Ellos le apuntaron sus armas pero Ernesto les señalo el piso de arriba.
-Creo que la oferta es muy generosa verdaderamente –dijo Francisco.
-¡Llegó la policía! -Fue el grito que escuchó desde abajo.

-Pero creo que he decidido no aceptarla. Le falta algo –dijo mientras escuchaba los pasos que subían por la escalera.
-¿Qué le falta? ¡¿Qué?! -preguntó Roncallo con miedo a lo que podía venir.
-Un poco de decencia.
-¡Nos las vas a pagar!
-Esa es la historia de mi vida -respondió con una sonrisa de resignación.
Los policías del grupo “Halcón” se asomaron brevemente y luego de los consabidos “alto”, “baje el arma”, se llevaron a los dos hombres, también al que había atado Ernesto y al guardia de seguridad que estaba en el baúl del auto; este último, por si acaso.
-Vamos –le dijo Esteban a Francisco- tenemos que volver.

Martín había llamado a Verónica para que llevara esa noche a Dalma para que no pasara la noche sola. Ella podía ocuparse de esa mujer que había comenzado a ponerse nerviosa por la suerte de su hijo.
Luego, en su escritorio del piso de arriba, había hablado con Montevideo para tratar de ayudar al hijo de Dalma.
Quería llamar a Mariana, ver a su hija, acompañar a Eduardo, saber que había pasado con Ernesto y Francisco. No sabía por donde empezar. Llamó a lo de Eduardo, el teléfono estaba ocupado. Se sentía sucio. Tenía barba de tres días, el pelo pastoso y seguía con dolor de cabeza. Se sentó en su escritorio para pensar en cómo seguir.

El motociclista acercó su auto a la casa de Martín pero lo estacionó antes de llegar a la esquina. Bajó, caminó unos pasos y al doblar, instintivamente vio el auto con el policía dentro. No iba a dejar que ese pequeño detalle perturbara lo que había venido a hacer. Se acercó a la ventanilla del conductor y con gesto amigable le pidió que bajara el vidrio.
-¿Podría usted decirme…? No acabó la frase. El ruido de los dos disparos de su pistola 9 milímetros con silenciador podría haberse confundido con el inicio del gorjeo de un pájaro. Canto letal para el policía. Inclinó al hombre para que pareciera dormitar contra el apoya cabezas del coche y se dirigió a la puerta. Buscó un aparente manojo de llaves que tenía colgado del cinturón, del lado de atrás.

-En la próxima esquina tenés que doblar a la derecha –le dijo Lucía a Lucas. Al llegar vio lo que quería ver: a un hombre de espaldas que bien podía ser su padre, entrando por la puerta del jardín. Bajó del coche de Carmen, detrás del móvil policial con el oficial muerto y corrió a la entrada. Vio que ese hombre no era su padre… era el que la había atacado. Antes de que pudiera gritar, el Motociclista ya había sacado su arma. Ella enmudeció de miedo. –Nos vemos otra vez muñequita ¿Qué sorpresa verdad?- No terminó de decir esto cuando Lucas y Lola ya estaban detrás de ella.
-¡Abrí la puerta y no grites! Ustedes no se muevan porque no estoy de humor. No me importa que sean unos estúpidos adolescentes. La sangre de todos los muertos es del mismo color- dijo el hombre.
La única que conservaba casi viva su lucidez era Lola que a pesar del miedo, trataba de observar cada detalle de lo que sucedía. Lucía abrió la puerta. Vio la luz de la cocina encendida y se dirigió hacia allí.
-Caminá hacia adentro, si hay alguien no digas nada y quedate cerca de la puerta
Lucía entró –No hay nadie- dijo aliviada.
Ustedes dos, tortolitos, entren aquí. En el piso de arriba se escuchaban pasos. Lucía sabía perfectamente que el escritorio de su papá estaba sobre la cocina. Había escuchado infinidad de veces a su padre caminando sobre los gastados y crujientes listones de madera.
El Motociclista buscó la salida de la cocina, se cercioró de que estuviera cerrada y se guardó el llavero. Miró las otras puertas y las cerró también con llave. Era evidente que el hombre buscaba encerrarlos allí. Antes de hablar, miró si la última puerta que le faltaba cerrar, por la que habían entrado a la cocina, tenía la llave colocada. La tenía y también se la llevó. Todas las ventanas tenían rejas.
-La muñeca y ustedes dos, se quedan aquí sin hacer ruido. Llego a escuchar el murmullo del agua saliendo de una canilla aquí dentro y los mato ¿Entendieron bien? –dijo el Motociclista mientras arrancaba de la pared el teléfono, dejándolo prolijamente sobre la mesada de la cocina. El hombre vio extrañado los agujeros de bala en la pared y la mancha de sangre que había producido la herida de Eduardo.
Cerró la puerta de la cocina con llave y fue a las escaleras.
-¡Papá puede estar arriba y no tiene armas! Tengo que avisarle.
-No puedo unir los cables del teléfono -dijo Lucas.
-Lucía, aunque sea arriesgado para nosotros deberíamos gritar para que tu padre esté alerta. Podemos intentar golpear a ese loco con algo si vuelve… Es peligroso pero… no veo otra cosa que podamos hacer –dijo Lola resignada aunque dispuesta a arriesgarse.
-Si… -le respondió Lucía. Lola y Lucas se colocaron a ambos lados de la puerta. Él con un cuchillo de cocina y ella con un insecticida en aerosol en una mano y un viejo cucharón en la otra. –Preparados- dijo Lucía.
-¡Papa! ¡Cuidado, hay un hombre armado subiendo por las escaleras! ¡Cuidado!
Aquellos desgañitados gritos fueron oídos por Martín pero también por el Motociclista que con furia volvió sobre sus pasos, dispuesto a acabar con todos los de la cocina. Estaba por colocar la llave en la puerta cuando Martín comenzó a bajar por la escalera de madera. El Motociclista lo vio y Martín a él. Primer disparo. Martín corrió hacia su escritorio, cerrando la puerta del pasillo, pero no estaba colocada la llave, por lo que no pudo cerrarla. Entró al escritorio y logro cerrar.
Tomó el teléfono inalámbrico, se colocó al lado de la puerta y comenzó a llamar al 911…
El segundo y el tercer disparo bastaron para hacer saltar la cerradura. Martín no lo pensó don veces y se arrojó contra el motociclista tratando de quitarle la pistola. Las manos de ambos se entrecruzaban sobre el arma. Cuarto, quinto y sexto disparo. Los tres fueron a parar al cielorraso. El motociclista empujó a Martín contra el escritorio. La foto de tío Ernesto y Mary que habían traído de Córdoba cayó y el vidrio se hizo añicos desparramándose por el suelo. Martín de espaldas al escritorio y el otro hombre inclinado sobre él, tratando de dispararle. El séptimo, octavo y noveno disparo fueron a parar a veinte centímetros de la cabeza de Martín, sobre la tabla del escritorio. Éste logró empujar con una patada hacia atrás al Motociclista quien, buscando hacer pié, resbaló con los vidrios del retrato, volviendo a caer hacia su oponente sin soltar la pistola. Martín volvió deliberadamente a querer disparar el arma y lo logró. El décimo disparo se incrustó contra “Matar a un Ruiseñor” de Harper Lee, que estaba en la biblioteca de detrás del escritorio y por fin el “clic” del percutor sonando en la recámara vacía. Martín aflojó su mano derecha de la pistola y dio un puñetazo a la cara del Motociclista quien martilleó aún dos veces el percutor de la pistola ahora descargada. Martín de un tirón se la arrancó de la mano. El Motociclista intentó tomarla con la otra. La pistola fue a parar unos metros de donde estaban.
Ambos cayeron al piso sobre los vidrios. El cabezazo de Martín sobre la cara del otro hombre lo atontó unos segundos. Logró incorporarse, pero el asesino se arrastraba hacia la pistola sin balas… Antes de que Martín volviera a arrojarse sobre él, vio como sacaba de un bolsillo otro cargador... Era mejor salir de aquel lugar. No tenía tiempo de llegar a la pistola otra vez. Pero tampoco podía bajar, allí estaba Lucía, si es que no había logrado huir de la casa. Tenía que… subir. Salió por la puerta y entró en la de enfrente, la del altillo. La cerró desde adentro y subió la vieja y estrecha escalera construida en 1921 junto con el resto de la casa. Se parapetó detrás de unos polvorientos estantes de madera con varias latas de pintura, pinceles y aguarrás, entre otros trastos. El primer tiro atravesó la puerta hacia arriba. Martín se guarneció detrás de una estantería con pesadas baldosas y tejas. El lugar no tenía ventanas. Podía ver las tejas de la casa que apoyaban directamente sobre las vigas de madera sostenidas por clavos. Otros dos disparos se oyeron. Uno de ellos había roto una teja arriba de su cabeza, pero otro había perforado una lata de aguarrás de cinco litros, la que comenzó a derramarse sobre la escalera descendente. La puerta del altillo se abrió. Martín empujó con todas sus fuerzas el mueble con las tejas y baldosas que a su vez derribó el de las pinturas y el aguarrás, cayendo todo por el hueco de la escalera. Al ver lo que se le venía encima el Motociclista disparó nuevamente. La bala rebotó contra una vieja baldosa cuyo chispazo llegó al aguarrás.
El fuego no tardó en extenderse por el hueco de aquella escalera.
El motociclista comenzó a disparar enloquecido hacia el fuego.
No había puerta de salida para Martín. La única que existía se estaba incendiando con un loco del otro lado tratando de matarlo.

5 comentarios:

gabrielaa. dijo...

mucha tensión! muy bien vill_!
beso

MariaCe dijo...

Coincido con Gabrielaa. Tensión es la palabra que mejor define al capítulo.

Bien Vill!! Espero ansiosa la resolución de la historia.

Cariños!

Soy yo dijo...

Buenísimo vill, muy bien llevado.
Mañana veremos el final.
Besos,

Dalma dijo...

¿Como vas a hacer para resolver todo esto en un solo capítulo?

Quiero ver eso.

No puedo creer que ya llegó el final..., que viene despues?

Vill Gates dijo...

En realidad, el que sigue técnicamente no sería el último porque después viene el Epílogo, donde se cuentan a vuelo de pájaro como terminaron algunas cosas que no se van a contar en el último post que está céntrado en la acción alrededor de los personajes principales.
Que pasó con Lucía y Ernesto. Los narcos, la mujer de Carlos, Dalma... etc. etc. etc. eso es para el epílogo.

En cuanto a lo que voy a hacer despues, por lo menos hasta marzo, sacaré, una vez por semana, más o menos, cosas que había escrito y no publiqué, por ejemplo una situación en la que Mariana dudó si dejar a Martín, un escrito de Lucas, el novio de Lola, sobre la inspiración literaria. Una historia sobre Francisco en la selva colombiana y alguna otra cosa. No los publiqué dentro de la historia porque no la iba a terminar más y son situaciones anecdóticas.
En marzo veré, porque lo que realmente quiero escribir excede el marco de lo que se puede hacer en un blog y requeriría una pequeña investigación histórica sobre la época en que ocurriría la historia que se está formando de a poco en mi cabeza. Y eso requiere tiempo que no se de dónde voy a sacar.
El blog es un vicio y probablemente termine escribiendo algo. Pero En marzo lo veremos.
Gracias!