domingo, 7 de octubre de 2007

31. Regreso a Choique.

El viaje transcurrió soleado, sin contratiempos. Pararon en el camino a comer, ya en Córdoba, a los pies de las sierras.
-Que bueno que hayas venido –le dijo él mirándola profundamente a través de esos ojos azules.

-¿Hace cuánto que no tomamos algo solos en un bar? –dijo ella sonriente.
-Martín se tapó la cara con las dos manos como asumiendo la vergonzante culpa de lo que había pasado la última vez en la costanera de Vicente López… pero ella le dijo: –Empecemos a contar desde hoy y dentro de un año, me lo preguntás vos a mí. Hoy vale por la primera.
A eso de las seis de la tarde llegaron a La Cumbre. Decidieron que antes de alojarse pasarían a ver la casa. Preguntaron por la dirección. Avanzaron por aquella calle ancha, Avenida Argentina se llamaba, a cuyos lados había viejas casonas y plátanos, casi sin hojas, las que se arremolinaban por el viento en aquella tarde de agosto.
-Avenida Argentina y Boucherville, en la esquina, dijo Mariana.
-Si, es aquí, dijo él señalando la casa y sonriéndole.
Allí estaba, sobre la puerta de entrada al jardín había un cartel curvado, de metal, en donde con letras pintadas de esmalte blanco podía leerse “Choique”. Parecía un típico chalet inglés de principios del siglo pasado pero con detalles en granito. Bajó del auto. No quiso utilizar las llaves que tenía y decidió tocar el timbre.
A los pocos minutos se asomó desde el jardín un chico, que no tendría más de dieciocho años y que le dijo –Usted debe ser el señor Martín.
-Si.
-Avisaron que vendría. ¿Quiere pasar?
-Martín miró a Mariana que bajaba del auto con decisión.
-Vamos por la puerta que da al jardín de la otra calle, que es la que tengo abierta y…

-Pero Martín, ya no escuchó más porque estaba allí. Era la misma.
La hamaca de cadenas, casi en un rincón, como en el sueño, con su tabla gastada por el sol. El césped un poco más seco de lo que recordaba, tal vez por la época de año. Se acercó a ella mientras Mariana miraba a su lado.
Martín se paró frente a ella palpando esas viejas cadenas y trató de recordar algo más, pero no pudo.
El chico los siguió y se quedó un poco atrás, pensando simplemente en que esas dos personas estaban revisando la propiedad.
-Ya estuve aquí –dijo Martín.
-¿Cómo?
-Que ya estuve aquí. No se hace cuantos años ni porqué, pero recuerdo este lugar perfectamente.
-Mariana no dijo nada.
-Entraron en la casa que parecía bien mantenida pero con signos de no haber sido ocupada por mucho tiempo. Estaba muy limpia, de todas formas.
La sala tenía muebles antiguos pero no lujosos. Había algunos cuadros con láminas de caballos o escenas campestres, algún óleo y varias fotografías. En una mesa, al lado de un sillón y junto a una lámpara, había un retrato. Martín lo tomó y observó con atención esa fotografía.
Se dirigió al chico -¿Sabés quién es la persona de este retrato?
-No, no sé, pero mi abuelo seguro que sabe porque trabajaba para el dueño de la casa. Mañana le puedo decir que venga si usted quiere.
-Eh… no, no por ahora no hace falta, gracias.
-De todas maneras me dijo que le gustaría verlo cuando viniera.
Una vez recorrido el piso de abajo le preguntaron al chico si podían subir.
Martín se interesó por el escritorio, de la planta alta. La escalera de madera crujía como la de su casa. La multitud de fotos que se agolpaban a su vista le daban una respuesta pero inicialmente no la pudo ver.
Había fotos de sus padres, de Esteban, de la mujer del sueño, de fiestas, reuniones familiares, viajes, La torre de Londres y otros lugares que no conocía. Pero Martín vio todo eso fragmentado sin una unidad que le diera sentido lógico. La emoción nublando a la razón, situación en la que se sentía muy incómodo.
Mariana de un solo golpe de vista vio lo mismo que Martín pero su intuición la llevó mucho más lejos. Reparó en una de las fotografías. Una mujer joven que en su cuello llevaba la cadena con la rosa que Esteban le había dejado a Lucía. La mujer se veía muy pálida y delgada pero sus facciones eran vivaces y tenía un pañuelo que cubría su cabello. Ella entendió lo que esa foto significaba y sufrió. Nadie como ella para comprenderla porque, de alguna manera y con algunos claros, había podido cerrar ese círculo que parecía la vida de Esteban. Una nube de angustia le oscureció el semblante y se quedó allí, como adolorida.
Martín obnubilado como estaba, no la vio y se acercó al escritorio amplio y de muchos cajones. Casi como pidiendo permiso, a Esteban que no estaba allí, los fue abriendo y encontró algunas cosas que le resultaron familiares: una lapicera que recordaba, un reloj de bolsillo. Había allí también cajas con cartas muy bien atadas y envueltas en varios grupos.
Decidió desatar uno de los paquetes. El remitente era siempre el mismo: Mary Webster. Ese nombre no le decía nada…
Mariana le pidió a Martín si podían volver al otro día porque se había sentido descompuesta.
-No es nada, es por el viaje –le dijo ella, sabiendo que probablemente no fuera cierto y que todo se debiera a la impresión por lo que había visto y entendido.
-Él la vio pálida y guardó todo en los cajones preparándose a salir.
Volverían allí mañana temprano.
Martín no entendía por qué ella le había tomado fuerte del brazo los diez o quince minutos que habían tardado en llegar hasta el lugar en donde se hospedarían.
-Vení abrazame fuerte -le dijo ella, ya en la habitación.
-Prometéme que no te vas a poner mal mañana. Es decir, no hay nada por que preocuparse, pero prometéme que no vas a sufrir…
Mariana nunca imaginó que el pasado que esa casa mostraba, de alguna manera, la había alcanzado. Se sentía vulnerable, quería dejar de abrazarlo pero no podía y pensó incluso que lo aprisionaba más junto a sí.
-No entiendo mi amor –le dijo acariciándole el pelo y apartando las lágrimas de sus ojos- ¿Qué te pasa? ¿Qué viste?
-Nada, es que soy una tonta -y volvió a poner su cara en el pecho de él.
-Estoy un poco cansada… Mañana… prometéme…
-Martín dijo sabiendo que lo hacía a ciegas -Lo que quieras mi amor. Te lo prometo.
Por lo menos ahora sabía que la mujer que se le aparecía en sueños era la que había visto en el retrato en la casa. Pero no era su madre.

miércoles, 3 de octubre de 2007

30. Gorrión de invierno.

-Escribano, ¿Entonces usted no tiene inconvenientes?
-Martín, usted sabe como abogado que no sería procedente que yo lo autorizara…

-Si, lo sé, pero tengo que hacerlo. Preferiría no tener que esperar a que termine.
-Bueno, siendo así, voy a avisar entonces para que todo esté dispuesto.
Al cortar esa comunicación, llamó a Mariana.
-Hola mi amor, ya está todo arreglado –dijo Martín mientras miraba unos mapas.
-Bien, ¿Cuándo querés que nos vayamos?
-Cuando quieras.
-Entonces mañana a la mañana. No tengo trabajo atrasado ¿Te parece bien? -Irían a Córdoba a conocer la casa aquella.
Al no estar iniciada la sucesión, él no podía ir, tomar posesión de ella, ni nada por el estilo. Eso era lo que había hablado con el escribano y, ante su insistencia, había aceptado hacer una excepción. Después de todo, era el heredero testamentario. Además él tenía esas llaves que estaba seguro que abrirían lo que fuera que se encontrara allí. No necesitaba que nadie se lo dijera.
Luego de la sorpresa inicial, entendió que Esteban habría tenido motivos para no hablarle de ello, aunque no podía entenderlo. Tenía que ir a allí. Era algo que necesitaba para reconciliarse del todo con él.
Ese viaje con Mariana, a un lugar aparentemente desconocido, además tenía otro propósito: salir unos días para estar con ella y dedicarle la atención que no le había dado desde hacía tiempo. Cuando se lo contó, ella aceptó encantada y reaccionó como esperando el momento de poder estar solos, fuera de casa y en otro lugar, aunque fuera por unos pocos días.
Él había reservado hospedaje en un lugar que recién se había abierto y que le recomendaron en ese pueblo, La Cumbre, en donde estaba la casa misteriosa, de la cual solo había visto una vieja foto.
Pero tenía miedo. Miedo de lo que podría encontrar.
Sabía que algo de allí podría significar un golpe definitivo, tal vez mortal, a la imagen que trataba de formarse de Esteban. Pero por otro lado deseaba confiar en él. No hacerlo en este momento sería como no creer en si mismo. Recordó su despedida en el cementerio… entonces ¿Cómo podía ahora desconfiar?
Después de todo, si hubiera querido ocultar esa casa, podría haberse desecho de ella de muchas formas, pero la había dejado… y se la había dejado a él…
Esa propiedad pertenecía a Esteban desde hacía treinta y tantos años pero por algún motivo, no había querido que él lo supiera. Tenía que ir. De alguna manera era como averiguar algo de si mismo, no podía explicar cómo, pero así lo veía.
Sea lo que fuese que encontrara, sabía que no podría dejar de lado sus emociones y por eso necesitaba a Mariana. La necesitaba a su lado, como había estado siempre.

-Pobrecita mi Mariana -se dijo- y vino a su memoria todo lo que ella había sufrido con su enfermedad, del golpe que le había significado esa operación y el ver truncados sus deseos de ser madre nuevamente… tan joven.
Recordó que en aquella época él le había escrito unos versos… ya casi lo había olvidado… unos versos desprolijos, viscerales, donde torpemente volcaba sobre un papel cualquiera, aquellas palabras balbuceantes, que le decían de su amor sin nombrarlo, añorándola, mientras ella estaba en aquel hospital.
Decían algo así…

Piel sedosa, de recuerdo tierno,
el agua que escapa entre mis dedos,
sin color, ni sabor tan solo el frío,
de tus manos que prontas se me fueron.

Caricias nuevas traerá la mañana.
Volveré allí desvaneciendo memorias,
y trataré de cambiar aquella historia
de temores, adioses y de olvidos.

A la vera de la cama que no es mía,
el aire dulce, una mirada tibia.
No seré yo, serás tu mi compañía,
la duermevela de vigilia amanecida.

Recordaba como desde aquella cama trataba de esconder las manos en las suyas, buscando consuelo, como el gorrión de invierno busca refugiarse de la lluvia fría en el hueco de un plátano que no puede detener la lluvia que lo hiere…
Y Lucía, tan chiquita… Temió que se quedara sin su madre. En realidad, ¡Cómo habían sufrido los dos!
Deseó abrazar a Mariana, sin apuros, sin tiempo, mansamente, pero no estaba allí. Sobrevoló calles, árboles, avenidas y hasta los mismos pájaros para llegar a verla.
-Hola Mariana.
-Si Martín –dijo ella desde el otro lado de la línea de teléfono.
-No es nada, solo quería escucharte.
-¿Te pasa algo? Esa voz…
-Te quiero.
El silencio fue ganando tiempo.
-Yo también te quiero.
No se dijeron mucho más. No hizo falta.
Al cortar, se dio cuenta de que hacía muchos años que no le había dicho algo así por teléfono. Le pareció tener veinte años menos. ¿Eso era cambiar las cosas? En el fondo de su alma pensó, deseó, quiso, que sí.
Luego se sorprendió de cómo había llegado a todo esto, desde la casa de Córdoba a Mariana. Se inventó una respuesta y la llamó “línea afectiva”. Una invisible línea que unía a Mariana, Lucía, Esteban, la casa de Córdoba ¿La mujer del sueño? (¿Su madre, tal vez?). Su familia allí presente.
Por la mañana saldrían para Córdoba, a La Cumbre, a encontrarse con lo que fuera.

domingo, 30 de septiembre de 2007

29. Una fotografía.

-Buen día escribano.
-Cómo está usted.
-Su llamado me tomó por sorpresa. No sabía que Esteban tuviera una propiedad en Córdoba.
-Me dejó el encargo de que a su muerte me ocupara de la sucesión de esa propiedad. Debo aclararle que se encuentra libre de gravámenes y de deudas. Tiene pagos todos los servicios a la fecha.
-Dijo que quedaba en Córdoba, para ser exactos ¿En qué lugar?
-En la ciudad de La Cumbre, en el valle de Punilla, a casi cien kilómetros de Córdoba. ¿Conoce el lugar?
-No, no...
-Mire aquí hay una fotografía antigua de la casa.
El escribano le tendió una vieja foto, bastante antigua, que extrajo de un sobre tamaño oficio que parecía contener planos, a juzgar por el aspecto.
-Al verla Martín se quedó examinando la imagen, como buscando algo familiar. La foto mostraba una vista parcial del chalet, de un estilo que no alcanzó a identificar. Tenía decoración exterior con detalles en piedra granítica, muy usual en las construcciones de la zona serrana.
Si usted procede a revisar los documentos y a firmar, podemos empezar todo cuanto antes.
-Martín revisó cuidadosamente los papeles, todo estaba en regla. Firmó varios escritos.
Al terminar los arreglos, volvió al estudio, tenía trabajo que hacer, pero antes le contó a Eduardo lo del escribano y la casa.
Martín le dijo -La verdad es que no sé porqué jamás me contó sobre esa casa. Hay que empezar la sucesión pero ¡El escribano dijo qué era de Esteban desde hacía treinta y siete años! ¡Nunca me llevó a conocerla ni dijo nada! No me vas a negar que esto suena bastante extraño.
-Eduardo, bajó la vista y dijo en un tono de voz indescifrable –Esteban era un gran tipo…
-Gordo, vos no lo conocías como yo.
Eduardo lo interrumpió y volvió a decir de una forma que esta vez parecía evocativa –yo sé que era un gran tipo…
-Martín solo podía pensar en ese momento en lo que había pasado esa mañana y no captó la mirada sombría y luego la leve sonrisa, como esa que se esboza cuando se dan las gracias sinceras, en la cara de su amigo.
La tarde transcurrió entre papeles y llamados telefónicos, uno fue el que le hizo a Mariana para contarle lo que había sucedido. Ella se limitó a escuchar sin decir nada. Eso significaba que Mariana estaba pensando en algo y que hasta no tener redondeada la idea no le diría nada. Cuando hacía eso afloraba su “deformación profesional” de analista de sistemas.
Pero a la tarde recibió además otra visita.
-Hola papá -dijo Lucía.
-¿Qué hace esta señorita por aquí?
-Pasaba nomás… Celia me dijo que no estabas en alguna reunión ni nada…
-Que bueno que viniste, ¿Querés tomar algo? -No bien terminó de decir eso, apareció Celia con dos tazas, el jarro grande de café para Martín y una taza con lo mismo para ella.
-Ya ves que aquí se hace magia –dijo Martín.
-¡Y se escucha detrás de las puertas! –gritó Eduardo desde afuera.
-Señor, estimado, doctor Eduardo, no estaba detrás de la puerta, la misma se encontraba abierta cuando Lucía entró –dijo Celia con voz monocorde, al final exclamó- ¡Pero si la cerré al pasar! Lo que quiere decir que usted -enfatizó el usted- sí estaba escuchando detrás de la puerta.
-Bueno, cuando se trata de Lucía, no tengo más remedio y además aquí me dan constante mal ejemplo.
-Martín, ¡No permita que me diga eso! -él miró para el cielo raso, como si fuera el verdadero cielo y les dijo: -Por favor, invito a ambos contendientes a resolver sus conflictos fuera de este recinto. Muchas gracias.
-Dejáme saludar a Lucía -dijo Eduardo, mientras Celia salía con cara de haberse divertido con las pullas a Eduardo.
Después del saludo. Martín le preguntó a su hija cómo andaba todo y Lucía le contó que bien, pero que había ido allí por un motivo.
-Papá, me preguntaba si vos no podrías hacer algo por Ernesto que tiene que cambiar de trabajo. Necesita reducir sus horarios para poder estudiar. Además quiere recibirse antes.
-Martín, pensó un momento y le dijo sin dudar:
-Decíle que me venga a ver -Lucía se sorprendió por la rapidez de la respuesta.
Más tarde, volvía a su casa pensando en las cosas de ese día: lo de Ernesto, Esteban, la casa de Córdoba… esa foto que le había entregado el escribano. Le vino a la mente la palabra “Choique”.
Fue como un destello luminoso en su mente, presintió que, de alguna manera, él conocía esa casa. Tal vez había visto la foto antes, pero no estaba seguro.
La propiedad se llamaría muy probablemente Choique y las llaves del cajón de Esteban corresponderían a ella.


Al llegar a su casa besó sonoramente a Mariana, luego subió a dejar el sobretodo y ponerse un abrigo, había empezado a hacer frío.
-Lucía te dejó esto –le dijo Mariana.
Le dió un sobre con una fotocopia de la página de una enciclopedia, en donde leyó en voz alta: “Choique: Ave patagónica que habita en áreas abiertas (...) Sus alas pequeñas no le permiten volar. (…) El macho es el que se encarga de construir el nido haciendo con las patas una hoquedad en el suelo, bajo la protección de un arbusto o árbol” –le llamó la atención el párrafo que seguía: “Solo el macho se encarga de empollar los huevos que coloca la hembra”.
El artículo finalizaba diciendo: “Es considerado una especie vulnerable”.
Martín pensó -Así que eso era un Choique…
-Mariana lo miró y le dijo –Muy alegórico.
-¿De qué?
-De Esteban.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

28. Dos llamados.

-¿Pero quién es la mujer? Estoy seguro de que es mi madre. Si hubiera visto sus ojos… probablemente la habría reconocido.
-¿Estás seguro o es lo que deseabas ver? -le dijo el doctor Víctor.
-Mmm… En realidad creo que hubiera querido verla.

-Entonces no estás seguro de quién era.
-No. ¿Pero por qué sueño con ella?
-Martín, nada es casualidad, recordá que estás afrontando un proceso de cambio. Los sueños forman parte de tu mente y de tu espíritu. Manifiestan cosas. Esto aparece ahora por algo, creo que es una ayuda.
Hablaron de otras cosas ese día.
Los estudios que le habían hecho, según le había dicho el psiquiatra, no mostraba nada preocupante, pero si la disconformidad sobre algunas cosas de su vida. Tenía que ver cómo las cambiaba.
El médico le dijo que ya lo estaba haciendo y le recordó algunas que él mismo le había contado.
Esa visión le dio cierta tranquilidad. Tomó consciencia de que aquello era un proceso y que también funcionaba en su interior, aunque no pudiera controlarlo.
Víctor le había dicho que el afán de controlar todo llevaba a complicaciones, porque el control absoluto no es posible. Le remarcó que aquello era causa de infelicidad y de problemas en mucha gente. En realidad, él era un poco así, quería controlarlo todo. Esa actitud de alguna manera le ayudaba a pensar que las cosas saldrían bien. Estaba empezando a darse cuenta de que eso era un error. Si Mariana, por ejemplo, no hubiera sido comprensiva en extremo con él, su relación se habría desmoronado…

-Claudia entonces ¿Está todo claro?
-¿No es un poco osado lo que voy a hacer?
-No tiene nada que perder y de paso vemos como reaccionan.
-Tengo miedo de que mi cuñado se ponga un poco pesado.
-Ya hablamos de lo que tiene que hacer si pasa eso, pero no va a pasar.
-Si, pero yo había pensado en que me acompañaras vos…
-Martín pasó por alto el “vos”, lo cual, de todas formas, hizo que se desconcentrara por un instante.
-No Claudia, no es el momento, allí no habrá otros abogados. Más adelante es muy probable que tenga que intervenir, pero no ahora.
La acompañó hasta la puerta y él se quedó pensando en la actitud de la mujer. Tal vez fuera un mero deseo de protección ante una situación incierta o tal vez nada.

-¿Y entonces que vas a hacer? –le preguntó Lucía a Ernesto.
-Tengo que cambiar de trabajo, muchas alternativas no tengo. No me dan los tiempos por los horarios que me están pidiendo, pero necesito lo que pagan y tengo que buscar algo para reemplazarlo.
-Pensemos en algo. Le voy a preguntar a mi viejo si sabe que podés hacer.
-¿Te parece…?
-Si. ¿Me acompañas? Quiero buscar una cosa.

Lucía pidió un diccionario enciclopédico en la biblioteca de la facultad, bastante vacía a esa hora de la tarde.
Encontró lo que buscaba y lo fotocopió en la máquina del centro de estudiantes.
-Espero que esto le sirva a papá –dijo Lucía leyendo el papel que tenía en la mano- pero no creo…

Martín, ya en su casa, esperó el llamado de Claudia Giménez, el que se produjo a eso de las ocho de la noche.
-Martín, ¡No puedo creerlo! -dijo la mujer- Aceptaron la contraoferta para la venta de mis acciones de la empresa. ¡Aceptaron el doscientos cincuenta por ciento sobre el valor tasado, tal como me lo aconsejaste!
-¿Hubo resistencia?
-Ninguna, la escucharon como si fuera algo a lo que estuvieran acostumbrados.
-Martín tampoco podía creerlo y su extrañeza pasaba a ser algo más sombrío. ¿Cómo podía ser que esa gente aceptara un ofrecimiento así sin siquiera regatear?
-¿Algún problema con su cuñado?
-Sonreía como si solo se estuviera hablando de centavos.
-¿Le dijo algo más?
-Solamente que tendrían todos los papeles listos en dos semanas, que había arreglos.
-¿Había otra gente?
-Si, ese accionista titular del tres por ciento de la sociedad uruguaya. No dijo nada en toda la reunión, parecía de alguna manera dirigir a mi cuñado con la mirada y tomaba notas –y finalmente Claudia agregó- Martín por supuesto que te debo a vos esto y te lo voy a recompensar…
-Espere, no se adelante que aún falta lo más importante –Martín no quiso decirle “y lo más difícil”.
A él cada vez le intrigaba más quienes o qué sería El Remanso S.A. Tal vez fuera un fondo de inversiones de tantos. Hay mucho dinero dando vueltas por el mundo después de todo– se dijo.

A poco de colgar volvió a sonar el teléfono, lo atendió. Preguntaban por él.
-Mucho gusto, soy el escribano Ordóñez, disculpe que llame tan tarde pero solo tenía el número de su casa y me imaginé que podría encontrarlo a esta hora.
-Ah si, vi unos papeles que me dejó Esteban con sus datos, tenía que llamarlo.
-Si, tenemos que arreglar el tema de la sucesión –dijo el Escribano.
-No, pero debe haber un error, Esteban ya me había cedido su departamento de Belgrano reservándose el uso y usufructo, hace un tiempo.
-No, yo hablo de otro bien.
-No sé de qué se trata.
-De la propiedad de Córdoba.
-¿Cómo?
Quedaron en verse al día siguiente.
¿Propiedad? ¿Córdoba? ¿Qué era todo eso?

domingo, 23 de septiembre de 2007

27. Búsqueda.

¿Cómo diablos había ido a parar ese papel membretado a su casa?
Mariana no lo había colocado allí, tampoco Lucía ni la señora que venía algunas veces por semana a ayudar con la casa. El teléfono misterioso no era el de algún banco en las islas Cayman, ni siquiera el de alguno del barrio: pertenecía a un local de compostura de zapatos, que por otra parte quedaba cerca de allí y que además tenía su correspondiente imán adherido a la heladera, con lo que sus esperanzas de graduarse en investigador privado aficionado quedaron truncas antes de empezar. No pudo resolver el enigma.
Tenía que ver a Ana, amiga de Claudia Giménez, que le contaría algunas cosas de esa empresa que él no acababa de entender.
-Enano, te hice caso y empecé a nadar -le dijo Eduardo sonriente ya en el estudio.
-Uf gordo, te van a cobrar extra por el agua que se debe derramar cuando te zambullís.
-No tanto, Verónica me puso a dieta, no se porqué, no la necesito… -dijo su amigo con cara de infante al que le han prohibido los chocolates como penitencia -¿Y vos? ¿Vas a empezar a hacer algo?
-Si… debería…
-Que tal todo por tu casa, ¿Los chicos? ¿Verónica?
-Verónica está un poco cansada estos días pero gracias a Dios los chicos se portan bastante bien. ¿Por qué no venís el domingo a casa un rato? Ya sabés que siempre te quieren ver. Además me sale más barato que alquilar un payaso.
-Se ve que nadar te mejoró el humor. Bueno voy a ir un rato.
El sol blanco de ese día se reflejaba en las baldosas de la plaza que se divisaba desde el estudio y las palomas iniciaban una y otra vez su vuelo ritual sobre la zona de Tribunales, como en oleadas, dirigidas por quién sabe quien, todas para el norte, girando luego otra vez al sur.... Ese lugar no sería el mismo sin las palomas, vestidas de gris, como los abogados que cruzaban ese parque en todas direcciones,
-Hola Ana, mucho gusto. Ana era una mujer no muy alta, de cabello castaño, y demasiado delgada, según le pareció.
-Claudia me dijo que usted quería saber algunas cosas de la empresa. –La fábrica de la familia de Claudia producía bases para detergentes que después se vendía a otras compañías que los distribuían con sus marcas.
-Desde hace un tiempo las cosas son un poco distintas por allí, pero no hago preguntas. Parece que nadie las hace porque todos están conformes con lo que les pagan –dijo Ana.
-¿Todos? –preguntó extrañado Martín. Eran bastante frecuentes los problemas gremiales y los juicios de ex empleados. Lo sabía muy bien porque tenía otras empresas industriales como clientes.
-Si, parece que quieren tener a la gente satisfecha en lo económico y por eso no hay problemas de ningún tipo en ese aspecto.
-Hableme de su trabajo.
Como resultado de lo que la mujer le dijo Martín obtuvo bastante información. El objeto de todo era lograr el mejor arreglo económico para la venta de acciones que había decidido Claudia, la que había acudido a él, temiendo que se aprovecharan de su inexperiencia.
Algunos datos que Ana le había dado eran inusuales. La facturación crecía, mes a mes, pero no había un correlato en el aumento de compras de materias primas ni en la distribución. Se pagaba a los transportistas lo mismo o un poco más que hacía seis meses porque se despachaban las mismas cantidades. Del mismo modo, se compraban iguales cantidades de tambores de plástico que se usaban para envasar el producto a los compradores. Ni uno más, ni uno menos que seis meses atrás.
Raro, pero si la facturación había crecido, eso implicaba un mejor precio para la parte de su cliente. Ya tenía delineada una estrategia y un plan alternativo por si no daba resultado. No quería aparecer es escena para evitar suspicacias. Lo dejaría como último recurso.
Se reuniría por la mañana del día siguiente con Giménez Lorea, porque por la tarde se había fijado la reunión de Directorio en donde ella escucharía la oferta que le hicieran y que rechazaría haciendo una contrapropuesta osada. No tenía nada que perder. Ella lo haría bien, estaba defendiendo los intereses de sus hijos, en los que pensaba cuando le hablaba de todo esto. Después del período de luto por la muerte de su marido, había reaccionado con mucha fuerza y no estaba dispuesta a ceder ni un ápice de lo que veía como legítimo acervo familiar.
Al salir de la oficina, Martín pasó por una casa de deportes y se compró un par de zapatillas, las que tenía estaban bastante rotas pero, como suele pasar, eran cómodas y se había propuesto empezar a hacer alguna actividad física. Correría. Si a Eduardo le había hecho bien, por qué no a él.
Mariana no estaba en casa, se habían ido con Lucía a acompañar a Carmen que estaba un poco resfriada.
Era temprano aún, no estaba oscuro, y decidió aprovechar lo que quedaba del día para empezar a correr. Se puso el equipo deportivo, sus zapatillas nuevas y salió, como había visto que hacía mucha gente, por los alrededores del hipódromo de San Isidro.
Su amor propio se vino abajo cuando vio que pudo correr menos de tres kilómetros. Quedó exhausto. Sabía que tenía posibilidades de mejorar. Bueno, desde donde estaba todo podía ser mejora…
Se duchó, comió algo liviano y se quedó dormido, sin esperar la llegada de Mariana, cosa que tenía intención de hacer.

Twinkle, twinkle little star. How I wonder what you are. Up above the world so high…” Una hamaca de cadenas y él columpiándose empujado por las suaves manos de una mujer de vestido blanco y un extraño gorro. Un rostro pálido, y labios rojos que brillaban en una sonrisa cálida, de la cual podría decir, casi sin temor a equivocarse, que era maternal.
No recordó los ojos, pero si esas manos, también muy blancas y delicadas que ahora lo sostenían con cariño ayudándolo a bajar de ese columpio, porque él era un niño, de no más de dos años, con su pantaloncito gris de franela, sweater y gorro de lana azul. Ella no dejaba de cantar aquello que continuaba así “…Like a diamond in the sky Twinkle, twinkle little star. How I wonder what you are...” Esa escena tuvo una duración indefinida, como la de los sueños de todos los hombres del mundo y fue feliz allí, en ese jardín que imaginaba grande y apenas distinguía.
Si solo hubiera visto sus ojos podría saber…

miércoles, 19 de septiembre de 2007

26. La llave.

Esos tres días pasaron muy lentamente. Sus pensamientos y recuerdos trataban de acomodarse a la nueva realidad que se le había presentado de improviso.
Mariana había estado fenomenal y él trató a su vez de que ella que no se sintiera en la obligación de hacer nada extraordinario. Ambos se dieron cuenta de la solicitud del uno hacia el otro, lo que ya parecía una competencia de atenciones. Al final, los dos terminaron riéndose, resultando todo en una feliz cercanía. Lamentablemente era un acontecimiento como aquel el que los había unido más. Charlaron mucho, a veces de cosas poco importantes. Se llamaron por teléfono para preguntarse por el clima, por qué cosa estaban haciendo y otras tonterías por el estilo, casi como dos adolescentes y aún sabiéndolo, no les importó.
Al tercer día a Martín se le ocurrió ir al estudio en el coche y al poner el arranque la vio. Era la llave de bronce labrada del escritorio de Esteban que le había dado aquella vez, cuando hablaron del cochecito azul y que él había guardado.
En realidad no había querido ir todavía, pero tenía que afrontar a ese lugar tan cargado de significado pero a la vez tan vacío.
A las cinco fue al departamento de Belgrano. Allí lo esperaba la señora que trabajaba para Esteban. Esa era otra cosa en la que tenía que pensar. Aquella mujer necesitaba trabajar. Ya vería que hacer.
La casa estaba como siempre. Se detuvo frente al cochecito azul ¿Qué haría con él? Probablemente lo colocaría en algún lugar de su casa, en una vitrina, como había hecho Esteban. Ese auto ahora no solo le recordaría a sus padres biológicos.
Fue al escritorio y abrió el cajón. Había muchos papeles y sobres con documentos.
En el rincón derecho había una cajita roja con una tarjeta que decía “Para mi querida Lucía, su rosa blanca”. Adentro y con una cadena que parecía ser de plata, había una rosa esmaltada en blanco. El conjunto era antiguo y la cadena tenía una soldadura visible pero de buena factura, probablemente debido a que alguna vez se había roto.
-Éste seguramente era uno de los motivos por los cuales Esteban quería vernos a todos, a Lucia…
También había dos llaves unidas por un grueso anillo de bronce. Una que parecía ser de una puerta exterior de alguna propiedad, tenía un porta etiquetas metálico con la inscripción “Choique”.
-¿Choique? ¿Qué es eso?, se preguntó Martín.
Esteban no tenía, que él supiera, otra propiedad que no fuera ese departamento.
-Martín se llevó las llaves, la cajita con la cadena y reparó en el sobre cerrado a su nombre que no pudo resistirse a abrir inmediatamente.
Allí había una carta de Esteban fechada un mes atrás, y que comenzaba diciendo: “Querido Martín. Escribo estas líneas para que las leas cuando ya no esté. No sé qué me impulsó a hacer esto hoy pero lo creí un deber de índole práctico, después de haber arreglado cuentas en lo que a mi alma se refiere, me pareció que debía hacerlo con mi familia. Se que nadie conoce su hora pero a mi últimamente me ha dado por presentirla…”
Le escribió además que lo quería, pidiéndole perdón por todas sus faltas. Martín naturalmente no había leído un pedido de perdón póstumo, salvo en alguna obra literaria y lo que veía allí llegó a conmoverlo, no sin un poco de dolor y culpa, además de comprobar, en ese pedazo de papel, que realmente Esteban lo había querido. El escrito mostraba una faceta bastante desconocida de ese hombre. Un párrafo le llamó la atención: “Aún después de muerto vas a tener que seguir usando de tu paciencia, parecerá que nunca terminaste de conocerme, pero jamás pude vencer esa incapacidad de comunicarme bien con vos, por lo que te vuelvo a pedir perdón, aunque espero que alguna vez alcances a comprenderme aunque sea un poco…”. Finalizaba con datos del escribano al que debería contactar y le encargaba expresamente que se ocupara de la señora que trabajaba en el departamento.
Ya en su casa, Martín le entregó la carta a Mariana. Lucía los vio hablando y al percatarse de las caras de sus padres, amagó a seguir de largo a la cocina pero Martín la llamó para darle la cajita y la tarjeta con el regalo.
-Es la rosa símbolo de Inglaterra, dijo Lucía.
-¿Como sabés? –le preguntó Martín.
-Es historia. Era el distintivo de los anglos que luego se extendió a todo ese país. En el ambiente del rugby se manejan esas simbologías y… me lo contó una vez Ernesto… Eh… fijáte aquí atrás tiene el nombre de una joyería de… Brighton, cerca de Londres.
-Ah –dijo Martín- ¿Querés que te ayude a ponértela?
-Si, gracias, es muy hermosa y me voy a acordar… -se dio cuenta de que iba a decir algo que podía incomodar a todos y se detuvo.
Mariana terminó de leer la carta y miró a Martín transmitiéndole sin palabras todos los sentimientos que ese papel le había despertado. Esteban era realmente una buena persona; sufrida, en una medida que ella todavía no comprendía.
Esa noche Martín se quedó releyendo la carta hasta que el sueño pudo con él.
De noche se despertó y bajó a la cocina a tomar un poco de agua fresca. Trató de no hacer ruido en la vieja escalera de madera que crujía levemente bajo sus pies.
Mientras bebía miró la cantidad de imanes publicitarios que había en la puerta de la heladera. La mayoría eran de avisos de pizzas o helados con entrega a domicilio, las favoritas de Lucía, y otros rubros varios: empanadas, tortas y sándwiches. Solo de leer le dio hambre. Había además papeles de una compra que había que hacer, algunos broches magnéticos con la cuenta del diario a pagar; incluso en el costado izquierdo, exento de paredes, había cartelitos publicitarios de locales de compostura de calzado, una farmacia…
De pronto creyó estar dormido por lo que vio: Un papel del tamaño de un palmo con un número telefónico. Tenía un membrete de una “L” y una “R” en color verde y debajo de él decía “El Remanso S.A.”
Lo sacó de su broche y se quedó mirando esa hoja, ahí parado, iluminado indirectamente por la luz naranja del alumbrado público de la calle.

domingo, 16 de septiembre de 2007

25. La Luz.

A diferencia de otras ceremonias fúnebres a las que había asistido, ese día no llovía. Las sombras jugaban sobre cúpulas, ángeles y cruces del viejo Cementerio del Oeste, en donde los abuelos de Martín habían hecho construir la tumba familiar. El viento frío mecía levemente los cipreses que señalan el cielo con su única mano oscura.
Resultaba singular estar donde alguna vez aprendió a espiar a esa mujer esquiva y pálida que llama inevitablemente a todos por su nombre. Había pasado por allí visitando a sus padres, justamente de la mano de Esteban pero ya no recordaba hacía cuánto tiempo.
Cuando Martín, aún niño, hablaba con Esteban de la muerte, se refería a ella como "esa señora que se llevo a papá y a mamá", como si se tratara de una tía vieja que los hubiese invitado a pasar una temporada de descanso, lejos. Pero el viaje se había prolongado y la señora, más vieja de lo que el jamás podría haber imaginado, no los dejaría regresar.
Un ángel de piedra parecía ofrendar una corona de triunfo desde lo alto. Una mujer de mármol blanco lloraba para siempre, apoyada contra la dura pared de granito y con su regalo de flores, la pérdida de alguien amado.
El vitral de una tumba vecina mostraba el triangulo trinitario irradiando luz y en su centro se divisaba el inconfundible ojo que todo lo ve. En esos momentos le parecía que no era mirado. Lo pasaban por alto adrede porque simplemente se había decidido que eso tendría que soportarlo también. No tenía explicaciones pero en ese momento pensaba que las habría necesitado y sabía que nadie se las daría.
Allí estaban Eduardo, Alejandro, el hermano de Mariana y Ernesto, que se había ofrecido por Lucía a llevar a Esteban hacia ese lugar en donde no tendría compañía.
Sabía que todo ese cementerio era un lugar vacío. Una gran ciudad, con calles, puertas, ventanas y veredas sin el desgaste del trajinar de los hombres. Árboles, bancos y escaleras sin gente que les dieran sentido. Podía decir que aquella no era una ciudad, solo un remedo grotesco de la vida que flameaba en otra parte. Gatos corrían entre las tumbas simulando vivir con los hombres; tal vez a ellos les resultaba indiferente la compañía humana y por eso se veían tan a gusto allí.
Se olvidó por un momento de lo que había aprendido sobre la morada de los muertos y deseó escapar de ese lugar opresivo.
Esteban no estaba ahí, nunca lo estaría, en todo caso, era un reflejo incompleto de lo que había sido.
Ahora presentía la profunda soledad de aquel hombre al que por última vez acompañaba; el vacío inexplicable de una vida que él nunca comprendió. Porque ellos dos, eran lo único que había quedado de aquella familia casi olvidada.
Mirando al cielo le era negado el trascender más alla del azul frío de las once de la mañana. Alguna paloma parecía recordarle el vuelo de algún angel de estuco, que con las alas rotas se había quedado, inmóvil, en lo alto de una vieja cúpula, como un inválido que ya no podría cumplir más su cometido de enviado. Su patrón no recibiría más un mensaje de aquella criatura mellada por el viento, la lluvia o el sol.
Pensó en ese Patrón y le dijo ¿Por qué no me dejaste hablar con él siquiera una vez más?
Hubiera deseado romper ese destino y si fuera posible, obligar a su dueño a aceptar a aquel hombre yaciente en su casa para siempre. Sabía que no tenía fuerza para amenazar, violentar y, en ese momento menos, para increpar por un recibimiento seguro para Esteban. Pero no tenía temor.
Escuchaba solo algunas palabras de lo que Hugo iba diciendo en las oraciones. En su ensimismamiento, vio esa escena irreal, el sol, las sombras, Mariana ...dirige mis pasos a tu presencia... Lucia, flores ...para que viva en la gloria... reflejos y oscuridades… y brille para él la luz eterna.
Sobre la puerta de la bóveda se leía en letras de hierro el apellido familiar. Esa inscripción lo incluía. Se sentía fundido con ese metal oscuro, pesado e inmóvil, clavado como esas letras sobre la piedra gris.
Lucía le tomó la mano y él le devolvió el gesto presionándola suavemente.
Recorriendo con sus ojos a los presentes, de alguna u otra forma, alcanzó a distinguir que lo observaban. La compasión parecía brillar en la mirada de toda esa gente. No la despreció. Absorbió lo que le brindaban como el artista aspira los aplausos de su público, como el único aliento que lo hiciera vivir. Respiró profundamente.
Pero desde ese punto, tuvo la suficiente luz para rezar así: Esteban, gracias por todo, por cada momento que me diste, por cada segundo que pasaste pensando en mi. No me importa si fueron o no los que debían haber sido. Quisiera agradecerte todos esos años en lo que estuviste atado a este crió que no fue capaz de reconocer lo que hiciste por el.
Algunos asistentes a la ceremonia que finalizaba, habían empezado a dejar flores sobre el pesado ataúd. La última en hacerlo fue Mariana que luego le tendió un clavel rosado a Martín.
Los sepultureros ya habían empezado a prepararse para cerrar la puerta de hierro forjado y vidrio pero Martín les hizo un gesto para que se detuvieran.
Puso el clavel sobre el cajón oscuro y dijo algo que ningún hombre sobre la tierra pudo oír:
-Adiós querido papá.